sábado, 26 de noviembre de 2016

Para vivir con dignidad

Jorge Faljo

De los cerca de once millones de mexicanos en pobreza extrema, que no tienen ingresos ni para comer lo necesario, la mayoría son trabajadores, e incluyo a los niños. Millones de ellos son empleados formales que ganan el salario mínimo, insuficiente desde cualquier perspectiva, sobre todo la constitucional que dice que debe cubrir todas las necesidades de una familia.

Según Coneval, organismo oficial, el salario mínimo de México es el más bajo del continente. Lo peor es la tendencia; en términos reales es apenas algo más de un veinte por ciento de lo que era en 1976 y en los últimos 10 años ha perdido la cuarta parte de su poder adquisitivo.

Según cifras de Banxico del 2008 a la fecha los empleos en México se han elevado en varios millones, sin embargo también señala que la masa salarial total es hoy en día inferior a la de hace ocho años. Los nuevos empleos no solo están debajo de la media de ingreso, sino que se están destruyendo los empleos con ingresos superiores a cinco salarios mínimos.

De 2014 a 2015 se crearon 428 mil empleos de menos de dos salarios mínimos y se destruyeron 148 mil empleos de más de dos salarios mínimos. Necesitaríamos generar algo así como un millón de empleos más al año para ir reduciendo gradualmente el enorme rezago que traemos. No solo no lo hacemos, sino que los que se crean se ubican en niveles literalmente de hambre.

En este contexto de mercado en deterioro no es de extrañar que no existan incentivos a la inversión, como no sea transnacional y para exportar. Lo que se complica porque en el último año nuestras exportaciones de manufacturas a los Estados Unidos y al resto del mundo han caído. Y es que el planeta sufre lo que se empieza a conocer como estancamiento secular, originado en una debilidad de la demanda generalizada. Lo dice el Fondo Monetario Internacional, la Organización Internacional del Trabajo, la Comisión Económica para América Latina y todos los que están un poquitín enterados.

El modelo económico se nos derrumba. Sacrificamos el bienestar de la población y lo llevamos a niveles de hambre con el pretexto de ser competitivos y ahora resulta que ni así.

Con lentitud pasmosa empezamos a discutir una posible elevación del salario mínimo pero la visión oficial sigue siendo la misma. El secretario del Trabajo, Navarrete Prida, acepta que suban los salarios siempre y cuando no se impacte la inflación proyectada para el 2017. Es el viejo truco de poner los bueyes detrás de la carreta; en lugar de elevar los salarios conforme a la inflación real y para mantener su poder adquisitivo, se propone que suban solo de acuerdo al deseo fantasioso de lo que debe ser la inflación el año entrante. Con este mecanismo se ha conseguido deteriorar el salario mínimo al extremo actual.

También se da a entender que los salarios crean inflación. Sin embargo en los hechos han seguido, con rezago las elevaciones de precios generadas por otros factores. Básicamente la entrada de capitales externos, la concentración del ingreso y el crédito a los estratos de mayor ingreso. La inflación que generan los de arriba la pagan los de abajo, los más pobres.

Pero Navarrete Prida pone otra condición. Resulta que la Coparmex, un organismo empresarial, propuso una modesta alza del salario mínimo para llegar a 89.35 pesos en 2017. No le gustó a la STPS y advirtió del riesgo de conflictos laborales de no haber un consenso entre todas, “todas”, las cámaras empresariales los sindicatos y el gobierno. Es una exigencia nueva y descabellada. Nunca ha existido consenso sino negociaciones tripartitas en las que el gobierno se alinea con los empresarios y obliga a los representantes charros a aceptar.

Para elevar los salarios mínimos bastaría que ahora la STPS se alineara con, digamos, la CTM, para elevar el salario mínimo. Por cierto la CTM pide que suba a 100 pesos la jornada.

Para ver la situación en perspectiva podríamos decir dos cosas; una es que solo multiplicándolo por cinco se alcanzaría el salario real de 1976. La otra es que Trump propone elevar el salario mínimo norteamericano de 7.20 a 10 dólares la hora. Veinte veces más que lo que la CTM propone aquí.

