lunes, 30 de junio de 2014

Informalidad: confundiendo al enemigo…

Faljoritmo

Jorge Faljo

Los datos definitivos del comportamiento de la economía norteamericana en el primer trimestre resultaron bastante peor de los cálculos preliminares. La perspectiva de una caída del 1 por ciento se transformó en una contracción efectiva del 2.9 por ciento a una tasa anualizada. Fue el peor resultado desde el 2009, un año de franca recesión.

Conocer esa cifra debería hacernos abandonar la ilusión de que México podrá repuntar, crecer, crear empleo y elevar el bienestar gracias a su enganchamiento como furgón de cola de los Estados Unidos.

La alternativa, dicen muchas voces, incluso empresariales, es dinamizar la economía desde adentro, mediante el fortalecimiento del mercado interno. Pero el planteamiento es mera expresión limitada y de labios para afuera. Lo que se propone es que el gobierno eleve y haga eficiente su gasto, que se convierta en el cliente clave de la industria de la construcción y de las grandes, medianas y pequeñas empresas. Si no hay quien gaste que lo haga el gobierno, porque lo que se necesita es demanda en un mercado saturado de producción invendible.

Sin embargo la idea de fortalecer el mercado interno no se traduce a lo obvio: recuperar aceleradamente el poder de compra perdido por los trabajadores urbanos y rurales. Convertirlos a ellos en la fuente de incremento de la demanda y motor del crecimiento de las ventas y la producción. Eso fue por cierto lo que nos permitió crecer aceleradamente de 1940 a 1980.

Peor, la parálisis económica empuja a nuestras preocupadas elites dirigentes a intentar resucitar el entusiasmo que hace treinta años causaban las reformas neoliberales. “Al que no quiere sopa, dos tazas”. Es decir que nos planteamos otra oleada de apertura al comercio internacional y de mayores incentivos y nuevos campos de inversión para atraer capitales externos.

Solo que el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC), un “think tank” (centro de reflexión) empresarial, nos acaba de recordar que la gran apertura comercial no le aportó prácticamente nada al crecimiento de país. ¿Por qué lo que no sirvió en tres décadas habría de funcionar ahora?

Nos dicen que los efectos positivos de las reformas estructurales no serán inmediatos, tal vez ni siquiera mediatos; que el retroceso de la economía norteamericana nos hará más difícil salir del estancamiento; que no estamos generando el empleo formal que necesitamos; que la población se empobrece; el tejido social se rompe y hasta las familias son cruelmente disgregadas.

En este contexto parece que se ha decidido luchar contra la informalidad como si fuera el enemigo, como si con ello se fuera a fortalecer el empleo y la economía formal; como si así fuéramos a crecer y elevar el bienestar. Es una noción equivocada y peligrosa.

La informalidad muestra la incapacidad de inclusión de la economía formal y globalizada. No hay creación de empleo productivo y de calidad. En estas condiciones la informalidad que no es criminalidad o mera evasión de impuestos; es decir la mayor parte, es refugio de los excluidos. El grueso de la población se ve obligada a sobrevivir en actividades de baja productividad e ingreso.

Tener a decenas de miles de jóvenes limpiando parabrisas en las esquinas o a millones buscando sobrevivir en el micro comercio callejero o de changarritos, son absurdos a los que lleva la ineficacia del sector moderno y globalizado para ofrecer medios de vida a la mayoría. Por lo contrario, el avance de este tipo de modernidad destruye los medios de vida de la mayoría y eso parece estarse convirtiendo en una política explicita en estos momentos.

En el grueso de las actividades informales la ganancia no es tal; es mera remuneración al trabajo; es ingreso para la sobrevivencia de la familia. El impuesto que escabullen es el grueso de su remuneración sin prestaciones, es su margen de rentabilidad y lo que les hace posible competir.

Cercar a los informales para exigirles una compleja regularización burocrática y fiscal, incluso la bancarización de sus actividades para no ser acusados de lavado de dinero, se traducirá en poco incremento de los ingresos públicos y en mucha destrucción de las actividades económicas que son refugio de la mayoría.

Atacar la informalidad, criminalizarla, es confundir enemigos y es una forma de ataque al mercado interno. Destruir esos refugios sin ofrecer nada a cambio es sencillamente peligroso.

Debemos pensar en estrategias que movilicen las capacidades productivas de la población poniendo en uso la gran cantidad de recursos subutilizados disponibles. Si eso permite que un amplio sector de la población pueda ocuparse y elevar sus niveles de consumo esto debe considerarse un objetivo social valioso, digno de ser impulsado por el gobierno y no obstaculizado.

