sábado, 29 de abril de 2017

Trump y su bomba de humo fiscal

Jorge Faljo

Hace unos días Donald Trump anunció con bombo y platillo que esta semana daría a conocer una gran noticia, su plan de reforma fiscal. Lo dijo presionado porque se acercaba el final de sus primeros 100 días como presidente; lo que en Estados Unidos es un periodo de gran significado político. Se acostumbra comparar los logros de cada presidente en esos algo más de tres meses iniciales. Para Trump eran particularmente importantes porque en su campaña se fue de la boca haciendo grandes promesas. Pero si algo distingue el inicio de la administración de Trump son sus fracasos políticos y el bajón de popularidad.

Sin éxitos a la vista, desesperado, Trump anunció la mayor reforma fiscal de la historia, algo típico de su megalomanía, y resultó ser una bomba de humo. Lo que presentó su secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, fue una simplona hoja de papel que básicamente repetía lo anunciado durante su campaña presidencial. Llamémosla hoja de ruta para darle alguna dignidad. Con ella pretendieron minimizar el hecho de que no tienen lista la propuesta de reforma fiscal, y mucho menos la han consensado políticamente para que tenga posibilidades de ser aprobada.

Lo esencial anunciado en la supuesta reforma fue una fuerte reducción de impuestos a las empresas y al uno por ciento más rico de la población. Reducir el tope impositivo a las empresas de un 35 a un 15 por ciento lo viene diciendo Trump desde hace meses. Pero reducir impuestos no es una reforma fiscal. La reducción presupone algo más complicado: un nuevo reparto de las cargas fiscales de manera tal que se reducen unos ingresos, pero como vasos comunicantes, se compensan con otros. Este miércoles su hoja de ruta para la futura reforma prometió lo facilito, pero no aclaró lo difícil.

¿Cuáles son las posibles medidas de compensación?

Una medida que contribuiría a equilibrar los ingresos es la reducción de impuestos a la repatriación de las enormes ganancias que las empresas norteamericanas tienen en el extranjero. Mientras están invertidas en el exterior no causan impuestos, pero cuando se regresan pagan ahora un alto impuesto. La propuesta de Trump es una concesión fiscal temporal que les daría oportunidad de repatriar esos capitales a un bajo costo impositivo.

Si de este modo se logra una repatriación significativa eso compensaría la caída del impuesto a los corporativos. Pero lo haría solo durante uno o dos años; por una única vez para cada empresa. Así que es una compensación temporal e insuficiente. De cualquier modo, la idea expresada en la hojita de ruta no aterriza en los detalles que, posiblemente, se estén negociando con los grandes corporativos.

La segunda forma de compensar los ingresos que se dejarían de recibir es de enorme interés para México, nos perjudicaría. Se trata de la posible imposición de un impuesto de ajuste fronterizo –BAT-, a la importación de mercancías. Para un amplio segmento de la población y para los políticos republicanos la baja de impuestos a las empresas es posible y deseable si se compensa con un impuesto a las importaciones.

Sin embargo, este punto no se aborda en la hoja de ruta porque sencillamente no se han puesto de acuerdo. Muchas empresas de manufactura trabajan con componentes importados de México, otras más son importadoras y todas se verían afectadas negativamente. También subirían los precios al consumidor y esto podría tener un costo político.

Pero si no aparece el BAT en esa hoja de ruta no es motivo para festinar; es una idea que no ha sido descartada, solo que se tiene que consensar internamente y, también, es parte de la renegociación del TLCAN.

Sin las anteriores formas de compensar la principal caída de ingresos fiscales lo que quedaría sería una reducción significativa del gasto público de los estadounidenses. Algo que provocaría fuertes controversias. Trump ha anunciado un incremento al gasto militar; también prometió grandes inversiones en infraestructura para la renovación de todo el sistema carretero, las presas y los edificios públicos y, además, quiere levantar un costoso muro en su frontera sur. Es decir que esa propuesta de reducción de ingresos no aclara como es compatible con sus promesas de gastar más. Tendría que recortar en el gasto social, y eso provocaría fuertes conflictos incluso con su base política republicana.