Y olvidemos el pretexto de la productividad. Nunca se elevaron los salarios mexicanos conforme a la productividad y lo cierto es que en gran número de establecimientos de servicios (bancos y cadenas comerciales) o de manufacturas (automóviles, acero, maquila y más) la productividad es similar o más alta que la de los Estados Unidos. De hecho se ha impedido que las transnacionales en México suban los salarios para no dar un mal ejemplo.

Ahora que Trump vino a México y le pidió a Peña que suba los salarios, puso a nuestras autoridades en un aprieto. Se vendría abajo, creen, el modelo económico explotador que de cualquier modo se viene abajo.

Queda el pretexto de la competitividad internacional. Cierto que quisimos competir con salarios de hambre; pero el hecho es que la devaluación de los últimos dos años bastaría para que los salarios subieran un 63 por ciento y siguiéramos siendo competitivos en ese renglón. En cambio elevar el salario en un cinco por ciento cuando se está esperando ese impacto inflacionario, o más, por la devaluación ya ocurrida equivale a decir lo de siempre; que en realidad no suban.

Un último argumento contra la elevación salarial es que se traduciría en mayores importaciones en un país que hasta la mitad de su comida importa. Pero el hecho es que el encarecimiento de las importaciones ya está generando una reorientación en la compra de equipos y de bienes de consumo en favor de la producción nacional. Hay que reforzarlo.

Elevar los salarios de manera que realmente empiecen a recuperar su poder adquisitivo podría convertirse en factor central de un nuevo modelo de reactivación de capacidades subutilizadas, de avance a la autosuficiencia alimentaria y de una estrategia de reindustrialización. Eso, sí al inevitable encarecimiento externo, le sumamos una cuidadosa administración de importaciones, y dólares.

Si eleváramos el salario mínimo un 15 por ciento real, es decir por arriba de la inflación, y eso se repitiera durante 12 años seguidos, al final de ese periodo apenas habría recuperado el poder de compra que tenía hace cuarenta años.

Basta de invocar el combate a la inflación. Esta es inevitable por la devaluación y no es culpa de los trabajadores y sus miserables salarios. Los motores del crecimiento sustentado en la injusticia y la violencia se apagan; hay que prender otros basados en la equidad y la paz.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Para que paguemos el muro

Jorge Faljo

Muchos esperaban que, ahora que Trump ganó las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, se aclararían muchas cosas; que terminaría la incertidumbre, para no decir, de plano, que cambiaría de tono y de propuestas. Pero las señales que manda, por ejemplo la elección de sus colaboradores, no corrigen sino que confirman las peores expectativas.

No obstante de nuestro lado, en México, predomina la incredulidad. No hemos terminado de asimilar los hechos y preferimos no creerlos. A esto le llamamos incertidumbre.

Un par de amigos bien ubicados en el mundo de las finanzas sostienen que las propuestas de Trump son imposibles de llevarse a la práctica; Wall Street, el poder del dinero, o Washington, el poder de los políticos, se encargarán de corregirlo y regresarlo al sendero del bien.

Algunos dicen que como buen político, no cumplirá lo que promete. Cuando se mencionan sus amenazas específicas, como expulsar a millones de mexicanos, lo menos que se hace es minimizarlas. Se nos recuerda que hay otras fuerzas, por ejemplo los gobernadores y alcaldes, que no le seguirán la corriente y, en todo caso, la situación no será peor que con Obama.

Vivimos en el no pasa nada. Pero otros se empiezan a preparar; por ejemplo la compañía Apple. En enero pasado Trump vociferó que obligaría a esa empresa a fabricar sus “malditas computadoras”, incluyendo celulares, en los Estados Unidos. Esta semana trascendió que la empresa les pidió a sus dos principales proveedores chinos que exploren la posibilidad de trasladar sus fábricas a los Estados Unidos. Al parecer por lo menos uno de ellos ya elabora, a regañadientes, un plan; aunque la producción le saldría más cara.

La incredulidad y la incertidumbre surgen de que el Donaldo no ha dado detalles sobre cómo piensa cumplir sus amenazas. Lo que contribuye a que su afirmación de que obligará a México a pagar la barda fronteriza sea recibida con el desdén habitual. Simplemente está demente, se dice.

