lunes, 26 de octubre de 2015

Patricia y el Cambio de Reglas

Faljoritmo

Jorge Faljo

Las imágenes satelitales del huracán Patricia eran impresionantes; un fenómeno de verdadera magnitud mundial. Hasta los científicos estaban azorados y todos lo seguíamos con angustia.

Al escribir estas líneas no se conocía el impacto del huracán Patricia y afortunadamente parecía disminuir rápidamente de intensidad y con un costo muy inferior en vidas humanas y destrozos a los que se temía. Eso no disminuye el hecho de que se trata del mayor de la historia por su extensión, la fuerza de sus vientos sobre el mar y otras medidas. Otra novedad: venía del océano Pacífico y no del Atlántico.

Nos encontramos, y ojalá así lo entienda el mundo, ante un cambio de las reglas del juego. Un cambio que otros han anunciado, por ejemplo el Papa en su encíclica “Laudato Si”, sobre la conservación del mundo.

Ayer cerraba la cumbre sobre cambio climático de París y los participantes seguían con atención lo que ocurría. Por ello el llamado de la delegación mexicana sobre la urgencia de llegar a acuerdos para detener el calentamiento global fue recibido de manera emotiva y con un gran aplauso. Tal vez por la comprensión de la razón de fondo, tal vez como muestra de solidaridad ante la desgracia que parecía inminente.

El fondo del asunto es que a lo largo de millones de años la naturaleza extrajo el carbono del aire y lo transformó en masa vegetal y animal. Los grandes movimientos de la tierra fueron sepultando una y otra vez esta materia orgánica que a lo largo de larguísimos periodos se transformó en carbón y petróleo.

Ahora en tan solo un siglo el ser humano ha escarbado la tierra para extraer y quemar carbón y petróleo y construir una sociedad basada en el aprovechamiento intensivo de esos materiales energéticos para la producción industrial y agrícola.

Esto permitió incrementar los niveles de vida y la población de manera exponencial; pero resulta que también hemos sacado de lo profundo de la tierra un monstruo que amenaza destruirnos. Y es que el cambio climático no es un asunto menor. Se acompaña de fenómenos desastrosos; no solo huracanes, sino la acidificación de los mares que pueden diezmar la vida marina y la producción pesquera; desastres similares en la producción agrícola, inundaciones y sequías en lugares inusitados. Y huracanes que rebasan las medidas de magnitud previas.

Un documento reciente de la mayor autoridad del Banco Central de Inglaterra llamó la atención por tocar un tema poco habitual para los financieros y por su impactante mensaje de fondo. En pocas palabras dice que no más de la tercera parte de las reservas energéticas disponibles pueden ser extraídas y aprovechadas. La causa es que el monto de carbono y contaminantes que se soltaría en el aire sería catastrófico; de hecho empieza a serlo ya.

Esto cambia radicalmente las reglas del juego. El asunto no es ahora si hay o no suficientes energéticos en el mundo; sino que debemos limitar su aprovechamiento para no destruirnos. Y eso parece incluso peor que una escasez que limitara el consumo. Porque no estamos preparados para auto limitarnos.

De eso tratan las conferencias climáticas; la de París fue preparatoria de otra más importante a fin de año. El asunto es como reducir las emisiones de carbono. Y hasta el momento estas cumbres no generan sino palabrería. Todos están de acuerdo en la necesidad de hacerlo, siempre y cuando no afecte sus intereses. A lo más que se llega es a autocontroles “voluntarios” de poca monta.

Pero lo que se requiere son acuerdos globales obligatorios que afecten la producción y el consumo. Solo que ¿Quiénes van a poder producir y quienes van a consumir?

Los Estados Unidos se han convertido en el principal productor de energéticos, así sea mediante técnicas de alto impacto ambiental. Aquí podría entrar en escena la situación de Holanda que ha puesto límites a la extracción de gas debido a que los nuevos temblores que provoca le deterioran visiblemente miles de casas y edificios. ¿Deberían favorecerse las técnicas de menor impacto?

O son los países pobres los que deben poder aprovechar esta riqueza. Una pregunta trucada porque en esos países los que se benefician no son los pobres, sino sus minorías gobernantes. ¿Cómo exigir a los productores que limiten su producción? Lo que lo ha hecho recientemente es la caída del precio del petróleo.

Pero del lado de la demanda lo que la limita es lo contrario; el alto precio. Un precio bajo induce un mayor gasto en gasolina y otros usos industriales.

