domingo, 25 de diciembre de 2016

Abusos y sanciones económicas

Jorge Faljo

Es conocido el mal funcionamiento de la justicia cotidiana en México. La mayoría de los ciudadanos no reporta delitos mayores por que no confían en que obtendrán justicia, o incluso porque se colocarían en riesgo. Mucho menos denuncian problemas menores originados en delitos, abusos o accidentes. Lo que subyace en una cultura de irresponsabilidad generalizada.

Entre los incidentes menos graves pienso en casos como el del perro del vecino que muerde a un transeúnte; el conductor de un vehículo que golpea a un discapacitado en silla de ruedas por no prestar suficiente atención al; la tienda que se promociona con altavoces a medianoche; o mi vecina que desde su azotea arrojó unos fierros al recolector de basura, con tan mala suerte que desprendió un cable y me dejó sin electricidad.

Son casos de mi conocimiento directo en los que no se contempló denunciar y derivaron en arreglos personales, o en nada. El que arrolló al discapacitado le compró una silla de ruedas nueva. Las más de las veces el afectado simplemente se aguanta.

Nuestro sistema legal confunde delitos y accidentes, los relativamente leves y los graves. No hay suficientes puntos intermedios; la rara denuncia entra en un laberinto legal que apunta a extremos, inocencia o cárcel, para el perpetrador y usualmente nada, o muy poco, para la víctima.

En otros sistemas, anglosajones por ejemplo, existen vías intermedias en las que independientemente de si hubo o no delito, las victimas pueden demandar compensaciones monetarias relevantes. Son, comparados con el nuestro, sistemas más ágiles y flexibles, que recorren una vía alterna a la denuncia penal y en el que entran en consideración elementos como el nivel de imprudencia, el daño causado, los recursos del perpetrador y el riesgo de reincidencia.

Asumir la responsabilidad incurrida mediante una compensación monetaria resulta una disuasión efectiva. Es algo que debería jugar un papel mucho mayor en nuestro sistema de justicia.

El caso de los bebés quemados en la guardería ABC debió dar lugar a una muy elevada compensación económica; seguro así habría sido en los Estados Unidos. La agresión a Ana Gabriela Guevara debería, independientemente del hecho delictivo, ser compensada a un alto costo. No hablo solo de los responsables directos, sino, en particular, con énfasis, en los indirectos, los dueños del negocio, los patrones de los guaruras.

Hay dos asuntos que deberían ser prioritarios; en primer lugar la mitigación del daño causado y, en segundo lugar pero tanto o más importante, desalentar de manera efectiva las conductas irresponsables y/o abusivas.

Nuestro sistema es deficiente y no lleva a los responsables indirectos a la cárcel; las más de las veces hasta los directamente responsables escapan de ella. Pero ir a la cárcel no es el mejor desincentivo. Lo es el pago de compensaciones monetarias serias.

La tragedia de Tultepec tiene un costo altísimo. No es posible ponerle precio a la muerte de más de treinta personas; pero aparte de ellas hay más de sesenta heridos y muchas familias, incluyendo niños huérfanos, que sufrirán enormemente, en lo económico y en lo emocional durante años. Es un enorme costo que no se compensa con “becas” para los huérfanos, subsidio a los comerciantes y reconstrucción del mercado. El punto es que alguien debe pagar en serio para mitigar el costo del sufrimiento económico y emocional de los afectados.

Lo principal no es que las autoridades o los locatarios de Tultepec, o los dueños de la guardería ABC, incluso los guaruras agresores, pasen años en la cárcel. Lo realmente importante es disuadir y compensar. Un mecanismo es recurrir a los seguros; hay que ampliar la cultura del aseguramiento. Deben ser exigibles y proveer compensaciones adecuadas.

Cierto que tener un seguro, como en el caso de un mercado de pólvora, encarecería el negocio. Pero en realidad lo que hace es distribuir en el tiempo y entre los que deben asumir la responsabilidad del riesgo el costo de un posible accidente. Tener un seguro apropiado, suficiente, para cubrir el costo de la tragedia de Tultepec obligaría a que la empresa aseguradora evaluara el riesgo e impusiera condiciones. La convertiría en supervisora del riesgo, como ocurre en otras culturas. Hay que entender que no fue un mero “accidente”, sino una suma de irresponsabilidades.

Los mexicanos, y en particular las victimas de estratos vulnerables, tenemos una actitud contraria al cobro de una compensación. Pareciera ser algo que rebaja la legitimidad de la demanda de justicia. Se acerca incluso a lo inmoral. Con frecuencia las victimas expresan, presionadas o no, que no buscan dinero. Cierto que en casos extremos, los bebés, o Tultepec, el dolor es enorme y no se alivia con dinero. Nos resistimos a mercantilizar el dolor. Pero el hecho es que los costos económicos también producirán sufrimiento.

No acostumbramos demandar compensaciones económicas y las leyes no se prestan para ello. No obstante si los padres de los bebitos quemados, las víctimas directas e indirectas de Tultepec, la senadora Guevara, los atropellados, demandaran compensaciones muy altas, millonarias, como ocurre en los Estados Unidos, nos estarían haciendo un favor a todos los demás, a la sociedad.

Volvernos “materialistas”, en lugar de victimas sufridas y aguantadoras, sería una real contribución para acabar con la impunidad de una amplia variedad de abusos e irresponsabilidades. No se vale generar riesgos para terceros sin contar con medios para asumir plenamente la propia responsabilidad.

sábado, 17 de diciembre de 2016

No son baches; es un camino empedrado

Faljoritmo

Jorge Faljo

No es que estemos enfrentando algunos baches en la economía mexicana; es que estamos iniciando un largo camino empedrado.

Las claves del crecimiento económico de México han sido las exportaciones a Estados Unidos (83 por ciento del total); También la atracción de capitales externos, en parte para fortalecer la producción y en parte simplemente para tener consumir productos importados, sobre todo chinos, y hacernos a la idea de que somos modernos. Una apariencia que consumió la mayor parte del patrimonio nacional, que ahora es extranjero.

Un crecimiento altamente excluyente que depende de que millones de mexicanos sean aceptados del otro lado de nuestra frontera y que, además, ellos mismos se hagan cargo de la supervivencia de sus familias mediante el envío de remesas.

Es un modelo que se cae a pedazos.

La economía norteamericana no va a “jalar” a la mexicana en el 2017. Este año su crecimiento fue de tan solo 1.6 por ciento, con un importante declive de su producción manufacturera. Hay además indicios de deterioro del consumo norteamericano.

Para un país como los Estados Unidos, rico y con una amplia clase media, la construcción de hogares es uno de los mejores indicadores de su evolución económica. Al construir una casa se emplea madera, vidrio, aluminio, concreto; implica comprar muebles, electrodomésticos de cocina y de entretenimiento, todo tipo de enseres e incluso automóvil. En la casa se concreta lo grueso del consumo duradero de las familias.

En 1972 en los Estados Unidos se autorizó la construcción de 2 millones 219 mil casas. Una cifra nunca antes vista y que reflejó un largo periodo de mejoramiento del bienestar de las familias norteamericanas. A partir de entonces el deterioro salarial y la concentración del ingreso incidieron negativamente en la construcción de vivienda hasta el repunte de los primeros años del nuevo siglo. En 2005 se autoriza la construcción de 2 millones 155 mil casas; sin embargo es un auge sustentado en el endeudamiento masivo de la población. Una burbuja que estalla poco después.

En 2009 el número de nuevas viviendas se reduce a 583 mil; apenas algo más de la cuarta parte de las construidas en 1972 y en 2005. Lo que nos dice mucho acerca del enorme potencial productivo paralizado por un mercado caracterizado, también allá, por el rezago salarial y la inequidad.

Ahora la última cifra mensual de construcción de casas en los Estados Unidos refleja una fuerte caída respecto del mes anterior lo que solo puede empeorar el bajo desempeño económico de este año y constituye un mal augurio para el siguiente.

La única posibilidad de mayor dinamismo de la economía norteamericana en 2017 sería en el contexto de una nueva estrategia proteccionista y de fuerte inversión en infraestructura. Lo que no sería favorable a las exportaciones de México.

Esa posible mejoría del crecimiento norteamericano llevaría a la reserva federal a elevar en por lo menos tres ocasiones su tasa de interés básica. Lo que prácticamente nos obliga a imitarlos; como recientemente lo ha hecho el Banco de México al subir su tasa de interés de referencia en medio punto porcentual, el doble que en los Estados Unidos. Lo que parece necesario para seguir siendo atractivos al capital y mitigar la devaluación del peso.

A final de cuentas se protege a los grandes capitales que se encuentran en México pero se desalienta el consumo y la inversión y, con ello, los ejes del crecimiento en el mediano plazo. De ahora en adelante las buenas noticias allá serán malas aquí.

Es posible que a lo anterior tengamos que añadir que ya no acepten nuestros excedentes de mano de obra y hasta obstaculicen el envío de las remesas de los trabajadores migrantes; un componente vital del consumo de millones de mexicanos económicamente vulnerables.

Basta lo anterior para asegurar el final de la estrategia económica de las últimas tres décadas. Pero hay dos tipos de fin. Uno es el pasivo, que no comprende lo que ocurre y aunque se queje no hace nada. El otro es el de los que reflexionan, participan y diseñan alternativas. Hasta ahora nos ubicamos en el primero.

Hemos iniciado un nuevo camino empedrado, por donde figurativamente no podrán correr las empresas tipo Ferrari que tanto hemos apapachado pero en las que pocos podían viajar. Para este nuevo camino necesitamos otro tipo de vehículos; empresas nacionales, tal vez de modelito no tan aerodinámico, pero capaces de acomodar a muchos, de levantar la producción y de orientarse a satisfacer las necesidades de la mayoría.

El verdadero problema es que los conductores que se encaramaron al volante del país lo hicieron con un discurso neoliberal que denostaba al modelo nacionalista, el de la substitución de importaciones, y que ellos llamaron paternalista e ineficiente. Pero ahora que se acabó la carretera para la élite financiera no lo aceptan, porque el fracaso del modelo hace irracional su permanencia en el poder. Es hora de un fuerte empuje democratizador.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Frente a Trump, aferramiento… o audacia

Jorge Faljo

Muchos esperaban que Trump suavizaría sus posiciones después de haber ganado las elecciones; ahora esperan que lo hará ya estando en la presidencia. La elección de su gabinete apunta a lo contrario; se prepara para arremeter con dureza en las diversas direcciones que apuntó en su campaña. Su lenguaje es agresivo y sus posiciones parecen cambiar. No es por incoherencia o estupidez. Es el estilo de negociación que él conoce y que empieza por golpear en muchos frentes, exigir demasiado y no revelar todas sus cartas. Actúa agresivamente pero sabe que está negociando.

Es vital descifrar a Trump y no estamos haciendo la tarea. También es necesario entender cuál es nuestra verdadera realidad y no cometer el error del auto engaño en la negociación en la que ya deberíamos estar inmersos.

Hemos dicho que tenemos una economía globalizada; es una palabra engañosa. Le vendemos el 83 por ciento de nuestras exportaciones a los Estados Unidos y tenemos un fuerte déficit comercial con China, de alrededor de 64 mil millones de dólares anuales.

Esas son las dos conexiones fuertes del país con el exterior; solo dos. Lo que da más idea de país puente, como dijo el presidente Peña, en el que de un lado (de Asia sobre todo) entran insumos que se ensamblan con mano de obra barata y del otro salen exportaciones a los Estados Unidos. Una verdadera globalización se representaría como una telaraña con hilos tendidos hacia todos lados de manera más o menos equilibrada.

Dependemos mucho más del comercio exterior que los Estados Unidos. Las exportaciones de México equivalen al 35 por ciento de nuestro producto, las de Estados Unidos al 12.5 por ciento del suyo. La nueva perspectiva mundial de bajo crecimiento del comercio internacional nos agarra en una posición de mayor fragilidad.

