domingo, 29 de marzo de 2020

La epidemia, la oportunidad.

Jorge Faljo

A la espera de un trance difícil el tiempo nos parece sumamente lento, y el trance mismo interminable; la anticipación genera angustia. Pero los viejos sabemos que más adelante, al revisar nuestras memorias la vida nos parece corta; los tiempos buenos y los tiempos malos igualmente acelerados. Lo que era pesadilla se vuelve simple recuerdo, y es verdad que el tiempo que era un lento enemigo se vuelve remedio; todo lo cura.

Así será esta vez también.

Hay que actuar en lo inmediato y no es fácil. Pero también es importante pensar en el futuro y e ir pensando como seremos después de este trance. Estoy convencido que seremos mejores; mejores seres humanos, mejores sociedades, mejores economías.

La pandemia revela con frío cinismo, incluso crueldad, nuestras fallas, las que nos hacen frágiles. Por eso mismo, al conocernos mejor nos obliga a repensarnos. Cómo individuos y sobre todo como sociedades y economías.

Las fragilidades son enormes porque descuidamos lo importante para tratar de alcanzar sueños banales. En aras de la libertad y la modernidad caímos en excesos, el principal de ellos el libertinaje del mercado que se tradujo en extremos de inequidad económica; de inseguridad en el empleo y de formas de trabajo carentes de dignidad; en una brutal irresponsabilidad ambiental que amenaza a todas las formas de vida del planeta y, en general, en total desprecio por el bienestar de la humanidad.

Ahora, la pandemia obliga al abandono del libertinaje del mercado para que sean los gobiernos los que pongan orden y atiendan a las nuevas prioridades, que en este caso son varias. Antes que nada, combatir la enfermedad limitando el contagio y proveyendo los recursos hospitalarios y sanitarios necesarios para combatirla. Y, al mismo tiempo y con similar importancia impedir que ese combate cause daños económicos irreparables a la vida de millones. Hay que tomar medidas para enfrentar el desempleo, tanto el formal como el informal. Y en la medida en que este ocurra, hay que tomar medidas para que esa desocupación involuntaria no se traduzca en hambre y en un lastre permanente al desarrollo físico y emocional de las personas.

No es fácil hacerlo cuando en todo el mundo y en México en particular se descuidaron cosas verdaderamente importantes, como contar con un sistema de salud y hospitalario eficiente, con atención oportuna para los males de cada quien; como el acceso de todos no a simplemente llenarse la panza sino a una nutrición suficiente y de calidad.

El nuevo enemigo de todos, el covid-19, nos hace ver el contraste entre un mundo armado hasta los dientes; preparado para las guerras de todo nivel, incluyendo la que podría destruir a la humanidad entera y que, en contraste no estaba preparado para enfrentar un nuevo virus. Algo que por cierto los expertos afirmaban que habría de ocurrir tarde o temprano.

El tema de las prioridades no es retórico; replantearlas de inmediato requiere audacia y es al mismo tiempo irremediable. Ya no se trata de ser de derecha o de izquierda; las grandes obras de infraestructura que son insignia de este régimen, Santa Lucía, Tren Maya, Dos Bocas, Transitsmico deben ser pospuestas temporalmente y posteriormente reevaluadas, para echar toda la carne al asador de la atención a la salud, alimentación, empleo y preservación de las capacidades productivas de nuestra sociedad. Pero eso no bastará.

No es el momento de elevar impuestos; pero el trance nos revela que la herencia de las últimas décadas nos ha ubicado como un Estado enano, cercenado en sus capacidades de producción directa y orientación de la economía; limitado a observar con impotencia el libertinaje del mercado.

Saldremos de este trance transformados. Exigiendo equidad, paz social, trabajo y mínimos de bienestar garantizado. Algo que solo puede obtenerse con el liderazgo de un gobierno fuerte, muy alejado del autoritarismo y muy acercado al dialogo con la población. No el dialogo simbólico de un solo hombre; sino al dialogo institucional sustentado en una sociedad organizada para exigir rendición de cuentas ante un gobierno que se comporte conforme a lo que pregona, democracia participativa, no la de los individuos aislados, sino la de las organizaciones colectivas.

Para atravesar este charco y no regresar a la misma orilla se necesita que nos planteemos otro estilo de desarrollo. O, como algunos dicen, de renuncia al desarrollo, porque este es un concepto impregnado de malas prácticas.

