lunes, 27 de julio de 2015

Dólar, la Apuesta Fallida

Faljoritmo

Jorge Faljo

De un año para acá el dólar cuesta un 25 por ciento más caro. No nos hagamos ilusiones, esto es algo que llegó para quedarse y lo más probable es que todavía siga subiendo de precio. Siempre he sostenido que esto era inevitable y que las causas se encuentran en nuestro modelo económico y no en el exterior.

Lo que ocurre es que somos un país fundamentalmente importador y deficitario; año con año lo que vendemos no alcanza para pagar lo que compramos más la renta (intereses y ganancias) al capital externo. Año con año nos endeudamos más para importar más que producir. El endeudamiento crea desempleo interno, subutilización del aparato productivo y quiebra de empresas.

El modelo se sostiene mediante cada vez mayor endeudamiento con capitales volátiles y la venta del aparato productivo. Pero vender la vaca y no la leche tiene un alto costo; los dueños de las vacas tienen derecho a exportar las ganancias; los dueños del capital volátil cobran intereses.

Nos colocamos de “facilitos” ante la estrategia norteamericana de crear, prácticamente de la nada, enormes volúmenes de capital financiero mediante la impresión de dólares. Con este dinero adquirieron las mejores empresas de los países periféricos y les financiaron el consumo de importaciones. De este modo ellos elevaron su competitividad, su dominio de la producción mundial y crearon excesos de producción en rubros estratégicos.

Así que ahora a nosotros nos toca lidiar, por una parte, con una caída brutal de los ingresos petroleros, la baja de la inversión extranjera directa (al parecer ya se vendió lo más atractivo) y la caída de las exportaciones. Por otro lado la decisión inminente de elevar los intereses en los Estados Unidos ya está provocando la tan anunciada y temida reversión de flujos de capital.

Hace un par de años escribí “El error de diciembre”; me refería al 2012, y a que la nueva administración federal no aprovechara el momento para conducir una devaluación administrada y preventiva en nuestros propios términos. En lugar de ello echaron el volado de que podrían atraer una enorme cantidad de dólares vendiendo el subsuelo petrolero. Les falló la apuesta.

El caso es que tenemos que apechugar con esta devaluación inevitable. Pero no es el caso de permanecer inermes ante ella sino reaccionar con agilidad para instrumentar medidas que atenúen su impacto negativo e incluso para aprovechar, en beneficio de todos, las oportunidades que ofrece.

Los exportadores que emplean insumos nacionales serán los más favorecidos. Por ejemplo los exportadores de frutas y verduras que pagan en pesos y venden en dólares, ahora van a obtener más pesos por cada dólar exportado. ¡Qué bueno! Sin embargo esta bonanza puede y debe ser compartida con el resto de la nación, empezando por sus trabajadores. Es el momento, por ejemplo, para dignificar las condiciones laborales de los trabajadores agrícolas de San Quintín.

Una medida a considerar es un impuesto a las exportaciones, no solo las agrícolas, que capte una porción de las ganancias que genera la devaluación. Un ingreso para fortalecer la producción interna y los programas sociales que sostengan el nivel de consumo básico.

Urge una política de substitución de las importaciones encarecidas por producción interna. La devaluación hace más urgente que el gobierno cumpla con su compromiso formal (está en el Plan Nacional de Desarrollo), de garantizar la seguridad alimentaria del país. Para el 2018 el 75 por ciento del consumo de granos básicos debe ser producido internamente.

No solo eso; hay que incrementar la producción y consumo de ropa, calzado y muchas otras mercancías nacionales, en lugar de importarlas. Por el lado de la producción no es difícil; hay vastas capacidades subutilizadas que pueden reactivarse sin requerimientos de capital externo.

Lo que ha fallado es la demanda; la población se ha empobrecido y lo importado ha sido, hasta ahora, más barato que lo nacional. Pero la ecuación está cambiando y eso deja lugar a dos alternativas. Una es que el encarecimiento de lo importado lleve a reducir el consumo. Otro sacrificio de las mayorías es, además de innecesario, social y políticamente inaceptable.