Sí, pero es un demente peligroso y, en este caso por lo menos si existe algo que parece un plan para lograrlo. Por lo menos hay uno, muy muy sencillo, en su página de internet, Les describo de modo muy sintético, ese plan, y si les parece poco digno de creerse… allá ustedes.

Introducción. El “Acta Patriótica” norteamericana obliga a las instituciones financieras a requerir documentos de identidad a todo el que quiera abrir una cuenta bancaria o hacer una transacción financiera. También autoriza al presidente a fijar las reglas para su cumplimiento. Con este fundamento legal las acciones serían las siguientes:

Día uno. Basado en las prerrogativas presidenciales existentes: Se promulga un cambio de reglas para redefinir como entidades financieras a las empresas que transfieren fondos, como Western Union. Hacer una transferencia de dinero tendrá reglas similares a las de abrir una cuenta bancaria. Se establece, además, que ningún extranjero puede enviar dinero al exterior si no comprueba que se encuentra legalmente dentro de los Estados Unidos.

Día dos. México protesta, dice el plan, porque recibe unos 24 mil millones de dólares al año en remesas de mexicanos, en su mayoría indocumentados, que trabajan en los Estados Unidos. Esto es muy importante para ese país (el nuestro) porque sirve como una red de seguridad social para los más pobres; lo que no provee el gobierno. Así que hacer un pago por única vez de entre 5 mil y 10 mil millones de dólares le conviene a México.

Día tres. Se le dice al gobierno de México que si le paga a los Estados Unidos esos fondos para construir el muro este cambio de reglas no se hará efectivo.

Además: se establecerán aranceles a las importaciones provenientes de México y/ o se cumplirán al pie de la letra las reglas existentes; se cancelarán visas de turismo o negocios a personajes de alto nivel en la economía mexicana; y se elevará el costo de las visas y de la expedición de tarjetas de cruce de la frontera.

El plan se redondea con una cantaleta sobre el derecho soberano y moral de los Estados Unidos para aplicarle este plan a un país (México) que se aprovecha de ellos.

Hasta aquí mi síntesis de un plan que, de llevarse a cabo, colocaría a la actual administración entre la espada y la pared.

Supongamos que el gobierno de Trump sigue el plan y el gobierno de México no acepta pagar. Entonces muchos, tal vez millones de indocumentados intenten enviar dinero a sus familias por otros medios. Tal vez con “burreros” que vendrían del norte y que se expondrían a fuertes peligros. De hecho las ciudades del norte y las carreteras se volverían más peligrosas para todos; porque el crimen organizado no podría distinguir a los emisarios cargados de billetes del resto de la población.

De cualquier manera que se intente enviar dinero a México, se volvería más difícil, arriesgado, caro y peligroso. El gobierno podría instrumentar una contramedida audaz: convertir a los consulados en cajas de recepción y envío del dinero. Pero no me lo creo porque el desafío al Donaldo sería fuerte y porque los compas no le tendrían confianza. La mula no era arisca…

O esta administración podría aceptar pagar. Y sería el acabose; la población se sublevaría contra el equipo de pusilánimes que se atreviera a pagar la barda. No nos sublevamos si se lo roban; pero ¡que no se atrevan a pagar!

Así que podría ocurrir que a los más pobres y vulnerables de aquel lado, los indocumentados, y de este lado, sus familias, les toque sufrir todavía más. Lo que bien podría ser aceptable para ambos gobiernos.

sábado, 12 de noviembre de 2016

La derecha rebasada por la ultra derecha

Jorge Faljo

La globalización empleó al crédito como mecanismo substitutivo del ingreso de salarios e impuestos. Fue su gran “secreto”. Los espacios industriales de tecnología de punta pudieron expandirse y vender prestando sus ganancias excesivas para generarse demanda.

La revolución Thatcher – Reagan redujo los impuestos a las empresas a las grandes fortunas. Así que los gobiernos recurrieron a los préstamos que los privados ofrecían para hacer como que seguían funcionando.