¿Quiénes tiene derecho a consumir? Los ricos, ¿para mantener un modelo industrial de despilfarro basado en el uso de automóviles y plásticos? ¿O los países rezagados para mejorar sus niveles de vida?

Patricia vino a recordarnos que el cambio climático está encima, que los costos de no evitarlo serán enormes y que muy probablemente la humanidad no cuenta con las capacidades para ponerse de acuerdo en lo fundamental.

lunes, 19 de octubre de 2015

Globalización, el truco del "big bang"

Faljoritmo

Jorge Faljo

Subirse al tren de la modernización y la globalización puede ser muy atractivo; pareciera lo mismo, o casi, que entrar al primer mundo. Lo cual es parte de las grandes promesas que hemos recibido los mexicanos a lo largo de décadas y… nada. Porque si bien no parece posible evadir la globalización eso no quiere decir que a todos les vaya bien en ese baile, de hecho a cada vez menos. No obstante hay diferencias substanciales entre las distintas formas de globalizarse y por ello importa mucho hacerlo de la mejor manera.

Lo primero que hay que tener claro es que la globalización es a fin de cuentas una estrategia de comercio internacional llevado a niveles intensivos. De este intercambio podemos desear muchos productos que no podemos producir internamente con la misma calidad o precio, pero no podemos olvidar que para obtenerlos será necesario exportar algo a cambio de ellos. A final de cuentas en todo intercambio las mercancías que uno compra se pagan con otras mercancías, las que uno vende.

Esta verdad milenaria no es tan evidente en la era de la globalización porque los grandes triunfadores de la globalización, los vendedores exitosos de productos que manufacturados de alta tecnología, se convierten en rémoras a la hora de comprar.

Para explicarlo hay que referirnos a los principios de la globalización, cuando los vendedores de materias primas (minerales, productos agropecuarios y manufacturas sencillas e intensivas en mano de obra barata), que son muchos se volcaron a vender sus mercancías para, a cambio comprar bienes industriales que producen pocos.

La reconversión masiva a la exportación significó saturar el mercado internacional de productos primarios y abaratar sus precios. Por el otro lado la apertura a la importación de bienes industriales les creó una amplia demanda. El resultado fue lo que se denominó deterioro de los términos de intercambio y fue uno de los primeros efectos importantes de la globalización en la cual los países productores de bienes primarios tenían que vender mucha más producción a cambio de menos bienes industriales.

Los países avanzados pudieron comprar los productos primarios a países productores desesperados por vender para “modernizarse”, a cambio de poca producción industrial. Así que su interés exportador era mucho mayor que su necesidad de importar.

Lo que conocemos como globalización es tanto el resultado del auge exportador de los países centrales que exigieron y obtuvieron la apertura de las fronteras de los países periféricos a sus exportaciones, como de lo que bien podríamos llamar un truco financiero para exportar mucho importando poco. Ese truco no fue sino la expansión explosiva, tipo big bang, del crédito a su clientela.

Dando mucho crédito, transfiriendo capitales financieros, muchas veces bajo el nombre hipócrita de “ayuda al desarrollo”, comprando patrimonio en lugar de mercancías los países avanzados consiguieron crear la suficiente demanda para su producción sin tener que comprar una cantidad equivalente en mercancías de la periferia.

Así la globalización creó una divergencia creciente en la riqueza y desarrollo de los países del planeta. De un lado los países industrializados, tecnológicamente avanzados e importantes prestamistas; del otro lado los países enfocados en la producción primaria, a la retaguardia tecnológica y con elites ansiosas de mejorar rápidamente su consumo mediante importaciones financiadas con crédito externo o mediante la venta del patrimonio nacional creado previamente. Para globalizarse sacrificaron los avances previos.

Lo peor de este asunto es que en cada uno de los dos lados (prestamistas y endeudados) se generaron presiones en favor de la continuidad y profundización de su propio modelo. Los países manufactureros y exportadores exitosos obtenían mayores recursos del exterior que no emplearon para importar mercancías periféricas sino para prestar e invertir en los países con menos desarrollo y afianzarlos como clientes. De este modo podían vender aún más y generar un círculo virtuoso de exportaciones, ganancias y préstamos al exterior.

En contraparte los países que no eran de primer mundo sustentaron su maquillaje modernizador en la atracción de capitales externos y el ofrecimiento de mano de obra barata para crear enclaves industriales externos (en propiedad, tecnología, insumos y destino de la producción). Aquí también se creó una presión para otorgar cada vez más concesiones a cambio del capital y tecnología importados y para abaratar la mano de obra como base de la competitividad nacional.

