lunes, 29 de julio de 2013

Salarios mínimos, allá y aquí.

Jorge Faljo

La reciente decisión de la ciudad de Washington de imponer un nuevo tipo de salario mínimo llamó la atención de los medios y la ciudadanía de aquel país. Antes de entrar a detalles sobre esa decisión quiero plantear algunos antecedentes.

Estados Unidos creó en 1938 un salario mínimo federal por hora de trabajo. En adelante no podría pagarse menos que eso a los trabajadores (con algunas excepciones, como las de aquellos que reciben propinas). A partir de esa fecha el ingreso mínimo real de los trabajadores subió hasta llegar a su máximo en 1968; la época de oro del bienestar de las familias en los Estados Unidos.

Cuando en 1969 sube a la presidencia norteamericana Richard Nixon se inaugura el predominio de la ideología neoliberaly la campaña de presiones para la apertura de mercados que gradualmente se iría imponiendo en todo el planeta. A partir de ese momento el salario mínimo norteamericano se reduce progresivamente durante los siguientes veinte años hasta más o menos la mitad en términos reales.

Durante años se argumentó que los trabajadores que ganaban el salario mínimo eran una minoría y por ello no tenía mucho sentido político elevarlo. No obstante ahora resulta que la crisis norteamericana, el incremento del desempleo de los últimos años y el reingreso al trabajo de millones en condiciones inferiores a sus trabajos anteriores vuelve cada vez más relevante la existencia de un salario mínimo.

Hay 48 millones de norteamericanos, en 23 millones de hogares, recibiendo asistencia alimentaria. En la mayoría de ellos hay por lo menos un trabajador activo cuyo ingreso no alcanza para cubrir gastos. Se reconoce que el ingreso de un salario mínimo nunca ha sido suficiente para que una familia pequeña pueda salir de la pobreza. El salario mínimo federal norteamericano es de 7.25 dólares por hora de trabajo; incluso suponiendo un trabajo de tiempo completo y estable no alcanza. Para sobrevivir se requiere que por lo menos dos trabajen de tiempo completo y no tengan más de dos hijos.

Esto ha llevado a que 19 estados, más la capital, establezcan salarios locales obligatorios superiores al mínimo federal. Curiosamente 4 estados tienen salarios locales inferiores al federal. Solo que por ley el salario mínimo más alto es el que debe prevalecer. Otros estados no establecen su propio mínimo.

Resulta que hace unos días la ciudad de Washington, la capital norteamericana estableció un tercer salario mínimo legal. Este es para los empleados de grandes cadenas de comercialización. Llamó mucho la atención debido a que sus definiciones tienen una dedicatoria especial a la cadena Waltmart. Ahora los empleados de superficies comerciales superiores a los 7 mil metros cuadrados, cuya casa matriz recibe ingresos superiores a los mil millones de dólares al año tendrán, en Washington D. C., un salario mínimo 50 por ciento superior a los 8.25 por hora del resto de los trabajadores de la ciudad.

Lo que movió a los legisladores locales es que la mayor parte de las familias de los trabajadores de Waltmart están por abajo del nivel de pobreza y por ello reciben asistencia alimentaria y de otros tipos que tiene que se pagan con recursos públicos. Es decir que el gobierno de la ciudad tiene que subsidiar a estas familias. Pero en este caso, dicen, se trata de una gran empresa con enormes ganancias que bien podría pagar lo suficiente a sus empleados para que no necesiten ayuda gubernamental.

Pasando a este lado de la frontera tenemos que aquí tampoco cantamos mal las rancheras. El salario mínimo mexicano llegó a su máximo nivel en 1978 como resultado de tres décadas de crecimiento acelerado bajo el modelo de substitución de importaciones y capitalismo de estado. Sin embargo, de 1980 en adelante, durante más de tres décadas de estancamiento globalizador, el salario mínimo se ha reducido a tan solo una cuarta parte en términos reales.