No solo Trump, sino todo el contexto internacional nos impone la necesidad de un viraje; solo que aquí parece que no sabemos leer las señales, más bien nos enojan y nos aferramos a pensar que regresaremos, algún día, al entorno de crecimiento previo a las grandes crisis centrales en los Estados Unidos (2008) y Europa (2010). Pero esas crisis y el hecho de que el planeta no se recupera de ellas, fueron las convulsiones y el rigor mortis de la globalización.

Aferrarnos a una estrategia condenada al fracaso es patético y arriesgado. Creer que podemos seguir en el rumbo globalizador sin los Estados Unidos es absurdo. China no tiene nada que ofrecernos.

Ante la emergencia se creó un grupo de alto nivel con varios secretarios de estado y líderes del senado y de los diputados para “dar seguimiento” al TLC, a la defensa de los migrantes y al comercio. Pero es un planteamiento meramente reactivo y no se enfoca en una estrategia de cambio de rumbo negociado.

El punto central del planteamiento de Trump es que no está dispuesto a tolerar un déficit de más de 50 mil millones de dólares anuales con México. Esto es lo que debe corregirse; lo demás, aunque importante, ocupa un segundo plano.

Ese déficit, que para nosotros es superávit, solo puede equilibrarse de dos maneras posibles. O México les compra más, o ellos, los norteamericanos, nos compran menos. Lo primero sería reforzar el TLC, lo segundo sería destruirlo. Trump ya planteó su propuesta en el encuentro con Peña: una estrategia de proteccionismo compartido para la defensa de los empleos en Norteamérica. Incluiría el incremento de salarios en México para desalentar la emigración. Nosotros le añadiríamos el rescate del campo.

Pero la respuesta que le hemos dado a Trump va de ignorar sus propuestas a insultarlo. Ante ello lo que hace es elevar la presión, y lo hará aún más.

Hay que tomar en cuenta que las exportaciones a Estados Unidos generan en México 2.7 millones de empleos directos y otros 7 millones indirectos. Perder una parte de ellos y que además nos regresen indocumentados sería un desastre. Proteger esas exportaciones, esos empleos, es prioritario y solo puede hacerse dentro del marco que Trump propuso. Nos guste o no.

Así que la solución va por el lado de comprarles mucho más a los Estados Unidos para equilibrar ese lado del puente. Sin embargo no podemos simplemente incrementar nuestras importaciones, no estamos en condiciones para ello. Así que tendríamos que comprar menos en el otro lado del puente. Lo que significa decirle a China que ya no toleramos el déficit de más de 60 mil millones de dólares. O ese país nos compra más, o nosotros tendremos que comprarles mucho menos. China no va a comprarnos más; es incompatible con su exitosa estrategia de substitución de importaciones.

El gran dilema se refleja en que no entendemos si Trump quiere fortalecer o destruir el TLC. La respuesta es que quiere equilibrar el comercio y eso se puede hacer de cualquiera de las dos maneras: fortaleciendo o destruyendo la relación comercial. Puede equilibrarse hacia arriba o hacia abajo. Las dos opciones implican transformaciones de gran magnitud.

Decidamos. Podemos aferrarnos a la ortodoxia neoliberal en una estrategia de mera resistencia ante golpes brutales para los que no estamos preparados.

O enviamos pronto, con hechos, el mensaje de que preferimos a los Estados Unidos como gran proveedor en substitución de China. Tendría que ir acompañada de una estrategia de fortalecimiento del mercado interno generadora de empleos urbanos y rurales. Desde esa perspectiva es posible negociar con Trump los puntos que son secundarios.

Aferramiento o audacia, los dos requieren planes y proyectos. No se negocia quebrando piñatas e insultando. Eso nos debilita.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Los trabajadores de Uber

Faljoritmo

Jorge Faljo

Uber nació en el 2009 para dar un servicio de transporte alternativo al de los taxis tradicionales. Su nacimiento se origina sobre todo en una buena idea. A partir de ella combinó las nuevas tecnologías de información digital que permiten que un gran número de personas cuente con teléfonos celulares y su localización, interconexión de internet continua, pago con tarjetas de crédito y más. Su plataforma conecta a quienes desean un servicio de transporte y a oferentes del mismo con la ventaja mutua de que ambos son plenamente identificables y carga el costo del servicio a la tarjeta de crédito que el usuario ha pre autorizado.

Sus ventajas son la mayor seguridad mutua entre chofer y usuario; el no requerir dinero en efectivo en el momento, el registro de la transacción, incluyendo horario y puntos de inicio y fin del recorrido, además de la posibilidad de emitir facturas.

El fundador de Uber escuchó la idea básica en una conferencia sobre el potencial de las nuevas tecnologías y la supo, con sus socios, instrumentar adecuadamente. Esto ha dado lugar a una empresa que se ha expandido exponencialmente, que hoy en día presta servicios en alrededor de sesenta países y está valorada en más de 70 mil millones de dólares.

Desde una perspectiva empresarial la idea es maravillosa. Un programa tecnológico conecta los celulares de choferes y usuarios y los primeros ofrecen el servicio de transporte con carros de su propiedad. Es decir que los principales elementos de la inversión, y el costo del servicio de internet y telefónico, no lo paga Uber. Pero el servicio de interconexión entre unos y otros le permite retener el 25 por ciento de la transacción con una inversión que en términos relativos es mínima.

Desde una perspectiva tecnológica el programa es comparable al Waze. Este último permite informar en tiempo real a un automovilista cual es la mejor ruta para llegar a su destino, el tiempo aproximado de llegada, la velocidad a que circula y si excede el máximo permitido, los obstáculos del camino, incluyendo policías, radares, cámaras de vigilancia y demás. Lo hace porque interconecta usuarios que con sus propios equipos proporcionan toda esa información. A diferencia de Uber, el Waze es gratuito; lo que da idea de los reales costos que tiene Uber y el generoso margen de ganancia con que opera.

La expansión de Uber no ha estado exenta de conflictos sociales y legales. Esa empresa revoluciona los servicios de transporte y es odiada por los taxistas tradicionales a los que hace competencia. También altera a fondo a la administración pública del transporte privado; en México sus choferes y autos no pagan por las placas de taxi, no se registran y pasan las pruebas de aquellos. De hecho substituye a la autoridad en los procesos de aceptación y registro de autos y choferes y en la fijación de reglas de admisión y uso.

Uber ha abierto el camino a nuevas formas de prestación de servicios y a nuevas formas de relación comercial y laboral. La empresa sostiene que lo que hace es interconectar agentes privados independientes y libres, cada uno con sus propios medios de trabajo.

Esto ha sido puesto en duda por aquellos que piensan que lo que ocurre es una nueva forma de relación laboral en detrimento de los trabajadores. No es exagerado decir que la discusión es mundial, porque Uber es ahora un fenómeno mundial.

En este contexto es de la mayor importancia la muy reciente decisión de la justicia británica en el sentido de que Uber es un patrón y los choferes cumplen con las características y condiciones suficientes para considerarse sus empleados. Los principales argumentos en que se basa la decisión jurídica son:

Uber decide si acepta o no solicitudes de servicio; entrevista y recluta a los choferes; controla, sin compartir con el chofer, la información clave del usuario; presiona a los choferes a aceptar viajes y destinos, incluso indeseables para ellos, excluye a los que no obedecen; fija la ruta de principio a fin (con ayuda de Waze o similares), establece la tarifa; impone el tipo de vehículo; instruye a los choferes sobre cómo hacer su tarea, incluyendo reglas de comportamiento social; califica su desempeño y ejerce procedimientos disciplinarios.

Es decir que para la justicia inglesa es innegable que los choferes de Uber son sus subordinados; empleados, para todos los efectos legales incluyendo las obligaciones patronales, de seguridad social y fiscales. Esto se aplica no solo a Uber y empresas de transporte similares; sino a nuevas formas de interconexión entre clientes y proveedores que se encuentran en rápida ampliación. Ejemplos de ellas son las empresas que surgen para dar servicios como recibir un carro, llevarlo a un estacionamiento y regresarlo al dueño en los puntos que el determina; también servicios de entrega de alimentos, de compras varias (flores o regalos por ejemplo), de paquetería rápida y demás.

La decisión de la justicia inglesa, ocurrida a principios de noviembre, habrá de pesar de manera substancial en el debate legal que se lleva a cabo en los Estados Unidos y en otros países en relación a estas nuevas formas de servicio y, dígase lo que se diga, de relación laboral.

Tan solo en Londres el asunto atañe a más de 30 mil choferes de Uber; dada la expansión de Uber en el mundo bien podríamos estar hablando de cientos de miles o millones de trabajadores.

La realidad se transforma a un ritmo acelerado y las normas deben por ello mismo modificarse de manera continua y también acelerada. Es tiempo de que en México vayamos tomando decisiones al respecto. Uber ha abierto una puerta que podría ser una caja de Pandora que desate males para los trabajadores más modernos. O, por el contrario, podría determinarse la manera en que una empresa tan moderna, exitosa y rentable, debe responsabilizarse de su relación laboral con trabajadores a los que controla a pesar de que son ellos los que ponen prácticamente toda la inversión.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Para vivir con dignidad

Jorge Faljo

De los cerca de once millones de mexicanos en pobreza extrema, que no tienen ingresos ni para comer lo necesario, la mayoría son trabajadores, e incluyo a los niños. Millones de ellos son empleados formales que ganan el salario mínimo, insuficiente desde cualquier perspectiva, sobre todo la constitucional que dice que debe cubrir todas las necesidades de una familia.

Según Coneval, organismo oficial, el salario mínimo de México es el más bajo del continente. Lo peor es la tendencia; en términos reales es apenas algo más de un veinte por ciento de lo que era en 1976 y en los últimos 10 años ha perdido la cuarta parte de su poder adquisitivo.

Según cifras de Banxico del 2008 a la fecha los empleos en México se han elevado en varios millones, sin embargo también señala que la masa salarial total es hoy en día inferior a la de hace ocho años. Los nuevos empleos no solo están debajo de la media de ingreso, sino que se están destruyendo los empleos con ingresos superiores a cinco salarios mínimos.

De 2014 a 2015 se crearon 428 mil empleos de menos de dos salarios mínimos y se destruyeron 148 mil empleos de más de dos salarios mínimos. Necesitaríamos generar algo así como un millón de empleos más al año para ir reduciendo gradualmente el enorme rezago que traemos. No solo no lo hacemos, sino que los que se crean se ubican en niveles literalmente de hambre.

En este contexto de mercado en deterioro no es de extrañar que no existan incentivos a la inversión, como no sea transnacional y para exportar. Lo que se complica porque en el último año nuestras exportaciones de manufacturas a los Estados Unidos y al resto del mundo han caído. Y es que el planeta sufre lo que se empieza a conocer como estancamiento secular, originado en una debilidad de la demanda generalizada. Lo dice el Fondo Monetario Internacional, la Organización Internacional del Trabajo, la Comisión Económica para América Latina y todos los que están un poquitín enterados.

El modelo económico se nos derrumba. Sacrificamos el bienestar de la población y lo llevamos a niveles de hambre con el pretexto de ser competitivos y ahora resulta que ni así.

Con lentitud pasmosa empezamos a discutir una posible elevación del salario mínimo pero la visión oficial sigue siendo la misma. El secretario del Trabajo, Navarrete Prida, acepta que suban los salarios siempre y cuando no se impacte la inflación proyectada para el 2017. Es el viejo truco de poner los bueyes detrás de la carreta; en lugar de elevar los salarios conforme a la inflación real y para mantener su poder adquisitivo, se propone que suban solo de acuerdo al deseo fantasioso de lo que debe ser la inflación el año entrante. Con este mecanismo se ha conseguido deteriorar el salario mínimo al extremo actual.

También se da a entender que los salarios crean inflación. Sin embargo en los hechos han seguido, con rezago las elevaciones de precios generadas por otros factores. Básicamente la entrada de capitales externos, la concentración del ingreso y el crédito a los estratos de mayor ingreso. La inflación que generan los de arriba la pagan los de abajo, los más pobres.