Las dos formas de inserción en la globalización llevan a los países por rumbos distintos y contribuyen a la inequidad extrema en el planeta. Muchos de los países ubicados en la espiral de endeudamiento, desindustrialización y empobrecimiento están siguiendo esa ruta hasta el extremo del caos social y su desintegración.

Aquí la pregunta de fondo es si acaso es posible cambiar nuestra forma de globalización y abandonar el déficit crónico en cuenta corriente, el endeudamiento progresivo y la desnacionalización productiva.

La respuesta es que es difícil pero no imposible. La industria japonesa era el hazmerreír del mundo por su mala calidad; pero sabían que era una etapa necesaria para evolucionar a potencia tecnológica. Corea del Sur salió del colonialismo, la guerra y la miseria para convertirse en potencia industrial. China surgió del mayor atraso para convertirse en la segunda potencia económica del mundo al tiempo que su población salió de la ignorancia y la pobreza extrema.

Para ello se requieren dos decisiones esenciales: instrumentar una estrategia de movilización y uso pleno del potencial productivo interno en las vertientes industrial y agropecuaria. Para eso hay que regular el mercado de otro modo.

Lo segundo será exportar lo suficiente para pagar la renta del capital externo, y abonar algo al capital adeudado, y liberarnos de los chantajes del financiamiento externo. Chantaje que es abanderado por nuestras elites al decir que solo con capital externo es posible crecer.

Es la ´manera en que podemos escapar del proceso de desintegración social y violencia para substituirlo por una cohesión interna sustentada en una relación más equilibrada entre trabajo y capital.

Hay que enfrentar el diseño de un proyecto nacionalista de interés mayoritario a las propuestas de nuestras elites que han tomado el camino de negociar más tratados internacionales con otras elites en lugar de reforzar nuestra democracia.

lunes, 12 de octubre de 2015

El Pacto Secreto

Faljoritmo

Jorge Faljo

Doce países acaban de terminar de negociar lo que habrá de ser, hasta la fecha, el mayor tratado de libre comercio del mundo. Se trata del Acuerdo Trans Pacífico de Cooperación Internacional –ATP- o TPP, por sus siglas en inglés. Los firmantes del acuerdo son México, Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.

Es el más amplio por su extensión geográfica en torno a la cuenca del pacífico y porque incluye a varios de los países más extensos; habrá de afectar las vidas del 11.2 por ciento de la población del planeta que en conjunto generan alrededor del 40 por ciento del producto mundial. Incluye a dos de las tres mayores economías, Japón y los Estados Unidos y a otros países menores pero con economías en crecimiento dinámico.

Al día de hoy no sabemos como fueron las negociaciones y que es lo que firmó nuestro secretario de economía. Una de sus principales características es que todos los países participantes acordaron negociarlo en secreto y en los Estados Unidos incluso hubo un decreto por el que se puede acusar de traición y llevar a la cárcel al que revele su contenido. Se trata de una negociación de elites y gobernantes que en conjunto preparan un albazo colectivo. Los congresos de los distintos países podrán aprobarlo o rechazarlo pero no estarán facultados para alterar una sola coma del tratado.

La precandidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Hillary Clinton, declaró que “basada en lo que conozco hasta el momento, no puedo apoyar este tratado”. Para ella un acuerdo de ese tipo tendría que generar buenos empleos en los Estados Unidos y este no se encuentra a la altura. No dijo más porque no puede hacerlo; pero fue suficiente para sumarse a los que desconfían y se oponen, entre ellos los principales sindicatos de trabajadores norteamericanos.

Uno de sus principales críticos es el premio Nobel de Economía y profesor universitario Joseph E. Stiglitz, caracterizado por expresar de manera sencilla los aparentes misterios de la economía. Afirma que este no es en realidad un tratado de libre comercio; la verdad, dice, es que es un acuerdo para manipular las reglas de comercio e inversión en favor de los más poderosos consorcios económicos de cada país.

Entre los más favorecidos según lo poco que se ha filtrado (gracias a Wikileaks) parece estar la industria farmacéutica y de biogenética. Al reforzarse los derechos de propiedad intelectual se aseguran el monopolio de la salud mundial impidiendo el uso de medicamentos genéricos y el desarrollo de la investigación fuera de su control. Esto último porque la nueva investigación tendría que avanzar sobre lo anteriormente descubierto y esto lo prohíben en tanto sea de su propiedad intelectual.

