domingo, 27 de septiembre de 2015

La globalización está enferma...

Faljoritmo

Jorge Faljo

Los miles se han convertido en cientos de miles. A toda costa y con enormes sacrificios quieren llegar al norte de Europa. Ahí, se supone, podrían encontrar la posibilidad de rehacer sus vidas. No se trata tan solo de buscar refugio, sino de encontrar trabajo, vivienda, la posibilidad de vivir en familia, de educar a sus hijos y de aliviar la terrible inseguridad.

Huyen de los tiroteos, las bombas, los gases venenosos; de la violencia organizada entre bandos políticos, religiosos, raciales, lingüísticos y también de la violencia desorganizada del pandillerismo, la criminalidad, los robos.

Supimos de los que salían de toda África e intentaban cruzar hacia Italia o España en embarcaciones de muy bajo calado, sin suficiente gasolina, amontonados y al garete, sin agua ni comida y bajo el sol. Con la esperanza de que los rescatara alguna nave de las marinas de Europa.

Ahora ha surgido una nueva oleada, también de cientos de miles, que huyen sobre todo de Afganistán, Irak y Siria. Llegan a Turquía desde donde intentan cruzar hacia alguna isla griega. Dado que el tramo es relativamente corto se aventuran hasta en cámaras de llanta inflables.

Se sabe de miles de muertos en el mar, provenientes de África y del medio oriente. Muchos otros que corrieron la misma suerte lo hicieron sin dejar ninguna huella.

Los que llegaron a Grecia creyeron que habían pasado lo peor. Pronto se dieron cuenta de que habría que enfrentar las alambradas de navaja en las fronteras que se han ido cerrando sucesivamente en Macedonia, Hungría, Croacia, Eslovenia, Austria y Alemania. Viajan agotando el dinero ahorrado durante largo tiempo en una Europa cara y enfrentan medidas que van del cierre de estaciones tranviarias y la suspensión del transporte a la amenaza de cárcel por ser indocumentados.

Es una oleada de cientos de miles en marcha desesperada donde gran número son familias con hijos. La meta es llegar a los países más desarrollados: Alemania, Francia, Inglaterra, Suecia o Noruega de preferencia.

Algunas noticias han impactado la conciencia de Europa y el mundo. La foto del niño sirio ahogado y arrojado a la playa; las docenas de asfixiados en un camión abandonado; los cientos que intentan abordar los trenes de carga que pasan bajo el mar hacia Inglaterra.

Se trata de una crisis humanitaria, de conciencia y política que rápidamente se ha convertido en la más grave en Europa. Los países de entrada como Grecia, Italia, Macedonia y Croacia encontraron que no podían detener la entrada de migrantes y lo mejor era ayudarlos a proseguir su camino. Otros, como Hungría levantan alambradas, y unos más, como Alemania, restablecen controles fronterizos.

Europa se llena de barreras y controles atentando contra lo que era el gran ideal de una Comunidad Europea de libre tránsito.

Lo más difícil es decidir cómo tratar a los refugiados. Ha sido notable la ayuda que a lo largo de todo el camino les brinda buena parte de la población. Pero para los gobiernos las decisiones son difíciles. Se acordó que todos los países tendrían que recibir refugiados. Pero muchos lo hacen a regañadientes y con políticos temerosos de que una parte de su población se encuentra radicalmente en contra. Sobre todo en países del norte con una población y una cultura uniformes que desconfían de la llegada de gente con otra lengua, otra religión, otras costumbres.

Llegar al acuerdo de distribución fue muy difícil… e insuficiente. Se acordó distribuir a 120 mil personas que se consideren en riesgo de cárcel o tortura si regresan a sus países. A estos se les llama refugiados políticos. Pero se calcula que han llegado a Europa casi medio millón de inmigrantes. La mayoría huye del desempleo y la pobreza y como refugiados económicos no tienen derecho de asilo político.

Europa tiene que reaccionar muy rápidamente; en pocas semanas llegará el invierno y con temperaturas muy bajas ya no será posible que los refugiados, hombres, mujeres y niños, duerman en la calle, lugares públicos o tiendas de campaña. Hay que recordar que el invierno derrotó a Napoleón; ese invierno se cierne como la mayor amenaza para los refugiados en marcha.

Los países de Europa están divididos y su propósito de acomodar a 120 mil se va a revelar como muy corto. Sobre todo que las guerras del medio oriente ha provocado la expulsión de muchos millones de sus hogares.

Los políticos europeos tendrán que pensar en las estrategias que permitan que detrás de estos cientos de miles no haya millones que intenten seguir el mismo camino y se estrellen contra sus alambradas el año que entra, después del invierno.
Hay millones en campos de refugiados en medio oriente y África; el reto no es crear nuevos campos en Europa sino algo mucho más complejo. Integrar a los refugiados plenamente a sus sociedades. Pero estos no son sino una gota en el mar.

