lunes, 22 de enero de 2018

Susto Nuclear

Jorge Faljo

En Hawái cientos de miles sufrían el mayor pánico de sus vidas. Corrían por las calles en busca de refugios inexistentes; llamaban a sus seres queridos para una última despedida por teléfono; se daban un abrazo final; se escondían en closets; metían a los niños en las tinas del baño. El tráfico fue un caos, en parte por los que se pasaban los altos para llegar pronto con sus familias; o por los que abandonaron sus autos donde quiera que se vieron embotellados. Estas fueron algunas de las respuestas de los desesperados.

Muchos otros, tal vez tantos como los primeros, pensaron que no había nada que hacer sino simplemente aceptar el destino; fingir calma o rezar, sobre todo si estaban con sus hijos pequeños. Así que muchos simplemente siguieron con sus actividades habituales. También hubo la minoría que simplemente no creyó el mensaje.

Pero la alerta de emergencia que apareció en los celulares de cerca de un millón de hawaianos y turistas el pasado 13 de enero fue aterradora:

“Un misil balístico se dirige a Hawái. Busquen refugio de inmediato. Esto no es un simulacro.”

Una prolongada historia de amenazas mutuas entre Corea del Norte y los Estados Unidos hacia creíble el mensaje. De un lado amenazantes y reiterados ejercicios militares norteamericanos con barcos y aviones cargados de bombas nucleares. Del otro un país pequeño pero desafiante que presume de que ya puede lanzar su propio misil nuclear. De los dos lados presidentes estrambóticos y poco confiables.

Afortunadamente el ataque no fue cierto, pero el susto ocurrió esta semana. Un empleado se equivocó al oprimir el botón que decía “alerta de misil” en lugar del de “prueba de alerta de misil”. Ese empleado fue reasignado a otro puesto; el jefe del sistema se declaró responsable y dijo que en adelante se requerirían dos personas para accionar la alerta.

El episodio obliga a recordar la real amenaza existente de una guerra nuclear. Para muchos esta podría no ser el resultado de una decisión fría; o del escalamiento de las amenazas pensando que el adversario comparte la misma racionalidad y es previsible.

Además de lo anterior, una guerra terrible en la que murieran millones, cientos de millones o la humanidad entera podría originarse en algo distinto: un error estúpido; el mal funcionamiento de una maquina; el acto deliberado de una persona mentalmente enferma; el hackeo de terroristas o de un tercer gobierno.

A esta posibilidad contribuyen dos hechos. El primero es la abundancia de bombas diseminadas en todo el mundo, montadas en todo tipo de medios, controladas por múltiples sistemas de cómputo y sobre las que toman decisiones miles de individuos. Tan solo los Estados Unidos cuenta con 4,500 cabezas nucleares; 1750 se encuentran montadas para su lanzamiento. De estas últimas 900 se encuentran en sistemas de respuesta rápida que permiten dispararlas a los diez minutos de una alerta nuclear que, como en Hawái, podría ser falsa.

Lo segundo, la posibilidad de un error en algún punto de este complejo sistema estadounidense, o de sus contrapartes rusa, china, francesa, inglesa, india, pakistaní, israelita o de los recién llegados norcoreanos. Esta posibilidad se ve subrayada porque se conoce que en el pasado se han cometido algunos errores graves.

Han ocurrido otras alarmas de las que la población no se ha enterado y que resultaron falsas. No responder se debió en varios casos a la sangre fría de un individuo que decidió confirmar, incluso sin seguir el protocolo. En alguna ocasión los rusos confundieron un cohete científico noruego con el lanzamiento de un misil desde un submarino norteamericano. Afortunadamente tomaron en cuenta que ningún otro misil había sido disparado. Alguna vez se cargaron siete bombas nucleares en un avión norteamericano confundidas como misiles convencionales. La historia de errores absurdos es demasiado larga para relatarla.

Hace un par de días el Papa Francisco dijo tener verdadero miedo a una guerra nuclear. Un incidente podría desatarla y por ello pidió destruir las armas nucleares. No sabemos si el incidente de Hawái lo asustó o únicamente le recordó esa terrible posibilidad.

Al lado de la versión oficial de un error involuntario hay quienes plantean otra posibilidad mucho más preocupante. Señalan notas recientes del New York Times acerca del incremento de ejercicios militares que, ominosamente, se parecen a los preparativos previos a la invasión a Irak.

En un contexto cargado de amenazas previas y ejercicios acentuados no falta quien señala la posibilidad de que la alerta nuclear en Hawái fuera parte de estos preparativos. Sería una forma de poner a prueba varios elementos: la respuesta de la población y de los medios.