Pero Navarrete Prida pone otra condición. Resulta que la Coparmex, un organismo empresarial, propuso una modesta alza del salario mínimo para llegar a 89.35 pesos en 2017. No le gustó a la STPS y advirtió del riesgo de conflictos laborales de no haber un consenso entre todas, “todas”, las cámaras empresariales los sindicatos y el gobierno. Es una exigencia nueva y descabellada. Nunca ha existido consenso sino negociaciones tripartitas en las que el gobierno se alinea con los empresarios y obliga a los representantes charros a aceptar.

Para elevar los salarios mínimos bastaría que ahora la STPS se alineara con, digamos, la CTM, para elevar el salario mínimo. Por cierto la CTM pide que suba a 100 pesos la jornada.

Para ver la situación en perspectiva podríamos decir dos cosas; una es que solo multiplicándolo por cinco se alcanzaría el salario real de 1976. La otra es que Trump propone elevar el salario mínimo norteamericano de 7.20 a 10 dólares la hora. Veinte veces más que lo que la CTM propone aquí.

Y olvidemos el pretexto de la productividad. Nunca se elevaron los salarios mexicanos conforme a la productividad y lo cierto es que en gran número de establecimientos de servicios (bancos y cadenas comerciales) o de manufacturas (automóviles, acero, maquila y más) la productividad es similar o más alta que la de los Estados Unidos. De hecho se ha impedido que las transnacionales en México suban los salarios para no dar un mal ejemplo.

Ahora que Trump vino a México y le pidió a Peña que suba los salarios, puso a nuestras autoridades en un aprieto. Se vendría abajo, creen, el modelo económico explotador que de cualquier modo se viene abajo.

Queda el pretexto de la competitividad internacional. Cierto que quisimos competir con salarios de hambre; pero el hecho es que la devaluación de los últimos dos años bastaría para que los salarios subieran un 63 por ciento y siguiéramos siendo competitivos en ese renglón. En cambio elevar el salario en un cinco por ciento cuando se está esperando ese impacto inflacionario, o más, por la devaluación ya ocurrida equivale a decir lo de siempre; que en realidad no suban.

Un último argumento contra la elevación salarial es que se traduciría en mayores importaciones en un país que hasta la mitad de su comida importa. Pero el hecho es que el encarecimiento de las importaciones ya está generando una reorientación en la compra de equipos y de bienes de consumo en favor de la producción nacional. Hay que reforzarlo.

Elevar los salarios de manera que realmente empiecen a recuperar su poder adquisitivo podría convertirse en factor central de un nuevo modelo de reactivación de capacidades subutilizadas, de avance a la autosuficiencia alimentaria y de una estrategia de reindustrialización. Eso, sí al inevitable encarecimiento externo, le sumamos una cuidadosa administración de importaciones, y dólares.

Si eleváramos el salario mínimo un 15 por ciento real, es decir por arriba de la inflación, y eso se repitiera durante 12 años seguidos, al final de ese periodo apenas habría recuperado el poder de compra que tenía hace cuarenta años.

Basta de invocar el combate a la inflación. Esta es inevitable por la devaluación y no es culpa de los trabajadores y sus miserables salarios. Los motores del crecimiento sustentado en la injusticia y la violencia se apagan; hay que prender otros basados en la equidad y la paz.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Para que paguemos el muro

Jorge Faljo

Muchos esperaban que, ahora que Trump ganó las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, se aclararían muchas cosas; que terminaría la incertidumbre, para no decir, de plano, que cambiaría de tono y de propuestas. Pero las señales que manda, por ejemplo la elección de sus colaboradores, no corrigen sino que confirman las peores expectativas.

No obstante de nuestro lado, en México, predomina la incredulidad. No hemos terminado de asimilar los hechos y preferimos no creerlos. A esto le llamamos incertidumbre.

Un par de amigos bien ubicados en el mundo de las finanzas sostienen que las propuestas de Trump son imposibles de llevarse a la práctica; Wall Street, el poder del dinero, o Washington, el poder de los políticos, se encargarán de corregirlo y regresarlo al sendero del bien.

Algunos dicen que como buen político, no cumplirá lo que promete. Cuando se mencionan sus amenazas específicas, como expulsar a millones de mexicanos, lo menos que se hace es minimizarlas. Se nos recuerda que hay otras fuerzas, por ejemplo los gobernadores y alcaldes, que no le seguirán la corriente y, en todo caso, la situación no será peor que con Obama.

Vivimos en el no pasa nada. Pero otros se empiezan a preparar; por ejemplo la compañía Apple. En enero pasado Trump vociferó que obligaría a esa empresa a fabricar sus “malditas computadoras”, incluyendo celulares, en los Estados Unidos. Esta semana trascendió que la empresa les pidió a sus dos principales proveedores chinos que exploren la posibilidad de trasladar sus fábricas a los Estados Unidos. Al parecer por lo menos uno de ellos ya elabora, a regañadientes, un plan; aunque la producción le saldría más cara.

La incredulidad y la incertidumbre surgen de que el Donaldo no ha dado detalles sobre cómo piensa cumplir sus amenazas. Lo que contribuye a que su afirmación de que obligará a México a pagar la barda fronteriza sea recibida con el desdén habitual. Simplemente está demente, se dice.

Sí, pero es un demente peligroso y, en este caso por lo menos si existe algo que parece un plan para lograrlo. Por lo menos hay uno, muy muy sencillo, en su página de internet, Les describo de modo muy sintético, ese plan, y si les parece poco digno de creerse… allá ustedes.

Introducción. El “Acta Patriótica” norteamericana obliga a las instituciones financieras a requerir documentos de identidad a todo el que quiera abrir una cuenta bancaria o hacer una transacción financiera. También autoriza al presidente a fijar las reglas para su cumplimiento. Con este fundamento legal las acciones serían las siguientes:

Día uno. Basado en las prerrogativas presidenciales existentes: Se promulga un cambio de reglas para redefinir como entidades financieras a las empresas que transfieren fondos, como Western Union. Hacer una transferencia de dinero tendrá reglas similares a las de abrir una cuenta bancaria. Se establece, además, que ningún extranjero puede enviar dinero al exterior si no comprueba que se encuentra legalmente dentro de los Estados Unidos.

Día dos. México protesta, dice el plan, porque recibe unos 24 mil millones de dólares al año en remesas de mexicanos, en su mayoría indocumentados, que trabajan en los Estados Unidos. Esto es muy importante para ese país (el nuestro) porque sirve como una red de seguridad social para los más pobres; lo que no provee el gobierno. Así que hacer un pago por única vez de entre 5 mil y 10 mil millones de dólares le conviene a México.

Día tres. Se le dice al gobierno de México que si le paga a los Estados Unidos esos fondos para construir el muro este cambio de reglas no se hará efectivo.

Además: se establecerán aranceles a las importaciones provenientes de México y/ o se cumplirán al pie de la letra las reglas existentes; se cancelarán visas de turismo o negocios a personajes de alto nivel en la economía mexicana; y se elevará el costo de las visas y de la expedición de tarjetas de cruce de la frontera.

El plan se redondea con una cantaleta sobre el derecho soberano y moral de los Estados Unidos para aplicarle este plan a un país (México) que se aprovecha de ellos.

Hasta aquí mi síntesis de un plan que, de llevarse a cabo, colocaría a la actual administración entre la espada y la pared.

Supongamos que el gobierno de Trump sigue el plan y el gobierno de México no acepta pagar. Entonces muchos, tal vez millones de indocumentados intenten enviar dinero a sus familias por otros medios. Tal vez con “burreros” que vendrían del norte y que se expondrían a fuertes peligros. De hecho las ciudades del norte y las carreteras se volverían más peligrosas para todos; porque el crimen organizado no podría distinguir a los emisarios cargados de billetes del resto de la población.

De cualquier manera que se intente enviar dinero a México, se volvería más difícil, arriesgado, caro y peligroso. El gobierno podría instrumentar una contramedida audaz: convertir a los consulados en cajas de recepción y envío del dinero. Pero no me lo creo porque el desafío al Donaldo sería fuerte y porque los compas no le tendrían confianza. La mula no era arisca…

O esta administración podría aceptar pagar. Y sería el acabose; la población se sublevaría contra el equipo de pusilánimes que se atreviera a pagar la barda. No nos sublevamos si se lo roban; pero ¡que no se atrevan a pagar!

Así que podría ocurrir que a los más pobres y vulnerables de aquel lado, los indocumentados, y de este lado, sus familias, les toque sufrir todavía más. Lo que bien podría ser aceptable para ambos gobiernos.

sábado, 12 de noviembre de 2016

La derecha rebasada por la ultra derecha

Jorge Faljo

La globalización empleó al crédito como mecanismo substitutivo del ingreso de salarios e impuestos. Fue su gran “secreto”. Los espacios industriales de tecnología de punta pudieron expandirse y vender prestando sus ganancias excesivas para generarse demanda.

La revolución Thatcher – Reagan redujo los impuestos a las empresas a las grandes fortunas. Así que los gobiernos recurrieron a los préstamos que los privados ofrecían para hacer como que seguían funcionando.

El incremento acelerado y concentrado de la productividad se tradujo en pocos empleos. Y la falta de oportunidades y alternativas obligó a los trabajadores a aceptar pagas exiguas y jornadas extenuantes.

Produciendo mucho pero pagando poco a gobierno y trabajadores el desequilibrio creciente entre oferta y demanda habría impedido la globalización. Pero el problema se resolvió prestando a los grandes demandantes: gobiernos centrales, países y gobiernos en desarrollo, asalariados y clases medias.

El truco funciona pero tenía que agotarse cuando los deudores llegaron a sus límites de su solvencia y empezaran a no pagar. Cuando los prestamistas ya no pudieron cobrar las deudas hipotecarias o a los gobiernos en quiebra del tercer mundo, o de Europa aprendieron la lección y dejaron de prestar sin ton ni son. En ese momento se llegó a la cúspide del avance exitoso de la globalización y empezó su declive.

Se le puede poner fecha, fue entre 2008 con la crisis hipotecaria norteamericana y 2010 con la crisis de deuda soberana en Europa. De entonces para acá la globalización agoniza. Hemos entrado en lo que el Fondo Monetario Internacional llama “estancamiento secular” y ahora ya es lugar común decir que el problema de fondo es la debilidad de la demanda. Es débil porque nace débil, pero ahora ya se nota a gritos porque dejó de recibir el oxígeno del endeudamiento neto. Ahora el endeudamiento es vil reciclamiento que no da poder adquisitivo.

La globalización agoniza pero patalea; está condenada pero amenaza con arrastrar al planeta y a los pueblos al abismo. Y en ese pataleo da sorpresas. Una es que es en las capitales financieras de la globalización, en sus espacios supuestamente más exitosos, donde la población ha logrado hacerse oír en contra.

A pesar del lavado de cerebro globalizador, de las mentiras presentadas como tecnicismos económicos, y de las amenazas catastrofistas, con las recientes elecciones en Estados Unidos de América, la población votó en contra de las elites políticas y económicas. No quiere esto decir que ha triunfado; es más bien parte del proceso agónico y el hacerse oír solo significa, de momento, que arrojó una piedra en la maquinaria con lo que introduce un desorden necesario pero también peligroso.

La segunda gran sorpresa ha sido que la derecha neoliberal ha sido rebasada por la ultra derecha anti neoliberal. Esta última supo leer el profundo descontento de la población; sabe que los empobrecidos tienen razón y que constituyen una fuerza política que conviene administrar. También sabe que la globalización ya no da para más. Resultado que debimos prever, pero no lo hicimos: se han apoderado de la bandera anti globalizadora en Europa y los Estados Unidos. Luego, muy probablemente lo harán en América Latina.

Esto ha dejado pasmadas a las izquierdas neoliberales de Europa, América Latina, y por supuesto, México. Permanecer dentro del cauce neoliberal ha terminado por hundir a las izquierdas. El mensaje de los pueblos es que no quieren medias tintas. Entre un Trump que dice que todo está mal y una Clinton que dice que todo marcha bien la elección fue la más cercana a la verdad.

Trump rebasó por la ultra derecha a los republicanos y transfiguró ese partido en anti globalizador con la idea de que eso bastaría para satisfacer a la población. Con esa bandera se apresta a instrumentar salidas falsas, meras distracciones, mientras que protege las grandes fortunas y privilegios de la minoría.