El secretario del tesoro norteamericano defendió la baja de impuestos, sin compensaciones y sin caída del gasto, mediante un conejo sacado del sombrero. Dijo que al reducir impuestos abarataría el costo del capital y eso generaría mayores inversiones, empleos y crecimiento económico que, a su vez llevaría a pagar más impuestos, no sé si realmente crea lo que dijo, pero si lo cree, pobres vecinos.

Se trata de una idea trasnochada de los inicios del neoliberalismo. Ahora sabemos que estas promesas no se cumplen y pocos en los Estados Unidos confían en eso.

El caso es que la hojita de ruta ha sido recibida con frialdad. La bolsa de valores no reaccionó. Los democratas dicen que intenta favorecer a los más ricos y declaran que no aceptan discutirla mientras Donald Trump no dé a conocer su declaración de impuestos. Dan a entender que su reforma apunta a favorecerse a sí mismo y a su familia. Incluso los republicanos no muestran entusiasmo porque para ellos es tabú el incremento del déficit fiscal y la deuda pública.

Así que sencillamente; la presentación del miércoles fue una bomba de humo a la que le falta lo más importante. No obstante, en los próximos meses habrá una verdadera propuesta de reforma fiscal que podría ser muy negativa para México.

lunes, 24 de abril de 2017

La guerra de la leche

Jorge Faljo

A fines del año pasado el departamento de agricultura de los Estados Unidos –USDA- compró 20 millones de dólares de queso proveniente de inventarios privados con la finalidad de reducir un poco el problema del exceso de queso invendible. Esa cantidad de queso fue donada a bancos de comida y otras formas de distribución a pobres que en condiciones ordinarias no lo consumirían porque no tienen suficiente ingreso para comprarlo. Este destino es importante porque si el queso fuera a dar a consumidores habituales estos dejarían de comprarlo en el supermercado y no se resolvería el problema de sobreproducción.

Sin embargo para los productores la medida fue notoriamente insuficiente; con 20 millones de dólares solamente se compró la sobreproducción de un mes y redujo en poco los inventarios existentes. Sobra mucho queso que los pobres querrían consumir y no tienen para pagar y esa compra y posterior donativo no es parte de una política permanente.

Canadá es un país con incluso mejor potencial de producción lechera que los Estados Unidos y mucha menos población. También tiene un problema de sobreproducción que ha aliviado en mucho de otra manera. Administra, conjuntamente con la organización de productores de lácteos la asignación de cuotas de producción de leche y, además impone altos aranceles a las importaciones de leche, mantequilla y quesos. Es decir que supo negociar su tratado de libre comercio. De cualquier manera se generan excesos de producción y subutilización de capacidades.

A pesar de ello Canadá estaba importando proteína de leche como ingrediente en la producción de sus quesos. Para favorecer a sus productores hizo cambios administrativos que llevaron a que los productores de queso de Canadá prefirieran comprar dentro del país.

Una exportadora norteamericana de la proteína de leche avisó que dejaría de comprar a ganaderos norteamericanos y estos pusieron el grito diciendo que tendrían que dejar de producir y cerrar. En este punto apareció en escena Donald Trump, que se declaró indignado con los canadienses, dijo que el TLCAN le hacía daño a los norteamericanos y que lo cambiaría muy pronto. Dijo que en un par de semanas presentaría un plan para ello.

Y el peso se devaluó unos 35 centavos después de una racha de fortalecimiento.

Trump es un hombre intempestivo e impredecible. Pero los mexicanos cometemos un error si creemos que dirigir su furia hacia otros lados ya se olvidó de nosotros y podemos volver a la paz de la inercia. No es así. Pero la devaluacioncita del peso muestra que tenemos ese comportamiento y cuando el güero vuelve a la carga volvemos a reaccionar espantados. Y eso que no era contra nosotros y no dijo nada nuevo.

Trump y su secretario de comercio insisten en que equilibrarán el comercio con México a la buena o a la mala. A la mala es que nos pongan aranceles y nos dejen de comprar; a la buena es convencernos de que los dólares que entran a México por superávit en las ventas a Estados Unidos se usen para comprarles a ellos y no a China. Sobre esto han sido muy claros.

