domingo, 29 de enero de 2017

Para negociar con Trump

Jorge Faljo

De repente México y los Estados Unidos no se entienden más. El problema no es solo Trump, sino que de aquel lado ha salido a la superficie un profundo resentimiento en contra de una globalización fracasada que efectivamente se ha llevado sus empleos y les ha bajado los salarios. Igual que aquí. Solo que estamos desincronizados y mientras allá protestan aquí todavía aguantamos. Ambos pueblos somos víctimas de una estrategia generadora de inequidad.

Parte del problema es que en esa desincronización de la protesta los de allá piensan que aquí estamos bien y nos han agarrado de chivo expiatorio. Como si los mexicanos hubieran, por mero gusto, desgarrado a sus familias y abandonado sus pueblos para ir a vivir hacinados y amedrentados en tierra extraña.

Cierto que Trump no solo expresa el problema, sino que lo atiza, con una personalidad megalomaníaca, mitómana y desprovista de atributos mínimos de diplomacia y buenas maneras. Pero es que no somos sus amigos. Ya sin hipocresías somos, en el mejor de los casos socios a someter, posiblemente rivales o incluso adversarios.

Otro aspecto de la falta de sincronía es que allá Trump y su base social están muy conscientes del imperativo de transformaciones de fondo, aunque ello no justifica ni garantiza la bondad de todas las que emprende. En contraste aquí todavía no entendemos las razones de fondo del distanciamiento y lo vemos como capricho personal. No aceptamos que el otro cambió y no estamos dispuestos a cambiar nosotros.

Toda la estrategia negociadora de México parecía centrada en la premisa de que sería posible pedirle al vecino del norte que sea buenito y no nos mueva el piso; que no haga el muro, que no expulse mexicanos, que no imponga aranceles a nuestras exportaciones, que no obstaculice las remesas, que no desaliente la inversión aquí.

Esa estrategia fracasó rotundamente. Por principio de cuentas dio la apariencia de que no tomábamos en serio los mensajes recibidos, y que nosotros seguiríamos tan campantes por el mismo camino.

Sin embargo, como en toda relación estrecha, si el otro cambia, uno tiene que cambiar también; tal vez en el mismo sentido, tal vez en otra dirección. En todo caso la transformación norteamericana va en serio y nosotros nos veremos obligados a reaccionar.

Lo que Trump reprocha es la entrada de millones de migrantes laborales y el déficit de 60 mil millones de dólares anuales con México. Sus propuestas de solución son obstaculizar nuevas inversiones en México, un muro fronterizo y, posiblemente, aranceles a las importaciones mexicanas.

Es necesario reconocer que esos problemas existen para diseñar nuestras propias soluciones y contraponerlas a las de Trump. Solo así, con propuestas positivas, es posible negociar en serio.

Del lado mexicano tendríamos que ir a la mesa de negociación con, para empezar, una nueva Política Laboral, un Plan Nacional de Empleo, una Reforma del Campo y una Estrategia Industrial, todas con mayúsculas y todas en serio. Esto implicaría que México está dispuesto a no competir con salarios de hambre y condiciones laborales indignas; que hará un substancial esfuerzo para incorporar a millones a la producción y al empleo formal. Eso sí genera condiciones de viabilidad para reactivar el campo y la industria.

Todas estas vertientes deberán enlazarse en la configuración de un mercado social en el que el creciente número de excluidos de la economía globalizada puedan intercambiar sus productos y servicios y de ese modo viabilizar su producción. El gasto en desarrollo social deberá enfocarse en la generación de demanda hacia estos productores y en el apoyo a su organización.

Solo una propuesta de estrategia laboral y productiva de gran magnitud puede estar a la altura de una nueva situación en la que ya no podamos, ni queramos, exportar trabajadores, destruir familias y deteriorar la cohesión social. Sería al mismo tiempo la mejor política en favor de la paz y el estado de derecho.