El incremento acelerado y concentrado de la productividad se tradujo en pocos empleos. Y la falta de oportunidades y alternativas obligó a los trabajadores a aceptar pagas exiguas y jornadas extenuantes.

Produciendo mucho pero pagando poco a gobierno y trabajadores el desequilibrio creciente entre oferta y demanda habría impedido la globalización. Pero el problema se resolvió prestando a los grandes demandantes: gobiernos centrales, países y gobiernos en desarrollo, asalariados y clases medias.

El truco funciona pero tenía que agotarse cuando los deudores llegaron a sus límites de su solvencia y empezaran a no pagar. Cuando los prestamistas ya no pudieron cobrar las deudas hipotecarias o a los gobiernos en quiebra del tercer mundo, o de Europa aprendieron la lección y dejaron de prestar sin ton ni son. En ese momento se llegó a la cúspide del avance exitoso de la globalización y empezó su declive.

Se le puede poner fecha, fue entre 2008 con la crisis hipotecaria norteamericana y 2010 con la crisis de deuda soberana en Europa. De entonces para acá la globalización agoniza. Hemos entrado en lo que el Fondo Monetario Internacional llama “estancamiento secular” y ahora ya es lugar común decir que el problema de fondo es la debilidad de la demanda. Es débil porque nace débil, pero ahora ya se nota a gritos porque dejó de recibir el oxígeno del endeudamiento neto. Ahora el endeudamiento es vil reciclamiento que no da poder adquisitivo.

La globalización agoniza pero patalea; está condenada pero amenaza con arrastrar al planeta y a los pueblos al abismo. Y en ese pataleo da sorpresas. Una es que es en las capitales financieras de la globalización, en sus espacios supuestamente más exitosos, donde la población ha logrado hacerse oír en contra.

A pesar del lavado de cerebro globalizador, de las mentiras presentadas como tecnicismos económicos, y de las amenazas catastrofistas, con las recientes elecciones en Estados Unidos de América, la población votó en contra de las elites políticas y económicas. No quiere esto decir que ha triunfado; es más bien parte del proceso agónico y el hacerse oír solo significa, de momento, que arrojó una piedra en la maquinaria con lo que introduce un desorden necesario pero también peligroso.

La segunda gran sorpresa ha sido que la derecha neoliberal ha sido rebasada por la ultra derecha anti neoliberal. Esta última supo leer el profundo descontento de la población; sabe que los empobrecidos tienen razón y que constituyen una fuerza política que conviene administrar. También sabe que la globalización ya no da para más. Resultado que debimos prever, pero no lo hicimos: se han apoderado de la bandera anti globalizadora en Europa y los Estados Unidos. Luego, muy probablemente lo harán en América Latina.

Esto ha dejado pasmadas a las izquierdas neoliberales de Europa, América Latina, y por supuesto, México. Permanecer dentro del cauce neoliberal ha terminado por hundir a las izquierdas. El mensaje de los pueblos es que no quieren medias tintas. Entre un Trump que dice que todo está mal y una Clinton que dice que todo marcha bien la elección fue la más cercana a la verdad.

Trump rebasó por la ultra derecha a los republicanos y transfiguró ese partido en anti globalizador con la idea de que eso bastaría para satisfacer a la población. Con esa bandera se apresta a instrumentar salidas falsas, meras distracciones, mientras que protege las grandes fortunas y privilegios de la minoría.

Muchos republicanos descontentos emigran hacia el partido demócrata que quedó también transfigurado en defensor de la globalización supuestamente amable, de izquierda. Pero ya no hay espacio para esa amabilidad; a la globalización se le corre el maquillaje, huele a cadáver. Por ende ya no hay espacio para una globalización de izquierda.

El partido demócrata, supuestamente izquierdoso pero globalizador, ya no tiene ninguna posibilidad de ganarle a la ultra derecha antiglobalizadora. Lo que obliga a recomponer a fondo las piezas del ajedrez político norteamericano.

Lo que ahora urge es una izquierda también anti globalizadora. Eso apenas existe, pero las condiciones están puestas. Han comenzado las protestas anti Trump, que se incrementarán con sus primeras acciones antipopulares: bajar impuestos a los ricos, destruir los avances de Obama en el sistema de salud.