Habría que repensar si la concentración de inversiones en megaproyectos conduce al bienestar generalizado o, por el contrario, al exacerbamiento de la inequidad. México pasó de contar con cientos de miles, literalmente, de pequeñas granjas avícolas, al monopolio extremo de las empresas con millones de gallinas. De millones de tortillerías abastecidas por la pequeña producción; al control monopólico de la comercialización del maíz y, por ende, de la fabricación del principal alimento de la población. De la producción dispersa de textiles, ropa y calzado a la producción altamente concentrada.

En todos los casos la gran producción es mucho más eficiente en una perspectiva estrictamente económica. Pero, ¿lo ha sido en una perspectiva social? Cuando la pérdida de la pequeña producción se tradujo en empobrecimiento mayoritario. ¿Ha sido lo mejor en una perspectiva nacional? Cuando esa modernización se convirtió en dependencia de importaciones.

De ninguna manera se trata de satanizar la gran producción. Pero reconozcamos que para una gran parte de la población, digamos que la mitad ubicada en la informalidad, los pueblos y comunidades rurales, el campesinado, la población indígena, la gran producción le dio poco y le quito mucho. Para ellos la mejoría en su consumo y bienestar, dependerá de sus propias capacidades para producir alimentos, ropa, calzado, vivienda y demás. Los pobres no saldrán de pobres como consumidores subsidiados de productos elaborados por las grandes empresas. Y ellos mismos no pueden convertirse en grandes empresas.

Lo que se requiere es reconstruir con mecanismos actualizados los espacios de mercado para los que era viable la micro y pequeña producción de la canasta básica de consumo de los que ahora son pobres, cuando antes eran pequeños productores. Eso es posible y mucho más viable que incorporar a los pobres a una modernidad ficticia, dependiente de la inversión externa y de las transferencias sociales.

Pasaremos este trance de la epidemia y nos dará el impulso para la transformación de fondo que de verdad deje atrás el modelo que enriquece a unos cuantos y que empobrece a los demás.

domingo, 22 de marzo de 2020

Ante la marejada, audacia

Jorge Faljo

Según declaró Alicia Bárcena, la estupenda mexicana que dirige la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe – CEPAL-, el Covid-19 tendrá un efecto devastador en la economía mundial incluyendo, obviamente, a los países de América Latina. El año pasado el estancamiento económico predominó en toda la gran región y este año será peor. Aquí conviene recordar que algunas proyecciones sobre el comportamiento de México nos asignan una caída de hasta el 4 por ciento de la producción.

Siguiendo a la señora Bárcena, el número de pobres en América Latina subiría de 185 a 220 millones de personas y el de personas en pobreza extrema, es decir miseria y hambre, podría aumentar de 67.4 a 90 millones. Importa recordar que México tiene una cantidad desproporcionada de la población en condiciones de subalimentación, alrededor de 25 millones de habitantes de acuerdo al Coneval.

Varios factores lo explican nuestro modelo de crecimiento empobreció más a los mexicanos que al resto de los latinoamericanos; los salarios son bastante menores y para ganarlo se tienen que trabajar más horas. Otros países redujeron notablemente su población en la indigencia mediante transferencias sociales en la primera década de este siglo. Aquí se invitó a Lula, el presidente de Brasil que redujo fuertemente la indigencia de aquel país a inaugurar nuestra supuesta cruzada contra el hambre; una farsa que terminó en fracaso en buena medida por su manejo corrupto.

Enfrentaremos la pandemia con un sistema de salud debilitado al que en lugar de inyectarle recursos se le abandonó para, en cambio, pagarles seguros y hospitalización privados a una minoría de funcionarios. Tenemos, además, una población mal nutrida y obesa, con alta proporción de enfermedades crónico degenerativas.

El planeta no está preparado para combatir la pandemia. Ni en su estructura hospitalaria, ni en cuanto a redes de seguridad social que cubran al total de su población. Todo apunta a que el ramalazo será terrible. Pero soy optimista. No en cuanto al ramalazo, sino a que esta crisis será la lápida del neoliberalismo en sus peores expresiones. La gota que derrame el vaso de un modelo mundial fracasado por la inequidad extrema que ha generado y la manera en que nos ha colocado en enorme fragilidad sanitaria, financiera, productiva, ambiental.

Otros países en contra de sus convicciones neoliberales se ven obligados ante una población ya muy descontenta a tomar medidas a su favor. En el mundo industrializado se generalizan los bonos extraordinarios a toda la población para que pueda atenuar la caída de ingresos; en algunos se suspende el pago de impuestos para los trabajadores, y también el cobro del agua, gas, electricidad y alquileres.

En Francia Macron, su presidente, promete que ninguna empresa francesa quebrará y no se perderán los empleos. En Estados Unidos ese gran país que no cuenta con un sistema de salud pública tendrá que atender gratuitamente, aunque no les guste a los republicanos, a la población sin seguro médico.