Se trata de diseñar una nueva estrategia en la que docenas de millones puedan trabajar honestamente, educar a sus hijos y vivir en paz, con razonable seguridad, en sus comunidades. Plantear esta meta obliga a cuestionar el actual orden económico mundial.

La situación de los refugiados tiene como origen la destrucción de las economías periféricas en aras de una modernidad enfermiza que genera una inequidad extrema, propicias a la desintegración social y a estallidos de violencia. Lo que antes era una migración relativamente ordenada se ha convertido en estampida. Es el síntoma; hay que curar la enfermedad: una globalización sin alma.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Liebres izquierdistas

Faljoritmo

Jorge Faljo

Dicen que de donde menos se espera salta la liebre. Esto acaba de ocurrir con Jeremy Corbyn, recién electo líder del Partido Laborista británico y por lo tanto líder de la oposición política al actual primer ministro Cameron, del Partido Conservador.

Desde 1982 ha sido representante en siete ocasiones de un pequeño distrito electoral del centro de Londres; Islington North, un barrio transformado por la salida de la vieja población y la llegada de inmigrantes pluriétnicos.

Corbyn ha destacado por abanderar causas minoritarias que más tarde terminaron por triunfar. Fue a la cárcel por protestar contra el apartheid y años después esa ignominia fue rechazada por todo el mundo. Hoy en día apoya la causa palestina y se opuso y sigue oponiendo a las guerras de intervención de su gobierno en Afganistán, Irak, Siria y otros lados. Es antiimperialista de corazón siendo que vive en el centro de lo que fue el mayor imperio del mundo.

Propone renacionalizar los ferrocarriles y el sector de energía, fortalecer los sindicatos; elevar el salario mínimo y los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas; se opone a los proyectos público – privados por ser una forma de privatización. También denuncia el TTIP, el nuevo tratado de libre comercio que su gobierno negocia en secreto con los Estados Unidos (similar al TTP que se negocia con México en secreto). Esos tratados dejan en manos de tribunales privados la resolución de conflictos comerciales e incluso obligan a someter a su escrutinio toda modificación de leyes nacionales que pueda afectar la economía y el comercio.

Además es vegetariano, no creyente en ninguna religión y a favor de la educación laica (la pública y la privada) pero no es antirreligioso. También es republicano y en una reciente ceremonia oficial guardó un respetuoso silencio pero no cantó “dios salve a la reina”, el himno nacional británico. Lógico por no ser creyente ni monarquista; pero eso molestó a muchos.

Corbyn llama la atención por su frugalidad; en medio de los escándalos de gastos excesivos de los demás representantes causó sensación por presentar las menores listas de gastos; en una ocasión solo pidió se le pagara un cartucho de tinta para la impresora de su oficina. No tiene carro y anda en bicicleta.

Apenas en junio pasado entró a ser candidato a la dirección de su partido porque no había nadie más en contra de la política de austeridad. Su candidatura fue el hazmerreír de los demás; daban 200 contra uno a su posibilidad de ganar hace tres meses.

Para sorpresa de todos, y de él mismo, su triunfo de la semana pasada fue arrollador. Obtuvo el 59.5 por ciento de los votos. Al principio dijeron que lo impulsaron los jóvenes recién ingresados al partido; pronto se mostró que lo votaron todos, también los más viejos y tradicionales laboristas.

En su primer debate parlamentario con el primer ministro le presentó preguntas elegidas entre las que le enviaron los ciudadanos. Fue la sesión más amable y comedida de mucho tiempo, pero señaló, por ejemplo, el deterioro del gasto público en bienestar social y la escasez de vivienda a precios accesibles.

De inmediato el gobierno conservador lo ha calificado de peligro para la seguridad nacional (se opone a gastar en más submarinos nucleares carísimos, al armamento nuclear en general y a la pertenencia a la OTAN por provocadora). También es, según el gobierno, un peligro para la economía por su franca posición anti neoliberal.

Jeremy Corbyn sorprendió por el gran apoyo popular que recibió. Ganó de calle la votación de los miembros de su partido; el método por el cual los partidos democráticos del mundo eligen a sus candidatos. La mayoría de sus compañeros de bancada no lo quieren. Jeremy representa el repudio a la “izquierda leve” que ha venido administrando la crisis de la globalización con ligeros toques sociales pero sin proponer cambios de fondo.