Para ello la producción de bienes de consumo básico y mayoritario, de pequeña escala y que utiliza tecnologías convencionales debería redefinirse como el sector social de la economía amparado por nuestra Constitución Política. Debe ser apoyado y no hay mejor apoyo que no estorbar y exentarlo del pago de impuestos; su función social es prioritaria.

Si de ese modo millones de mexicanos logran hacer frente a la exclusión, eso ya es ganancia. No le muevan.

domingo, 22 de junio de 2014

¡Ché…qué mal tango!

Faljoritmo

Jorge Faljo

Durante los últimos años del siglo pasado Argentina mantuvo a toda costa una paridad cambiaria demasiado alta para su moneda. Lo logró atrayendo capitales externos, vendiendo sus empresas y endeudándose. Era como estar en el primer mundo. Los argentinos disfrutaban de dólares baratos que les permitían viajar a sus clases medias por todo el planeta y comprar todo tipo de productos importados. Mientras tanto su propio aparato productivo se deterioraba.

En el esfuerzo de mantener alto el valor de su moneda establecieron una paridad cambiaria de uno a uno con el dólar y le dieron el rango de ley constitucional. De ese modo, creyeron, el tipo de cambio sería inmodificable y resistiría todo tipo de presiones. Pero no fue así.

La necesidad de hacer pagos en dólares por sus importaciones, por la repatriación de ganancias de las empresas extranjeras, por los intereses de sus deudas y porque el capital es esencialmente volátil superó la entrada de dólares. Ley o no ley no había dólares suficientes y hubo que devaluar. Les pasó lo que a México a fin de 1994. Era una de las crisis comunes de los países periféricos; en su caso el efecto tango, para México los países ricos le llamaron el efecto tequila; en Brasil el efecto samba.

Argentina quedó con una economía maltrecha y sin posibilidades de pagar sus adeudos externos. La crisis financiera del 2001 llevó a la cesación de pagos por alrededor de 95 mil millones de dólares. De ese modo se inició un largo proceso legal y de negociaciones con sus acreedores. El país quedó excluido del financiamiento internacional.

Sin embargo el problema de su deuda externa seguía inconcluso. En 2005 y 2010 ofreció a sus acreedores externos una reestructuración de la deuda. Se trataba de canjear los bonos de deuda anteriores por otros nuevos con una fuerte quita de capital. Ofreció pagar solo el 30 por ciento de la deuda original y a plazos. Alrededor del 93 por ciento de los inversionistas aceptaron, así fuera de mala gana.

La transición política fue accidentada; llegó a tener cinco presidentes en dos años. Pero finalmente definió una política nacionalista y desafiante del modelo globalizador mundial y de la sumisión al capital financiero. La suspensión de pagos primero y la reducción de la deuda le permitieron a Argentina, ya con una moneda barata, retomar el camino del crecimiento sobre la base del fortalecimiento de su mercado interno.

Los argentinos tuvieron que vacacionar dentro del país y consumir productos nacionales dado que los externos se encarecieron fuertemente. Pero este consumo de lo nacional permitió la reactivación de la economía y el empleo y el mejoramiento salarial. Esto se tradujo en una década de muy alto crecimiento.

Sin embargo el pleito con la minoría de inversionistas que no aceptaron la reestructuración siguió un camino rudo. La señora presidente Cristina Fernández de Kirchner no puede viajar fuera del país en su avión presidencial porque corre el riesgo de que se lo embarguen.

Ahora acaba de agravarse el asunto. Hace unos meses un juez norteamericano, Thomas Griesa, decretó que el gobierno argentino no podría pagar al 93 por ciento de los acreedores que aceptaron renegociar a menos que antes pague a la minoría que demanda el pago total del monto original.

Argentina recurrió a la Suprema Corte de Justicia norteamericana pidiéndole que revisara el caso. El año pasado Christine Lagarde, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional anunció que su organización interpondría un recurso ante la Suprema Corte en apoyo de la posición de Argentina. Pocos días se retractó debido a la oposición norteamericana.

Ahora la Suprema Corte norteamericana acaba de negarse a revisar el asunto y la orden del juez Griesa se mantiene en vigor. Pero si Argentina paga los 1,330 millones de dólares que reclaman los fondos buitre el resto de los inversionistas no reestructurados se sumarán a la demanda y eso elevaría el pago a unos 15 mil millones de dólares. No para ahí la cosa. También vendrían las demandas de los reestructurados cuyos contratos indican que si otros acreedores reciben un trato más favorable ellos tienen derecho al mismo trato. Y eso dispara la deuda fuera de cualquier posibilidad de pago.

