Jorge Faljo
En la preocupante tendencia de incremento de las tensiones en la guerra que devasta a Ucrania y amenaza al mundo entero, por fin aparece una noticia positiva. Rusia ha declarado que sus objetivos iniciales han sido completados y da por terminada la primera fase de su operación militar. De ahora en adelante se enfocará en lo que llama la liberación de las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhanks.
Ante una disyuntiva terrible; aceptar un alto número de bajas de sus soldados, o incrementar los bombardeos para “ablandar” (un feo término de guerra) la resistencia del resto del país, tomó una tercera opción, reducir la magnitud del conflicto.
Ojalá y esto aleje al mundo de una escalada en la que incluso un malentendido cultural o de interpretación podía ser una peligrosa chispa que podría encender el infierno de una guerra nuclear.
El 26 de febrero, dos días después de iniciada la invasión de Ucrania el presidente norteamericano Biden declaró que tenía dos opciones, iniciar la tercera guerra mundial contra Rusia o, segundo, asegurarse de que el invasor pagara un alto precio por sus acciones. En la perspectiva mediática de occidente se trató simplemente del uso banal del fantasma de una guerra de enorme magnitud para justificar la aplicación de sanciones. No había que darle mayor atención.
Pero esto al parecer no fue visto de la misma manera por Rusia. Para ellos era el presidente norteamericano, el jefe de estado de la mayor potencia nuclear del planeta sopesando dos posibles opciones. Minutos después, ya con fecha 27 de febrero, dadas las diferencias de horario, el presidente Putin, declaraba en estado de alerta las capacidades nucleares rusas. Los medios occidentales consideraron que la medida era un no provocado incremento de la tensión bélica. Más bien parece que se trató de un peligroso malentendido cultural.
De ahí en adelante la situación no hizo sino empeorar. El 14 de marzo el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, dijo que un conflicto nuclear, anteriormente impensable, era ahora posible. El 23 de marzo en la cumbre de la OTAN el secretario general de esa alianza militar, Jens Stoltenberg, declaró que Rusia debe suspender sus tambores de guerra nuclear y entender que no debe haber guerra nuclear y que no podría ganarla.
Esa reunión cumbre, a la que asistió el presidente Biden y los líderes de cerca de 30 países tuvo como asuntos centrales advertir a Rusia en contra del uso de armas nucleares y como responder en caso de que lo hiciera y, segundo, elevar el nivel de sanciones impuestas en su contra. Parte de la agenda a discutir era si la emanación de un arma química, o la radiación de una bomba nuclear, llegara a territorio de un país de la OTAN, esto debería considerarse agresión y dar pie a una contramedida militar, además de las muchas sanciones en marcha.
El caso es que un día después de terminada esa cumbre Rusia decide enviar un mensaje de apaciguamiento. Dice el refrán que a enemigo que huye puente de plata. Esta debería ser la oportunidad para calmar los ánimos lo suficiente para abrir espacio a una real negociación entre occidente y Rusia. Se trata de llegar a un acuerdo entre la alianza militar occidental encabezada por los Estados Unidos, Rusia y por supuesto Ucrania.
Un acuerdo en el que nadie quedará contento porque no tendrá todo lo que quiere. Estados Unidos tendrá que dejar que Ucrania sea un país neutral y desmilitarizado. Este es en realidad un bajo precio a pagar, se trata simplemente de dejar de acosar al oso feroz para propiciar un cambio de régimen.
Rusia tendrá que dejar que Ucrania se convierta en una democracia tipo occidental a cambio de la seguridad de que no se convertirá en espacio de experimentación de posibles armas biológicas, como se ha descubierto recientemente, o de bases militares amenazantes. Esto es lo que algunos llaman el modelo Finlandia en el que un país comprometido con la neutralidad ha sido sumamente exitoso en construir una democracia prospera.
Ucrania tendrá que renunciar a las partes de su territorio que ya había perdido desde antes del inicio de la guerra. Recuperar Crimea y las zonas que son rebeldes desde el golpe de estado de 2014 es imposible. A cambio debe contar con un acuerdo internacional que establezca los compromisos necesarios entre la alianza occidental y Rusia.
Seamos optimistas, pensemos que el acuerdo es posible y que entonces se podrá abordar el siguiente problema de enorme gravedad.
En el contexto de la cumbre de la OTAN el presidente francés Emmanuel Macron, advirtió sobre una crisis alimentaria sin precedentes y destacó la dificultad para abastecer de trigo y cereales como Egipto y varios otros del norte de África y el cercano y medio oriente. Centro su discurso más en insistir en que la culpa es de Rusia que en plantear una verdadera solución.
El presidente francés pidió que Rusia permita sembrar los millones de hectáreas que Ucrania dedica a la producción de cereales en el próximo ciclo otoño – invierno, de otra manera la situación que ya es mala debido a las alzas de precios empeoraría aún más en un plazo de 12 a 18 meses. Planteo también elevar en lo posible la producción europea para paliar, mitigar, sus palabras, la crisis que ya está en marcha.
No basta lo planteado por el presidente francés y la petición de las agencias internacionales de que los países no hagan acopio de emergencia de cereales, aceites comestibles y otros alimentos impidiendo su libre exportación. Ante la amenaza de crisis esto se convertirá en un “sálvese quien pueda”.
La verdadera solución es un acuerdo de paz que incluya la restitución del mecanismo de pagos internacionales, que no castigue el comercio con Rusia, que incida en bajar los precios de los energéticos y, en consecuencia, de los fertilizantes. De otro modo la alianza occidental derramará lágrimas de cocodrilo y le echará la culpa a Rusia mientras el mundo es azotado por la hambruna.
Mientras tanto en México debemos seguir la máxima de esperar lo mejor y prepararnos para lo peor. Hay que ser optimistas, pero urge replantear la estrategia de producción rural en dialogo con los productores, desde los más modernos del norte hasta los campesinos del sur para diseñar estrategias de promoción apropiadas a cada tipo de productor y a sus condiciones socioeconómicas.
Una de las dificultades principales es que eso del dialogo no se nos da; ni al interior con las organizaciones de productores, ni al exterior en donde tenemos el mal tino diplomático de no quedar bien ni con nuestro principal proveedor de alimentos, los Estados Unidos, ni con el de fertilizantes, que es Rusia.
No somos colonia, pero importamos más de la mitad de lo que comemos. Esa es la dependencia que urge disminuir; ya el tiempo nos esta pisando los talones.