Ahora está de moda decir que debemos crecer en base al fortalecimiento del mercado interno y que la prioridad es el bienestar de las familias. Sin embargo el salario mínimo sigue en deterioro. Recuperar el nivel salarial de 1978 requeriría elevar los salarios reales a un ritmo de 12 por ciento anual durante 12 años. Pero estamos tan acostumbrados a ir de mal en peor que la propuesta parece impensable, una locura.

Uno de los problemas a considerar es que numerosos contratos, precios, tarifas, multas, se han indexado legalmente al comportamiento del salario mínimo. Subirlo implica una cascada de aumentos que le pega a todo mundo. El asunto de fondo es que ese mínimo legal, indexado a otros precios, se ha convertido en un instrumento antiinflacionario y por tanto intocable. Nos hemos colocado en un brete para el cual pareciera no haber salida.

A menos que aprendamos de los primos del norte.

Estados y municipios, la ciudad de México, deben apropiarse de la facultad de establecer salarios mínimos locales. La idea de salarios mínimos por tipo de empresa también es buena. Las grandes cadenas comerciales y de restaurantes, los bancos, los grandes medios de comunicación deben establecer la avanzada del tan cacaraqueado fortalecimiento del mercado interno. Y la manera es pagar salarios decentes. No lo van a hacer por mera buena onda.

Hay que establecer otros salarios también de cumplimiento obligatorio mínimo que complementen o substituyan gradualmente el mínimo federal que seguiría intocable pero reconocidamente obsoleto. Como momia en vitrina.

lunes, 22 de julio de 2013

La batalla de Detroit

La batalla de Detroit
Faljoritmo
Jorge Faljo

La ciudad norteamericana de Detroit lleva meses sin poder pagar sus deudas mientras cada vez más acreedores la asedian con demandas legales. Finalmente ha decidido acogerse a la ley de quiebras para dejar de pagar y reorganizar sus finanzas. Con ello ha abierto múltiples frentes de fuertes batallas legales cuyos resultados habrán de afectar los intereses de millones de norteamericanos en esa y muchas otras ciudades.

Detroit es una ciudad ubicada en la frontera norte de los Estados Unidos. Se conecta directamente al gran sistema fluvial navegable que incluye a los grandes lagos, llega al océano Atlántico y, por diversas vías, penetra profundamente el territorio norteamericano. Ello le dio una gran ventaja como centro de comercio y producción industrial.

En la segunda guerra mundial recibió un fuerte impulso para producir tanques, aviones y vehículos de combate. En 1950 era la cuarta ciudad más poblada de los Estados Unidos con 1.9 millones de habitantes.

Pero a partir de los años setenta, con la globalización del mercado automovilístico y la manufactura inició su deterioro. De un lado enfrentaba la competencia de los automóviles importados y del otro la decisión de las grandes empresas de reubicar sus plantas en el extranjero. La crisis reciente, del 2008 en adelante le pegó con fuerza a la industria automovilística de la ciudad. Es una ciudad que se desangra; en 2010 su población era de solo 710 mil habitantes; menos de la mitad que en sus tiempos de gloria.

Detroit simbolizó a la poderosa industria norteamericana y a su mercancía bandera, el automóvil familiar. Sus manufacturas eran producidas por obreros bien pagados que configuraban una fuerte y orgullosa clase media. Pero hoy en día un obrero industrial gana la mitad de lo que ganaba su padre, en el mismo empleo, hace treinta años. Con el declive de la manufactura y los salarios industriales huyó de la ciudad la población blanca anglosajona; de 816 mil en 1950 quedan unos 50 mil hoy en día. Ahora es una ciudad de minorías raciales, empleos de baja calidad y alta criminalidad.

Es una ciudad que muestra el impacto brutal de la globalización en términos de desindustrialización, caída del empleo manufacturero y baja de los salarios reales. Tiene 70 mil propiedades privadas abandonadas; está fundido el 40 por ciento del alumbrado público; no funcionan dos terceras partes de sus ambulancias. Una patrulla tarda una hora en llegar; el promedio norteamericano es de 11 minutos.



