martes, 26 de julio de 2022

Desastre climático o austeridad severa

 

Jorge Faljo

Como en película de desastres, una ola de calor azota al mundo. Europa enfrenta temperaturas a niveles nunca antes registrados y que se encuentran entre 10 y 20 grados centígrados por arriba de lo habitual. Está acompañada de sequía e innumerables incendios sobre decenas de miles de hectáreas que amenazan poblados y hacen irrespirable el aíre y que provocan evacuación de decenas de miles en Francia, Grecia e Italia entre otros países. En España y Portugal suman más de dos mil los muertos por golpes de calor.

Europa cuenta con una infraestructura de viviendas, escuelas, hospitales, ferrocarriles, aeropuertos y distribución de energía diseñada para temperaturas menores. Como ejemplos el principal aeropuerto inglés cerró por reblandecimiento del asfalto y los ferrocarriles deben ir a baja velocidad por la deformación de los rieles. Las viviendas de oeste de Europa no cuentan con sistemas de refrigeración. 

La ola ha afectado también, con temperaturas menos peligrosas, pero igualmente inusuales al norte de Europa. En Japón, en el mes pasado, más de 15 mil personas fueron llevadas en ambulancias a los hospitales debido a golpes de calor. En Estados Unidos se han emitido alertas de calor para más de 100 millones de personas en 28 estados.

Ocurre de manera sorpresiva en más de un sentido. Nunca un desastre ambiental había sido tan extenso ni se había exacerbado en la población de los países industrializados de manera casi simultánea. Atrás queda la negación del cambio climático. Es una sorpresa y lo peor está por llegar.

La peor sorpresa es que esto ocurre cuando los seres humanos hemos provocado un calentamiento global de “apenas” 1.2 grados centígrados por arriba de los niveles preindustriales. Este tipo de desastre se vaticinaba para un calentamiento más cercano a los dos grados.

Para mantener el calentamiento global por debajo de los 1.5 grados habría que reducir en 55 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero en los próximos ocho años; o una reducción del 30 por ciento para limitar el calentamiento a 2 grados.

El informe de octubre del 2021 del Programa Ambiental de las Naciones Unidas y el reporte del Panel de Expertos de abril de este año muestra que los compromisos climáticos nacionales son en extremo insuficientes y ponen al mundo en camino para un aumento de la temperatura global de 2.7 grados para fines del siglo. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, calificó la situación actual como el resultado de una letanía de mentiras y promesas incumplidas que nos enfilan a un desastre global que hará inhabitable el planeta.  

Esos informes no contemplan el fuerte retroceso que vivimos a causa del conflicto entre la OTAN y Rusia, librado violentamente en Ucrania y bajo formas de guerra alternativa mediante sanciones y alteraciones al comercio global. 

Esa guerra multinivel ubica al planeta en la total falta de cooperación; impulsa el regreso al uso del carbón; promueve la producción de combustibles fósiles; desata la inversión en armamentos, buques de carga e instalaciones industriales que substituyan lo que hacían los gasoductos. Enormes inversiones contrarias a lo que se requiere.

Para Guterres, para los expertos del tema, incluso, apenas de boca para afuera, para Biden y otros lideres poderosos, los combustibles fósiles son la causa de la crisis climática y urge suspender o reducir drásticamente su uso. Sin duda lo que dicen es verdad; pero al mismo tiempo se equivocan porque evitan tomar el toro por los cuernos.

La estrategia de reducción del uso de combustibles fósiles por mera substitución de energías limpias y mejoramiento tecnológico ha fracasado. La guerra ha terminado por demostrar que ese camino lleva demasiado tiempo y su resultado sería muy limitado.

Urge algo mucho más drástico y, ciertamente indeseable; algo que pondría de cabeza al funcionamiento de cada país y del mundo entero, pero que constituye la única posibilidad de evitar la catástrofe. Se trata de una severa reducción de los niveles de consumo de la humanidad.