Confiemos en que las raíces democráticas de esa nación permitirán la pronta reconfiguración de dos bandos políticos radicalmente diferenciados y ambos fuera del dogma neoliberal. Eso en lugar del anterior amasiato demócrata y republicano donde ambos partidos estaban esencialmente de acuerdo en el camino globalizador.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Abajo la globalización

Jorge Faljo

Ese es el mensaje contundente del pueblo norteamericano; eso es lo básico que hay que entender. Fue también el mensaje del pueblo británico cuando votó a favor del Brexit. La revuelta no surgió de los pueblos del tercer mundo. Fue en las capitales financieras del planeta; en los países líderes de la globalización, en los más industrializados donde afortunadamente cuentan con democracias relativamente funcionales donde sus pueblos han gritado su exigencia de cambio a fondo, verdadero, sin medias tintas.

El triunfo de Trump fue una sorpresa y ha dejado muy mal parados a las agencias encuestadoras y a los grandes medios. Dos factores destacan en este fracaso; uno es que las encuestas reflejan los sesgos de los propios diseñadores; y más los medios ligados al establishment político - económico. Pero más importante fue que muchos ocultaron su verdadera preferencia, en parte por la personalidad de Trump y en parte porque su intención de voto iba en contra del discurso neoliberal políticamente correcto.

De ninguna manera supongo que Trump será un buen presidente. No tiene la madera para ellos y muchas de sus propuestas, como bajar impuestos a las empresas o deteriorar el sistema de salud, son nefastas. Pero eso no impide reconocer que el pueblo norteamericano se expresó democráticamente y que no se le puede tachar de tonto o ignorante. Sus razones para exigir mucho más allá de un mero cambio de figura presidencial, sino todo un cambio de modelo económico, son poderosas e irreprochables.

Lo que ha habido son décadas de empobrecimiento de la mayoría; deterioro de sus viejas ciudades industriales hasta el nivel de ruinas abandonadas; pérdida de ocho millones de los veinte millones de empleos manufactureros que llegó a tener; caída generalizada de los salarios reales y familias que tienen que contar con dos o tres trabajadores, en vez de uno solo, para poder sobrevivir y, lo peor, un enorme sector de su población que redujo en varios años su esperanza de vida.

Cierto que la vía de escape no es clara; pero es innegable que el camino que les impusieron las elites era insoportable. Así que el pueblo norteamericano aprovechó como pudo la oportunidad de votar contra toda su estructura dirigente (establishment le dicen), gracias a alguien que se coló en el juego. No es seguro que Trump entienda bien a bien el mandato que ha recibido; lo que el pueblo quiere. Lo interpreta desde su óptica de magnate. El camino transformador apenas ha empezado por el derrumbe de lo viejo pero a ese pueblo le queda mucho por hacer, y el camino estará sembrado de trampas.

Pero vayamos a lo nuestro. No es seguro que aquí en México el mensaje vaya a ser entendido prontamente. La reacción inmediata de nuestra elite dirigente ha sido sumamente convencional. Meade simplemente dijo lo de siempre, que hemos seguido una política financiera y que las reservas alcanzan para cubrir toda la cartera financiera de los inversionistas extranjeras. Olvidando por cierto que las anteriores corridas del capital han sido encabezadas por los inversionistas mexicanos. Un absurdo porque lo peor que podrían hacer es intentar parar una fuga de capitales y endeudar al país con la línea de crédito flexible para darles dólares a las elites asustadas.

La canciller mexicana, Claudia Ruiz Massieu, reafirmó el compromiso de México con el libre comercio. Hace unas semanas, en lo que parecía una respuesta a las propuestas de Trump dijo que no era conveniente la renegociación del TLC y que todo cambio sería por la vía del nuevo tratado TPP. Esto es parte de lo que va a tener que ser revisado por el gobierno de México.

El equipo de Peña Nieto sintió una inicial simpatía por un candidato de ultraderecha en los Estados Unidos. Alguien que, a diferencia de Clinton, no parecía tener mayor interés en el respeto a los derechos humanos, la corrupción o, en general, el estado de derecho en México.