Hay otra opción; sostener e incluso elevar el ingreso real de los trabajadores reconectando de manera gradual pero decidida, el consumo a la reactivación de la producción interna. Esto crearía una espiral positiva entre elevación del ingreso y el consumo por un lado y reactivación de la producción y el empleo por el otro.

Frente a la devaluación hay que poner en marcha la imaginación; colocar sobre la mesa todas las opciones posibles, sin ataduras dogmáticas y hacer prevalecer a la nación sobre los intereses individuales.

Aunque el golpe inmediato será doloroso, bien manejada esta crisis puede dar pie a la corrección de fondo que necesitamos.

lunes, 20 de julio de 2015

La de malas

Faljoritmo

Jorge Faljo

Esta administración creyó que habría de gobernar con abundancia de dólares. Con el petróleo a más de 100 dólares el barril sería posible seguir sin cobrar impuestos a las grandes empresas y a los muy ricos; seguiríamos importando de todo, incluso los alimentos; las elites seguirían enriqueciéndose y hasta habría espacio para otra una camada sexenal de súper ricos.

Pero gobernar sin lana es otro rollo y aparte está la mala suerte que parece perseguir a esta administración y que amenaza agriar la telenovela sexenal.

Los últimos datos oficiales, del INEGI, indican una caída del ingreso de los hogares de un 3.5 por ciento en lo que va de esta administración. No es de extrañar si se considera el deterioro de las condiciones del empleo y de la producción. Estamos ante un recrudecimiento de la avalancha de importaciones destructoras de la producción interna; no porque podamos pagar más sino porque la sobreproducción impera en el mundo.

Además las exportaciones de manufacturas registraron en el mes de mayo pasado su peor caída en cinco años. Las exportaciones automotrices, prácticamente maquiladoras que reexportan importaciones ensambladas, descendieron en 3.5 por ciento y el resto de las manufacturas cayeron en 8.1 por ciento.

La gota que amenaza con derramar el vaso, y no me refiero al túnel de escape, es el fracaso en la licitación de los 14 bloques petroleros de aguas someras. Solo pudieron colocarse dos a una empresa hechiza, de algo así como un año de antigüedad. Ninguno de los gigantes petroleros internacionales se interesó mayormente en estas adquisiciones a pesar de que se les ofreció poder calcular costos de producción mucho más altos de los de PEMEX y una supervisión laxa.

La justificación de la apertura a las empresas transnacionales era que contaban con la tecnología y experiencia para la exploración y extracción en aguas profundas. Sin embargo en la prisa por privatizar a cualquier costo se convocó a las transnacionales a participar en los bloques más atractivos, los de aguas someras, que se suponían reservados para PEMEX. A la empresa nacional no se le permitió participar; una oferta suya con sus costos de operación se habría llevado de calle el concurso.

Pero las transnacionales no se interesaron. Unos consideran que por la debilidad institucional de una reforma energética que probablemente no pasaría la prueba de fuego de una consulta democrática. La que más de seis millones de mexicanos solicitaron pero se les opuso una interpretación leguleya que nos impide opinar sobre cualquier tema relevante.

No obstante habría que pensar que se desalentaron por un panorama mundial en el que habrá de continuar y empeorar la sobreproducción y los bajos precios. El acuerdo diplomático entre Estados Unidos e Irán anuncia el final de las sanciones al segundo y abre la puerta al incremento de sus exportaciones de petróleo. Lo que podría bajar el precio del petróleo hasta treinta dólares el barril.

Esta administración entró criticando los treinta años previos de caída de la productividad y estancamiento económico. Hasta parecía que sabían y harían algo positivo. Pero su propuesta fue más de lo mismo, austeridad y neoliberalismo. No hemos llegado a la mitad del sexenio y al buque le entra agua por múltiples agujeros.

Deberían entender el fracaso de la licitación petrolera como el fin de la estrategia de conseguir “dólares fáciles” mediante la venta patrimonial (petróleo, minería, empresas) y el endeudamiento externo público y privado. Y hasta el viaje para pedirle inversiones a una Europa en crisis se ve socavado por… la mala suerte.