Corbyn en Inglaterra se suma a Syriza en Grecia y a Podemos en España para darnos la señal de un cambio importante: el creciente repudio al “neoliberalismo social” representado por una izquierda leve, superficial. Los que eran movimientos en la calle se han sabido convertir en expresiones políticas formales y exigen mucho más. Cierto que la prepotencia financiera de Alemania y Europa derrotaron al movimiento popular griego; pero eso no quiere decir que deje de existir. Y cuando se ve el panorama de conjunto resulta que estas liebres izquierdista, que brincan de donde menos se espera, empiezan a proliferar.

Tal vez, solo tal vez, Bernie Sanders un candidato que busca la candidatura demócrata a la presidencia norteamericana dé una sorpresa. No destaca en los medios porque solo acepta contribuciones individuales de cuarenta dólares o menos. Se proclama socialista, lo que para la política norteamericana ya es muy radical. Lo que llama la atención es que su campaña tiene los mítines más numerosos que los de cualquier otro candidato.

En Uruguay las manifestaciones populares obligaron al actual gobierno de izquierda leve a abandonar las negociaciones de otro tratado de libre comercio con los Estados Unidos. En Brasil el gobierno de Dilma Rousseff se ve duramente cuestionado por corrupción y gastos absurdos (estadios deportivos por ejemplo) mientras los sindicatos y los manifestantes piden que los ricos paguen la crisis.

La percepción popular parece estar cambiando en el mundo y en muchos lados ya no se aceptan izquierdas de pacotilla. Los movimientos que exigen cambios de fondo avanzan penosamente; pero de repente dan la sorpresa con un gran salto. No parecen todavía lo suficientemente fuertes para modificar el modelo globalizador de cada país; pero van madurando y se extienden al amparo de la democracia. Donde la hay.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Lo barato sale caro

Faljoritmo

Jorge Faljo

El último reporte del Banco Mundial sobre las principales mercancías del comercio mundial señala fuertes bajas en los precios de la energía (petróleo, gas, carbón), de los metales y de los productos agropecuarios. En el último año el precio del petróleo cayó a menos de la mitad; el de los metales en 29 por ciento; el del acero y carbón metalúrgico también a menos de la mitad; y en general todos los productos agropecuarios en alrededor del 31 por ciento.

El mundo se encuentra en deflación (baja de precios) y esa es una mala noticia. Las empresas no invierten porque la caída de los precios implica gastar hoy en producir para luego tener que vender más barato; la rentabilidad sería mínima o podrían tener pérdidas. Los consumidores también se ven desalentados a gastar cuando lo que compran puede bajar de precio mañana.

La deflación es señal de sobreproducción: la oferta supera a la capacidad adquisitiva de las personas. Para la Organización Internacional del Trabajo el problema se origina en el diferencial creciente entre productividad e ingresos de la población. Su informe mundial sobre salarios del 2013 señalaba que desde 1999 la productividad laboral promedio aumentó en más de dos veces los salarios promedio en las economías desarrolladas.

Para la OIT es un cambio radical de la distribución del ingreso entre capital y trabajo. Hasta principios de los años setenta el incremento de los ingresos se traducía en incrementos prácticamente idénticos entre los trabajadores y los dueños del capital. La prosperidad se repartía de manera proporcionalmente estable y todos se beneficiaban. Esto que la OIT llama una regla no escrita de reparto del ingreso se rompió en el último tercio del siglo pasado cuando los incrementos de productividad fueron apropiados por cada vez menos.

Entre 1973 y 2008 todo el incremento del ingreso en los Estados Unidos fue para el 10 por ciento más rico de la población y el 90 por ciento restante vio reducir su ingreso real por hora trabajada. En mayor o menor medida lo mismo ocurrió en la mayor parte del planeta.

En México la reducción de los salarios reales se dio a partir de los años ochenta y ha sido brutal. Hoy en día se necesita ganar más de cuatro salarios mínimos para igualar uno de 1976; y solo una minoría los gana.

La reducción de los salarios y por tanto de la demanda efectiva en la mayor parte del planeta ha sido mitigada y parcialmente compensada con varias estrategias.

Una fue la conquista de los mercados periféricos por los países de mayor avance tecnológico y de productividad. Para poder vender su producción exigieron libre comercio, apertura de mercados en todo el planeta.

No fue suficiente. Además del libre comercio destinaron sus altas ganancias no a invertir sino a otorgar créditos a los países menos avanzados. A eso le llamaron ayuda para el desarrollo y les sirvió para deshacerse de la sobreproducción que generaban ellos mismos.

Luego llegaron las crisis del tercer mundo y ya en este siglo las crisis de los países industrializados (Estados Unidos en el 2008 – 2010 y en Europa a partir del 2010). Para salir de ellas recurrieron a la impresión abundante de dinero que les permitió bajar sus tasas de interés a casi cero (en algunos casos incluso a niveles negativos) y además exportar capitales de manera tal que creaban demanda sobre su producción.