Muchos republicanos descontentos emigran hacia el partido demócrata que quedó también transfigurado en defensor de la globalización supuestamente amable, de izquierda. Pero ya no hay espacio para esa amabilidad; a la globalización se le corre el maquillaje, huele a cadáver. Por ende ya no hay espacio para una globalización de izquierda.

El partido demócrata, supuestamente izquierdoso pero globalizador, ya no tiene ninguna posibilidad de ganarle a la ultra derecha antiglobalizadora. Lo que obliga a recomponer a fondo las piezas del ajedrez político norteamericano.

Lo que ahora urge es una izquierda también anti globalizadora. Eso apenas existe, pero las condiciones están puestas. Han comenzado las protestas anti Trump, que se incrementarán con sus primeras acciones antipopulares: bajar impuestos a los ricos, destruir los avances de Obama en el sistema de salud.

Confiemos en que las raíces democráticas de esa nación permitirán la pronta reconfiguración de dos bandos políticos radicalmente diferenciados y ambos fuera del dogma neoliberal. Eso en lugar del anterior amasiato demócrata y republicano donde ambos partidos estaban esencialmente de acuerdo en el camino globalizador.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Abajo la globalización

Jorge Faljo

Ese es el mensaje contundente del pueblo norteamericano; eso es lo básico que hay que entender. Fue también el mensaje del pueblo británico cuando votó a favor del Brexit. La revuelta no surgió de los pueblos del tercer mundo. Fue en las capitales financieras del planeta; en los países líderes de la globalización, en los más industrializados donde afortunadamente cuentan con democracias relativamente funcionales donde sus pueblos han gritado su exigencia de cambio a fondo, verdadero, sin medias tintas.

El triunfo de Trump fue una sorpresa y ha dejado muy mal parados a las agencias encuestadoras y a los grandes medios. Dos factores destacan en este fracaso; uno es que las encuestas reflejan los sesgos de los propios diseñadores; y más los medios ligados al establishment político - económico. Pero más importante fue que muchos ocultaron su verdadera preferencia, en parte por la personalidad de Trump y en parte porque su intención de voto iba en contra del discurso neoliberal políticamente correcto.

De ninguna manera supongo que Trump será un buen presidente. No tiene la madera para ellos y muchas de sus propuestas, como bajar impuestos a las empresas o deteriorar el sistema de salud, son nefastas. Pero eso no impide reconocer que el pueblo norteamericano se expresó democráticamente y que no se le puede tachar de tonto o ignorante. Sus razones para exigir mucho más allá de un mero cambio de figura presidencial, sino todo un cambio de modelo económico, son poderosas e irreprochables.

Lo que ha habido son décadas de empobrecimiento de la mayoría; deterioro de sus viejas ciudades industriales hasta el nivel de ruinas abandonadas; pérdida de ocho millones de los veinte millones de empleos manufactureros que llegó a tener; caída generalizada de los salarios reales y familias que tienen que contar con dos o tres trabajadores, en vez de uno solo, para poder sobrevivir y, lo peor, un enorme sector de su población que redujo en varios años su esperanza de vida.

Cierto que la vía de escape no es clara; pero es innegable que el camino que les impusieron las elites era insoportable. Así que el pueblo norteamericano aprovechó como pudo la oportunidad de votar contra toda su estructura dirigente (establishment le dicen), gracias a alguien que se coló en el juego. No es seguro que Trump entienda bien a bien el mandato que ha recibido; lo que el pueblo quiere. Lo interpreta desde su óptica de magnate. El camino transformador apenas ha empezado por el derrumbe de lo viejo pero a ese pueblo le queda mucho por hacer, y el camino estará sembrado de trampas.

Pero vayamos a lo nuestro. No es seguro que aquí en México el mensaje vaya a ser entendido prontamente. La reacción inmediata de nuestra elite dirigente ha sido sumamente convencional. Meade simplemente dijo lo de siempre, que hemos seguido una política financiera y que las reservas alcanzan para cubrir toda la cartera financiera de los inversionistas extranjeras. Olvidando por cierto que las anteriores corridas del capital han sido encabezadas por los inversionistas mexicanos. Un absurdo porque lo peor que podrían hacer es intentar parar una fuga de capitales y endeudar al país con la línea de crédito flexible para darles dólares a las elites asustadas.

La canciller mexicana, Claudia Ruiz Massieu, reafirmó el compromiso de México con el libre comercio. Hace unas semanas, en lo que parecía una respuesta a las propuestas de Trump dijo que no era conveniente la renegociación del TLC y que todo cambio sería por la vía del nuevo tratado TPP. Esto es parte de lo que va a tener que ser revisado por el gobierno de México.

El equipo de Peña Nieto sintió una inicial simpatía por un candidato de ultraderecha en los Estados Unidos. Alguien que, a diferencia de Clinton, no parecía tener mayor interés en el respeto a los derechos humanos, la corrupción o, en general, el estado de derecho en México.

Sin embargo, cuando escucharon de viva voz las propuestas de Trump se dieron cuenta que atentan al corazón del modelo neoliberal itamita que los ha encumbrado. Prefirieron no escuchar.

Ahora que Trump ganó habrá que apechugar. Lo mejor será revisar con cuidado lo que el ahora presidente electo de los Estados Unidos le dijo en directo al presidente de México y preparar un verdadero plan b. No uno meramente financiero, sino que vaya a las cuestiones de fondo, las de la economía real: producción, inversión productiva, generación de empleos, salarios, mercado interno y relación comercial con el resto del mundo.

Me salto el rollo del muro y la presunción inaceptable de que los mexicanos lo tenemos que pagar. Hubo además otras ofensas y amenazas que espero que no pueda cumplir. Pero eso no debe evitar la reflexión sobre sus propuestas “positivas”, que sospecho fueron las que realmente ofendieron a nuestra elite. Menciono dos.

Actualizar el TLC para conservar la industria y el empleo manufacturero en nuestro hemisferio, es decir en México y Estados Unidos. Elevar los salarios y mejorar las condiciones de trabajo en los dos países.

Esas dos propuestas de Trump tienen profundas implicaciones para México. Una es que debemos preferir ser clientes de la manufactura norteamericana y no, como es el caso, de la proveniente de China. Implica para nosotros una fuerte administración de las importaciones, incluyendo posiblemente la imposición de aranceles. Pero no se trata de ceder, como ocurrió con la negociación del TLC y la apertura comercial de México. Sino de llevar una renegociación dura que nos deje amplios espacios para una estrategia de substitución de importaciones (chinas) y fortalecer nuestro carácter de proveedor de insumos y productos industriales (automóviles, el mejor ejemplo), de los Estados Unidos.

Si se trata de ya no expulsar mexicanos habrá que reabrir espacios al desarrollo rural. Será parte fundamental de la renegociación.

La mejora laboral en México es esencial, en la perspectiva de Trump, para desalentar la emigración. Nos llevaría a recolocar la vía de desarrollo en la ampliación del mercado interno, como en las décadas de crecimiento acelerado.

Así que, a diseñar y negociar un verdadero Plan B, porque el que adoptamos falló de aquel lado, falta que eso lo entendamos aquí.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Trump, el destructor

Jorge Faljo

Estamos inquietos, expectantes, como lo está mucha gente en todo el mundo, sobre la decisión que tomará el pueblo norteamericano el próximo martes. La mayoría de las encuestas y de los analistas predice que ganará Hillary Clinton, pero su escasa ventaja deja un espacio para la duda. ¿Y si Trump le arrebata el triunfo?

Después de la pifia de invitarlo y darle trato presidencial, la posición del gobierno mexicano ha sido clara, fue un error y finalmente la preferencia es clara por Hillary Clinton. Tal vez, entre otras cosas, porque lo que vino a decir en persona, a unos cuantos pasos del presidente Peña Nieto, no fue del agrado de nuestras autoridades. No tanto lo del muro, que en buena medida ya existe y donde no, lo que hay es un desierto que cada año asesina a decenas de mexicanos. Y no se hable de las dificultades de atravesar este país para llegar al norte vivo y sin ser despojado.

No, lo que vino a decir Trump es suban los salarios de los mexicanos. No creo que porque le interese nuestro bienestar, sino porque sabe que de otro modo la producción norteamericana no puede competir con la mexicana, ni puede disminuirse el atractivo de la migración.

Creo que Trump perderá, y merece perder, no por lo terrible de sus propuestas económicas, que no lo son tanto, sino por problemas de personalidad. Racista, misógino y con valores morales de plastilina.

Allá como aquí sus propuestas no gustaron. ¿Cómo está eso de impedir que los corporativos norteamericanos coloquen sus fábricas en China y en México? Ese era su verdadero atentado contra los que deberían ser sus socios capitalistas; pero no lo son porque él no puede producir en China; es un agente inmobiliario y los bienes raíces no son exportables.

Su propuesta es también un atentado contra la estrategia económica mexicana; precisamente basada en ponerle alfombra a las empresas extranjeras: darles el terreno, construirles la carretera y el espolón de ferrocarril, el parque industrial hecho a modo y ahora declarado zona económica especial. Con una sola restricción; que las empresas extranjeras no suban salarios para no poner el mal ejemplo.

Pero si sus propuestas no gustaron fue fácil hacerlas a un lado, por la vía de no debatirlas. Trump lo facilitó aquí y allá. Se puso de pechito para que en lugar de un debate sobre estrategias económicas pudiéramos darnos por ofendidos por sus innegables defectos personales.

Tal vez el peor es el de ser imprevisible; el de cambiar de opinión con un oportunismo sin límite. Lo que pone a temblar al mundo porque su falta de tacto y diplomacia, sumadas a su volubilidad, podría provocar muchos problemas.

A pesar de todo, conociéndolo, cerca de la mitad de los electores norteamericanos dicen que votarán por este sujeto que ha sabido ofender hasta a los cristianos evangélicos que son el corazón del “tea party” republicano. Votarán por Trump con la rabia de los que deciden que ya basta de una lenta agonía y es mejor jugarse el todo por el todo. Más vale la incertidumbre que la certeza de lo que ya se conoce.

Es como ir perdiendo en el ajedrez y mejor, de un golpe, tirar las piezas. En eso ha sido maestro Trump; en tumbar las piezas. Impulsado por sus electores fue destruyendo a cada uno de sus contendientes políticos tradicionales. Desvistió al partido republicano, y lo reveló como hipócrita, al llevar su ideología al extremo; él, el racista, misógino y mal hablado, que presume de no pagar impuestos, se convirtió sin mucha dificultad en su verdadero representante.

Trump ha expuesto al aire los entresijos de un sistema electoral amañado, al servicio de la riqueza y el poder, pero que sabía navegar con aire de pureza democrática. También rompió con el mito neoliberal de las bondades del libre comercio.

El Donaldo es un chivo en cristalería. Pero ha sido un chivo útil. Lo que ha destrozado merecía ser destrozado. La situación ya no puede desandarse; los norteamericanos se han asomado a ver el lado feo de su propia personalidad nacional; el lado egoísta de su economía; el lado hipócrita de sus sistema político.

Ahora saben que dejaron de ser el país del sueño americano, de la igualdad de oportunidades, de la democracia transparente y del bienestar general. Y saberlo es un paso sin retorno; no hay regreso a la autocomplacencia. O se hunden en la depresión, que no lo creo. O afrontan el problema con la decisión que también los ha hecho un gran país.

Trump abrió el paso al cambio. No porque sea un gran hombre, sino precisamente porque a pesar de su pequeñez personal se encuentra a un paso de encumbrarse a la posición de presidente de los Estados Unidos. Los norteamericanos ahora se preguntan cómo es posible que dos candidatos que la mayoría desprecia son sus únicas alternativas. Hillary porque en esta lucha singular quedó como representante de Wall Street. Trump porque supo hacer aflorar la rabia contenida en el subsuelo social norteamericano y usar esa fuerza para tirar las piezas del tablero.

No ha terminado su tarea destructiva; ahora amenaza con no reconocer los resultados de las elecciones del martes. Y eso puede alentar múltiples mini revueltas en un país armado hasta los dientes y donde la policía y su sistema de justicia ya se encuentran desprestigiados.