Año con año el país debe pagar cantidades exorbitantes de renta (intereses y ganancias) al exterior y el debilitamiento de las entradas (remesas, petróleo, exportaciones, venta patrimonial, capital volátil) empieza a hacer tambalear este castillo de naipes.

Más que conseguir dólares fáciles necesitamos un cambio de fondo en nuestra relación con el exterior bajo principios de intercambio equilibrado y desendeudamiento nacional. Dadas las dificultades para exportar más en un planeta saturado de producción invendible por falta de demanda, el énfasis tendrá que estar en substituir importaciones por producción interna.

Es ya inaceptable vender al país para comprar en el exterior los alimentos, el acero y las manufacturas, la ropa y el calzado que podríamos producir internamente. Un uso eficiente de los recursos disponibles, empleo y capacidades subutilizadas, sería la forma más efectiva de real incremento de la productividad con bajos requerimientos de inversión que podrían ser satisfechos internamente.

Hacerlo así requiere la guía del Estado en la administración del comercio externo; en la reconfiguración del mercado para consumir lo que producimos y producir lo que necesitamos; en la defensa y promoción del trabajo, de la mediana y pequeña empresa, y del sector social.

Es posible si recuperamos los valores que nos dan cohesión como nación: un estilo de desarrollo que consolide nuestra soberanía, democracia, y bienestar social. Sin ello lo que hay no es mala suerte sino ensoñaciones frívolas cada vez más inconsecuentes con el interés mayoritario.

martes, 14 de julio de 2015

Empleo, desarrollo y democracia

Faljoritmo

Jorge Faljo

El documento “Perspectivas del Empleo 2015”, de la OCDE, señala que hay 42 millones de desempleados en los 34 países que la integran. Diez millones más que hace siete años, al inicio de la gran recesión. La muy lenta recuperación del empleo en los países más desarrollados muestra que no se ha seguido la estrategia correcta para restablecer no solo este indicador sino, en general, los niveles de consumo y bienestar de la población.

Uno de los aspectos que más preocupan a la OCDE es el desempleo de larga duración. Hay 15.7 millones de personas con más de un año sin trabajo y alrededor de ocho millones con más de dos años sin encontrarlo. Es un desempleo “duro”, irreversible, porque a mayor tiempo sin trabajo más se pierden habilidades y disciplinas, y es más difícil la recapacitación para otras labores. Las empresas prefieren contratar a un desempleado de poco tiempo.

El reporte no es alentador. El desempleo se convierte en un factor de inseguridad y temor en la vida cotidiana de todos. Y dado que se concentra en la juventud puede concluirse que hay grupos de la población cuya perspectiva es el desempleo permanente. Sobre todo en países con tasas de desempleo juvenil superior al 25 por ciento, como en Bélgica, Grecia, Hungría, Italia, Polonia, Portugal, España y Suecia. En contraste con Alemania, potencia exportadora, con solo un 7.7% de desempleo juvenil.

Sin embargo estas estadísticas maquillan la situación al considerar desempleado solo al que se encuentra en búsqueda activa de empleo. Es decir que no toma en cuenta a los “desalentados” que dejaron de buscar, pero que ante una oportunidad aceptarían ingresar al mercado de trabajo. Esto salta a la vista en los datos de participación en la fuerza de trabajo, donde “participar” significa que se tiene o se busca empleo activamente.

En México solo trabaja o busca empleo el 63.7% de los que tienen entre 15 y 64 años de edad; en Suiza lo hace el 83.8%. En el grupo de 15 a 24 años, en México “participa” el 45.6% mientras que en Suiza o Australia es más del 65%. En Grecia es apenas el 28%.

Alguna mente bruta podría pensar que los griegos y mexicanos somos flojos y por eso nuestra participación laboral es menor. Prepárese para una sorpresa; de acuerdo al reporte de la OCDE los mexicanos y griegos se encuentran entre los más trabajadores del mundo. Los mexicanos con empleo trabajan un promedio de 2,228 horas al año; los griegos 2,042; mientras que los suizos trabajan 1,568; los ingleses 1,667 y los alemanes solo 1,371.