El problema se origina en que el endeudamiento internacional incluye clausulas “de cajón” en las que el país acepta dirimir estas controversias en tribunales norteamericanos. Endeudarse implica en los hechos abandonar la calidad de país soberano para convertirse en un particular sujeto a las disposiciones de jueces menores dentro de los Estados Unidos.

Lo más interesante son las razones por las que el FMI está muy preocupado. Las consecuencias de esa orden judicial pueden destruir todas las reestructuraciones de deuda que se han llevado a cabo en los últimos años y las que se necesitarán en adelante.

Las deudas soberanas que genera este modelo económico mundial son impagables. Muchas ya han explotado, como en el caso de Chipre, Grecia e Irlanda. Otros países tendrán que renegociar con sus acreedores en los próximos años. Esto significa llegar a acuerdos colectivos sobre quitas de deuda, menor pago de intereses y extensión del periodo de pago. Pero siempre habrá quienes se nieguen a renegociar y ahora se ven fortalecidos por la decisión norteamericana. Y si con pocos no es posible negociar puede ocurrir que toda la reestructuración sea imposible.

La orden del juez Griesa afecta no solo la reestructuración de deuda negociada por Argentina sino las hechas en Chipre, Grecia, Irlanda y otros casos. Impedir esas reestructuraciones lleva a situaciones extremas. Argentina no puede pagar sin reestructuración; intentarlo sería a costa de sus posibilidades de crecimiento y hundiría a su población en la pobreza. De esa magnitud es la disyuntiva para buena parte de la humanidad.

Argentina quiere pagar al 93 por ciento que reestructuró pero no se sabe cómo. Si manda fondos a Estados Unidos estos serán embargados. Intenta diseñar apresuradamente un nuevo canje de deuda por nuevos bonos de deuda no sujetos a la ley norteamericana; pero no parece haber tiempo suficiente antes de su próxima obligación de pago y se desconoce la respuesta de sus acreedores.

Lo que ocurra con este problema tendrá un enorme impacto en el sistema financiero mundial. Si los países altamente endeudados no pueden renegociar sus deudas bajo el sistema legal imperante; si se exigen sacrificios brutales a pueblos enteros, el resultado será necesariamente extremoso. La renegociación permitía encontrar caminos intermedios; ahora puede ser que la justicia norteamericana lo haya hecho imposible.

lunes, 16 de junio de 2014

El "jogo bonito" de Hacienda

Faljoritmo

Jorge Faljo

Brasil, ese gigante del futbol mundial nos demostró que cualquiera puede meter un autogol, hacerlo ante millones de telespectadores e inaugurar así la principal fiesta de ese deporte. Afortunadamente lograron recuperarse y meter otros tres goles en la portería correcta. Mis compañeros economistas dirían que le atinaron a 3 de 4, es decir al 75 por ciento.

Visto en esa perspectiva tal vez no son tan graves los autogoles de Hacienda en los dos primeros años del sexenio; si logran hacer algo por la economía del país en los siguientes cuatro años, solo le habrán fallado a dos de seis, es decir al 33 por ciento del sexenio. Y no hay porque esperar que Hacienda en economía sea mejor que la selección de Brasil en futbol.

Banco Mundial recién bajó sus previsiones de crecimiento para México del 3 por ciento que estimó en abril pasado, a un 2.3 por ciento la semana pasada. Caída que atribuye en parte al bajo crecimiento de la economía norteamericana y a la reforma fiscal interna.

Desde el sector privado se busca explicar el deplorable comportamiento de la economía nacional y proponer cambios. Eso, me parece, es un avance para poder encontrar soluciones.

El reciente foro ¿Qué hacer para crecer? Organizado por el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) y el periódico El Financiero, dio pie a que desde el sector privado se plantearan cuestionamientos de fondo que conviene entender y atender. Un mensaje generalizado es que la reforma energética y las anteriores no garantizan el crecimiento de México. Habrá que hacer mucho más.

Juan Ignacio Gi, presidente del CEESP señaló que la reforma fiscal fue un “cubetazo de agua fría” que colocó al país en el estancamiento y la mediocridad. En su opinión se debió optar por el crecimiento del mercado interno. Para el los funcionarios de Hacienda tienen muchos estudios pero les hace falta calle. Raúl Picard de la CONCAMIN dijo algo parecido, que al secretario de Hacienda le falta callo, porque las reformas fiscales limitan la actividad económica.