La población tardó 38 minutos en enterarse de que la alerta fue un error. Los mandos militares norteamericanos lo supieron en menos de cinco minutos. ¿Cuánto tardaron los chinos, rusos, coreanos y otros, en darse cuenta de la alarma primero y de que era un error después? Más importante aún; ¿cuál fue su reacción en esos minutos? y si esta reacción fue captada por los sistemas satelitales y de espionaje norteamericanos.

Error o no error esta es información valiosa para lo que podrían ser preparativos militares y de manejo de la población.

Algo que llama la atención es que durante la alerta el presidente Trump no dejó de jugar al golf. Tal vez no tuvo tiempo de reaccionar, o no lo tomó por sorpresa. Cierto que en apenas unos minutos supieron que era falsa alarma. Pero surge otra pregunta: Trump tiene unos 22 millones de seguidores en Twitter, que es prácticamente instantáneo. ¿Por qué no envió un mensaje aclarando que era una falsa alarma?

Finalmente están los que alejados del “sospechosismo” consideran que fue una suerte para el mundo que Trump estuviera jugando golf. Ojalá lo hiciera todo el tiempo.

lunes, 15 de enero de 2018

Los tumbos del TLCAN

Jorge Faljo

La renegociación del TLCAN en proceso no ha acrecentado la certidumbre sobre el resultado final. El secretario de economía, Ildefonso Guajardo, dice que el Tratado está firme. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Pablo Castañón, cercano a la negociación, señala que no se ha eliminado la posibilidad de que Estados Unidos decida retirarse del acuerdo. Se ha avanzado en la mitad de los temas de negociación, pero aún faltan los más difíciles.

La ministra de relaciones exteriores de Canadá, Chrystia Freeland, dijo que Estados Unidos debe ser tomado en serio cuando dice que podría abandonar el TLCAN.

El influyente senador republicano Paul Ryan dijo que el problema real que tienen los Estados Unidos es con Canadá por el exceso de lácteos y los bajos precios que afectan a los productores de Wisconsin. Por otro lado, previene que acabar con el TLCAN pone en riesgo las exportaciones agropecuarias norteamericanas hacia México. Mantiene la vieja posición neoliberal favorable a los tratados comerciales en lo general con arreglos particulares en sectores específicos.

Distinta ha sido la posición de Trump, el secretario de comercio Wilbur Ross y el representante comercial Robert Lighthizer, que con enorme ambición han buscado tres modificaciones de enorme importancia. Una es equilibrar el comercio exterior norteamericano exigiendo que seamos mejor cliente de los Estados Unidos y no de China. Entre otras cosas en las importaciones de partes para la producción de automóviles. Lo segundo es elevar los salarios en México de modo tal que no compitamos con lo que Trump llego a calificar como trabajo esclavo. Y lo tercero es ampliar las importaciones de productos agropecuarios.

Cualquiera de esas tres modificaciones, y todas en conjunto, implicarían modificaciones de raíz a la estrategia económica seguida por México en las últimas décadas. Equilibrar el comercio con Estados Unidos requeriría imponer aranceles a las importaciones de China, lo que elevaría los precios de los bienes importados y bajaría la competitividad de la manufactura mexicana. Esto llevaría a que Estados Unidos prefiriera comprar en China. Un absurdo en el que no saldrían ganando.

Solo es viable equilibrar el comercio si los tres países, México, Estados Unidos y Canadá rediseñan el TLCAN para darse verdadera preferencia mutua y establecer conjuntamente aranceles a las importaciones de China. Solo en esas condiciones también sería posible la elevación substancial de salarios sin pérdida de competitividad.

En ningún caso sería aceptable el incrementar las importaciones agropecuarias debido a que agravaría la ya difícil situación económica y social del campo en México.

La renegociación del TLCAN ya fracasó; México no aceptó las exigencias centrales norteamericanas. Y no podría hacerlo sin demandarle a Estados Unidos y Canadá lo que también serían para ellos cambios substanciales de sus estrategias económicas. Los tres países le han dado preferencia a importar del sureste asiático y no de sus socios comerciales. Cambiar eso y otorgarse una alta preferencia comercial trilateral implicaría que los tres impusieran aranceles a las importaciones asiáticas.

El fracaso de la renegociación no significa la ruptura automática del tratado. Más bien habría que pensar que la renegociación ha cambiado de campo de juego. En lugar de ser trilateral es ahora predominantemente interna a los Estados Unidos.

Es al interior de ese país que dos sectores se oponen a la ruptura del tratado. Uno son los productores agropecuarios que se encuentran en crisis de sobreproducción y precios bajos y temen que México disminuya sus compras de granos y lácteos.