Aquí en México es inevitable que suban las voces que exigen un Estado fuerte, y no el gobierno enano que nos heredaron décadas de privatizaciones, achicamiento y privilegios fiscales a los extremadamente ricos. Ya existe la vocación por los pobres; ahora habrá que cobrarles a los ricos una contribución justa. Por lo menos a los mismos niveles de impuestos de la gran mayoría de países.

Habrá que derrumbar el mito de que un Estado fuerte, conductor de la economía, es incompatible con un sector privado vigoroso. China lo demuestra; en ese país comunista las empresas privadas y los muy ricos han prosperado sobremanera. Nuestra historia también lo demuestra; en el periodo de alto crecimiento del siglo pasado teníamos un Estado fuerte, con un gran entramado de empresas públicas que regulaban la economía, y en esas décadas creció como nunca el sector privado.

Estamos amarrados al pasado no solo por la debilidad heredada sino por otros dogmas. Entre ellos el de la estabilidad y el peso sobrevaluado, que por décadas han obstruido el crecimiento.

Ernesto O’Farril, presidente de una casa de bolsa señaló que todos los bancos centrales bajan la tasa de interés y entran a políticas extremas de inyección de dinero. Pero en el caso de México el problema es que hay un tipo de cambio muy alto y si baja la tasa puede generar mayor presión cambiaria. Banco de México está amarrado a la ortodoxia de la defensa de una paridad indefendible. Esperemos que no repita lo hecho en 1994, gastarse las reservas para posponer y hacer mucho peor lo inevitable.

Mientras que en otros países los dirigentes se ven obligados a abandonar su neoliberalismo extremo en México un gobierno que se considera no neoliberal puede encontrar en esta crisis la oportunidad para crecerse ante el castigo y dar un golpe de timón.

Un rumbo orientado a un crecimiento industrial autogenerado, en el que la inserción en lo global no sea explotando a los trabajadores.

Ya tronó la vía exportadora mediante una industria de ensamble de capital externo. De balde se sacrificó la industria nacional orientada al mercado interno. Habrá que retomar el camino del crecimiento hacia adentro. Y los primeros pasos pueden darse no tanto con inversiones de lujo sino mediante la reactivación de capacidades subutilizadas y un gasto público orientado a mejorar lo urgente, salud, educación, alimentación, espacios urbanos.

domingo, 8 de marzo de 2020

Un clavo en el zapato globalizador

Jorge Faljo

El nuevo virus ya alteró la vida de cientos de millones de personas. En todo el mundo decenas de millones siguen encerrados en sus casas, se han suspendido clases para unos 300 millones de niños y jóvenes, también por millones se cuentan los que se ven inmovilizados en sus pueblos, ciudades o regiones. Los fans deportivos enfrentan el cierre de cada vez más estadios y los juegos se transmiten por televisión sin espectadores.

¿Volverá la vida a la normalidad dentro de unos meses? Esperemos que en buena medida así sea. Pero también es deseable que algunas cosas cambien a fondo porque la epidemia ha puesto en evidencia la fragilidad en que nos ha colocado la excesiva interdependencia de las economías, de las cadenas de producción. Empezando por el tema de la salud.

Hay un resurgimiento mundial del sarampión y en la Ciudad de México acaban de ocurrir varios casos. La situación está siendo bien atendida y no pasará a mayores. Sin embargo, según la OMS para evitar una epidemia debe haber un 95 por ciento de gente vacunada y México se encuentra por debajo de ese porcentaje.

De acuerdo a la secretaria de salud de la Ciudad de México, la doctora y experta epidemióloga, Oliva López Arellano, desde el año 2010 ha habido un desabasto permanente. La doctora explica que el país era autosuficiente hasta que dejó de producir vacunas en los años 80. Este es el punto importante. El país abandonó la producción de muchos productos para comprarlos en el exterior guiado por un criterio estrictamente financiero.

La India, una potencia mundial en la producción de medicinas genéricas, enfrenta la baja de la producción de muchos de los precursores que importa de China. Así que decidió restringir la exportación de 28 medicamentos, en buena parte antibióticos, para asegurar en primer lugar el abasto de su propia población. Esto puede crear insuficiencias globales en un momento en que pueden incrementarse las infecciones oportunistas en pacientes de Covid-19.