Daniel Calleja del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas dijo que el salario real ha tenido una caída dramática que ha afectado el consumo de las familias. Alejandro Valenzuela, director general de Banorte dijo que las reformas no darán frutos de la noche a la mañana, y estos dependerán de la manera de ejecutarse.

Expertos de la Asociación de Bancos de México, del Centro de Investigación y Docencia Económica y de El Colegio de México reclamaron al gobierno federal que la economía esté estancada, que el empleo se haya precarizado y que en materia de infraestructura hay lista de proyectos pero nada aterrizado. Luis Foncerrada, director del CEESP expuso que en los últimos siete años se perdieron siete millones de empleos de entre 3 y 5 salarios mínimos y a cambio se generaron algunos miles de empleos de 1 a 3 salarios mínimos.

No todos en ese foro fueron así de pesimistas. Francisco Gil y Jaime Serra, ambos ex secretarios de Hacienda y Georgina Kessel, ex secretaria de energía, hablaron de potencial para crecer, de reformas que impulsan el crecimiento, de mayor productividad y de futuros promisorios. Llama la atención el alineamiento en dos grupos, empresarios preocupados, ex funcionarios optimistas.

Ya he dicho antes que en México casi casi por definición los futuros son promisorios y los hechos del pasado y el presente desastrosos. Otra línea divisoria se da entre los que insisten en echarle la culpa al exterior, al clima o a la mala suerte y aquellos otros que ya claramente indican que la situación es responsabilidad del gobierno. Para ellos lo ocurrido ha sido un autogol.

No crea el lector que lo que he escrito significa que estoy plenamente de acuerdo con la posición empresarial. Ellos centran la salida del estancamiento en la inversión creadora de empleos como mecanismo de fortalecimiento del mercado interno; entretanto le piden al gobierno que gaste mucho más, con oportunidad, eficiencia y en favor de las empresas nacionales. Lo que no está mal pero me parece que habría otra vía de salida mucho más eficiente e inmediata.

Mi propuesta es sencilla. Tenemos un aparato productivo funcionando a media capacidad tanto en las ciudades como en el campo. La prioridad no debería ser incrementar la inversión y el crédito, sino reactivar lo que funciona a medias mediante estrategias de rentabilidad para el campo y la industria nacional; en particular los pequeños y medianos productores.

Una estrategia podría tener, para empezar, dos pilares, por un lado una decidida política industrial y de desarrollo rural orientada a consumir lo nuestro en primerísimo lugar.

Y por otra parte lanzar y liderar desde aquí una propuesta de modernización del TLC que sería bienvenida por muchos productores y trabajadores de México, Estados Unidos y Canadá. Se trata de que los tres vecinos realmente se den preferencia mutua en su comercio y procedan juntos a eliminar su desequilibrio comercial con China. Es decir que la segunda prioridad sería consumir lo de nuestros vecinos y solo en un tercer sitio el consumo del resto del planeta.

Planteado así el asunto de la inversión es secundario; lo que se requiere es reconfigurar el mercado nacional y el del TLC para darle uso pleno a los recursos y capacidades ya existentes. De este modo podríamos superar el autogol rápidamente.

lunes, 9 de junio de 2014

Europa: El Adiós a la Ortodoxia

Faljoritmo

Jorge Faljo

Europa no levanta. Los datos del primer trimestre del año indican que los países de la zona Euro, la moneda, están creciendo al 0.2 por ciento anual. Prácticamente nada. Ese “crecimiento” no es parejo; mientras Alemania evoluciona a un modesto 1.8 por ciento otros países como Chipre, Estonia, Finlandia, Holanda, Italia y Portugal van en reversa. Que crezca más el más fuerte y menos los débiles lo que hace es aumentar las disparidades.

Por otra parte ese estancamiento no resuelve el grave problema del desempleo que ahoga a buena parte de la población. Recordemos que en España uno de cada cuatro trabajadores quiere tener un empleo pero no lo encuentra; entre los jóvenes es peor, uno de cada dos.

Habría que decir que la situación se agrava en la medida en que las empresas fuertes, eficientes y competitivas siguen creciendo y apoderándose de mayores porciones de un mercado que no crece. Esto hace que las eficientes destruyan a las menos competitivas. Solo que, paradójicamente, las eficientes crean mucho menos empleo que las que se van al caño.