No es políticamente viable que Estados Unidos, a manera de castigo imponga restricciones específicas a sus importaciones mexicanas. Tendría que hacerlo a las de un conjunto amplio de países, incluyendo China, Japón y Alemania. Lo que afectaría fuertemente los intereses de un segundo sector, los grandes consorcios que han invertido y producen en el exterior. Además, entraría en conflicto con sus grandes aliados internacionales.

Por ello, aunque la renegociación fracase es muy posible que Estados Unidos no se salga del TLCAN. Afirmación arriesgada porque la decisión se encuentra en manos de un individuo que día con día manifiesta un comportamiento poco racional, poco informado y muy influenciado por reacciones viscerales. En todo caso lo preocupante para nosotros es la debilidad de un modelo económico dependiente de lo que ocurra en el exterior.

Continuar en un TLCAN con ajustes menores sería un respiro insignificante en un contexto en el que otros riesgos se acrecientan. En la ausencia de un quiebre dramático, deberíamos aprovechar para plantear un cambio de estrategia socialmente consensado.

Es lamentable que México le haya apostado a un tratado de libre comercio y no a uno de desarrollo compartido. Uno que le hubiera dado continuidad en lugar de destruir los avances industriales y de la producción agropecuaria que permitieron elevar substancialmente los niveles de vida de los mexicanos de los años cuarenta a los setentas.

Nos globalizamos en exceso y bajo mecanismos equivocados. El crecimiento sostenible no puede darse sobre la base de la venta del país y del sacrificio del bienestar de la mayoría; requiere lo contrario, el incremento del consumo unido a la producción interna. Con un componente globalizado que no podemos eludir, y que puede ser positivo, pero que no debe jugar el papel central de una estrategia económica que busque crecimiento con equidad.

domingo, 7 de enero de 2018

Evangelii Gaudium, Alegría del Evangelio. Selección

EVANGELII GAUDIUM

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html

Papa Bergoglio

No a una economía de la exclusión

53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».

54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.

No a la nueva idolatría del dinero

55. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.

56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.

No a un dinero que gobierna en lugar de servir

57. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética —una ética no ideologizada— permite crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»[55].

58. Una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos, a quienes exhorto a afrontar este reto con determinación y visión de futuro, sin ignorar, por supuesto, la especificidad de cada contexto. ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano.

No a la inequidad que genera violencia

59. Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas y realizadas.

60. Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones— cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes.

sábado, 6 de enero de 2018

Julián el franelero. Pasado, presente y futuro

Jorge Faljo

Julián es franelero. Trabaja para el dueño de un taller que ojalatea y pinta carros sobre la banqueta. Además, con su mujer y su hijo de unos veinte años, administra la posibilidad de estacionarse a lo largo de una calle cercana a un edificio de oficinas públicas. Ella supervisa y cobra, su hijo guarda las llaves. Muchos oficinistas les dejan sus carros, con las llaves puestas, para que ellos, y sus chalanes, los acomoden con gran habilidad en espacios mínimos. Entrando y saliendo por las ventanas de los autos en batería cuando es necesario.

Ahí trabajó Julián la mayor parte del año pasado, consiguiendo clientes, cuidando los autos y lavando alguno que otro. Ganaba entre 130 y 180 pesos y, tal vez otros treinta en propinas. Ocupación en la que había que cuidarse de las patrullas que se lo podían llevar por el resto del día. Lo digo en pasado porque al llegar las vacaciones de fin de año lo despidieron y, por algún disgusto, le dijeron que ya no volviera.

En estos días de vacaciones ha estado haciendo chambitas en mi casa. Según eso para pagarme lo que me debe. Lo que en realidad no ocurre porque siempre tiene motivos para pedirme otro préstamo. Por ejemplo, para un colchón, porque el, su esposa y su hija de año y medio dormían sobre unas cobijas y el piso de su cuarto en Chimalhuacán es muy frío. Sus cuñados, que viven en el rumbo, le dijeron que ya tenía que comprarlo por su esposa y la niña.

Julián llega con hambre. En un par de ocasiones ha dicho que no comió el día anterior y que cómo hombre él tiene que aguantar más que su esposa e hija. Se hace su café, me pide para pan dulce y refresco, y un periodiquillo con abundantes fotos sangrientas; excepto las de futbolistas y cabareteras. Me pasa el sudoku y el crucigrama.

Sabe algo de electricidad, carpintería, plomería, hacer limpieza y cocinar. Lo último lo aprendió en el centro de rehabilitación donde lo metió su papá hace unos años. Ya no bebe. Adora a su niña; una traviesa que le descompuso un par de celulares el año pasado. De los usados de 200 o 300 pesos con los que puede bajar música y enviar Whatsapps.