En Estados Unidos se monitorean las existencias de medicamentos; en particular 20 productos provenientes de China y la India y que pueden escasear más adelante.
La Organización Mundial de la Salud señala que hay un desabasto mundial de equipos de protección médica tales como guantes, máscaras médicas, respiradores, googles, protectores faciales, batas y mandiles. Esto afecta sobre todo a los doctores, enfermeras y al personal que combate la epidemia de Covid-19 y que son los que deben estar más protegidos. Lo más incisivo de su declaración es que hay una creciente manipulación del mercado, que el precio de estos equipos es ahora entre tres y seis veces más que hace unos meses y que estos productos se venden al mejor postor.

Si, así funciona el libre mercado. China y otros países están buscando y comprando en todo el mundo equipos de protección. Sorprende la nota de que Irán le está vendiendo este tipo de materiales cuando es evidente que los necesita internamente. Pero no es realmente Irán como país, ni su gobierno; son sus empresas privadas que, como las de todo el mundo, venden a quien paga más.

El tema salud arroja luz sobre la fragilidad en que nos ha colocado la globalización. Pero no es lo único afectado; impacta la producción de manufacturas, sobre todo automóviles y electrónicos. En parte se debe a una baja en la demanda; también porque el desabasto de algún insumo puede paralizar toda una fábrica. No se puede producir un auto si falta un simple componente; sea electrónico, o el cinturón de seguridad.

De acuerdo al economista en jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico –OCDE-, Laurence Boone, ante la epidemia de Covid-19 los mayores corporativos privados del mundo deben revaluar la manera en que operan en una economía globalizada. Si, y también los gobiernos.

La seguridad nacional debe estar por encima de la contabilidad monetaria.

En Estados Unidos un grupo de congresistas quiere impedir que varias ciudades norteamericanas contraten una gran empresa china para hacerse cargo de la reconstrucción de sus sistemas de transporte. Aducen que eso le proporcionaría a China demasiada información sobre el funcionamiento urbano; peor aún, al tener el control electrónico podría permitirle en un momento dado paralizar estos sistemas de transporte. No es lo mejor comprarle al mejor postor, debe considerarse la seguridad interna.

No solo seguridad, el bienestar social debe pesar en la toma de decisiones.

México era un fuerte exportador de maíz y otros granos hasta los años setenta. La producción campesina dispersa, en pequeñas unidades familiares, de ganado vacuno, porcino, aves y huevo era sumamente importante y su incremento sustentó durante décadas la elevación de la nutrición y el bienestar de la población. Hasta que nuestra elite, nuestros graduados en universidades extranjeras, nos vinieron a contar que era mejor comprar nuestros alimentos a los eficientes productores externos que a los ineficientes nacionales.

De ese modo condenaron a la emigración y a la destrucción familiar a millones de mexicanos. A hijos que no heredaron los valores de sus padres. A la dependencia de las familias, y del país, de las remesas que vienen del norte. En vez de producir aquí.

Esperemos que este virus nefasto sea un clavo más en el féretro de la globalización excesiva; de la mera contabilidad sin visión de país y sin compromiso social. Esto fue por lo que los mexicanos votamos; urge acelerar el paso.

domingo, 1 de marzo de 2020

Llegó el coronavirus, transformación obligada

Jorge Faljo

En pocas semanas este nuevo bicho, ahora llamado covid-19, nos está alterando la vida. Al principio parecía simplemente otra variedad de gripa; pronto revelo su verdadera peligrosidad porque en muchos casos empeoraba hasta congestión pulmonar y muerte.

Muchas enfermedades provocan la muerte. Para tener puntos de comparación recordemos que 15 millones de personas mueren de problemas cardiacos cada año; 3 millones de enfermedades pulmonares; 1.6 millones de diabetes y 600 mil de cáncer; entre otros padecimientos.

En el caso del Covid-19 al 29 de febrero se llegó a 86 mil casos detectados, de los cuales 43 mil ya se han recuperado, 8 mil están en situación crítica y 3 mil han muerto. Por comparación este bicho podría no parecer tan maligno.

En China el número de nuevos contagios y muertos ha disminuido de manera significativa. Pero lo han conseguido a un costo altísimo; inmovilizando y confinando en sus casas a cientos de millones. Paralizando la economía. Medidas extremas que solo puede imponer un gobierno sumamente autoritario que vigila en extremo a su población.

No obstante, fue inevitable que el virus saliera de China y ahora se ha esparcido a 56 países del mundo. Fuera de China el crecimiento es exponencial. Es un problema ya grave que no sabemos hasta dónde puede llegar. La pandemia, es decir epidemias por todos lados, es inevitable.

No es una enfermedad únicamente pulmonar que se contagia por las mini gotas de saliva que emitimos constantemente. Es también una enfermedad intestinal, sale en las heces también.