Sin embargo, cuando escucharon de viva voz las propuestas de Trump se dieron cuenta que atentan al corazón del modelo neoliberal itamita que los ha encumbrado. Prefirieron no escuchar.

Ahora que Trump ganó habrá que apechugar. Lo mejor será revisar con cuidado lo que el ahora presidente electo de los Estados Unidos le dijo en directo al presidente de México y preparar un verdadero plan b. No uno meramente financiero, sino que vaya a las cuestiones de fondo, las de la economía real: producción, inversión productiva, generación de empleos, salarios, mercado interno y relación comercial con el resto del mundo.

Me salto el rollo del muro y la presunción inaceptable de que los mexicanos lo tenemos que pagar. Hubo además otras ofensas y amenazas que espero que no pueda cumplir. Pero eso no debe evitar la reflexión sobre sus propuestas “positivas”, que sospecho fueron las que realmente ofendieron a nuestra elite. Menciono dos.

Actualizar el TLC para conservar la industria y el empleo manufacturero en nuestro hemisferio, es decir en México y Estados Unidos. Elevar los salarios y mejorar las condiciones de trabajo en los dos países.

Esas dos propuestas de Trump tienen profundas implicaciones para México. Una es que debemos preferir ser clientes de la manufactura norteamericana y no, como es el caso, de la proveniente de China. Implica para nosotros una fuerte administración de las importaciones, incluyendo posiblemente la imposición de aranceles. Pero no se trata de ceder, como ocurrió con la negociación del TLC y la apertura comercial de México. Sino de llevar una renegociación dura que nos deje amplios espacios para una estrategia de substitución de importaciones (chinas) y fortalecer nuestro carácter de proveedor de insumos y productos industriales (automóviles, el mejor ejemplo), de los Estados Unidos.

Si se trata de ya no expulsar mexicanos habrá que reabrir espacios al desarrollo rural. Será parte fundamental de la renegociación.

La mejora laboral en México es esencial, en la perspectiva de Trump, para desalentar la emigración. Nos llevaría a recolocar la vía de desarrollo en la ampliación del mercado interno, como en las décadas de crecimiento acelerado.

Así que, a diseñar y negociar un verdadero Plan B, porque el que adoptamos falló de aquel lado, falta que eso lo entendamos aquí.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Trump, el destructor

Jorge Faljo

Estamos inquietos, expectantes, como lo está mucha gente en todo el mundo, sobre la decisión que tomará el pueblo norteamericano el próximo martes. La mayoría de las encuestas y de los analistas predice que ganará Hillary Clinton, pero su escasa ventaja deja un espacio para la duda. ¿Y si Trump le arrebata el triunfo?

Después de la pifia de invitarlo y darle trato presidencial, la posición del gobierno mexicano ha sido clara, fue un error y finalmente la preferencia es clara por Hillary Clinton. Tal vez, entre otras cosas, porque lo que vino a decir en persona, a unos cuantos pasos del presidente Peña Nieto, no fue del agrado de nuestras autoridades. No tanto lo del muro, que en buena medida ya existe y donde no, lo que hay es un desierto que cada año asesina a decenas de mexicanos. Y no se hable de las dificultades de atravesar este país para llegar al norte vivo y sin ser despojado.

No, lo que vino a decir Trump es suban los salarios de los mexicanos. No creo que porque le interese nuestro bienestar, sino porque sabe que de otro modo la producción norteamericana no puede competir con la mexicana, ni puede disminuirse el atractivo de la migración.

Creo que Trump perderá, y merece perder, no por lo terrible de sus propuestas económicas, que no lo son tanto, sino por problemas de personalidad. Racista, misógino y con valores morales de plastilina.

Allá como aquí sus propuestas no gustaron. ¿Cómo está eso de impedir que los corporativos norteamericanos coloquen sus fábricas en China y en México? Ese era su verdadero atentado contra los que deberían ser sus socios capitalistas; pero no lo son porque él no puede producir en China; es un agente inmobiliario y los bienes raíces no son exportables.