Con el deterioro productivo y la huida de población acomodada la ciudad ya no tiene ingresos para sostener servicios elementales. Pero el eje de la próxima disputa legal y mediática es la situación de los fondos de pensiones. De los 18.5 mil millones de dólares de deuda de largo plazo la mitad son obligaciones hacia sus pensionados actuales y futuros. La ciudad, como muchas otras tenía su propio sistema de pensiones y no inscribió a sus empleados en el seguro social norteamericano. Sus jubilados reciben un promedio de 1,600 dólares mensuales y ese es por lo general su único ingreso. Dado el costo de vida norteamericano es una pensión raquítica.

Al obtener una declaración legal de quiebra la ciudad se encontraría en posibilidad de pagar en montos y prioridades de su elección. Ya anunció que solo puede pagar el 10 por ciento de lo que debe y eso incluye a sus dos sistemas de pensiones. Lo que en la práctica significa simple y llanamente dejar a sus ex empleados en la calle.

Sin embargo la constitución del estado de Michigan establece que el gobierno no podrá disminuir los beneficios acordados en el sistema de pensiones. Con esa base legal una juez de distrito estableció que la solicitud de quiebra es ilegal y debe ser retirada. Sin embargo la ley de quiebras es federal y por eso muchos consideran que se superpone a la ley estatal. Lo que da pie a una primera batalla; la de que se decida en un juzgado superior si la solicitud de quiebra es legal y se acepte la posibilidad de no pagar las pensiones.

La ley de quiebras autoriza la designación de un administrador financiero especial para todos sus ingresos y egresos. Lo que equivale a establecer por decreto un gobierno de emergencia de facto, no democrático. Tal y como si fuera una empresa privada. Otro motivo de disputa legal.

Ahora se pondrán en juego de un lado las capacidades de los abogados de la ciudad y del otro lado los defensores de los dos grupos más afectados: los acreedores financieros privados y los trabajadores pensionados actuales y futuros.

Todo el país observa porque de acuerdo a estudios de Moody’s, una de las mayores empresas de calificación financiera, unos 8,500 gobiernos locales (estados, municipios, ciudades) tienen obligaciones por 2 billones de dólares (dos millones de millones) con 14 mil sistemas de pensión. Estos gobiernos han emitido deuda por 3.7 billones de dólares y es claro que los inversionistas se están poniendo nerviosos por lo que ocurre en Detroit. De rebajarse la calificación de deuda de los gobiernos locales les saldrá más caro refinanciarse y muchos quedarían contra la pared.

La derecha norteamericana ya se encuentra en campaña mediática para difundir que los sistemas de pensiones son excesivos, que no son intocables y que de hecho los primeros y tal vez únicos que deben ser pagados son los prestamistas privados.

Incluso mucho más nerviosos están millones de norteamericanos que ahora se dan cuenta de que las próximas batallas legales decidirán la suerte no solo de los pensionados de Detroit sino, posiblemente, de ellos mismos.

domingo, 14 de julio de 2013

Lo sé todo ¡Pero todos lo saben!

Jorge Faljo

Faljoritmo

La alerta que lanzó Edward Snowden sobre el espionaje masivo norteamericano ha sido como una piedra arrojada en un estanque que genera olas en todas direcciones. Algunas de ella chocan con otro objeto y provocan reverberaciones, oleajes secundarios, en una carambola internacional de múltiples ramificaciones.

La reacción europea al saber que eran espiados tanto de manera masiva como en sus comunicaciones diplomáticas fue de indignación. Hollande, el presidente de Francia declaró que era un comportamiento inaceptable entre aliados y que en esas condiciones no podría haber negociaciones sobre acuerdos y tratados hasta obtener la garantía de la cesación de esas actividades. Los más importantes políticos franceses, de derecha e izquierda, le pidieron dar asilo a Snowden.

No obstante Europa aceptó la propuesta norteamericana de abordar el tema de manera bilateral y diplomática; es decir, sin hacer ruido.

De manera sorpresiva el asunto pasó a otro plano cuando los gobiernos de Francia, Italia, España y Portugal negaron el derecho de paso y el reabastecimiento de combustible al avión del presidente de Bolivia, Evo Morales. Solo después de una revisión en tierra y de una declaración firmada de que Snowden no iba en el avión se le permitió continuar su vuelo.