Todo eso se revela cada vez más insuficiente; la sobreproducción avanza. Un factor detonante es la fuerte caída del dinamismo de la economía china que refleja sus dificultades para venderle al resto del mundo. También se traduce en estancamiento de los ingresos de su población que en los últimos años representaba la mitad del incremento salarial del mundo.

Banco Mundial es optimista al pensar que si China e India retoman el camino de elevar los salarios de su población se podrá elevar la demanda de manufacturas, metales y energía a partir de fines del 2016.

Para la OIT la respuesta es la elevación concertada de los salarios en todo el planeta. No puede hacerlo un solo país porque perdería competitividad; así que lo tienen que hacer todos por igual. Esta propuesta es utópica.

La estrategia de globalización nos ha metido en una carrera en la que parece que los que ganan son los países que más empobrecen a su población. Habría que pensar en lo contrario, en elevar los salarios país por país. Pero eso no funciona en condiciones de apertura comercial indiscriminada porque el incremento del consumo saldría del país para beneficio externo y no de las empresas que eleven los salarios.

Si pensamos que la respuesta es la recuperación salarial país por país, solo es viable con mecanismos de control de la oferta externa y retención de la demanda para que se quede y beneficie a las empresas nacionales.

El mundo se aproxima a una disyuntiva dramática. Aceptar la existencia de la sobreproducción, las crisis cada vez más dañinas y la destrucción de las empresas pequeñas, para que sobrevivan solo las grandes transnacionales. O propiciar el crecimiento equilibrado de la producción y el consumo en el contexto de un mercado interno regulado.

Es una disyuntiva pero no un asunto de extremos sino de cambio gradual de rumbo. ¿Qué haremos? ¿Qué harán los otros?

lunes, 7 de septiembre de 2015

El mismo camino... pero más estrecho

Faljoritmo

Jorge Faljo

“Vamos a ir hacia adelante” dijo el Presidente Peña Nieto en su tercer informe para anunciar la continuidad inamovible. Seguir transformando a México; seguir distinguiéndose por la estabilidad macroeconómica y la disciplina en las finanzas públicas y seguir moviendo a México implementando las reformas transformadoras.

Para los que esperábamos que los cambios de gabinete se tradujeran en modificaciones de estrategia el mensaje fue contundente; siguen aferrados al mismo camino. Solo que ahora más estrecho, con un gobierno presupuestalmente achicado, la población más empobrecida, la economía en turbulencia y el planeta entrando en crisis de sobreproducción (es decir, menos demanda que oferta).

Destacan dos compromisos: no más impuestos y no endeudar más al gobierno.

Acostumbrados a que los impuestos recaen siempre sobre los perros más flacos, trabajadores y consumidores, muchos ven con alivio este anuncio. Solo que hay que ponerlo en contexto. México es un paraíso fiscal donde la gran empresa y la ganancia financiera pagan impuestos muy bajos. En el pasado era la empresa pública, hasta PEMEX, la que le permitía operar al gobierno y hasta subsidiar (con bajos precios y corrupción) al sector privado privilegiado.

Una vez autodestruido el sector público productivo solo quedaba rematar el subsuelo. Pero el precio de los metales y del petróleo está en niveles históricamente bajos debido a la crisis de sobreproducción mundial. (El peor momento para privatizar, por cierto).

El desempleo, y los empleos que ya no dan ni para comer (CONEVAL dixit), así como las caídas del consumo, hacen imposible elevar los impuestos a la mayoría. Solo queda hacer que los sectores privilegiados, es decir los cuates, paguen impuestos al nivel que lo hace el resto del planeta. Es a ellos (podría decirse que a sí mismos) a los que el presidente les garantiza que, pese a todo, seguirán pagando poco, casi nada, en impuestos.

Se ofrece no endeudar más al gobierno. Lo cual es irónico cuando otras de las medidas destacadas son los nuevos instrumentos de endeudamiento. Veamos.

El presidente ofrece que las escuelas tendrán “luz, agua, baños, mobiliario escolar, lo mismo que pisos, muros y techos firmes.” Devastador reconocer que no los tienen, y olvidó incluir condiciones de trabajo dignas para que los maestros puedan cumplir con su tarea.

Pero lo que quiero destacar es que para hacer lo que ya debería haber hecho, anuncia la emisión de Bonos de Infraestructura Educativa en la Bolsa Mexicana de Valores; “un innovador instrumento de ingeniería financiera” para conseguir 50 mil millones de pesos.

Traduzco: eso significa que el gobierno se va a endeudar, y la confianza de los inversionistas no es barata. Habrá que ofrecerles una tasa de interés atractiva en condiciones de turbulencia financiera. Dado que los inversionistas pueden preferir comprar dólares, será sin duda un endeudamiento caro. Ahora cumplir con un derecho constitucional básico dependerá de “la confianza de los inversionistas”; en vez de cobrarles impuestos.