Lo que hace más difícil, tal vez inviable, esa posibilidad es que no puede tratarse de limitar el consumo de todos. Solo puede funcionar si se reduce el consumo de los mayores contaminadores; que son los más ricos y poderosos.

Veamos los extremos. Según datos del Banco Mundial en 2021 el norteamericano promedio emitió 397 más veces gases de efecto invernadero que un congoleño, 25.6 veces más que un nigeriano, 12.6 veces más que un guatemalteco, 8.2 veces lo que un habitante de India, 4.2 veces lo que un mexicano.

Los promedios nacionales no cuentan toda la historia. No consume lo mismo un norteamericano del centro de una ciudad, que uno de los suburbios con casa amplia, jardín y alberca y, claro está no lo que un super millonario con yate de decenas de millones de dólares y jet privado. Lo mismo puede decirse de rusos, árabes y de cualquier país. Los oligarcas tienen un consumo extremadamente dispendioso en gases contaminantes; sin excluir a uno que otro mexicano.

Pero no bastaría limitar a la minoría. El impacto recaería también en las clases medias.

 Los suburbios norteamericanos son extremadamente dispendiosos en agua y control de la temperatura; no se puede vivir en ellos sin automóvil. Habría que replanificar el transporte y el empleo entre otras cosas. Substituir el uso de automóviles que están parados 20 o más horas al día y cuya compra es el consumo más contaminante de que hacen en la vida las clases medias. Un automóvil nuevo ya recorrió, según algún cálculo cuya fuente olvido, unos 16 mil kilómetros. Porque es un producto globalizado, con partes provenientes de todo el mundo.

El trabajo debe ser hecho en casa, siempre que sea posible; la escuela y el supermercado deben ser accesibles a pie o en bicicleta.

El consumo de proteína animal es la mayor causa de deforestación, uso de agua y agroquímicos y emisor de metano. Habría que prohibir el ganado vacuno, limitar el porcícola y desarrollar la producción de proteínas alternativas por medios industriales. Urge transitar a la agroecología de uso sustentable de la tierra con mínimo consumo de agroquímicos; lo que requiere una transición gradual de muchos años.

No hay peor enemigo del clima que la moda. Cambiar de ropa porque lo dicta la moda debe ser considerado un crimen y basta la presunción, fuera corbatas y bienvenida la ropa usada hasta estar luida; lo que ya hacen muchos jóvenes. El exceso de ropa y calzado debe ser fuertemente desalentado.

La reducción del consumo requiere una profunda comprensión social; medidas inevitablemente coercitivas y nuevos estilos de vida y de consumo muchos de los cuales serían muy desagradables. Pero es eso o el planeta inhabitable.

Pero no nos preocupemos; estos son sueños guajiros y lo más probable es el desastre.

martes, 12 de julio de 2022

Reacomodo global

Jorge Faljo

El secretario de estado norteamericano Antony Blinken repitió el 24 de junio que Rusia había perdido la guerra porque no logró sus objetivos principales: conquistar toda Ucrania y capturar su capital Kiev. El problema con este tipo de razonamiento es que pretende saber lo que Putin, el presidente de Rusia intentaba lograr, pero no consiguió.

Objetivos que son distintos a los declarados por Putin, que Ucrania fuera un país neutral desmilitarizado, sin bases militares extranjeras que amenazaran a Rusia. Para la elite política norteamericana esta petición era inaceptable; Ucrania era libre de entrar a la alianza militar dirigida por los Estados Unidos.

Esta discrepancia entre el derecho de Ucrania a entrar a la OTAN y las preocupaciones de seguridad de Rusia dieron pie a una guerra que está transformando el mundo y no para bien.

La guerra no empezó el 24 de febrero con la invasión rusa sino muchos años antes con la expansión de la OTAN y la ubicación de bases de misiles en Polonia y Rumania. El violento golpe de estado de 2014 que tiró al gobierno ucraniano pro ruso generó una larga guerra civil que lleva ocho años y ahora se convirtió en guerra internacional.