Aquí hago dos propuestas. Una es que les creamos a los primos gringos de que van a reducir su déficit con México; la segunda es que es mejor que sea por la buena. Es decir, que en vez que reduzcan sus compras que nosotros seamos mejores clientes de ellos y aumentemos las nuestras.

Esto significa que eliminemos el déficit que tenemos con China y el sureste asiático, y que financiamos con los 122 mil millones de dólares de superávit que tenemos con Estados Unidos. Estados Unidos dice de manera golpeada si tu no me compras yo tampoco. Nosotros tendremos que decirle lo mismo a China.

Claro que el asunto no es nada sencillo y el cambio es forzosamente gradual; se llevará varios años. Será por un lado traumático, como todo gran cambio. Pero también abre importantes oportunidades para México. No es simplemente dejar de comprar a los chinos para comprarles a los gringos; hay mucho que en ese giro podríamos pasar a producir en México.

Hay que recordar que este asunto de la leche es un buen ejemplo de lo que ocurre en todo el planeta: se puede producir mucho más, sobra producción pero no se genera suficiente capacidad de compra. De hecho los norteamericanos, los mexicanos y la mayor parte de la población del planeta se ha empobrecido al mismo tiempo que aumenta la tecnología y la capacidad de producir.

Lo que está en juego cuando hay falta de demanda es determinar quiénes son los que sufrirán las consecuencias y tendrán que dejar de producir. El mensaje de Trump es que no serán los norteamericanos; nuestro mensaje debe ser que no sean los mexicanos. Así que ni modo, que los chinos sean los que a final de cuentas dejen de venderle mucho al mundo cuando le compran muy poco, por lo menos a nosotros.

No es sencillo dejar de comprarle a China; pero crea la oportunidad de que mucho de eso se produzca en México. Como buena parte son baratijas, esas son sencillas de producir aquí. Otros muchos componentes industriales también los podemos producir pero eso requiere platicarlo con los industriales y hacer mucha planeación, porque no habrá esa producción si no hay la seguridad de una ruta de reindustrialización del país que no esté sujeta a vaivenes del exterior y del interior.

Parte de esa seguridad se tiene que conseguir en la renegociación del TLCAN; otra parte en un acuerdo interno, en un programa que no sufra posteriores consecuencias políticas. No nos vaya a llegar otro neoliberal trasnochado.

sábado, 15 de abril de 2017

La amarga inversión extranjera

Jorge Faljo

Hace un par de días el presidente Enrique Peña Nieto informó que la Inversión Extranjera Directa –IED-, llegó a los 135 mil millones de dólares a lo largo de su administración. El Presidente proporcionó estos datos en el discurso de inauguración de una moderna planta embotelladora de agua mineral con capacidad para producir más de 200 millones de botellas al año y propiedad de la empresa Peñafiel; es decir del consorcio extranjero Dr. Pepper Snaple Group.

A mayor abundancia el Presidente dijo que en los años noventa la entrada anual de Inversión extranjera directa fue de 8 mil millones de dólares al año y que ahora tenemos cifras cercanas a los treinta mil millones de dólares –mmd- anuales. Es obvio que así planteada se considera a tal incremento de la IED como algo muy positivo.

Presumir a la inversión externa es una constante de los discursos presidenciales. Hace poco más de un año, en febrero de 2016, en la entrega de títulos de propiedad formalizados en Tamaulipas el Presidente señaló que la IED en su administración ya alcanzaba los 100 mmd. Hace dos años, en la inauguración de una planta de la Toyota en 2015 el presidente presumió la entrada de 66 mmd en 2013 y 2014, los dos que llevaba su administración. En abril de ese mismo año, al inaugurar la ampliación de una carretera en Jalisco el mandatario aseveró que gracias a las inversiones en infraestructura y, por supuesto, las reformas estructurales, el país se encontraba entre los diez primero países favorecidos por la inversión extranjera.

El Presidente festeja y asocia la entrada de inversión extranjera a la confianza de los inversionistas en México, lo que vendría a ser una especie de logro de su administración. Bueno, no solo de la suya. Lo mismo era festejado por las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón.

Los datos de inversión extranjera se presumen en muy diversos eventos, de la inauguración de una planta productiva moderna, una carretera, un encuentro con empresarios o un acto relativamente popular. Es decir que se la coloca como señal de éxito y eje de la estrategia económica nacional.