Cierto que hay que usar mascarillas y desinfectarse las manos para no contagiar a otros. Pero veámoslo con egoísmo, como no sabemos quiénes están contagiados y quienes no, lo que debe interesarnos es que otros usen el tapabocas y se desinfecten las manos. No tenemos un gobierno chino y esto lo tendremos que ir convirtiendo en exigencia social. Por ejemplo; a mí lo que me interesa es que quienes preparan la comida y la sirven, tanto en restaurantes como puestos de banqueta, usen tapabocas, se desinfecten las manos y manejen bien separados el dinero y la comida.

Así que no corra a comprar demasiados tapabocas y gel desinfectante; lo principal es que los demás los compren y los usen.

Por ahora se calcula que la tasa de mortalidad de este virus se establecerá en alrededor del uno por ciento de los enfermos. Solo que la cifra varía de acuerdo a diversos factores. En China hay más hombres muertos que mujeres, pero tal vez sea porque los hombres fuman más.

¿Qué tan grande es nuestro riesgo? No se sabe con precisión. Las cifras de China indican que fallecieron cerca del 15 por ciento de los pacientes confirmados de más de 80 años; el 8 por ciento de los que están en sus años 70; el 3.6 por ciento en los años 60; el 1.3 por ciento en los años 50; 0.4 por ciento en los cuarenta y 0.2 todos los de 10 a 39 años. Afortunadamente no hay decesos de niños de menos de 10 años.

El covid-19 ya llegó a México y la gran pregunta es si estamos preparados. Nuestras autoridades sanitarias dicen que sí; pero otros muchos lo dudan. Sobre todo, considerando que tenemos un sistema de salud en transición que recientemente ha mostrado deficiencias. No es lo mismo detectar que tratar. El riesgo es una posible avalancha de enfermos sobre un sistema hospitalario insuficiente. Así que todos tendremos que hacer un gran esfuerzo por retrasar su expansión lo más posible. Se calcula que habrá vacunas, pero tardarán unos diez meses en llegar.

El mayor peligro es una respuesta social desordenada. Las noticias de Milán, Corea del Sur y otros sitios apuntan a que aquí también podrían existir compras preventivas que provoquen desabastos. No los hay en China por sus estrictas medidas de control de la demanda.

Si en México nuestra clase media busca aprovisionarse con anticipación de medicinas, alimentos, gel, tapabocas, que ya lo empieza a hacer, podría vaciar los estantes de los supermercados y crear un enorme problema social. La mayor parte de nuestra población vive al día y no encontrar o encontrar encarecidos productos de consumo básico puede tener consecuencias insospechadas.

La situación exige una decidida intervención gubernamental que vaya mucho más allá de los preparativos hospitalarios. No la estamos viendo y da la impresión de que no han sopesado la magnitud del problema que se nos viene encima. Hay que usar la imaginación, esperar lo mejor, y prepararse de inmediato para lo peor.

Es el gobierno el que debe hacer sus compras de pánico. La demanda internacional está compitiendo por mercancías incluso dentro de México; corremos el riesgo de que nuestros empresarios exporten lo que pronto vamos a necesitar.

El gobierno debe adquirir y repartir mascarillas y gel desinfectante a los preparadores de alimentos informales, los puestos de banqueta en que se alimenta gran parte de la población. Y distribuirles letreros que digan “yo me desinfecto las manos y me tapo la boca” para crear presión social en ese sentido.

Deberán entrar en acción centros de distribución de alimentos para uno o varios días a la población que lo requiera. Segalmex y los gobiernos locales deben ponerse las pilas.

Hay que modificar de urgencia las prioridades del gasto y reasignar presupuestos. Recuerdo que en el 2007 se decía que el aeropuerto estaba saturado y era urgente ampliarlo. Vino la crisis del 2008 2009, bajó la demanda de viajes en avión y ya no era necesario. Tal vez, solo tal vez, construir el aeropuerto de Santa Lucia ya no sea algo urgente. Lo digo porque hay que sacar dinero de donde se pueda para instrumentar una política social de urgencia que no se base en repartir dinero sino en repartir productos. Algo que será complicado pero necesario.

La producción y el comercio se encuentran dislocados; puede haber mayor desempleo. Ya hay pánico financiero porque los deudores, de empresas a consumidores, no puedan pagar sus deudas.

Urgen mecanismos de reactivación de la economía. Ya no solo es la oportunidad, sino que por una estrategia de seguridad nacional hay que avanzar a paso veloz hacia la autosuficiencia alimentaria e incluso en muchos otros sectores productivos. Somos una economía demasiado globalizada y de ensamble de manufacturas; es momento de cambiar de rumbo.