Dentro de Ucrania el golpe de estado fue resistido sobre todo por la minoría rusa, casi el 30 por ciento de la población, que fue brutamente reprimida. Dos provincias, Donets y Luhansk que integran la región minera llamada Donbas, se opusieron con éxito al golpe de estado y desde entonces fueron llamadas separatistas. Una tercera, la península de Crimea se separó de Ucrania y se reintegró a Rusia.

Tras ocho años de apoyo militar de la OTAN a principios de 2022 el gobierno de Ucrania declaró que recuperaría la integridad de su territorio, es decir todo el Donbas e incluso Crimea, arreció el bombardeo de la región y concentró fuerzas militarse en su frontera.

La negativa norteamericana para que Ucrania fuera un país militarmente neutral y la intensificación del conflicto para reconquistar el Donbas llevaron a Rusia a invadir Ucrania. Rusia invadió por el norte amenazando la capital y obligó al retiro de tropas ucranianas del este y sur para, en un segundo movimiento, concentrar sus ataques en esas zonas.

Rusia está ganando terreno y que consolida sus posiciones no solo en una perspectiva militar. Reconstruye, por ejemplo, el puerto de Mariupol, rehabilita la infraestructura de la región, reparte rublos a la población y les otorga pasaporte ruso. Rusifica el terreno conquistado y ha ampliado sus objetivos para “liberar” las regiones de habla rusa, el Donbas y el sur de Ucrania, es decir su salida al mar.

No es creíble que Ucrania pueda reconquistar el terreno perdido a pesar del apoyo militar que recibe. Tampoco es viable que Rusia pueda y quiera conquistar toda Ucrania. Las pérdidas de ambos lados son muy grandes y el estancamiento es inevitable. Solo que no se sabe si este estancamiento es conducente a negociar la paz o dará pie a años de conflicto sin que nadie gane mucho más de lo que ahora tiene. Rusia advierte al gobierno de Ucrania que entre más se tarde en aceptar negociar la paz más difícil serán las condiciones.

Rusia ganó la guerra territorial. ¿Significa eso que la perdieron los Estados Unidos?

No. Tal vez quede una Ucrania semidestruida, empobrecida, endeudada, con millones de refugiados adentro y en otros países. Sin embargo Estados Unidos ha logrado sus principales objetivos.  

Antes de esta guerra Rusia y Europa marchaban aceleradamente a una integración progresiva. Rusia es rica en recursos naturales tales como petróleo, gas, minerales, y materias primas de todo tipo. Los gasoductos eran el principal puente de esta unión y le proporcionaban a Europa energía barata para su industria y el bienestar de su población. A cambio Rusia se convertía en su cliente principal de equipos tecnológicamente avanzados, maquinaria industrial, inversiones y bienes de consumo.

Un maridaje ideal que los Estados Unidos saboteaban continuamente y ahora han logrado destruir.

En las nuevas condiciones Europa, y en particular Alemania, se convierten en cliente del gas y energéticos norteamericanos más caros y pierden competitividad industrial. Toda Europa queda subordinada a la política militar y económica norteamericana y se obliga a eliminar todas las importaciones rusas, en unos casos de inmediato y en otros, el del gas por ejemplo, de manera progresiva.

La guerra justifica un presupuesto militar norteamericano nunca antes visto, superior al gasto militar sumado de los siguientes nueve países con mayor gasto en armamentos. Los grandes corporativos militares norteamericanos tienen ganancias extraordinarias que fortalecen el desarrollo de nuevos armamentos y Estados Unidos se reafirma como la mayor potencia militar del mundo.

Al mismo tiempo logra el objetivo de debilitar a Rusia. Una nueva cortina de hierro aísla a Rusia de Europa e inutiliza las enormes inversiones en infraestructura para proveerla de materias primas y energía. Ahora tendrá que reorientar el sentido de sus exportaciones y pierde el aprovisionamiento de insumos tecnológicos europeos.   