No obstante, precisamente por su mención en estos contextos se puede dar lugar a varias interpretaciones engañosas, a las que me refiero en adelante.

Una interpretación engañosa es que la mayor parte de la inversión extranjera es productiva. No es así; el grueso de la entrada de capitales externos se va a inversión de cartera, es decir compra de bonos y otras formas de depósito de dinero relativamente liquidas, es decir que se pueden mover de un lado para otro con mucha mayor rapidez que una inversión productiva. Se trata del llamado capital volátil que llega al país atraído por el hecho de que aquí se es ofrecen tasas de interés muy superiores a las del exterior.

Otra idea equivocada es que la IED es básicamente nueva inversión productiva. Lo cierto es que este tipo de inversión se orienta sobre todo a la compra de empresas ya constituidas. Destacan dentro de este sexenio la venta de la cervecera Modelo, la farmacéutica Rimsa, las fábricas y distribuidoras de pinturas y similares Comex, y la chocolatera Turín. En esta línea de la venta – país se ha vendido buena parte de la banca, la industria del acero, las tequileras y demás. Aquí habría que pensar en la “confianza” de aquellos que prefieren vender sus empresas y sacar su capital del país.

Obviamente el Presidente no acude al cambio del letrero en la puerta de entrada de una empresa que era mexicana por el hecho de que llegó capital del exterior a comprarla. Pero con esa retórica en algunas inauguraciones da a entender que toda la IED crea nuevos puestos de trabajo. En los hechos con frecuencia la venta de una empresa mexicana da lugar a su reestructuración y a la pérdida de empleos, sobre todo cuando de lo que se trata es de aprovechar su red de distribución para traer importaciones.

Parte importante de lo que se clasifica como IED no es entrada de capitales externos sino ganancias destinadas a reinversión de las empresas extranjeras ya ubicadas en México. Es decir que lo que no remiten como ganancias al exterior, sino que se reinvierte, es también IED. Es muy probable que la nueva planta Peñafiel inaugurada por el presidente se haya construido con ganancias realizadas en el país.

Finalmente habría que decir que dentro de esta revoltura estadística, si existe una porción de entrada de capital externo que si crea nueva planta productiva y nuevos empleos en México. Esto se hace con frecuencia asociado a importantes condonaciones del pago futuro de impuestos e incluso a la inversión con dinero público de importantes obras como carreteras de acceso, ramales de ferrocarril, ampliación de puertos, e infraestructura de suministro de servicios (agua, electricidad). Por debajo del agua también se ofrece estricto control sindical; de hecho el contrato con un sindicato blanco se firma antes de inaugurar las nuevas plantas.

La inversión extranjera llega a México con alfombra roja; es receptora de múltiples privilegios fiscales, de inversión pública atractiva, de control sindical y salarios bajos. Todo para crear vitrinas de exhibición como joyas de la estrategia económica.

Vista en su conjunto la estrategia económica es la de venta/país como forma de allegarnos dólares, que a final de cuentas se convierten en importaciones de bienes que podríamos producir internamente y realmente crear empleo y bienestar. Somos importadores de una enorme proporción de los alimentos, la ropa, el calzado y los electrodomésticos que consumimos.

La estrategia basada en la atracción de IED es un arma de triple filo en contra de los mexicanos. Se “come” el presupuesto y la atención gubernamental para construirle espacios atractivos, como por ejemplo las zonas económicas especiales, e incluso sacrifica ingresos fiscales futuros. Exige un entorno de bajos salarios y control sindical que ha impedido el fortalecimiento del mercado interno y de hecho ha arrojado a la quiebra a gran parte de las empresas pequeñas y medianas que lo abastecían. Nos convierte en consumidores hasta de importaciones “simples”, que no requieren ninguna sofisticación tecnológica y que obviamente podríamos producir.

Así que la próxima vez que se entere de que el presidente inauguró una nueva planta de propiedad extranjera, o que le puso infraestructura a una transnacional, o simplemente presumió de la “confianza” que nos tienen los inversionistas extranjeros, sepa que esto tiene un enorme costo para el resto de los mexicanos. Mientras la IED cuenta con tapete rojo, lo que queda del empresariado nacional y del mercado interno se desintegra.

sábado, 8 de abril de 2017

Trump ¿tragedia o comedia internacional?