Planteado así las que son económicamente eficientes producen mucho y generan muy poca capacidad de demanda mientras que destruyen la que ya existe. Son, a final de cuentas, depredadoras.

Hoy en día la demanda es el principal factor de la producción. Una empresa que tiene demanda puede producir; la que no, quiebra. Hasta hace poco la demanda crecía gracias al progresivo endeudamiento de los gobiernos y de la población. Pero en Europa llegaron al límite de su endeudamiento y ahora, para desendeudarse, gastan menos.

Europa tiene una preocupación adicional; la tasa de inflación es muy baja, de apenas un 0,5 por ciento anualizada. Muy inferior a la meta de una inflación superior al 2 por ciento del Banco Central Europeo. Se trata, de nueva cuenta, de un promedio; en algunos países hay deflación, es decir caída de los precios.

Esa situación es el resultado de que la mayoría no tiene dinero para comprar y los que tienen se encuentran a la espera de ofertas y descuentos de las empresas y changarros desesperados por vender.

El horizonte previsto por los analistas es el de un largo periodo de estancamiento en el viejo continente. Habría que decir que sin embargo Europa empezó este 2014 mejor que los Estados Unidos cuya producción cayó al menos uno por ciento en el primer trimestre.

Ante ello el Banco Central Europeo –BCE-, ha decidido alejarse cada vez un poco más de la ortodoxia. Por vez primera en la historia un banco central grande va a poner en práctica una tasa de interés negativa. Va a pagar menos 0.1 por ciento por los depósitos que le hacen los bancos privados. Es decir que ahora los inversionistas van a pagar porque les guarde su dinero. También redujo la tasa de interés de referencia al 0.15 por ciento y va a prestar 400 mil millones de euros al sistema bancario.

La estrategia es inundar de dinero la economía; lo que se llama aumento de la liquidez. La idea es que eso va a presionar a los grandes capitales a prestarles a los inversionistas productivos y a los consumidores a muy bajas tasas y de ese modo se generaría algo de demanda. También va a impulsar a parte de esos capitales a salirse del euro y provocar una devaluación administrada que haría más competitivas las exportaciones europeas.

Finalmente el presidente del BCE, Mario Draghi, ha declarado que prepara su última arma. Esta sería imitar a los Estados Unidos y Japón con una política de compra masiva de los bonos de deuda colocados entre los inversionistas privados. Para ello imprimiría moneda e incrementaría el circulante. La idea de fondo es la misma ya descrita; parte de ese dinero fortalecería la demanda y otra parte se iría a otros países provocando la devaluación del Euro.

Se trata de las famosas medidas no ortodoxas que en algo ayudan pero su impacto es a final de cuentas limitado. En Estados Unidos por ejemplo ha creado una enorme riqueza financiera y hace que sus inversionistas salgan al tercer mundo a comprar numerosas empresas. Sin embargo la estrategia de aumentar exportaciones se ve muy limitada en tanto que en todo el mundo impera el mismo problema; insuficiencia de la demanda. Excepto tal vez en China cuya economía sigue creciendo a buen ritmo y la población sube de nivel de vida pero su secreto es precisamente proteger su economía de las importaciones.

Tal vez ahora que Europa está logrando apoderarse de Ucrania podrá endeudarla, destruir su industria y convertirla en país consumidor de sus productos. Pero ese será un alivio de corta duración.

Lo que sería realmente efectivo sería elevar los salario, reducir las horas de trabajo e incrementar los impuestos al capital financiero y a las grandes fortunas.

Europa, Estados Unidos, México y el mundo no encuentran la salida. Sobra oferta; el aparato productivo funciona muy por debajo de sus capacidades y la población no tiene para comprar todo lo que ya hay y lo que podría producirse.

Y cuidado. Europa y Estados Unidos harán mayores esfuerzos por exportar y nosotros somos una economía abierta con una moneda que, al contrario de ellos, queremos mantener fuerte.

domingo, 1 de junio de 2014

Y ahora, ¿quien nos salvará?

Jorge Faljo

Faljoritmo

Se tardó la Secretaría de Hacienda en reducir sus previsiones de crecimiento económico del fantasioso 3.9 por ciento anual al meramente optimista 2.7 por ciento. Lo hizo cuando ya prácticamente todos le demandaban ajustarse a la realidad y los analistas bancarios, las agencias internacionales y el Banco de México lanzaban sus propias cifras de menor expectativa. Finalmente el Instituto Nacional de Geografía y Estadística le dio la puntilla al revelar que de acuerdo a datos duros la tasa de crecimiento del primer trimestre fue de un 1.8 por ciento respecto del mismo periodo del año pasado.