Que trabajemos más no es motivo de presunción. Refleja más bien la desesperación de los mexicanos (y griegos) por conseguir y conservar un empleo, por malo y explotador que sea. En nuestro caso el salario real es hoy en día la quinta parte del que existía entre 1976 y 1980.

Nuestra propia versión de “austeridad” supuestamente nos habría de llevar al crecimiento, al empleo y al bienestar. Treinta años de promesas incumplidas cuyas fallas son “corregidas” con más de lo mismo.

Estamos atrapados en la austeridad permanente, con la vieja pretensión de que de esa manera “el país”, es decir las grandes empresas, serían competitivas. Pero salió el tiro por la culata porque al reducir el consumo de la mayoría y abrir el mercado nacional destruimos sectores productivos enteros, como el textil y del vestido, calzado, muebles y electrodomésticos y, en estos días la producción de arroz, acero y muchos otros.

La estrategia sirvió para el enriquecimiento de pocos; pero fracasó como proyecto de Nación. Justo en estos días tenemos la peor caída de la exportación de manufacturas de los últimos cinco años. Hay que entender que enfrentamos un contexto mundial en el que el empobrecimiento competitivo, vulgo “austeridad”, ha provocado una enorme sobreproducción. Producir más pagando menos crea enormes riquezas pero no ha generado mercado y termina por destruir la producción. Así, ni con nuestros extremos de explotación laboral podemos triunfar como exportadores.

Hemos sido muy lentos en diagnosticar la situación y reaccionar. Urge reorientar la estrategia a reconectar producción y empleo en el contexto del mercado nacional, lo que solo es posible instrumentando con el exterior (China en particular) un intercambio equilibrado. Con una defensa activa de la producción y el empleo podemos dar el primer paso para aprovechar el enorme potencial de trabajo y producción que estamos subutilizando.

Necesitamos recuperar, el planteamiento constitucional de una sociedad democrática con un estado responsable del bienestar generalizado que ofrezca a todos inclusión al empleo, a la educación, la salud y a un retiro digno en la vejez. Sin un esfuerzo planeado en este sentido es hipócrita decir que no aprovechamos el “bono demográfico” o hablar de eficiencia económica.

Un paso esencial es fortalecer nuestra democracia poniendo a consulta las grandes alternativas de estrategia económica. El gobierno griego fue capaz de armar en solo nueve días un referéndum sobre la austeridad al que acudió a votar la población en masa. Costó poco, fue altamente participativo, el debate fue amplio y por su transparencia nadie cuestiona sus resultados.

Necesitamos también aquí ejercicios de democracia relevante. Podríamos aprender de los griegos para hacerlos rápido, sencillos y transparentes; lo que es posible cuando se quiere.

lunes, 6 de julio de 2015

Otra nación en quiebra

Faljoritmo

Jorge Faljo

Adivina qué jefe de gobierno dijo:

En el pasado el Gobierno podía barrer los problemas debajo de la alfombra, dejando para después su solución y tomando más dinero prestado. Ahora, es momento de enfrentar nuestros problemas y atenderlos de una vez y por todas. La deuda heredada es tan grande que no nos permite acceso a los mercados financieros y nuestra economía no genera suficientes ingresos para repagar las obligaciones asumidas.

Aún si aumentáramos contribuciones y recortáramos más los gastos, la magnitud del problema es tal, por el peso de la deuda que arrastramos, que nada resolveríamos.

Todas las medidas que tomamos en estos últimos dos años demuestran nuestra voluntad de pagar. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestro poder, pero el próximo paso tiene que ser lograr términos más favorables para el pago de nuestra deuda. Compartiendo el sacrificio con los acreedores, podremos salir adelante.

Lo anterior es lo que ha declarado el Gobernador de Puerto Rico Alejandro García Padilla; renegociar una quita de deuda, bajar los intereses y/o posponer el pago, es la propuesta.