Le pregunto ¿qué va a hacer a partir del 8 de enero? Hace años fue boxeador peso mosca, pero ya no tiene la condición física. Puede ir al lavado de autos donde le pagaban 150 pesos, menos quince si usa el “armorall”. Solo que no siempre hay chamba. Tal vez podría encargarse de un puesto de pan; un canasto sobre un tripié en La Merced donde pagan 1,200 a la semana, trabajando de ocho a siete y con un día libre entre semana. Pero no le gusta estar sin moverse todo el día.

Tal vez cuide por unos días a dos niños que van a la escuela primaria. Son los hijos de un cuñado que, junto con su propia esposa, tienen que ir a Huautla, Oaxaca, de donde son todos, a resolver un conflicto por la herencia de un terreno. Es un deber familiar, pero también hay que saber cuánto le ofrece el cuñado; empleado de un puesto de ropa en Chiconcuac.

En el peor de los casos le ayudará a su esposa a pelar nueces en su cuarto. Reciben las nueces con la cascara quebrada y hay que pelarlas separando las mitades enteras y la pedacería. Pagan 340 pesos por bolsa de veinte kilos y cada uno puede pelar 10 kilos en día y medio, aunque duelen los dedos. Se ganan unos 90 pesos al día.

Podría pensarse que Julián representa a los millones a los que todavía no les hace justicia la revolución. Es el pasado, y también es el presente, el de aquellos a los que todavía no les llegan los beneficios (¿?) de las reformas estructurales.

Lo alarmante es que Julián también representa la modernidad laboral, el futuro. Me refiero a la nueva “economía gig”. Es el nombre que se le da en los Estados Unidos a la producción basada en el trabajo fragmentado y contingente, prácticamente al día a día, incluso por horas, con personal al que se le considera “independiente” o trabajador por cuenta propia.

Los choferes de Uber, sin horario, sin prestaciones, trabajando a destajo, son el ejemplo ya clásico de esta modernización. Pero es un ejemplo engañoso porque podría pensarse que este proceso ocurre solo en empresas nuevas con tecnología de punta. No es así; el trabajo fragmentado y contingente avanza incluso donde no hay cambio tecnológico relevante.

Datos norteamericanos muestran incrementos notables de este tipo de trabajo en los sectores de la construcción, el transporte, la aviación, el sistema de salud, la preparación de alimentos, empleados de oficina y demás. Este tipo de trabajo se ha duplicado del 9 al 18 por ciento de los trabajadores entre 2005 y 2015. Algunos analistas calculan que para el 2020 podría alcanzar al 40 por ciento de la población ocupada. Un cambio que se traduce en fuerte deterioro en las condiciones de seguridad laboral, prestaciones e ingresos de millones de trabajadores.

Las leyes laborales, las prestaciones de tipo social, la posibilidad de una futura pensión, todo está diseñado para la relación laboral clásica, es decir la de un patrón con un empleado permanente y formal. Pero ahora las grandes empresas no consideran como empleados a buena parte de la fuerza de trabajo que emplean.

Wal-Mart les llama “asociados”; lo que me recuerda una caricatura en la que Axterix y Obelix suben a un barco de galeotes y comentan algo sobre los esclavos, a lo que el mercader – capitán se apresura a aclarar que no son esclavos sino socios con derecho a remo.

Es incoherente convocar a luchar contra la informalidad y por otro lado hacer reformas que “flexibilizan” el mercado laboral, debilitan los sindicatos y avanzan en el deterioro de los derechos de los trabajadores. Debilitar la formalidad laboral no es el modo de combatir la informalidad.

En México el gobierno es punta de lanza en la tercerización laboral (outsourcing) de, digamos, los servicios de limpieza; en la contratación de profesionistas por honorarios, sin reconocerlos como empleados de pleno derecho. También ha convertido a muchos de sus empleados, por ejemplo, los extensionistas rurales, en “prestadores de servicios técnicos” cuyo supuesto patrón son los beneficiarios de los programas de desarrollo rural, social o ecológico.

Conceptos tradicionales como el de informalidad no clarifican suficientemente la realidad de un segmento laboral que lejos de disminuir por su absorción dentro del empleo formal, crece aceleradamente debido a los nuevos esquemas de trabajo. El hecho de fondo es que los patrones están desconociendo a sus trabajadores. Es un proceso que distorsiona el tejido social y conduce hacia situaciones explosivas asociadas a la mayor inequidad y la destrucción de la clase media.

Hay que estudiar el fenómeno y reflexionar sobre cómo enfrentarlo. Parte de la solución será substituir la captación fiscal asociada a la contratación laboral por un mecanismo relacionado con lo contrario, la ganancia sin generación de empleo, sin responsabilidad social. Y usar estos ingresos fiscales para financiar un ingreso ciudadano básico que permita una vida digna.