Con más instrumentos financieros, es decir más deuda, se habrá de acelerar el desarrollo de la infraestructura nacional. No nos dice el presidente que tipo de infraestructura (¿hospitales y centros de salud para que la gente no espere horas en las salas de urgencias, o meses para una operación de vida o muerte?).

También habrá coinversiones público privadas para infraestructura que al igual que las anteriores dependerán de la cara confianza de los inversionistas. Deuda, deuda, deuda.

Para mitigar la pobreza se van a crear Zonas Económicas Especiales en las que se ofrecerá un marco regulatorio e incentivos especiales para atraer empresas. Significa ceder territorios aún más neoliberales que el resto del país. ¿Qué incentivos puede ofrecer? Falta conocer la propuesta a detalle pero supongo que el menú será de menos impuestos, infraestructura al gusto de las empresas, servicios públicos subsidiados y comercio externo sin trabas.

Eso para crear una producción moderna que aproveche mano de obra barata y exporte. Porque nada indica que se piense en incrementar el consumo de los mexicanos a pesar de que sobran capacidades productivas subutilizadas por el actual contexto de mercado.

Otra prioridad es mantener la estabilidad macroeconómica y la disciplina en las finanzas públicas. Oferta paradójica cuando precisamente empezamos a sufrir los resultados del desequilibrio externo que nos llevó a pagar al extranjero, en 2014, una renta de 42 mil 192 millones de dólares por pago de intereses y ganancias remitidas.

Situación que empieza a hacer dudar a los inversionistas sobre la futura capacidad de pago de un país que no tiene superávit comercial. Así que la respuesta presidencial es ofrecer más atractivos al capital externo para incrementar el endeudamiento financiero y la desnacionalización de recursos naturales y aparato productivo. Si lo hiciéramos Ud. o yo se le llamaría “pirámide”.

De hecho lo que se ofrece es seguridad al capital de que el gobierno seguirá dependiendo de su buena voluntad y de que no se hará lo que en los Estados Unidos, Europa y Japón, que es emitir más dinero (en este caso pesos) para abaratar el costo del endeudamiento y, en nuestro caso, pagar el Fobaproa.

En suma, el tercer informe insiste en el rumbo de los últimos treinta y cinco años. Embelesado por la modernidad que ofrecen los grandes capitales, continúa despreciando al México que ven como naco, atrasado, en el que produce y vive la mayoría. A cambio de su destrucción planean construir espacios de modernidad para pocos.

A los que no caben en esta utopía neoliberal patito se les ofrecen dadivas; solo que sujetas al achicamiento de un estado que renuncia a cumplir las obligaciones que todavía le impone el pacto social expresado en una Constitución cada vez más agujereada.

Queríamos liebre, nos dieron gato. Otra vez.

lunes, 31 de agosto de 2015

Cambios... ¿de fotografía?

Faljoritmo

Jorge Faljo

El Presidente Peña Nieto acaba de recomponer su gabinete; algunos salieron, algunos se movieron lateralmente y otros ascendieron. La mayoría de los analistas les dan una interpretación política a los cambios; y la principal es que se definieron un par de nuevos presidenciables. Eso ampliaría el número de elegibles cuando decida a quien heredarle la silla; si para entonces no ha surgido alguna otra fuerza que le arrebate la decisión o que lleve a la derrota de su partido. Lo que no es una posibilidad tan lejana.

Otra manera de verlo, también política, es que los fracasos evidentes exigían cambio de colaboradores o, yendo más a fondo, incluso de estructuras institucionales y maneras de hacer las cosas. Es decir que algunos piensan que el Presidente respondió a las exigencias crecientes del esperado golpe de timón que permitiera darle rumbo a esta nave.

Esta última explicación, la de la respuesta a presiones de la opinión pública, sería en todo caso parcial. Y la razón es evidente; la opinión pública pedía otras salidas, más importantes que las que se dieron. Porque si los fracasos en materia agropecuaria, en bienestar social y seguridad pública son evidentes, también lo es el de la economía en general.

Desde mi particular perspectiva tiendo a pensar que el carácter político de los cambios es, hasta el momento, irrelevante. Porque cambiar la foto y el nombre que lleva abajo no basta para indicar una verdadera modificación de la estrategia. Habrá que esperar a que el Presidente en el nuevo Plan Trienal que nos presentará el 1 de septiembre anuncie algo más substancial.