La estrategia norteamericana propicia el acercamiento entre China, tecnológica e industrialmente avanzada y Rusia como proveedora de materias primas. Algo que tampoco gusta a los Estados Unidos que ya está creando una nueva amenaza fantasma, una supuesta posible invasión china a Taiwán, internacionalmente reconocida como una provincia de China. De este modo se justifica el incremento de su gasto militar ante su propio pueblo.

Los países que más sufrirán este reacomodo global son los del medio oriente y África que se encuentran muy endeudados y ahora se empobrecerán más, muchos de ellos al grado de la hambruna. Estos países serán un territorio comercial y político disputado entre China y occidente.

El país asiático estaba incrementando su presencia mediante importantes financiamientos a obras de infraestructura, que ella misma construía. Ahora algunos de estos países no podrán pagarle y se convierten en clientes empobrecidos, debilitando la expansión china.

Por otra parte, los Estados Unidos y Europa anuncian planes de ayuda económica (prestamos) a países en grave empobrecimiento, a cambio de las usuales demandas de alineamiento político y comercial.

La guerra ha disparado un cambio geopolítico global creando polos crecientemente distanciados. De un lado occidente es decir Estados Unidos y Europa y sus esferas de influencia; del otro China y Rusia posiblemente acompañados de otros países del grupo BRICS, como India y Sudáfrica.

Se trata de una ruptura planetaria cuando los mayores retos de la humanidad, detener el cambio climático y disminuir la pobreza extrema, requieren de unidad y esfuerzos concertados. En lugar de ello marchamos en reversa.

jueves, 7 de julio de 2022

Estados Unidos; confirmando la barbarie

Jorge Faljo

Democracia es el gobierno del pueblo para el cada vez mayor bienestar del pueblo. Los Estados Unidos presumen ser una democracia ejemplar, pero su peculiar democracia tiene más agujeros que un queso suizo en su forma de operar y en sus resultados concretos.

Para empezar las elecciones. En los Estados Unidos no se puede ganar una elección “democrática” si no se cuenta con un fuerte respaldo monetario que en prácticamente todos los casos solo pueden proporcionar los extremadamente ricos. En las campañas políticas, desde la presidencial hasta la más pueblerina, la fuerza de los contendientes se mide por la bolsa de dinero que han logrado acumular y que en la mayoría de los casos termina siendo el factor decisivo de la victoria o la derrota.

El poder económico, el de las grandes corporaciones y los intereses creados cuentan con importantes blindajes contra prácticamente toda transformación relevante en favor de las mayorías. Cuando una mayoría de la población quiere algún cambio esto se ve con enorme desconfianza y es combatido por los poderes establecidos. Tal es el caso del sistema de salud, la preservación ambiental, la posesión de armas y el derecho de las mujeres a decidir tener o no, un hijo.

El sistema de salud norteamericano es el más caro y menos eficiente entre los países industrializados y no es un derecho ciudadano. Está basado en el aseguramiento privado y subsidios gubernamentales diseñado que aseguran altas ganancias a médicos, hospitales y empresas farmacéuticas. El interés mayoritario por un sistema público y universal parecido al británico o canadiense no logra prevalecer.

La suprema corte norteamericana acaba de acotar fuertemente la capacidad del gobierno para regular las emisiones de gases nocivos a la atmosfera. Contra el interés mayoritario, que ya ha adquirido conciencia de los desastres ambientales en aumento, prevaleció, como siempre, el interés de los grandes corporativos.

El 24 de mayo un muchacho con 18 años recién cumplidos asesinó a 19 niños y dos maestros en una primaria de Uvalde, Texas. Es uno más de los 293 asesinatos masivos ocurridos en el primer semestre de 2022. Se define como asesinato masivo cuando hay más de cuatro víctimas, muertos o heridos. Es obvio que los asesinatos con menos de cuatro víctimas son muchos, muchos más.

Tras la masacre de Uvalde la fuerte indignación pública apenas consiguió que el congreso emitiera una reglamentación deslavada enfocada en detectar individuos peligrosos y dar fondos para una mayor atención a los problemas de salud mental y para mayor seguridad en las escuelas. Algo insuficiente según el presidente Biden y la mayoría de la población. No se pudo más porque los representantes de una minoría de la población, de estados rurales en su mayoría se oponen.  