Jorge Faljo

La joven administración de Donald Trump se encuentra sujeta a una seria investigación sobre los contactos que varios de sus colaboradores cercanos tuvieron con agentes rusos a lo largo de su campaña como candidato a la presidencia. Esto se ha ido descubriendo poco a poco e incluso a partir de negaciones iniciales que en un caso obligaron a renunciar, por mentir, a su recién nombrado asesor de seguridad nacional.

Las agencias de inteligencia norteamericanas han dicho claramente que Rusia se entrometió en el proceso electoral norteamericano mediante el hackeo y divulgación de correos electrónicos de Hillary Clinton y de su equipo de campaña. Eso está probado. Lo que está en juego ahora es si Trump y su equipo lo sabían, o si incluso hubo algún tipo de acuerdo con los rusos. Probar eso sería una bomba política que podría destruir su presidencia; la sola sospecha ya le ha causado bastante daño.

Trump ha reaccionado con bombas de humo, es decir distractores. Acusó directamente a Obama de espiarlo, pero lo hizo sin consultar a las agencias de inteligencia que ahora dirige y no pudo aportar ningún tipo de prueba y lo dicho quedó como otra de sus mentiras. Su administración se encuentra ahora en niveles record de baja aprobación y es cada día menos creíble. Los motivos de descontento creciente son muchos.

Su plan de reforma del sistema de salud fracasó; llevaba a que 24 millones de norteamericanos perdieran su seguro de salud. Sus propuestas de cambios impositivos consisten básicamente en quitarles impuestos a gentes súper ricas como Trump mismo, elevar el gasto militar, y en cambio reducir el gasto en salud, educación y medio ambiente. Recién eliminó una orden de Obama que les prohibía a las empresas de internet vender información de sus clientes; ahora las páginas visitadas por cada quien; es decir los historiales de navegación pueden ser comercializados a pesar de que la gran mayoría de la población se opone.

Trump viaja cada fin de semana a su lujosa residencia en su campo de golf en Florida, a un costo de tres millones de dólares por vez, sobre todo por motivos de seguridad. Viajecitos que en dos meses les han costado a los norteamericanos más de 15 millones de dólares. Su esposa decidió quedarse a vivir en la Torre Trump de Nueva York y por ese motivo el costo de seguridad es de 127 mil dólares cada día. Esto a pesar de que Trump destacó por atacar los gastos de Obama cada vez que salía de la Casa Blanca o le dedicaba unas pocas horas a una actividad recreativa.

Además las quejas de los vecinos, e incluso de las autoridades locales de Florida y Nueva York son fuertes. Cada visita presidencial o los desplazamientos de la primera dama implican cierre de calles y suspensión del tráfico que causan embotellamientos y desalientan a los clientes de los comercios locales que alegan fuertes pérdidas. En contraste los videos del presidente jugando golf parecen comerciales de su negocio inmobiliario.

El equipo de Obama dejó en herencia documentos de investigación y lo hizo listándolos de manera tal que no los fuera a desaparecer la nueva administración. Una precaución que por sí misma dice mucho sobre el posible contenido de esa información confidencial. El caso es que ahora hay dos comisiones de investigación, una del senado y otra de la cámara de representantes. El presidente de la segunda, un republicano activo en la campaña de Trump, obtuvo documentos confidenciales que corrió a compartir con el actual presidente sin darlos a conocer a sus compañeros de la comisión de investigación. El escándalo ha sido mayúsculo y tuvo que renunciar.

Para los norteamericanos, y para el congreso en particular, es de la mayor importancia que la investigación sea llevada a cabo de manera independiente de la presidencia y con un enfoque bipartidista. Lo que está en juego es enorme, una posible colusión con agentes extranjeros para determinar quién ganaría la presidencia.

A lo largo de la campaña Trump manifestó en numerosas ocasiones su simpatía por Vladimir Putin y dijo que era mejor tener relaciones de amistad con Rusia que lo contrario. La situación apuntaba a que su administración levantaría las sanciones económicas impuestas a Rusia a resultas de su anexión de la península de Crimea. No es un asunto menor; esas sanciones le han costado a Rusia más de 100 mil millones de dólares.