No se apresure amigo lector a corregirme y a decirme que lo que se presenta el próximo martes es un Informe Presidencial. Eso porque ya desde el año pasado no hubo tal. Un informe nos habla del pasado para decir que ocurrió y evaluarlo. Cuando la cosa no marcha lo que se prefiere es hablar del futuro y contarnos lo bien que nos irá después. Así que apuesto doble contra sencillo que tendremos un Plan lleno de futuros prometedores y no un informe cargado de malas noticias.

No me molestan los cambios del gabinete. Abren posibilidades. En las dos áreas que más me interesan, el campo y el bienestar social (no digo producción, empleo, economía real, porque ahí no hubo cambio), entran dos personajes con impecables antecedentes. En agricultura el gobernador que más ha destacado en crecimiento económico de su estado; en desarrollo social alguien de variada y destacable experiencia y, dicen, accesible y sensible al interés de la mayoría.

Ambos sin antecedentes precisos en sus áreas pero con capacidades para configurar equipos de trabajos y, posiblemente, llevar nuevas perspectivas y orientaciones. Cruzo los dedos porque estén a la altura de los retos de siempre y de un contexto novedoso en México y el mundo que exige cambios de fondo.

En agricultura los recursos se han volcado a favor de los que tienen “potencial productivo”; es decir la minoría exportadora, los productores de riego y en general los productores con recursos y acceso a insumos modernos. La misma definición sirvió para no atender a los que implícitamente se define como sin potencial.

Ahora el encarecimiento del dólar hace que los exportadores obtengan un 30 por ciento más de ingreso y sean más competitivos frente a los de tierras más alejadas de los Estados Unidos. Es un grupo al que ya podría dejarse en manos del mercado; es decir sin apoyos públicos. Pueden nadar por sí mismos.

El índice de precios de cereales de la FAO indica una baja promedio de algo más de 10 por ciento en el último año. Pero la devaluación ha sido de más de 25 por ciento. Así que los productores de cereales se verán beneficiados por el aumento de precios interno asociado a las altas importaciones. Es también la oportunidad de recalibrar los apoyos a este sector.

Conviene pensar en controles a la exportación; lo mejor sería un impuesto variable de acuerdo a los cambios del mercado. Los argumentos son varios. Los pocos que se verán beneficiados porque ganan en dólares y pagan en pesos deben compartir su ganancia. Los dólares que ganan deben entrar al país y evitar la tentación de dejarlos fuera. También servirá para evitar las exportaciones de producción que es necesario retener y que ahora conviene más vender en dólares así se descobije al mercado interno. Y además porque si no lo hacemos nosotros los gringos encontrarán la manera de hacerlo.

Recalibrar a la baja los apoyos a los agricultores “con potencial” debe permitir atender a los hasta ahora excluidos. En la agricultura hay que caminar con los dos pies. Solo un cambio radical de estrategia puede acercarnos a la meta oficial de seguridad alimentaria. Lo que es urgente.

En cuanto al desarrollo social es fundamental integrar los objetivos de disminución del hambre y la pobreza extrema con los de fortalecimiento de la producción local y regional. Las transferencias deben darse en derechos de compra sobre la red de abasto de Diconsa y está ser habilitada para hacer compras locales y regionales en lugar de seguir vendiendo importaciones.

Hay que eliminar el negocio de los comedores comunitarios para permitir que las familias vuelvan a prepararse sus propios alimentos y comer en familia. Este es un derecho esencial.

Sobre todo, urge fortalecer las organizaciones rurales de productores para la comercialización consolidada de ventas y compras de insumos. Las cooperativas de productores de Canadá, Estados Unidos y Europa pueden inspirarnos.

Así como hasta ahora se ha gastado en apoyos a los que tienen potencial y a las transnacionales, en adelante deberá el estado encontrar a medio camino a los productores campesinos en sus esfuerzos de comercialización local, regional y nacional y en la compra de insumos productivos y bienes de consumo. Esto no puede dejarse a los intermediarios privados.

La situación social y del campo es mala, ha empeorado y ahora el cambio del contexto plantea un reto mayor. Esperemos que los cambios no sean solo de fotografía.

lunes, 24 de agosto de 2015

El planeta del "no pasa nada"

Faljoritmo

Jorge Faljo

Tenemos una de las economías más globalizadas del planeta. Pero el asunto no es lo globalizados que estamos sino el modo en que lo hicimos. Una manera que nos condena a tropiezos recurrentes en los que retrocedemos mucho de lo avanzado.

La internacionalización de nuestra economía, es decir de la producción, demanda y financiamiento ha significado depender del mercado externo. Crecemos solo si crece la economía norteamericana; exportamos mercancías que aquí se ensamblan pero buena parte de los componentes vienen de fuera y para invertir requerimos del capital externo.