Tal vez la tarea de Trump termine el próximo martes y después de ese día la clase política y la sociedad toda tendrá que reconsiderar sobre todos los trapitos sucios ahora visibles; como recomponer el tablero económico para generar empleos dignos y salarios adecuados; el tablero social hacia una mayor equidad y paz interior; y el tablero político para una democracia verdaderamente transparente y eficaz donde los que ganen sean los mejores.

Si Trump se ve obligado a despedirse el martes de cualquier modo deja muchas tareas pendientes. Pero también podría ocurrir que el pueblo norteamericano de una sorpresa a sí mismo y al mundo.

En este caso urge que nuestra elite dirigente tenga afinado un plan B. Aquí también habrá que recomponer todo.

sábado, 29 de octubre de 2016

Miedo al Populismo

Jorge Faljo

No es fácil definir al populismo. Por etimología se trataría de una posición cercana a los intereses del pueblo. En la práctica se expresa como reproche a las elites y en propuestas de cambio radical de las estrategias que les han permitido beneficiarse de manera unilateral y en contra de los trabajadores y de los excluidos.

El populismo tiene expresiones diferente y hasta contradictorias. Bernie Sanders, que contendió con Hillary Clinton por la candidatura presidencial del partido demócrata, representa un populismo de izquierda. El de Donald Trump es de derecha. Ambas posiciones tienen puntos en común: critican a las elites por haber abandonado al pueblo norteamericano; a los tratados de libre comercio por la pérdida de empleos manufactureros; y el enriquecimiento desmedido del uno por ciento de la población, o sea la elite, en contraste al empobrecimiento de la mayoría.

Los populismos de Sanders y de Trump tienen un diagnóstico similar y ambos se oponen al libre comercio y enfatizan la defensa de su producción manufacturera y sus empleos. Sus diferencias principales radican en las políticas sociales y fiscales (salud, educación, impuestos). Noam Chomsky, un brillante analista norteamericano propone que después de estas elecciones podría configurarse un partido en el que puedan aliarse los seguidores de Sanders y los de Trump.

Trump tiene su base social en la clase trabajadora blanca sin estudios universitarios; un grupo que ha sufrido lo peor del deterioro salarial de los últimos cuarenta años más la pérdida de ocho millones de empleos manufactureros bien pagados. Es el grupo más afectado por la desindustrialización de las ciudades y empresas medias y pequeñas de los Estados Unidos.

Sanders por otra parte, tiene su base social sobre todo entre la juventud; los menores de cuarenta años, muchos de ellos estudiantes o recién graduados y sobre los que pesa una deuda colectiva de más de un billón de dólares (trillion en inglés). Pidieron crédito para pagar sus estudios y al salir de la universidad no encuentran un empleo que les permita hacerle frente. Las deudas de esta juventud educada se convierten en un obstáculo a la posibilidad de rentar una vivienda y formar una familia. Es un problema que reduce su perspectiva de bienestar por abajo de la de sus padres.

El populismo no es una expresión exclusiva de los Estados Unidos; se propaga en Europa con crecientes sectores de la población que se oponen a la integración económica global y reclaman soluciones controladas nacionalmente. Es el reclamo de una mayor capacidad para tomar decisiones locales, en contra de la tecnocracia que se apoderó de la conducción de Europa.

Hoy en día Jean Marie Le Pen, que preside un movimiento que desea recuperar una moneda nacional para Francia, se opone a la inmigración y es favorable al proteccionismo industrial, Jean Marie es dos veces más popular que François Hollande, el presidente de Francia. Bien podría conquistar la presidencia de su país en 2017.

En Austria un partido similar estuvo a punto de ganar las elecciones hace unas semanas y de hecho podría, aunque es improbable, ganarlas el próximo diciembre debido a que la votación será repetida en una pequeña región geográfica.

La importancia creciente del populismo en los Estados Unidos y Europa se manifiesta también en el diagnóstico, las medidas de prevención y el miedo que es ahora parte del discurso del Fondo Monetario Internacional.

En su último informe sobre Perspectivas de la Economía Mundial, Maurice Obstfeld, economista jefe del FMI, destaca que tras ocho años de la Gran Recesión la recuperación sigue siendo precaria y amenaza convertirse en un estancamiento persistente, particularmente en las economías avanzadas. Es un contexto propicio, dice, para la adopción de medidas populistas a favor de restringir el comercio internacional. A las que, claro está, se opone.

Tal perspectiva está logrando introducir consideraciones inéditas al diagnóstico económico del FMI, ahora preocupado por la falta de crecimiento de los salarios y el aumento de la desigualdad que, dice Obstfeld, crearon la percepción de que se benefició en exceso a las elites y a los dueños del capital. Su uso de la palabra percepción intenta minimizar el hecho, pero al menos lo empieza a preocupar.

Ahora Christine Lagarde, directora general del Fondo, habla de la “transición inclusiva” de la economía y propone una distribución equitativa de los beneficios del crecimiento. Para ello hay que mitigar los efectos negativos de la globalización y conseguir que todos se beneficien.

Este giro de los planteamientos del FMI es loable, aunque llega a destiempo, cuando los impactos negativos son evidentes y eso que ocurrieron en condiciones de buen crecimiento económico. ¿Cómo plantear ahora el reparto equitativo de los beneficios en la nueva perspectiva de estancamiento generalizado?

Dos conclusiones derivo de las tendencias descritas: que el populismo llegó para quedarse y que el miedo no anda en burro.

sábado, 22 de octubre de 2016

Jaloneos presupuestales

Jorge Faljo

Se aprobó el paquete presupuestario público para el 2017 con un fuerte recorte al gasto público. Se responde así, lo dijo Hacienda, a la perspectiva negativa que le asestaron las calificadoras Moody´s y Fitch a la evolución de las finanzas públicas. Había que frenar el acelerado ritmo de endeudamiento de los primeros años de esta administración de manera que no se amenazara, ni con el pétalo de una rosa, pagarlo en el futuro.

El costo para los mexicanos será bastante alto. El deterioro en los servicios de salud, educación, transporte y otros básicos bajan los niveles de vida y empujan, a los que pueden, a servicios por su cuenta. Más allá de renglones específicos, el sector público es el principal generador de demanda de la economía y apretar sus inversiones, consumo y los salarios que paga tiene un efecto negativo en toda la economía. Al ajustarse el cinturón aprieta el de todos los demás.

La caída en la inversión pública desalienta a la privada. Esto en un contexto de larga y desesperante debilidad del mercado interno. Se han perdido millones de puestos de trabajo que pagan más de cinco salarios mínimos para ser substituidos, si bien nos va, por otros que pagan menos.

Por todos lados se contrae la demanda y esto es precisamente lo que en el mundo y en México está obstruyendo el funcionamiento de la producción. Cuando teníamos un estado fuerte crecíamos al seis o siete por ciento anual; en las últimas décadas, con un estado semiderruido apenas nos arrastramos.

El paquete fiscal se aprobó sin discusión. El mayoriteo progubernamental impidió revisar más de un centenar de propuestas. Tenemos un congreso sin la altura necesaria para darse el tiempo de reflexionar y analizar. ¿Importa que México tenga una captación fiscal de apenas la mitad del promedio de los países de la OCDE? Este país es, como lo dijo Alicia Barcena, mexicana dirigente de la CEPAL, un paraíso fiscal.

Lejos de lo relevante, los medios y parte de la oposición destacan que al presupuesto se le añadieron, de último minuto, 51 mil millones de pesos originados en modificaciones al cálculo del precio del dólar, la producción petrolera y la eficiencia recaudatoria. Pero el paquete económico establece ingresos por cuatro billones 888 mil 892 millones de pesos y en esa perspectiva el añadido no es más que un miserable 1.04 por ciento del total. Pero, sacado de la manga, consigue distraer del asunto de fondo: si el otro 99 por ciento es un presupuesto adecuado a los requerimientos del país en esta coyuntura.

Todas las voces parecen opinar que no; que el presupuesto no basta. Lo dicen los gobernadores estatales, las universidades, lo murmuran las distintas secretarías y entidades públicas. Lamentablemente cada uno de ellos se refiere a su propio sector y no asciende a la visión de conjunto. La Secretaría de Hacienda logró dividir a sus opositores y convertir la negociación, si así se le puede llamar, en un pleito de cobijas en el que cada uno jala para su lado y no logra ver lo evidente: que a todos les falta y que el presupuesto es insuficiente en su conjunto.

Si se unificaran en la discusión tendrían que haber derivado a ¿cómo elevar los ingresos públicos? Y al gran asunto de eliminar la opacidad y alta discrecionalidad con la que se maneja Hacienda. Recordemos que, contra la práctica habitual, este asunto fundamental es responsabilidad de la Cámara de Diputados. Función que rehúye y nos condena a una democracia de utilería.

Compararnos con otros países permitiría identificar lo que aquí no se grava y nos debilita. Es posible incrementar el ingreso sin disminuir el consumo de la población; eso solo endurecerá el estancamiento económico y el empobrecimiento mayoritario. En lugar de ello, cobrar, con estándares internacionales impuestos a la riqueza no productiva, la producción monopólica y las importaciones destructivas de la producción interna. Romper tabús. ¿Ignoran nuestros legisladores que Francia acaba de imponer altos aranceles a las importaciones de acero chino con la finalidad explicita de proteger su producción?

Otros países, y hablo de Estados Unidos, Japón y Europa, han sido pragmáticos y han seguido políticas monetarias de creación de dinero que han atenuado el yugo de la deuda pública y el pago de intereses.

Pero en esta discusión presupuestal no hubo visión crítica sobre un presupuesto en el que el ingreso gubernamental se salva por la vía del diferencial del precio de las gasolinas importadas y el precio al público. Si hemos llegado a esto, por qué no fincar impuestos a otras importaciones. No para seguir como estamos, sino para levantar a producción manufacturera interna.

El sabor amargo que deja este paquete económico, y los estragos que habrá de causar podrían, ojalá, acelerar el ambiente de transformación política que se empieza a respirar. Tenemos ya sobre la mesa propuestas concretas para encaminarnos hacia un sistema político parlamentario que elimine el autoritarismo de quienes no logran más de la tercera parte de los votos. Hay que obligar a los actores políticos a la negociación y la búsqueda de consensos, sobre todo cuando nos encaminamos al 2018 con un desprestigio masivo de los partidos y sus candidatos.

Por otra parte la decisión del EZLN de llevar a cabo una consulta indígena y popular para, posiblemente, presentar una candidata indígena en las presidenciales del 2018 es muy importante. Hace dos aportaciones al contexto político nacional: su vinculación indisoluble con los intereses de los marginados, y la experiencia del exitoso duelo de ingenio y substancia que le permitió sobrevivir y adquirir presencia internacional. Es desde abajo que puede surgir calidad en la discusión pública y en el proceso de selección de candidatos de los otros partidos. ¡Bienvenidos!


sábado, 15 de octubre de 2016

Dinero desde un helicóptero

Faljoritmo

Jorge Faljo

La economía mundial se encuentra estancada y sin perspectivas de mejora. Por lo contrario, todo hace prever que sus problemas de fondo se mantendrán. El mayor de ellos, en el que convergen los demás es lo que el Fondo Monetario Internacional ha llamado “demanda reprimida”; un asunto que abordé la semana pasada.

El hecho es que por una parte la población no cuenta con los medios para comprar todo lo que se puede producir y ofrecer en el mercado, mientras que, al mismo tiempo, la capacidad de demanda, es decir la riqueza se acumula en muy pocas manos. Lo cual genera una demanda muy sesgada.

No hay suficiente poder de compra para adquirir mercancías de consumo generalizado y por ello han bajado de precio los energéticos, metales y minerales, manufacturas y alimentos. En el otro extremo hay una alta inflación de bienes de consumo suntuario de muy alto nivel: obras de arte, viviendas o yates que valen decenas de millones de dólares.

La falta de consumo tiene un impacto negativo en la rentabilidad de la mayoría de las empresas y a muchas las lleva a la quiebra; en primer lugar, a aquellas que son las que emplean más mano de obra, mientras que sobreviven las de alta tecnología y robotizadas.