Otro gran perdedor ha sido la petrolera norteamericana Exxon Mobil que calcula pérdidas por más de mil millones de dólares. No olvidemos que el nuevo secretario de estado norteamericano, Rex Tillerson, era precisamente el presidente de la petrolera y tenía un excelente trato, a nivel de recibir medallas, con Putin. Eliminar las sanciones subiría enormemente el valor no solo de Exxon Mobil, sino de su socia Gazprom, la también gigantesca petrolera rusa.

No se sabe porque Jared Kushner, el yerno de Trump, se entrevistó con el presidente del banco estatal ruso de desarrollo, Sergey N. Gorkov, en diciembre pasado, cuando ya su suegro había ganado las elecciones. Ese presidente del Banco ruso es un graduado de la academia de seguridad de su país (de nueva cuenta espionaje y contraespionaje) y fue colocado al frente del banco directamente por Putin.

A fines del año pasado, Gazprom vendió el 19.5 por ciento de sus acciones por un monto de 10.2 mil millones de euros a compradores extranjeros cuyos datos Rusia no revela. Del lado norteamericano Trump se niega a dar a conocer sus declaraciones de impuestos. ¿Podrían estos dos hechos estar conectados? O podría haber conexión con Kushner; no olvidemos que el poderoso joven primer yerno cuenta con unos 750 millones de dólares y su única experiencia laboral previa es haber administrado la fortuna, también inmobiliaria, de su padre durante el tiempo en que este último estuvo en la cárcel.

En medio de estos negros nubarrones que asedian a Trump, el gobierno de Siria hizo una estupidez absurda, atacar y asesinar con gas internacionalmente prohibido a unas 70 personas, muchos de ellos niños. Los terribles sufrimientos de las víctimas fueron captados en video y difundidos en la televisión norteamericana. Estados Unidos no solo acusa al gobierno sirio sino al de Rusia que se había comprometido a que Siria se desharía de las armas químicas. Algunos sostienen que el gobierno sirio no podría haber hecho esta cruel estupidez sin consultar con Rusia.

Esto ocurrió en un país en el que ya hay más de 200 mil muertos y en una región en la que en las últimas semanas los bombardeos norteamericanos mataron a más de 200 civiles, pero en este caso fue un error sin mala intención.

El punto es que Trump dio un giro de 180 grados y contra lo que siempre declaró, y lo que dijo su secretario de estado una semana antes, lanzó un bombardeo de represalia contra el aeropuerto militar sirio del que habría salido el avión que lanzó el gas. De manera comedida el gobierno norteamericano le avisó a ruso que iba a bombardear, para limitar daños personales (siete muertos al parecer), procuró cuidadosamente no dañar las pistas y atacó solo los hangares de reparación. Así que el aeropuerto sigue en servicio.

Rusia, es decir Putin, se declara indignado por la agresión a una nación soberana y todavía no se sabe si hará algo más.

Del lado norteamericano surge una oleada de patriotismo que lo recalifica como un presidente decidido y fuerte, que continúa las estrategias de siempre. Pero su verdadera gran ganancia es que ante la opinión pública se borran las sospechas de complicidad con los rusos. Y eso puede salvar a una administración que se hundía.

Ahora Trump y Putin son felices enemigos; pero la investigación no se ha acabado.

sábado, 1 de abril de 2017

Nuestra tragedia es fantasía

Jorge Faljo

El Presidente Peña Nieto acaba de declararle a un auditorio atento lo siguiente, “quienes les digan que vivimos en un país que está en crisis, crisis es lo que seguramente pueden tener en sus mentes, porque no es lo que está pasando”. Y no estamos en crisis aclaro, porque si hemos venido creciendo y hay empleo.

Preocupa el reduccionismo que implican sus declaraciones: no hay crisis porque esta solo puede ser de la economía y ahí tenemos más o menos el mismo comportamiento mediocre a que ya estamos acostumbrados. Este año creceremos a, tal vez, un 1.7 por ciento y no al que nos prometieron al inicio de esta administración, o al lanzamiento de las ya muy sobadas reformas sobre las que nunca nos permitieron opinar a pesar de que millones lo solicitaron formalmente.