El caso es que aquí no se fortalece la capacidad de compra y ahorro de la población; no se genera la demanda ni el capital necesarios para producir más y mejor y sostener una espiral virtuosa de producción, empleo, ingresos, inversión y, de nuevo producción, incrementada.

La ausencia de una dinámica propia nos hace muy vulnerables a las transformaciones del exterior. Incluso, como un autoengaño, se le llama solidez, fortaleza y estabilidad, a una fragilidad que cada cierto número de años se rompe.

Con una población empobrecida en las últimas décadas gran parte del aparato productivo tiene muy baja rentabilidad y no es capaz de generar el ahorro que requeriría para mejorar y crecer. Pero en nuestro modelo el bienestar de la población no cuenta porque el gran negocio es pagar bajos salarios, bajos impuestos y de preferencia exportar.

Incluso se ha llegado a satanizar la producción para el mercado interno. Se trata de la pequeña y mediana producción histórica a la que se sacrificó en aras de la globalización. Pero antes se les tildó de improductivos, ineficientes y necesitados del paternalismo del estado. Eso para también recortar al estado.

Sin embargo los que tenemos cierta edad y memoria sabemos que la época de oro del crecimiento de México y del mejoramiento del bienestar de la población fue de los cuarenta a fines de los setenta. Precisamente los años que luego fueron satanizados en aras de un neoliberalismo que, supuestamente, si nos haría crecer y nos traería bienestar.

Ahora estamos entrando en otro periodo de turbulencia. El peso se ha devaluado cerca de un 30 por ciento en el último año y todavía no toca fondo. Esto altera fuertemente nuestras relaciones comerciales con el exterior y también las condiciones de la producción interna.

La situación empieza a equipararse a la de 1994. Solo que en aquel entonces la defensa del peso dejó al país sin reservas con tal de llegar al fin del sexenio; ahora no deberían ni intentarlo porque esta defensa es inútil y faltan tres años para el cambio de administración.

Así que lo que era previsible ocurrió. Una devaluación a medio sexenio que altera todas las señales de la economía. Hay mercancías que ya no convendrá comprar afuera y otras que no convendrá vender adentro (pues será preferible ganar dólares que pesos). Muchas empresas y comercios deberán buscar proveedores internos en lugar de los de afuera.

De hecho todo el país puede encontrar que conviene más ampliar la producción interna de granos y cereales (de los que importamos más del cuarenta por ciento del consumo interno) que seguirlos comprando.

O sea que se avecinan cambios pesados que pueden traducirse en un periodo duro cuando ya en los últimos años se incrementaba la pobreza y se deterioraba el empleo en cantidad y calidad. Se pondrá a prueba la cohesión social y la solidaridad nacional; dos elementos de por si escasos.

Desde el sector público habrá que tomar decisiones difíciles; que serán malas a menos que sean el producto de un amplio debate, público y transparente, que sustente acuerdos democráticos.

Para el 2016 habrá otro recorte que se suma al de este año. Se habló de definir un presupuesto altamente centralizado con el pretexto del llamado presupuesto base cero. Al parecer el intento fracasó y ahora el secretario de hacienda, Luis Videgaray, dice que el gobierno está dispuesto a dialogar con todas las fuerzas políticas todos los temas relacionados con el presupuesto para el próximo año. Sigue condicionando los tiempos y manera; pero se aprecia el cambio.

A fin de cuentas el presupuesto es una responsabilidad de la Cámara de Diputados y apenas se va a integrar la nueva legislatura con una composición política distinta a la que sustentó la disciplina del Pacto por México.

Qué bueno que se abra el dialogo, sobre todo a raíz de otra declaración del secretario de hacienda. Acaba de decir que los fundamentos de la economía mexicana se mantienen estables. Algo muy preocupante porque no reconoce que estamos entrando en un camino lleno de baches que requiere de un gobierno con capacidad de liderar la transformación, sobre todo para substituir importaciones y acolchonar los golpes al bienestar de la población. O algo peor; se da cuenta de la gravedad de la situación pero se siente impotente y falto de planes alternativos.

Einstein alguna vez dijo que era más importante la imaginación que la inteligencia. Ojalá y el dialogo “con todos los sectores” le inyecte imaginación al gobierno y obligue a nuestros dirigentes a bajar de su planeta, donde no pasa nada.

Por alguna razón el inconsciente me recuerda la dimisión de Alexis Tsipras, el primer ministro griego. Justificó su renuncia diciendo que el pueblo griego debe tener la oportunidad de decidir si sigue o no al frente del gobierno. Sobre todo después de que no logró cumplir con lo que prometió que haría. Es una renuncia digna, un magnífico ejemplo de autocrítica y democracia.

lunes, 17 de agosto de 2015

La devaluación del yuan

Faljoritmo

Jorge Faljo

China cimbró los mercados del mundo con tres devaluaciones consecutivas que bajaron el precio en dólares de su moneda en un total de 4.66 por ciento. No parece mucho, sobre todo si lo comparamos con la devaluación acumulada en México en el último año, algo así como un 27 por ciento. Pero hay factores que le dan un gran peso a ese movimiento del yuan.