Es un problema de tal magnitud que está obligando a los economistas, incluso a los que se ubican en espacios de ortodoxia económica, a pensar en mecanismos novedosos para enfrentar el problema.

Una de estas formas fue, en los últimos años, la generación de dinero para recomprar deuda gubernamental y/o financiar directamente el gasto público. Se inyectaron grandes cantidades de dinero en los circuitos financieros y se facilitó el pago de los endeudados de los Estados Unidos, Europa y Japón.

Sin embargo, ese dinero fue “capturado” por los circuitos financieros y tuvo poco impacto permanente en la capacidad de consumo de la mayoría de la población. La mayoría siguió en la ruta del empobrecimiento. Al mismo tiempo los conglomerados empresariales se sentaron en sus fortunas sin tener la suficiente imaginación o ganas para invertir.

Ahora, poco a poco se difunde la idea de generar dinero para entregarlo directamente a la población. Para impulsar la idea se recurre a citar a uno de los apóstoles de la ortodoxia neoliberal, Milton Friedman, que por allá de 1968 expresó la idea de manera metafórica como la posibilidad de que desde un helicóptero se arrojaran billetes de mil dólares a la población.

No era en realidad la primera vez que se proponía algo así por parte de un economista de gran importancia. Keynes, otro renombrado economista, propuso hace más de medio siglo, y un poco en broma, que el gobierno enterrara dinero y la población trabajara en excavarlo para de ese modo crear empleo y demanda.

Claro que los que ahora retoman estas ideas proponen formas más serias de distribuirlo. Una sería regresar impuestos a los trabajadores; pero beneficia solo a los que ya tienen empleo. Otra forma sería instituir un ingreso ciudadano garantizado al que todos accederían por el simple hecho de existir, lo que garantizaría el derecho a mínimos de alimentación, vestido, transporte y vivienda.

Ya existen avances en ese sentido en la mayoría de los países. Transferencias monetarias en favor de la población en pobreza extrema, individuos de la tercera edad, madres solteras u otros grupos vulnerables.

Existen obviamente los férreos opositores a expandir este tipo apoyos. Unos lo hacen desde una perspectiva moral: el sustento debe ganarse con esfuerzo, sudor y lágrimas. Lo que me lleva a recordar que mientras un trabajador mexicano labora en promedio 2,200 horas al año, un alemán lo hace solo 1,600 horas.

Otros combaten la idea del reparto de ingreso con el fantasma de la inflación desatada. Idea incongruente cuando precisamente el problema de la economía mundial es la escasez de demanda frente a la abundancia de mercancías en las bodegas.

Otro argumento en contra es que debido a la incertidumbre la población preferiría ahorrar ese dinero en lugar de incrementar su consumo. Sin embargo, sería fácil evitar este riesgo. El dinero se puede repartir en forma de vales que caduquen en un par de meses, o colocarlo en tarjetas electrónicas que reduzcan el monto disponible cada semana. Si no se gasta se pierde.

Dejo para el último los dos principales argumentos a favor de la propuesta de generar dinero y distribuirlo directamente a la población. Un argumento es que las grandes empresas se resisten a reducir sus ganancias y acumulan riqueza a la que no le dan destino productivo; es más fácil crear dinero y repartirlo a la población que expropiárselo a los muy ricos mediante impuestos. Sería un mecanismo de redistribución del ingreso que fortalecería la equidad y la paz.

El segundo argumento es que el avance tecnológico lleva irremisiblemente al planeta hacia el desempleo mayoritario. El trabajo escasea cada vez más. Frente a ello debemos considerar reducir el número de horas de trabajo; para empezar, no trabajar más que los alemanes o los holandeses. Digamos semanas de 30 horas. Lo que se complementaría con el reparto de ingresos a toda la población para equilibrar la demanda con la oferta real y potencial que ya existe y está en espera de que la gente tenga el recurso para comprar.

La vida no tiene que ser un valle de lágrimas; avancemos en la construcción de un paraíso.

sábado, 8 de octubre de 2016

Montañas de lana

Jorge Faljo

El recién publicado “Panorama Económico Mundial” del Fondo Monetario Internacional –FMI-, está dedicado a la “Debilidad de la Demanda, Síntomas y Remedios”. Siguiendo lo que ya otras organizaciones internacionales habían señalado, ha colocado como eje analítico del estancamiento económico global a la insuficiencia de la demanda.

Porque capacidades para producir hay muchas y, dados los avances tecnológicos, estas siguen potenciándose en nuevos complejos industriales con tecnologías de punta. La digitalización de la información evoluciona ahora hacia la robótica y apunta a las fábricas de alta productividad sin trabajadores. Oferta sobra.

Lo que falla es la demanda. Con menor creación de puestos de trabajo por unidad de mercancía generada se ha creado una sobreoferta de trabajadores a los que se les puede pagar cada vez menos.

El secretario mexicano del Trabajo y Previsión Social, Alfonso Navarrete Prida, acaba de decir, repitiendo lo señalado en Davós, que en los próximos cinco años aumentará entre 5 y 50 millones el número de desempleados en el mundo y que en un mediano plazo el 40 por ciento de la mano de obra en Estados Unidos será sustituida por robots.

Incrementar la oferta debilitando a los que pueden comprar es el signo de nuestros tiempos y se presume como incrementos de productividad que supuestamente darían paso al bienestar. Pero la realidad es otra y apunta a tragedia: una concentración de la producción y del dominio del mercado en grandes corporaciones transnacionales, asociada a una brutal concentración de la riqueza en algo así como la millonésima parte de la humanidad.

Lo que tenemos es un empobrecimiento generalizado que golpea incluso al empresariado medio y a los trabajadores ilustrados; el grueso de las llamadas clases medias.

Del otro lado de la moneda lo que existe es el exceso de ahorro corporativo; ganancias acumuladas que no encuentran destino para invertir y tienen crecientes dificultades para colocarse en instrumentos financieros rentables. Los grandes conglomerados transnacionales se encuentran sentados sobre fortunas gigantescas con las que literalmente no saben qué hacer.

Desde el año 2005 Bernanke, que habría de llegar a dirigir la reserva federal norteamericana, advirtió sobre el exceso de ahorro corporativo que abarataba a prácticamente cero el costo del dinero en los Estados Unidos. Solo que en esos años un novedoso, y trucado, esquema de financiamiento canalizó buena parte de ese ahorro hacia préstamos hipotecarios a las familias pobretonas norteamericanas. Pocos años después resultó que millones no pudieron seguir pagando estas hipotecas y perdieron sus casas en una de las peores crisis económicas de los países centrales en este siglo. La otra habría de ser las crisis de deudas soberanas (tipo Grecia, Islandia, Portugal, Irlanda y otros) cuando los gobiernos también enfrentaron problemas para pagar sus deudas.

Cierto que el problema más grave se localiza del lado de los que se endeudaron, los que pierden sus casas y los ciudadanos cuyos gobiernos les ajustan el cinturón. Pero los prestamistas, los ultra ricos también tienen sus preocupaciones. Traumados por esas experiencias donde perdieron parte de sus fortunas ahora simplemente acumulan sus ganancias en montañas de dinero que no le sirven a nadie. Ni a ellos mismos porque protegerlas les implica costos más que ganancias.

Prestarle al gobierno alemán en un bono a diez años significa aceptar una pérdida total del 29 por ciento. Se calcula que hay en el planeta 1.3 billones (millones de millones) de dólares que están depositados en cuentas que pagan intereses porque les cuiden su dinero. Los ultra ricos se compran mansiones, departamentos, yates, obras de arte de millones de dólares, pero no son sino pequeñeces comparadas con sus fortunas.

De un lado fortunas inmensas sin uso productivo; del otro una población mundial con enormes carencias, cientos de millones sin empleo, o con trabajos precarios e indignos y clases medias en deterioro. La situación y su tendencia asustan a los más claros analistas del sistema. El informe del FMI advierte del crecimiento de una inconformidad que ha rebasado al tercer mundo para instalarse como rechazo a esta forma de globalización en los mismos Estados Unidos y Europa.

La solución, señalan, es diseñar el puente que lleve la riqueza acumulada a financiar un gigantesco programa de inversión en infraestructura. El Banco Mundial señala que 1,200 millones de personas no tienen acceso a la electricidad; 663 millones no cuentan con agua potable. Mil millones no cuentan con buenos caminos, lo que los aleja de los centros de educación, salud, comercio y empleos. Cuatro mil millones no tienen acceso al internet. Lo que se necesita, dice, es diseñar proyectos atractivos a los inversionistas. Ahí está lo difícil.

Las corporaciones crecen, como depredadores, comiéndose o destruyendo a las empresas medianas y pequeñas y acrecientan el problema. Carentes de respuestas innovadoras y temerosos del riesgo, los grandes capitales buscan que los gobiernos les creen espacios de inversión con garantías públicas de ganancia. Asociaciones público privadas, pues. Pero son disfraces del endeudamiento que no resisten la radiografía de las calificadoras que colocan a los gobiernos, como al de México, al filo de su capacidad de endeudamiento.

En estas condiciones empiezan a surgir las ideas impensables, revolucionarias, incluso en los centros del pensamiento financiero mundial. Si no se encuentra como dirigir el ahorro corporativo hacia la inversión será necesario hacerlo cambiar de manos. No a sangre y fuego, sino mediante una modificación canija de la estructura fiscal que lo consiga.

Eso antes de que el atrincheramiento parasitario del gran capital se traduzca en algo peor, estallidos sociales o revoluciones políticas no controladas por el poder financiero.

domingo, 2 de octubre de 2016

No lancen piedras

Jorge Faljo

La corrupción es un problema grave en todo el mundo que en México se asocia a la impunidad generalizada. Los hechos de corrupción no se han visto atemperados con algunos casos de grandes corruptos que se vean enjuiciados y lleguen a la cárcel. Tal vez esto cambie pronto, pero de momento el camino es pedregoso.

Enfrentamos un marco legal lleno de agujeros y una operación institucional deficiente. Podría hasta sospecharse que ambos tienen defectos de diseño que pudieran ser intencionales. La idea no es tan extraña si pensamos en la palabra inglesa “loophole”, referida a una ambigüedad, un punto oscuro colocado en las leyes para darle una escapatoria a unos cuantos.

Vivimos días de intensa lucha política que amenaza llevar a varios exgobernadores (o cercanos a serlo) a rendir cuentas ante la justicia. Lo que implicaría romper la barrera de la impunidad histórica que ha protegido a la alta clase política. Sin embargo el proceso deja mucho que desear desde la perspectiva de verdadera lucha contra la corrupción.

Tal vez se entienda mejor esta crítica si pensamos en el caso de Brasil donde las acusaciones de corrupción a Dilma Roussef, la ex presidente recién depuesta y, ahora a Lula Da Silva, el ex presidente anterior, son mero pretexto para destruir la estrategia económica que representan. Lo paradójico es que sus acusadores son notoriamente corruptos.

En aquel gran país sus contrincantes decidieron que eran culpables y luego buscaron con lupa de que acusarlos. Se trata de una contaminación política de la lucha contra la corrupción que la convierte en mero instrumento de conflictos entre grupos políticos.

Lo mismo, de alguna manera, está ocurriendo en México. De ningún modo estoy diciendo que los aquí acusados de corrupción son inocentes; en todo caso sabemos que son notoriamente sospechosos.

Las elecciones del pasado cinco de junio resultaron en un duro revés al PRI que terminó de perder el control de los gobiernos locales en los que vive la mayoría de los mexicanos. El triunfo de varios de los gobernadores de oposición electos se puede atribuir al hecho de que prometieron investigar, demandar y llevar a la cárcel a sus antecesores, por corruptos. Ahora el asunto nodal es si eso ocurrirá.

Veracruz es el caso paradigmático. El 26 de septiembre la Comisión de Justicia Partidaria del PRI nacional suspendió los derechos de militante del aún gobernador, Javier Duarte. Con ello se le descobija políticamente y el partido se intenta colocar ante la opinión pública como un agente anticorrupción activo.