Se trata de un territorio norteamericano con una situación peculiar y a veces contradictoria. No es un estado de esa unión pero sus habitantes son reconocidos como ciudadanos norteamericanos para efectos del servicio militar; sin embargo no pueden votar en las elecciones para presidente de los Estados Unidos.

Como territorio, colonia, o lo que sea, de los Estados unidos tiene algunas ventajas. Por ejemplo sus acreedores norteamericanos no pagan impuestos sobre los intereses que reciben. De ese modo se hicieron atractivos los bonos de deuda de la isla y se pudo endeudar sin problemas. Buena parte de su población recibe apoyos sociales y cerca del 36 por ciento recibe asistencia nutricional; al encontrar empleo se pierden estos apoyos, lo que desalienta el empleo.

Su mayor desventaja es que se prohíbe que los barcos extranjeros puedan transportar mercancías entre dos puertos norteamericanos. Por eso a los grandes transportes no les conviene hacer escala en una isla de solo 3.6 millones de habitantes si eso les impide seguir a los Estados Unidos; y al regreso tienen prohibido hacerlo. Lo cual encarece su comercio.

La isla ha tenido facilidades para endeudarse y consumir, pero no para producir.

Puerto Rico lleva años en retroceso económico. Su producción total es 12 por ciento menor que la de hace 10 años; sus cosechas agrícolas son hoy en día apenas el 20 por ciento de las de los años sesenta. El nivel de subutilización de recursos productivos y mano de obra es altísimo. Obviamente esto ha reducido también la captación de impuestos mientras que le ha sido fácil endeudarse. Pero todo dura hasta que se acaba; ya no puede refinanciar su deuda y tendrá que modificar su economía.

La situación de Puerto Rico se parece a las de Grecia, y a la de México. Solo que los dos primeros ya llegaron al límite de endeudamiento. Aquí las elites aún se entercan en que vendiendo las grandes empresas y el subsuelo y endeudándonos, podrán seguir haciendo su agosto. Entretanto a la mayoría solo le queda el empleo mal pagado, la informalidad, el desempleo, la emigración o el crimen. Luego, en medio de la crisis, deberán pagar la deuda.

Pero volvamos a Puerto Rico. Su balanza comercial tuvo un superávit de casi 20 mil millones de dólares en 2014, lo que es bastante bueno. Sin embargo ese mismo año pagó 36 mil millones de dólares en rendimientos de capital. Es decir que debido a su endeudamiento y a la desnacionalización de la producción lo que gana exportando de más no le alcanza para pagar los intereses y las repatriaciones de ganancias.

El gobernador dijo que sin un crecimiento agresivo de la producción nunca saldrán del círculo vicioso de contracción, emigración, austeridad e impuestos. Sí, pero ¿cómo?

Su potencial de reactivación agrícola y manufacturero es muy grande. Como país independiente podría devaluar y elevar salarios a manera de reconectar el consumo y la producción internos; su banco central podría financiar al gobierno mediante emisión de moneda; podría imponer aranceles a las importaciones; podría comerciar en barcos de cualquier país. Sin embargo Puerto Rico no tiene estas opciones.

Más tarde o más temprano tendrá que reconocer que sus opciones son extremas. O se anexa totalmente a los Estados Unidos para tratar de conseguir mayores subvenciones para atenuar el empobrecimiento. O se independiza y mediante el control de su moneda y comercio externo protege y reactiva su producción y mercado internos. Una plataforma de alta autosuficiencia, moneda barata y mejoramiento salarial serían la mejor manera de elevar substancialmente la competitividad de su producción sin exigir inversión externa.

Ninguna de las dos opciones es fácil o aceptable para una fuerte mayoría de sus ciudadanos. Lo más probable, y lamentable, es que Puerto Rico seguirá en el mismo camino del deterioro continuado. Su situación no es peculiar; entre Grecia, Puerto Rico y muchos otros países que aceptan la destrucción de su aparato productivo, como México, la diferencia no es de fondo sino de cercanía a la bancarrota.