Para empezar China es en muchos sentidos un país enorme. Por superficie terrestre (sin contar la marítima) es el segundo país más grande del mundo con 9.36 millones de kilómetros cuadrados. Es el primero en población con 1,350 millones de habitantes, algo más del 18 por ciento de la humanidad.

Destaca sobre todo porque desde 1978 es el país de mayor crecimiento del mundo; entre 2001 y 2010 su producción creció al 10.5 por ciento anual y en muchos de los últimos años creció más que las siete mayores potencias del planeta juntas.

Con esa base territorial, población y dinámica económica sostenida China es hoy en día la segunda potencia productiva del planeta, solo después de los Estados Unidos. Sin embargo esta medición se basa en una moneda barata y competitiva por lo que la misma medición está sesgada. Otra manera de medir el producto interno bruto, por paridad de poder adquisitivo, la ubica como primera potencia económica del mundo.

No quiere decir que los chinos sean ricos; su enorme producción se reparte entre una población también muy grande. Pero si quiere decir que la población del mundo es menos pobre gracias a que China elevó el bienestar de su propia población. Si quitamos a China de las estadísticas mundiales resulta que el resto del mundo se ha hecho más pobre en las últimas décadas.

La estrategia económica de esta potencia oriental se ha basado en el incremento acelerado de la exportación. No destaca en productividad y de hecho buena parte de su producción sigue siendo ineficiente en términos energéticos y tecnológicos. Sin embargo es altamente competitiva porque contra todas las presiones internacionales ha mantenido una moneda muy barata. De este modo no solo sus crecientes sectores de tecnología de punta son exportadores exitosos, sino que incluso su aparato productivo rezagado y hasta la producción de baratijas son competitivos, si no en el exterior por lo menos en el mercado interno.

Lo que ha hecho China es que los dólares que consigue exportando los presta al resto del mundo, sobre todo a los Estados Unidos. Lo cual hace que los chinos no tengan acceso a dólares baratos y el mejor ingreso de la población se destina a la compra de su propia producción. De este modo crearon una espiral positiva de crecimiento exportador a la vez que de fortalecimiento de su mercado interno.

Otro elemento clave de su economía, cada vez más privada y capitalista, es un estado fuerte que regula los aspectos macroeconómicos y que ha mantenido a raya la inversión y la ganancia meramente financiera, para favorecer la inversión y la ganancia productivas.

Sin embargo China cojea del mismo pie que el resto del planeta; el incremento de su producción y productividad han sido muy superiores al incremento del consumo de su población. Es decir que su propia población, aunque ha elevado sus niveles de vida, no tiene la capacidad de demanda suficiente para convertirse en el motor central de su producción. En paralelo en los últimos siete años incluso en los países centrales (Estados Unidos, Europa, Japón) ha crecido el desempleo y se han deteriorado salarios y condiciones de trabajo; y los gobiernos se aprietan el cinturón (el suyo y el de sus pueblos).

El resultado es una enorme sobreproducción, originada en la baja demanda, que ha hecho que se reduzcan los precios del petróleo, del acero y otros metales, de los cereales y que haya grandes cantidades de mercancías que muchos intentan vender subvaluadas; miles de empresas están cerrando y despidiendo empleados en todo el mundo (como la industria siderúrgica de México).

Lo cual explica el estancamiento o baja del comercio chino. El superávit comercial de China fue de cerca de 61 mil millones de dólares en el mes de febrero (¡en un mes!) y bajó a “solo” 43 mil millones de dólares en julio pasado.

Así que China, el país con las mayores reservas internacionales del planeta, devaluó porque así lo quiso su gobierno. De ese modo bajó todos sus precios y encareció para su población las importaciones. Parecía el inicio de una guerra comercial devaluatoria que asustó a muchos y que causó inmediatas devaluaciones en sus principales proveedores (Taiwán, Corea del Sur, Tailandia y otros).

No se sabe lo que la gran potencia hará más adelante; de momento dice que no seguirá devaluando; tal vez porque podría provocar reacciones proteccionistas incluso en los Estados Unidos (donde una parte importante de la población duda de las ventajas del libre comercio y se ha iniciado el proceso electoral).

Por otro lado la devaluación del yuan fue otra señal de lo mal que van las cosas incluso en el país más exitoso del planeta. Y también el más decidido, al parecer, a proteger su producción y bienestar, así sea a costa de los demás.