Bolivia alega que su presidente fue secuestrado y que ello constituyó una amenaza a su vida. Alegato que por sí solo estaba siendo respaldado por varios presidentes sudamericanos como los de Ecuador y Venezuela. Pero cuando un importante periódico brasileño reveló que Estados Unidos espía a América Latina con prioridades en Brasil, Colombia y México, la indignación del primero impulsó una nueva oleada de solidaridad y reivindicación de la soberanía.

El asunto fue llevado a la Organización de Estados Americanos –OEA- donde tras una difícil negociación los países de la región manifestaron su solidaridad con Bolivia y condenaron “las actuaciones que violan las normas y principios básicos del derecho internacional, como la inviolabilidad de los Jefes de Estado”. Lo más importante es que esa declaración se produjo a pesar de la oposición de los Estados Unidos y Canadá.

Recién este viernes pasado en la reunión del MERCOSUR los presidentes de Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay y Venezuela acordaron llamar a consulta a sus embajadores en España, Francia, Italia y Portugal. En lenguaje diplomático eso significa un retiro temporal de embajadores para, sin romper relaciones, expresar su disgusto. Con frecuencia el retiro se prolonga mientras persiste la causa de la molestia. En este caso la ausencia de explicaciones y disculpas.

En la misma reunión acordaron que Argentina presentaría el caso en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Las exigencias son tres: cesar el espionaje, garantizar la inviolabilidad de los Jefes de Estado y reconocer el derecho soberano de cualquier país a ofrecer asilo a quienes libremente decidan. En ese tenor y de manera desafiante Venezuela, Bolivia y Nicaragua han ofrecido asilo a Snowden.

En Estados Unidos los congresistas norteamericanos descubrían que al autorizar a su gobierno a recabar información “relevante” al combate al terrorismo esto en lugar de interpretarse como una caña de pescar con anzuelo y carnada fue tomado como el derecho a construir una enorme red que recoge prácticamente todo para después seleccionar uno que otro pescado sospechoso.

Resulta que conforme pasan los días y surgen nuevos datos la opinión pública se va modificando. La última encuesta importante sobre el tema indica que ahora la mayoría de los norteamericanos ya no califica a Snowden como traidor o espía sino como alguien que da la voz de alarma. Lo cual marca una creciente diferencia entre gobierno y ciudadanos.

Obama llamó por teléfono a Putin para insistir en la extradición de Snowden al parecer debido a que este último está organizando encuentros con organizaciones de derechos humanos como Transparencia Internacional y Amnistía Internacional en el mismo aeropuerto y con la complacencia rusa. No parece haber conseguido una promesa de expulsión.

El caso Snowden es una radiografía reveladora y por ello mismo transformadora de nuestra percepción del mundo. Obama se parece cada vez más a Bush; Europa parece haber aceptado callarse la boca en público y luego rompiendo tratados internacionales colaboró en el cierre del espacio aéreo al presidente de un país soberano. Ya no parece tan independiente, digna y ética.

Del otro lado del Atlántico Sudamérica reclama pleno respeto a su soberanía, a sus jefes de estado y a su derecho a dar asilo; lo hacen con la fuerza de una mayor cohesión y solidaridad regionales. Al mismo tiempo sus dirigentes han ganado popularidad. Para Estados Unidos la situación es paradójica. Ahora que pueden saberlo todo sobre todos, resulta que no puede controlar sus propias fugas de información.

Tienen en Washington una estatua, donada por México, con una inscripción que dice “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Es momento de darle una pulidita al mensaje.

jueves, 4 de julio de 2013

El verano egipcio

El verano egipcio

Faljoritmo

Jorge Faljo

Hace un par de años, en el 2011, el pueblo egipcio se lanzó a las calles para demandar la salida de un presidente que se había mantenido treinta años en el poder apoyado en la corrupción económica, el fraude electoral y la represión. Algunos consideramos que más allá de estos problemas, de por sí graves, la rebelión era un cuestionamiento al modelo económico. Es decir a la falta de empleo, al estancamiento económico, a la concentración monopólica de la producción y a la destrucción de las pequeñas y medianas empresas “históricas”.