¿Y que podría presumir del empleo? Cierto que hay más mexicanos trabajando y todos ellos ganan menos que los trabajadores de hace diez años. Es lo que el Banco de México identifica como una masa salarial decreciente; caracterizada por salarios que permiten comprar algo así como la tercera parte, o menos, que los salarios de hace 40 años. Un nivel salarial que da pie a la llamada pobreza laboral; esa situación donde a pesar de contar con un empleo formal no se gana lo suficiente para alimentar a la familia.

Así, penosamente, se arrastra la economía formal. Pero no olvidemos a los trabajadores informales, a los ninis, a los trabajadores sin ingresos, a los excluidos hasta de la informalidad. Millones de mexicanos se vieron obligados a buscar trabajo honesto en los Estados Unidos y esos millones sostienen a otros millones de sus familiares en México. Esta fue una válvula de escape de gran importancia para una estrategia ineficaz y diseñada para la inequidad. El cierre de esa compuerta de escape es un golpe directo que se suma a la amenaza de otros cambios substanciales en la política económica norteamericana.

Decir la única crisis posible o relevante es la económica es un error intencional porque el Presidente hablaba precisamente ante un sector disciplinado, respetuoso, pero en crisis: el ejército. Un sector atrapado entre hacer una tarea que no le corresponde y las acusaciones de que se excede en su uso de la fuerza. Lo que precisamente da pie a una disyuntiva que ya no se puede evadir; o se le da un estatus legal a sus actividades, con enormes riesgos y la desaprobación mayoritaria de adentro y fuera del país. O se consigue crear una policía eficaz, dirigida por gobiernos honestos, con un sistema judicial eficiente. Pero esto que son las tareas más fundamentales de un buen gobierno excede a las capacidades de esta administración.

La captura en Estados Unidos del fiscal general de Nayarit refleja no ya el colmo de la corrupción sino algo peor, es indicio de la captura de porciones del Estado por el crimen organizado. Qué decir de que haya más de media docena de exgobernadores prófugos. Estamos ante una crisis general del aparato estatal que debiera ser el que nos sacara de apuros: los económicos, los de corrupción e impunidad, los del crimen organizado, los de falta de seguridad y violencia extrema.

Y qué decir del asesinato de los que se atreven a hablar; en primer lugar los periodistas, pero también de los que se mueven a favor de organizaciones y comunidades; o los que intentan organizarse para defenderse y terminan en la cárcel.

Estamos atrapados en múltiples crisis apelmazadas. Porque, ¿Qué es crisis? En su sentido original es al mismo tiempo separar o romper, y decidir. Es esencialmente cambiar, pero un cambio inevitable, empujado de modo inexorable por lo insostenible de la situación existente.

Esa es precisamente la situación del país en prácticamente todo lo relevante: Tiene que decidir cómo y hacia donde cambiar en materia económica para asegurar crecimiento; en materia de paz social el modo de instrumentar un eficaz combate al crimen; en cuanto al gobierno como generar honestidad y confianza, pero sobre todo el fin de la impunidad.

La necesidad de cambios en múltiples frentes se impone; o de otro modo cada resfriado se vuelve neumonía, y cada problema deviene en catástrofe.

Sin embargo el Presidente niega que haya crisis; es decir que no reconoce lo esencial, las necesidades de transformación que le impone la realidad. Lidera un equipo que llegó al poder con una agenda sencilla; revitalizar la economía basada en el aceleramiento de la extracción petróleo y en su privatización, atraer capitales externos y proseguir con una modernización de fachada. Entretanto los excluidos seguirían yéndose a los Estados Unidos como forma de hacerse cargo de sí mismos y sus familias.

Pero el plan falló; no ayudó la geología con el agotamiento de yacimientos; ni la crisis de sobreproducción mundial con caída de precios del petróleo; ni la caída del comercio internacional. Mucho menos el cambio de rumbo antiglobalizador de los Estados Unidos, país al que van más del ochenta por ciento de nuestras exportaciones. Y frente a todo esto no hubo, ni lo hay todavía, un plan B. Claro, ¿para que? Si el señor dice que no hay crisis.