Otra crítica del premio Nobel es la posibilidad de que las empresas demanden a los gobiernos por ganancias no realizadas cuando estos establecen nuevas regulaciones que, por ejemplo, atiendan a la salud de la población, la ecología o el bienestar social. Uruguay está demandado por haber implantado empaques genéricos para la venta de cigarros y Canadá no lo hizo por temor a este tipo de demanda.

Lo peor es que este tipo de demandas internacionales hechas por los equipos de abogados de las grandes transnacionales serían dirimidas en tribunales privados. El marco jurídico de cada país no podría ser modificado si afecta los intereses de las grandes empresas.

Estas críticas al ATP se basan en información parcial. Lo lamentable es la falta de transparencia. Aquí en México el C. Presidente y los secretarios de Hacienda, Economía y de Relaciones Exteriores celebran el acuerdo preliminar sin decir en qué consiste.

Solo sabemos lo que ellos dicen; que va mucho más allá que el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. Se nos doró la píldora del TLC con grandes promesas de crecimiento, empleos y equidad que terminaron en grandes mentiras. Este ATP debe preocuparnos todavía más.

Permítame un planteamiento hipotético de lo que podría suceder. A la discusión y diseño del acuerdo no estuvieron invitados, ni de broma, representantes de las organizaciones de pequeños productores de café. Solo que estamos entrando en un acuerdo de libre comercio con una nueva potencia cafetalera, Vietnam, que gracias a una política de Estado ha logrado multiplicar su producción en los últimos años.

Aquí, por lo contrario, la producción ha caído de seis millones de sacos al año a solo 3.5 millones de sacos. Un factor de la brutal caída ha sido la expansión de una fuerte plaga sin que el gobierno se haya preocupado en combatirla. Cerca de tres millones de pequeños productores, con 1.7 hectáreas cultivadas en promedio, dependen económicamente de la venta de café. Han sido duramente golpeados en los últimos años y ahora el ATP podría ser el tiro de gracia. Sin un plan B para ellos lo que tendremos es incremento de la miseria y el sufrimiento social.

Los costos sociales de los tiros de gracia al cultivo del café, del arroz, de la producción de leche, de la pequeña y mediana manufactura y otros sectores no han sido calculados por “nuestros” negociadores. Pretender que pueden enfrentarse con “zonas económicas especiales” sería otro engaño cruel.

Cierto que en todo tratado, en toda decisión económica unos ganan y otros pierden. Todo apunta a que como en el TLC unos pocos, sobre todo las transnacionales, ganen mucho; mientras que la mayoría pierda hasta la camisa. Esto es posible mediante una nueva maña de nuestras elites; imponen su fanatismo económico religioso, al servicio transnacional, mediante acuerdos con el exterior, en lugar de negociarlo al interior, en un proceso abierto, transparente y soberano. Se ha diseñado un gran albazo colectivo de las elites contra las mayorías.

México es campeón mundial de tratados de libre comercio. Recuerdo lo que dijo un representante empresarial de la pequeña y mediana industria: Con esos tratados tenemos diez en conducta y cinco en aprovechamiento.

No obstante queda la posibilidad de que en otros lugares donde la democracia tiene derecho al pataleo se impida la firma del tratado; en los Estados Unidos, por ejemplo, sobre todo en periodo electoral, no la tienen segura.

lunes, 5 de octubre de 2015

Los pequeños olvidos del señor Videgaray

Faljoritmo

Jorge Faljo

La economía de México ha crecido muy poco en los últimos treinta años; el país destaca, negativamente, en el plano internacional por ese bajo crecimiento. Ha ocurrido incluso una importante baja de la productividad. Lo cual es insatisfactorio.

De ese tenor, el del párrafo anterior, eran las declaraciones del secretario de hacienda, Luis Videgaray, al inicio del presente sexenio. Con ellas decía lo que ya todos sabíamos, pero que en boca del nuevo alto funcionario sonaban extrañas y a la vez prometedoras. Tan dura y precisa crítica a la estrategia seguida durante más de treinta años podía ser interpretada como precursora de cambios de fondo que solucionarían el problema.