Aquella insurrección destacó por su carácter esencialmente pacífico. Uno de sus momentos determinantes ocurrió cuando ante concentraciones de cientos de miles de manifestantes en la ya legendaria plaza Tahrir de El Cairo el ejército se abstuvo de disparar.

Dicen en el anecdotario de esta revolución que los tenientes y capitanes, buena parte de ellos de familias militares por tradición, ubicados en sus tanques frente a los manifestantes llamaban desesperadamente… a sus padres pidiendo consejo. Las respuestas de sus familias y el dialogo entre estos mandos medios creo el consenso interno de que no dispararían. Esa fue tal vez la diferencia entre las masacres de Libia y Siria y el cambio esencialmente pacífico de Egipto.

Poco después, en lo que fueron las primeras elecciones democráticas de su historia, el pueblo egipcio eligió como presidente a Mohamed Morsi, el candidato de la hermandad musulmana. Eligieron a un representante del clericalismo en lo que para muchos dentro de Egipto y en el extranjero fue una gran decepción.

¿Cómo es que un pueblo liderado por la juventud educada, bien comunicada en las redes sociales y deseosa de un cambio profundo elegía al que parecía ser un representante del pasado? La pregunta es real, vale la pena reflexionar en ella y más adelante trataré de dar una respuesta posible.

El caso es que el gobierno elegido por el pueblo resultó por un lado muy piadoso, autoritario en la imposición de la moral musulmana y muy poco activo en lo que importa a la mayoría, un nuevo tipo de desarrollo económico en el que todos tengan cabida.

Así que de nuevo el pueblo egipcio se ha levantado y esta vez de una manera sorprendente. Los cálculos oficiales del ejército egipcio sobre el número de manifestantes del domingo pasado van de los 14 a los 18 millones de personas. Nunca antes se había visto algo así; cada plaza, cada avenida importante, de cada ciudad grande, mediana y pequeña se llenó al tope de manifestantes exigiendo la renuncia de Morsi.

Nuevamente el ejército egipcio ha hecho algo inusitado. Entiende que no debe reprimir, pero además ha lanzado un ultimátum a las partes diciendo que tienen hasta el miércoles para llegar a un acuerdo, a un camino de solución.

No es nada fácil. Morsi se considera el gobernante legítimo, electo por el pueblo en elecciones democráticas. Solo que sus votos a favor fueron menos de los que ahora le piden la renuncia. Los que están en contra dicen que ha traicionado a la revolución, que no sabe gobernar. En este juego de poderes y legitimidad la neutralidad del ejercito tiene una fuerza enorme; el gobierno deberá negociar o dimitir.

De nuevo Egipto nos plantea una gran incógnita sobre su futuro inmediato. También nos obliga a pensar que la democracia no es un asunto meramente electoral cada varios años; se requieren mecanismos de contacto permanente entre gobiernos y pueblos, una democracia cotidiana.

Vuelvo a la pregunta; ¿por qué eligieron a Morsi? Después de mucho pensarlo creo que la respuesta es que el pueblo egipcio se plantea la demanda más revolucionaria posible: vivir como de costumbre.

Las elites egipcias arrastraron a su pueblo a la vorágine del cambio en nombre de una modernidad que supuestamente se justifica a sí misma. Abrieron el país al comercio internacional, a competir con el exterior; sacrificaron a los que llamaron improductivos, en particular a los pequeños y medianos productores. Obligaron a la emigración de los jóvenes y desintegraron comunidades y familias. Impusieron una modernidad cruel, el progreso a golpes, el uso de las nuevas tecnologías no para sumar bienestar, sino para destruir y expulsar del mercado, de la producción y del empleo a muchos.

Finalmente el pueblo egipcio se cansó de esa modernidad e hizo una revolución suspirando por el pasado; por vivir en paz, en comunidad y familia, por producir en sus pequeñas y medianas fábricas y talleres; en sus pequeños lotes de tierra; en que haya trabajo para todos sin tener que emigrar al extranjero o a la gran ciudad; en vivir modestamente pero con confianza en el futuro. Vivir como de costumbre, como antes.