Las respuestas de los distintos actores a este ajuste han sido diversas y me propongo mencionar las principales.

Me llamó la atención en primer lugar que el periódico el Financiero ilustrara su nota sobre el ajuste con una gráfica de barras que por sí sola dice enormidades. En la gráfica una columna indica que de 1941 a 1950 la media de crecimiento anual del país fue de 6.0 por ciento; en la siguiente década, de 1951 a 1960 crecimos al 6.1 por ciento anual; los siguientes diez años al 6.6 por ciento anual y de 1971 a 1980 tuvimos el mayor ritmo de crecimiento de nuestra historia, un 6.7 por ciento anual. Luego se nos dijo que era el rumbo equivocado, populista.

No es casualidad esa ilustración; incluso el empresariado empieza a ver con nostalgia aquel modelo sustentado en un estado fuerte, la industrialización substitutiva de importaciones, la ampliación del mercado interno por la vía del incremento salarial y de expansión del empresariado.

Hay otros que reaccionaron al ajuste de una manera que me sorprendió. Su posición es que no debió reducirse la previsión de crecimiento porque, aunque irreal, promovía la inversión y la atracción de capitales. Su posición es la de “piensa bien y estarás bien”. Para mi es una especie de pensamiento mágico que puede ser adecuado cuando de cualquier manera no se piensa hacer nada y de lo que se trata es de engañar a los inversionistas externos. Porque los nacionales ya están muy toreados.

La corriente de opinión más fuerte son los muchos que demandan que el gobierno acelere el gasto público, que eleve sus compras internas y que pague oportunamente a sus proveedores. Los más fieles creyentes en las bondades del mercado y en un gobierno pequeño ahora lo ven como el gran consumidor que puede sacarlos del bache. No están mal; en una situación de grave sub-demanda el gobierno parece la única posibilidad de incrementar el consumo.

Desde otros espacios, sobre todo académicos, se propone cambiar el mandato del Banco de México para que acepte considerar al crecimiento y al empleo como objetivos de política. Hoy en día su mandato se limita a la estabilidad financiera y es manejado por financieros. Otra cosa sería si, como en Estados Unidos y otros países, hubiera empresarios productivos, productores agropecuarios y hasta trabajadores representando sus intereses en su consejo directivo.

Otra propuesta de gran importancia es la de definir una política industrial. Ya he tratado el asunto en otros artículos (http://jorgefaljo.blogspot.mx/). Mi idea es que esto es posible de dos maneras; la primera sería rompiendo el TLC. La segunda sería armonizando políticas protectoras del aparato productivo con los Estados Unidos y Canadá frente a la avalancha de productos chinos.

Me sorprendió la posición del Centro de Estudios Estratégicos del Sector Privado –CEESP. Su director, Luis Foncerrada, dice que cualquier crecimiento este año al promediarse con el anterior nos dará menos de un dos por ciento anual. Es decir por abajo del promedio de los últimos treinta nefastos años. Indica también que el punto más alto del poder adquisitivo de los salarios ocurrió en octubre de 1976. Desde entonces el mercado interno se redujo brutalmente y la pobreza y la criminalidad se exacerbaron.

Para Foncerrada el asunto central es una política fiscal generadora de empleo por la vía de la inversión. Aquí yo diría que eso no estaría nada mal. Pero es más importante, viable y menos costoso una reconfiguración del mercado que instrumente de inmediato el uso pleno de las capacidades instaladas que ya existen. Recordemos que nuestro aparato productivo opera, grosso modo, a la mitad de su capacidad instalada.

Diría que frente al optimismo que justifica el no hacer nada están creciendo las voces que revisan los hechos para señalar que vamos por mal camino. Los que nos vendieron las reformas por sus efectos positivos inmediatos ahora dicen que se sientan las bases para crecer en el largo plazo. Así empezaron las reformas neoliberales de los ochentas que prometían crecimiento en el largo plazo.

A estas alturas parece que todos queremos volver al pasado; solo que unos al crecimiento estatista de 1940 a 1980 y otros a las promesas de inicio del neoliberalismo en México.

Dos cerezas negras para este pastel: la esperanza de vida de los varones mexicanos se redujo en un año de vida en lo que va del siglo. Un retroceso inaudito solo digno de una situación catastrófica. Lo segundo es que la economía norteamericana cayó al ritmo de uno por ciento anualizado en este primer trimestre.
¿Y ahora quien nos salvará? se han de estar preguntando en Hacienda.