Una revisión sector por sector económico nos revela que los avances en productividad han sido acelerados. En las manufacturas los datos del Banco de México señalan un ritmo acelerado de incremento de la productividad. Asociado a la introducción de nuevas tecnologías ahorradoras de mano de obra, de energía y con un uso más eficiente de las materias primas. Las empresas existentes hicieron cambios tecnológicos; las que se rezagaron quebraron en su mayor parte.

En el sector servicios no se diga; abundan los ejemplos de avances en productividad. Los cajeros automáticos de los bancos substituyeron a un buen número de empleados; las cajas de los supermercados instalaron lectores de precios instantáneos y cada mercancía trae su código de barras; las computadoras permitieron elevar fuertemente la productividad de cada oficina.

Un amigo me dice que con los nuevos programas un solo arquitecto puede ahora hacer en menos tiempo el diseño de un edificio (incluyendo cableado, tubería y detalles que se me escapan) en menos tiempo del que hace veinte años necesitaba un despacho de diez arquitectos.

La agricultura, un sector descuidado, también avanzó de manera importante en la productividad de los sectores comerciales y modernos.

Pero entendimos que cuando Videgaray decía que la productividad había caído se refería al conjunto de la economía. Y es cierto, cayó por el enorme subempleo, la destrucción de los sectores tradicionales; el abandono de la pequeña producción urbana y rural; la baja creación de empleo digno y formal. Cayó la productividad porque los sectores productivos se fueron convirtiendo en islas dentro de un mar de informalidad y subempleo.

Así que cuando Videgaray habló de “democratizar la productividad” parecía hablar de atender precisamente a la producción y la productividad de aquellos a los que la estrategia económica había expulsado del mercado: los sectores semi destruidos de la economía campesina, de la pequeña producción manufacturera y del pequeño comercio; de las economías regionales y locales.

Reconstruir esos espacios de producción y empleo en una estrategia de alianza con un sector social orientado a la mayor autosuficiencia posible habría de democratizar la productividad ocupando al casi 60 por ciento de la población que sobrevive en la informalidad. Sin endeudar al gobierno ni al país; solo con el uso eficiente de lo que ya existe pero está subutilizado.

Videgaray suscitó esperanzas de cambio. No presentó un diagnóstico, pero para empezar bastaba que dijera que el país tenía un problema grave y que habría acciones decididas. Nos equivocamos los que creímos ver algo más allá de los usuales rollos que apuntan a un lado mientras en realidad se nos conduce en sentido contrario. Lo que hubo fue más reformas privatizadoras, extranjerizantes y neoliberales.

Este pasado jueves el secretario de Hacienda se presentó en la Cámara de Diputados; ya que no va el C. Presidente, por lo menos van sus ayudantes. Lo que dijo con voz solemne es que la economía mexicana está creciendo a un ritmo de 2.4 por ciento anual; que en el último año se crearon 767 mil nuevas plazas de trabajo; que aumentó el crédito; que las gasolinas habrán de bajar de precio; que el presupuesto público ya no depende tanto del ingreso petrolero y que no subirán los impuestos.

Pero se le olvidó decir que ese crecimiento es insuficiente y que el mismo dijo que con las reformas creceríamos al 5 por ciento o más; que se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos al año, y más aún para abatir la informalidad acumulada; que el crédito no llega a los sectores más rezagados en productividad; que no depender del ingreso petrolero nos agarró de sorpresa y que la baja de las gasolinas se asocia a la apertura a las transnacionales. No subir los impuestos; incluso bajarlos en zonas “especiales”, son concesiones a los más ricos que viven en un paraíso fiscal. Es decir, más de lo mismo.

Nada que indique que se democratiza la productividad; la producción sigue su marcha acelerada a la desnacionalización y a la concentración en transnacionales. Ninguna modificación al rumbo que nos hunde en el bajo crecimiento, el desempleo, el empobrecimiento y la violencia.

Declara la Secretaría de Hacienda que su “misión” es controlar la política económica del Gobierno Federal con el propósito de consolidar un país con crecimiento económico de calidad, equitativo, incluyente y sostenido, que fortalezca el bienestar de las y los mexicanos.

¿Tenemos un crecimiento de calidad, equitativo, incluyente y sostenido? Este podría haber sido el tema central de su intervención y de las preguntas que se le plantearon. El lugar de ello habló de pequeños logros; lo que preocupa era el tono satisfecho.

Su intervención me recuerda a los que en broma dicen que cero grados es “ni frio ni calor”. Ahora, para Videgaray, crecer al 2.4 por ciento anual es casi casi acelerado.