Casi en paralelo la Suprema Corte reafirmó el derecho a portar armas escondidas sin necesidad de un permiso previo que afectaría el derecho establecido en la constitución en la época de los mosquetes de pólvora y que ha evolucionado a permitir la posesión desde pistolas hasta rifles de asalto que son prácticamente ametralladoras.

Pero la mayor muestra de retroceso fue la reciente decisión de la Suprema Corte norteamericana de eliminar lo que ella misma estableció en 1973: el derecho de las mujeres a abortar. Decisión que implicó dejar en manos de cada Estado determinar si es o no legal tener un aborto.

Trece estados con mayoría republicana en sus congresos prepararon leyes que entrarían en vigor en automático al desaparecer el derecho al aborto a nivel federal. En otros casos se reestablecen las leyes vigentes antes de 1973. El resultado es confuso y en todos ellos se regresa a prohibiciones que en algunos casos son extremas. Sin permitirlo incluso en casos de violación o incesto; o solo cuando hay un alto riesgo para la vida de la madre; sin importar la viabilidad del feto; o cuando la concepción acaba de ocurrir y tiene apenas un par de días.

Tanto en el caso de las armas o del derecho de las mujeres a decidir la Suprema Corte afianza el retorno a los derechos existentes en el siglo 18. Predominan en esta institución jueces colocados por presidentes que no ganaron el voto popular. Donald Trump ganó con menos votos que su contrincante, eso en la democracia norteamericana es posible, pero eligió gracias a artimañas a 3 de los actuales 9 jueces que, por cierto, mintieron en su proceso de selección al decir que respetarían el derecho al aborto.

La estrategia de las leyes antiaborto es criminalizar a todos aquellos que de alguna manera colaboren, así sea en grado ínfimo, a la realización de un aborto. En sentido contrario en algunos casos establecen premios en efectivo a los que denuncien a cualquier posible colaborador. Y ese colaborador puede ser incluso el chofer del taxi que transporte a la paciente, o la madre de la paciente. Algunas leyes permiten el aborto solo cuando la vida de la mujer está en grave riesgo pero no antes.

Un problema es que el tratamiento de los abortos espontáneos e inducidos es el mismo y, por tanto, se confunden, con el riesgo para todos los involucrados de ser acusados de cometer un crimen.  

Lo peor es que la resolución de la Corte no establece una situación definitiva, aceptable para todos. Justo lo contrario, de un lado se envalentonan y del otro cunde la indignación. Las batallas serán más encarnizadas.

Los contrarios al aborto serán agresivos vigilantes de la prohibición. Algunos pretenden impedir que las mujeres acudan a consultas médicas fuera de su estado o por internet; así como la compra de medicamentos a distancia. El uso de la píldora del día siguiente o medicamentos similares, empleados en casa, pasa a ser un acto criminal en algunos estados.

Seguirán existiendo los abortos, los espontáneos y los inducidos. Puede ser que una madre de varios hijos no tenga manera de criar uno más; o que una joven quiera continuar sus estudios y desarrollarse profesionalmente; o que espere a tener una pareja estable. Solo que ahora las consecuencias de una relación sexual descuidada pueden ser gravísimas para la vida de estas mujeres; poner en riesgo sus vidas, ir a la cárcel, abandonar sus aspiraciones de desarrollo personal.

Habrá un fuerte incremento de los abortos inducidos en casa y estas mujeres no irán al hospital hasta el último momento. Ahí enfrentarán el miedo del personal médico que tratará de rehuir tratarlas porque colaborar en un aborto puede prohibirles el ejercicio de la medicina, ocasionarles severas multas o terminar en la cárcel. Aunque el aborto sea espontaneo, en todo caso irreversible, aún con la vida de la paciente en juego.

Las mujeres pasan a ser, como en el siglo 18, sujetos de segunda clase. Una clara mayoría está en contra del cambio; pero así funciona la supuesta democracia norteamericana.