Sin embargo, en lo que parece ser un entramado de complicidades, veinte diputados federales de Veracruz reaccionaron en apoyo de su gobernador. Firmaron un manifiesto en el que declaran su apoyo incondicional al gobernador y refutan las acusaciones que provienen de un adversario político (el gobernador entrante).

Se trata de una rebelión de graves consecuencias, sobre todo si se extiende a otros estados. Podría destruir el control del PRI en el Congreso nacional y llevaría a perder las elecciones presidenciales del 2018. También contribuiría a agravar las tensiones y el encono dentro de los estados afectados.

Pero lo que importa destacar es que las acusaciones provienen, como en otros casos, de un contrincante de alto nivel y los defensores del acusado actúan en estrictas líneas partidarias. Es decir que el asunto no surge y no transcurre dentro del actuar institucional de las agencias encargadas de vigilar, disuadir y, en su caso, sancionar la corrupción.

En Quintana Roo se acaba de conocer que el ex gobernador Borge gastó durante su gestión más de mil millones de pesos en el alquiler de aviones y helicópteros. La nota surge ahora tras el cambio de gobierno; como han surgido muchas otras y cabe sospechar que surgirán cochineros y se sacudirán avisperos en otras entidades.

Lo más preocupante es que las acusaciones de corrupción surgen a destiempo. No de la manera oportuna en que deberían conocerse si funcionaran como deben ser las instituciones anticorrupción y, en particular, las legislaturas locales.

Por el contrario, en los estados se establecen virreinatos de poder unipersonal concentrado, altamente corrosivos de una institucionalidad que debiera funcionar con contrapesos y equilibrios entre poderes que evitaran el exceso de cualquiera de ellos. Esto es lo que hay que corregir a fondo y para ello no bastan brotes esporádicos de combate a la corrupción que sean meros instrumentos de la lucha política.

El presidente Peña Nieto acaba de hacer una declaración controvertida. Dijo “Si hablamos de corrupción, no hay nadie que pueda aventar la primera piedra”. “Porque este tema que tanto lacera, la corrupción, lo está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos”.

¿Qué quiso decir? La primera interpretación es una aceptación lastimosa de lo extendido de la corrupción. Pero más allá revela preocupación porque los conflictos políticos amenazan con desbordarse y poner en riesgo a toda la clase política. Se trata entonces de un llamado a no lanzarse piedras porque todos tendrían cola que les pisen.

Tal vez la situación demanda este peculiar llamado a la calma. Pero se queda demasiado corto. Urge no solo combatir la corrupción sino restablecer una gobernabilidad democrática mediante una transparencia cotidiana del actuar público basada en la destrucción del poder unipersonal. Se requiere recrear equilibrios y contrapesos entre los distintos poderes estatales, que las instancias anticorrupción funcionen con real independencia y alerten con oportunidad sobre todo exceso.

Hay que democratizar desde abajo Sr. Presidente. O se hunde el bote.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Ayer la fiesta; hoy, la cruda

Jorge Faljo

Hace un par de días el gobernador de Tabasco le dijo al presidente Peña Nieto que su estado requería un trato particular en el presupuesto público del 2017 debido a que por su vinculación con la actividad petrolera estaba siendo particularmente afectado por la caída del precio del petróleo.

A lo que el presidente respondió que ante un entorno internacional adverso el gobierno tenía que hacer un agresivo ajuste presupuestal. La ecuación es, en la perspectiva del presidente, sencilla. Cómo ocurriría con cualquier familia que tiene una caída en el ingreso no se puede seguir metiéndole a la tarjeta, dijo, cuando los ingresos se caen y le corresponde al gobierno apretarse el cinturón, y actuar con sentido de responsabilidad.

Habría que suponer que el presidente y su secretario de hacienda le están dando esta respuesta, o similar, a otros gobernadores, funcionarios públicos y representantes de los intereses afectados por el recorte presupuestal. Que no son pocos e incluso podemos decir que este ajuste nos golpeará a todos los mexicanos. Decir que el gobierno se ajusta el cinturón es una figura retórica; en los hechos nos lo ajusta a los demás.

Podríamos empezar señalando que el paquete presupuestal presentado por la SHCP recorta en 14.8 mil millones el gasto de salud y en 31.6 mil millones el de educación. De modo que lo previsible es un mayor deterioro de los servicios de salud traducibles en semanas o meses de espera para una consulta especializada, ausencia de medicinas y materiales de curación y rechazo de pacientes en emergencia. Y en cuanto a educación seguirá el deterioro de las escuelas mal fabricadas por los contratistas privados, sin agua potable, con baños que no funcionan, con goteras, mal equipadas y con maestros acosados para culparlos del abandono de la educación.

Lo mismo ocurre en rubros de inversión. Reducir en 25.5 mil millones de pesos el presupuesto agropecuario, aunque caracterizado por un desempeño ineficiente o altamente selectivo, nos va a alejar de la meta comprometida de conseguir la seguridad alimentaria en el 2018. Aunque con cinismo podríamos decir que igual el gobierno no pensaba cumplir ese compromiso oficial de generar dentro del país el 70 por ciento de nuestros alimentos básicos. Así que seguiremos importando el grueso de nuestra alimentación.

El recorte en comunicaciones y transportes, medio ambiente, energía y otros implican también deterioro de servicios, de inversiones y empleo, de niveles de vida, que le pegarán a la población y no a los que dicen apretarse el cinturón.

La racionalidad sencilla; se le tiene que quitar al gasto público para pagar los intereses de la deuda del sector público federal que de diciembre de 2012 a mediados de este año creció de 403 a 481 mil millones de dólares. Podríamos decir que tenemos que aguantar la resaca después de la fiesta. Solo que la van a sufrir sobre todo la mayoría de los que no bailaron.

Durante décadas hubo muchos que insistimos en que no podíamos dejar asuntos tan vitales como la alimentación en manos del mercado. Pero la respuesta tecnocrática era tajante: es más barato importar que producirlo internamente. Y cierto que parecía más barato sobre todo porque se pagaba con los dólares fáciles adquiridos mediante la venta país.

La táctica fue general; lo que no se vendió al extranjero lo dejamos sin apoyo, sin posibilidad de crecer, lo dejamos destruirse.

El problema no se limita a la caída del precio del petróleo. De acuerdo al documento que presenta el paquete presupuestal en el primer semestre de este año las exportaciones no petroleras se redujeron en 3.9 por ciento. Y lo que sostiene la economía es el consumo privado; y lo que sostiene al consumo privado es el aumento del crédito. Con esto bastaría para decir que la estrategia económica hace aguas.

Todo el esfuerzo globalizador a la mexicana se orientó a exportar; lo que se producía en México y aquí se consumía no importaba y por tanto no les importó deteriorar el ingreso de los mexicanos hasta arrinconarlos en la miseria. Ahora nos estamos quedando como el perro de las dos tortas; perdimos la que teníamos para comprar un escaparate de modernidad y este se derrumba debido, en parte, a la crisis internacional.

Pero el verdadero absurdo del paquete presupuestal es que no plantea salida alguna al problema de fondo; simplemente espera que la economía norteamericana se recupere y el año que entra se recupere el sector exportador. Lo que es más probable es que no ocurra esto y que en la siguiente oportunidad el banco central norteamericano si eleve la tasa de interés. Entonces aquí habría que apretarnos el cinturón por partida doble: para pagar más intereses y para comprar más caro lo importado.

Es el momento en que debemos revisar opciones de salida. Las hay, siempre las ha habido. Crecer hacia adentro, fortalecer el mercado interno debe dejar de ser mera retórica. Requiere mejorar los ingresos de la población, movilizar las capacidades de producción existentes y protegerlas; reducir importaciones es algo a lo que ya nos obliga el derrumbe del modelo. Hay que conducir esta transformación bajo la rectoría de un estado fuerte y nacionalista. En lugar de correr el riesgo de que nos revuelque feamente el cambio desordenado.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Los socios incómodos

Jorge Faljo

Xi Jinping el presidente de China recién ofreció reducir la producción de acero y carbón de su país. Lo hizo al inaugurar la reunión del G20, a la que acudieron representantes de 34 países, en buena parte jefes de estado.

El ofrecimiento es que China bajará la producción de acero en 150 millones de toneladas anuales en los próximos cinco años. Además, en un periodo que va de tres a cinco años, cerrará minas de carbón con una capacidad de 500 millones de toneladas y reestructurará toda esa industria para bajar la producción en otros 500 millones de toneladas de carbón al año.

Tales metas de reducción de producción de carbón y acero forman parte, dijo Xi Jinpin, de una estrategia de ajustes de la oferta a la demanda. Lo planteó como la contribución de su país al problema mundial de sobreproducción; aparte de subrayar un historial de importantes incrementos de la demanda de su población y la de su país por artículos del exterior. De manera conveniente olvidó que su país vende mucho más de lo que importa y en ese sentido contribuye fuertemente al problema.

En ese encuentro en que todos pregonaron su lealtad al libre mercado, la oferta de China es producir menos por una decisión de política interna y no porque el mercado se lo imponga. Entonces ¿por qué lo hace?

Básicamente porque el mundo está enojado con China por sus estrategias de producción y comercio que le han permitido no solo sobresalir en la competencia comercial sino apabullar y destruir a sus competidores. Eso es justo lo que viene ocurriendo en el caso del acero donde el incremento de la exportación china ha llevado al cierre o disminución de la producción de Europa, India, Estados Unidos y México. Esos cierres y el desempleo generado crean un resentimiento que amenaza traducirse en medidas proteccionistas que afectarían a ese país y a los grandes consorcios internacionales.

Así que Xi Jinpin trata de disminuir ese resentimiento y podría decirse que es el éxito en demasía lo que lo obliga a ser prudente.

No hay secreto en la estrategia china. En lo financiero el país es un exportador de capitales. Ciertamente una paradoja, que un país pobre le preste a uno rico. Pero con eso consiguió que otros países tuvieran dinero para comprarle y encareció los dólares para su propia población. De ese modo amarró el crecimiento de su demanda interna a su propia producción al mismo tiempo que conquistaba el mundo con su producción alentada por su moneda barata.

China acepta la entrada de capitales externos productivos, que le llevan tecnología, pero restringe a los capitales especulativos. Sigue, además, una estrategia de substitución de importaciones bastante efectiva que la convierte en compradora de materias primas e insumos, pero no de manufacturas. China es un país que se sigue llamando comunista pero ha creado un capitalismo peculiar, con alta intervención del estado y bajo una orientación nacionalista.

El notable avance de este país es visto con ambivalencia por el resto del mundo. Su alto ritmo de crecimiento lo convirtió en un importante demandante de granos básicos, minerales, materias primas e insumos que contribuyeron a sostener la producción y los ingresos de muchos otros países. Sin embargo como potencia exportadora de manufacturas ha contribuido a expulsar del mercado a las industrias de otros países, incluso entre las potencias.

Habrá que ver si lo que ofrece Xi Jinpin es suficiente y oportuno.

No lo creo porque el proceso electoral norteamericano, ha permitido al electorado expresar su rabia por la estrategia neoliberal que los ha empobrecido. Lo que va a obligar al gobierno norteamericano a presionar a sus aliados para que le den preferencia en sus importaciones. Solo así podrá enfrentar el desafío chino, relanzar su industria y satisfacer las demandas de su población.

Para México será de la mayor importancia definir su papel económico en relación a los Estados Unidos, sobre todo si ese país modifica su rumbo económico. Podemos quedar como competidores de sus trabajadores, es decir rivales y equiparados con China. O, por lo contrario, podemos redefinirnos como aliados económicos que apoyen una nueva estrategia en beneficio de la producción de ambos países y de sus respectivas poblaciones.

Trump propuso, ante Peña Nieto, cinco acuerdos. El número cuatro fue mejorar el TLCAN y elevar los salarios de los trabajadores de los dos países; el cinco fue conservar la producción de manufacturas y los empleos en “nuestro hemisferio”. Con esas propuestas, el Donaldo cambió su discurso anti México, así fuera de momento, para proponernos una estrategia de cooperación que le haga frente a la competencia de China y, dijo, del resto del mundo.