Su propuesta es también un atentado contra la estrategia económica mexicana; precisamente basada en ponerle alfombra a las empresas extranjeras: darles el terreno, construirles la carretera y el espolón de ferrocarril, el parque industrial hecho a modo y ahora declarado zona económica especial. Con una sola restricción; que las empresas extranjeras no suban salarios para no poner el mal ejemplo.

Pero si sus propuestas no gustaron fue fácil hacerlas a un lado, por la vía de no debatirlas. Trump lo facilitó aquí y allá. Se puso de pechito para que en lugar de un debate sobre estrategias económicas pudiéramos darnos por ofendidos por sus innegables defectos personales.

Tal vez el peor es el de ser imprevisible; el de cambiar de opinión con un oportunismo sin límite. Lo que pone a temblar al mundo porque su falta de tacto y diplomacia, sumadas a su volubilidad, podría provocar muchos problemas.

A pesar de todo, conociéndolo, cerca de la mitad de los electores norteamericanos dicen que votarán por este sujeto que ha sabido ofender hasta a los cristianos evangélicos que son el corazón del “tea party” republicano. Votarán por Trump con la rabia de los que deciden que ya basta de una lenta agonía y es mejor jugarse el todo por el todo. Más vale la incertidumbre que la certeza de lo que ya se conoce.

Es como ir perdiendo en el ajedrez y mejor, de un golpe, tirar las piezas. En eso ha sido maestro Trump; en tumbar las piezas. Impulsado por sus electores fue destruyendo a cada uno de sus contendientes políticos tradicionales. Desvistió al partido republicano, y lo reveló como hipócrita, al llevar su ideología al extremo; él, el racista, misógino y mal hablado, que presume de no pagar impuestos, se convirtió sin mucha dificultad en su verdadero representante.

Trump ha expuesto al aire los entresijos de un sistema electoral amañado, al servicio de la riqueza y el poder, pero que sabía navegar con aire de pureza democrática. También rompió con el mito neoliberal de las bondades del libre comercio.

El Donaldo es un chivo en cristalería. Pero ha sido un chivo útil. Lo que ha destrozado merecía ser destrozado. La situación ya no puede desandarse; los norteamericanos se han asomado a ver el lado feo de su propia personalidad nacional; el lado egoísta de su economía; el lado hipócrita de sus sistema político.

Ahora saben que dejaron de ser el país del sueño americano, de la igualdad de oportunidades, de la democracia transparente y del bienestar general. Y saberlo es un paso sin retorno; no hay regreso a la autocomplacencia. O se hunden en la depresión, que no lo creo. O afrontan el problema con la decisión que también los ha hecho un gran país.

Trump abrió el paso al cambio. No porque sea un gran hombre, sino precisamente porque a pesar de su pequeñez personal se encuentra a un paso de encumbrarse a la posición de presidente de los Estados Unidos. Los norteamericanos ahora se preguntan cómo es posible que dos candidatos que la mayoría desprecia son sus únicas alternativas. Hillary porque en esta lucha singular quedó como representante de Wall Street. Trump porque supo hacer aflorar la rabia contenida en el subsuelo social norteamericano y usar esa fuerza para tirar las piezas del tablero.

No ha terminado su tarea destructiva; ahora amenaza con no reconocer los resultados de las elecciones del martes. Y eso puede alentar múltiples mini revueltas en un país armado hasta los dientes y donde la policía y su sistema de justicia ya se encuentran desprestigiados.

Tal vez la tarea de Trump termine el próximo martes y después de ese día la clase política y la sociedad toda tendrá que reconsiderar sobre todos los trapitos sucios ahora visibles; como recomponer el tablero económico para generar empleos dignos y salarios adecuados; el tablero social hacia una mayor equidad y paz interior; y el tablero político para una democracia verdaderamente transparente y eficaz donde los que ganen sean los mejores.

Si Trump se ve obligado a despedirse el martes de cualquier modo deja muchas tareas pendientes. Pero también podría ocurrir que el pueblo norteamericano de una sorpresa a sí mismo y al mundo.

En este caso urge que nuestra elite dirigente tenga afinado un plan B. Aquí también habrá que recomponer todo.