Además de que la visita fue una pifia ha sido un error no agarrar de la lengua a Trump y aterrizar esas dos propuestas. En lugar de ello se las ignoró hasta hace poco, cuando la secretaria de relaciones exteriores, Claudia Ruiz Massieu, se encargó de responder que no nos conviene renegociar el TLCAN, y que será mejor avanzar al Acuerdo Transpacífico. Un acuerdo que Trump rechaza tajantemente.

No es entendible que si se invita a Trump porque se teme que gane la presidencia norteamericana no se escuchen sus propuestas y se las deseche sin más. Habría sido mejor esperar a que perdiera.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Los agujeros negros de la economía

Jorge Faljo

La Unión Europea recién le ha ordenado a Irlanda que cobre 14.48 miles de millones de dólares en impuestos atrasados a la empresa Apple, fabricante del Iphone y de otros productos electrónicos. Para la Comisión Europea, el gobierno supranacional de 28 países de Europa, Irlanda concedió a Apple ventajas fiscales excesivas, individualizadas e ilegales. Este trato privilegiado permitió que la empresa pagara en impuestos tan solo el uno por ciento de sus ganancias en el año 2003 y la sorprendente cantidad de 0.005 por ciento en 2014.

En opinión del Canciller de Austria, Christian Kern, la decisión es la correcta porque, según dijo, cualquier puesto callejero de salchichas en Viena paga más impuestos que una corporación multinacional, y eso incluye a Starbucks, Amazon y similares. Añadió que los países europeos con muy bajos impuestos corporativos, como Irlanda, Luxemburgo, Holanda y Malta, minan la estructura de la Unión Europea y carecen de solidaridad hacia el resto del continente. En estos países colocan las grandes transnacionales sus oficinas ejecutivas, de ventas o distribución para concentrar sus ganancias de toda Europa y casi no pagar impuestos.

Por su parte el ministro de finanzas de Francia, Michel Sapin, considera que es normal hacer que Apple pague impuestos normales. El jefe de finanzas de la Eurozona, Jeroen Diksselbloem, dijo que Apple no entiende la obligación moral de una gran empresa de pagar impuestos ni la indignación pública ante los manejos de las grandes empresas para evitar el pago de impuestos.

El caso es que la respuesta de Apple ha sido de indignación y declara que irá a los tribunales a defenderse. Lo extraordinario es que el gobierno de Irlanda, que por cierto se encuentra altamente endeudado, y para el que recibir un regalito de 14.48 mil millones de dólares le caería de perlas, también se prepara para defenderse de esa decisión. Alega que esa medida impacta negativamente su estrategia económica para la atracción de capitales externos que generen empleos.

La situación se complica porque la decisión abre la puerta a que otros países reclamen una parte de ese pastel. Austria y España ya estudian como calcular la parte que les corresponde por las ventas de Apple en sus países.

Para la Unión Europea Irlanda hace una competencia desleal que presiona a otros países para ofrecer cada vez mayores privilegios para que las grandes empresas se asienten en su territorio. Apple amenaza reducir en varios miles sus puestos de trabajo en Irlanda, si le cobra impuesto. Sin embargo los tendría que recrear en otros países europeos. Su estrategia es ver quien le ofrece más. Por otro lado no tendría problema para pagar porque cuenta con 231 mil millones de dólares a la mano.

Se trata de un problema generalizado de importancia mundial. Los países compiten por otorgar privilegios a las grandes empresas; no solo les crean legislaciones y tarifas impositivas a modo, sino que incluso les otorgan un trato individualizado. Lo que va en contra de la pregonada libre competencia.

En México es conocido el caso del contrato gandalla entre el anterior gobierno de Nuevo León y la empresa Kia. Pero no es un hecho aislado; los gobiernos de nuestros estados compiten entre sí para generar parques industriales, otorgar subvenciones fiscales, abaratar el precio de los servicios públicos y controlar la mano de obra y los salarios en alianza con sindicatos blancos. Las llamadas Zonas Económicas Especiales están diseñadas para eso; espacios de privilegio fiscal, de infraestructura y servicios para empresas selectas.

De Irlanda a Nuevo León se dice que el interés es generar empleos, pero se trata de un espejismo. Habría mucho mayores beneficios para la población si con mayores impuestos recibiera buenos servicios públicos y si se protegiera el empleo existente. Porque en un contexto de mercado estancado, donde no crecen los salarios, el incremento de la producción transnacional lo que hace es destruir a las empresas menos fuertes.

Aparte de crear escaparates de aparente modernidad existen beneficios ocultos para los políticos que serán subcontratistas de esas transnacionales, reciben beneficios indebidos o, con paciencia, serán recompensados más adelante cuando brinquen al sector privado hacia puestos generosos.

El gran problema de la economía mundial es la debilidad de la demanda (porque producción sobra) y es generado sobre todo por las grandes transnacionales. Estas operan como agujeros negros del ingreso: pagan pocos o nulos impuestos; crean pocos puestos de trabajo a los que pagan salarios “de mercado” que son una porción ínfima de su alta productividad. Sus ganancias en cambio son altísimas, benefician a muy pocos. Al generar mucha producción pero poca demanda “resecan” el mercado y provocan la destrucción no solo de sus rivales, sino de amplios sectores del aparato productivo.

Las transnacionales presumen su competitividad y éxito mercantil, pero operan de manera antisocial. Son los grandes motores de la inequidad, el desempleo y la escasez de demanda que agobian a la economía mundial.

Un agujero negro es, en astronomía, una estrella de enorme densidad y gran atracción gravitacional que se va comiendo a las otras estrellas y planetas de su entorno, creciendo constantemente. Su fuerza de gravedad es tanta que ni siquiera la luz puede escapar. Para allá nos llevan.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Trump: la irracionalidad razonable

Jorge Faljo

Me sumo a la mayoría que opina que la visita de Trump no fue buena para México y si para ese gran farsante. El problema no se encuentra en los discursos explícitos de ambas partes, más bien moderados, sino en haberle construido un escenario de gran ceremonia a alguien que ni por sus posturas previas, ni por su status actual, debió haberlo tenido. Pero lo tuvo y lo aprovechó plenamente para demostrar su dominio del escenario.

Aclaro que no critico el haberlo invitado, sino el formato servil del dialogo. Esto es importante porque a final de cuentas las impresiones visuales y su mensaje implícito cuentan tanto o más, en política, que la substancia del intercambio. Por lo menos es lo que ocurre en estos momentos.

No son malos los argumentos del Presidente Peña Nieto para justificar la invitación a Trump. El dialogo es necesario. Pero de ninguna manera debió darle el carácter de una visita de estado. Debió recibirlo en mangas de camisa, en guayabera en el hangar de algún aeropuerto del norte del país, digamos Chihuahua, Hermosillo o Tijuana. Al salir del encuentro “privado”, habría bastado un simple apretón de manos para declarar, ante un muy selecto equipo de periodistas que el dialogo continuaría. Y retirarse. Si Trump quería hacer declaraciones tendría que haberlas hecho solo, sin la apariencia de respaldo del presidente a su lado.

Encontrarlo a medio camino y contrastar un atuendo casero con el trajezaso del güero le habría dado al encuentro un carácter informal sin agresividad. Lo correcto para tratar a alguien que se piensa que todavía tiene alguna posibilidad, aunque en continua disminución, de llegar a ser el próximo presidente de los Estados Unidos.

Pero lo que se hizo fue darle una estupenda oportunidad de comportarse como estadista a alguien de quien se sabe que es el gran maestro del escenario y de las impresiones visuales y discursivas impactantes.

Dicho lo anterior insisto en que hay que tomar en serio a Trump. No es un oportunista cualquiera, es alguien que sabe leer el estado de ánimo y los intereses de sus interlocutores para manipularlos a su antojo. Este carácter camaleónico es al mismo tiempo una cualidad política. Él ha sabido leer a sus compatriotas; sus propuestas reflejan adecuadamente la rabia acumulada y las exigencias de cambio de buena parte del electorado de su país.

La respuesta meramente patriotera, de rechazo al que nos ha ofendido, nos impide ver, o tal vez hasta intenta ocultar, lo que vino a proponer. El secretario Osorio Chong, sintonizado con la indignación, ha declarado que se le invitó para hacerle ver la irracionalidad de sus posturas y propuestas.

¿Cuáles propuestas? Trump hizo cinco propuestas ante las que México debería ir preparando respuestas, o contrapropuestas apropiadas. Una respuesta superficial no basta, hay que definir lo que se le va a proponer al próximo presidente norteamericano, quienquiera que sea.

Veamos las propuestas del Donaldo.

La primera es acabar con la emigración ilegal. Es una emigración que ha ocasionado enormes sufrimientos a las familias, a los hijos e hijas abandonados, a los muertos en el camino. Hay que reflexionar y responder que no nos interesa seguir expulsando mexicanos. Pero la solución no es levantar muros, sino instrumentar una estrategia de desarrollo que sea realmente incluyente, que permita permanecer, vivir y prosperar en el suelo donde se ha nacido. Hay que atender el tema ocupacional e incorporar a los marginados a la producción. Esa es la verdadera solución.

Lo segundo que afirma Trump es que cada país tiene derecho a contar con fronteras seguras y que una barrera física puede ser benéfica para ambos si es que elimina el movimiento ilegal de personas, drogas y armas. Podemos estar en desacuerdo, pero no podremos impedirlo; solo los mismos norteamericanos podrían hacerlo. No obstante, podemos responderle que asuma y cumpla el compromiso de su parte de impedir el tráfico de armas del norte al sur.

Su tercera propuesta es desmantelar los carteles de la droga y, Trump repite, evitar el movimiento ilegal de drogas, armas y dinero ilícito. Aquí reconoce que esto va más allá de levantar un muro y que requiere mayor cooperación. Nosotros debemos aceptar que la estrategia mexicana deja mucho que desear. Hay que pensarle mucho más al cómo, sin bajar la guardia en cuanto a dignidad y soberanía. Existe un antecedente histórico digno de tomase en cuenta. La era de la prohibición del alcohol propició una gran criminalidad que solo pudo abatirse cuando se permitió su consumo regulado.

La cuarta propuesta fue fortalecer al TLCAN para conservar la industria dentro de nuestro hemisferio y enfrentar la competencia de China. Hacerlo, dijo, implica elevar los salarios de los trabajadores de México y los Estados Unidos. No solo se revertiría el deterioro salarial de los últimos años (él mencionó 18), sino que está implícito que mejorar el ingreso sería el soporte de la reindustrialización de ambos países.

Debo confesar que la idea de fortalecer el TLCAN como un compromiso entre tres países, y en contra del Tratado Trans Pacífico, me parece viable y favorable para ambos países. Implica que México deje de ser cliente preferente de China para serlo de las manufacturas norteamericanas y, en reciprocidad, los Estados Unidos favorezcan a México en lugar del sureste asiático.

Su quinta propuesta es consecuencia de la anterior: conservar la manufactura y la riqueza en el hemisferio norteamericano e impedir que los puestos de trabajo salgan de México, los Estados Unidos y Centroamérica. En este caso tomarle la palabra nos llevaría a proponerles a los norteamericanos una estrategia de desarrollo compartido. Algo que bien llevado haría inútil la construcción de un muro.

Estas propuestas merecen análisis y respuestas serias. Muchos ni se han enterado del fondo de su discurso; otros pueden creerlo mera palabrería. A los más su estilo ofensivo les hace reaccionar con justificada indignación.

Sin embargo sospecho que existe otro grupo que alienta un patriotismo estéril para no ver, porque no les conviene, sus propuestas anti neoliberales. Trump nos pide cambiar el modelo de desarrollo de manera concertada. Es difícil saber si es mera ocurrencia del momento o posición que habrá de sostener en el futuro.

Lo que no se vale del lado mexicano es un patrioterismo hipócrita precisamente de aquellos que han vendido el patrimonio nacional, que han hipotecado nuestra soberanía y a los que les interesan más sus negocios personales que el futuro de la nación. Bien miradas y adecuadamente diseñadas e instrumentadas, las propuestas de Trump son mucho más convenientes para la mayoría de los mexicanos y para el país, incluyendo soberanía y dignidad, que la continuación del modelo que nos han impuesto nuestras voraces elites.