El otro tema, el del déficit comercial, debe ser abordado con similar audacia. Lo primero es contrarrestar lo que Trump propone. En lugar de que se deterioren los rubros de exportación existentes podemos proponerle convertirnos en mejores clientes de los Estados Unidos. Usar los dólares que recibimos, los 60 mil millones de nuestro superávit y los 24 mil millones de las remesas para adquirir productos norteamericanos en lugar de productos asiáticos.

Los mercados son moldeables; pocas ingenierías son tan complejas como las de un tratado de libre comercio. Revigorizar el TLC, significa de nuestro lado que seamos buenos clientes de Estados Unidos y de parte de ellos que nos prefieran en lugar de China como espacio de inversión.

Estas dos estrategias, la de retención de trabajadores y la de ser mejores clientes de ellos, hay que presentarlas no solo a Trump, sino al pueblo norteamericano. Trump hace negociación abierta, a gritos, también nuestro gobierno puede hacerlo sin ser grosero.

Solo que existe una enorme dificultad. No puede tratarse de estrategias de saliva; de mero membrete propagandístico. Tendrían que diseñarse de manera participativa, con el concurso de todos los interesados dentro de México. Y aquí nuestras experiencias son decepcionantes.

Las reformas estructurales no contaron con la participación y apoyo de los mexicanos. La única que empezó a tenerlo, la reforma del campo del 2014, fue cortada de tajo cuando amenazó convertirse en un eje de verdadera participación de los productores rurales.

Los gringos van a cambiar; ¿podemos dirigir nuestro propio cambio?

sábado, 21 de enero de 2017

Renegociar el TLC

Jorge Faljo

En su discurso inaugural Donald Trump dijo que protegerá sus fronteras de los estragos que causan otros países que se roban sus fábricas y destruyen sus empleos.

Su interpretación es mentirosa. México no le impuso a Estados Unidos el TLC y no se robó sus fábricas. Fueron sus empresas e inversionistas los que, por su propia conveniencia, trasladaron las fábricas y empleos fuera de su país.

Pero en algo tiene razón Trump: el TLC ha sido un fracaso desde la perspectiva del bienestar del pueblo norteamericano, y del mexicano también. Fue conveniente solo para los poderosos y los grandes corporativos.

Nuestras elites defienden este modelo. Pero los demás no tenemos por qué acompañarlos en ese nacionalismo de utilería. No tenemos motivos para defender el TLC.

Así que podemos plantearnos la renegociación del TLC con la cabeza fría; sabiendo que no cumplió sus promesas. Sin embargo podría haber funcionado menos mal. Si no lo hizo es porque fue traicionado.

Los Estados Unidos traicionaron el TLC al llevar sus fábricas a China, en lugar de a México. Si le hubieran dado preferencia a México aquí habrían creado, tal vez, hasta millones de empleos y seríamos el abastecedor preferente de la economía norteamericana. Para ambos, México y Estados Unidos, la prioridad fue abaratar el recurso humano y comprar al menor precio, nos convertimos en grandes importadores deficitarios de China, con la que no tenemos tratado comercial. Nos traicionamos mutuamente.

Ahora la renegociación del TLC abre oportunidades de mejora para ambos países. Sin embargo, Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, dijo hace un par de días: “Trump ya dijo lo que quiere, ahora hace falta que México diga lo que quiere.”

Trump y sus colaboradores en materia comercial proponen un gran cambio; una estrategia de comercio justo, equilibrado, que elimine el gran déficit comercial norteamericano con China, Japón, Alemania y México, entre otros. Plantean emplear su poder de gran consumidor para presionar a los países proveedores a que se vuelvan importadores de productos norteamericanos.

La renegociación del TLC tendrá como referente central esta exigencia de comercio justo, en vez de libre comercio. Los negociadores mexicanos deberán comprender esa nueva perspectiva no para confrontarla sino para interpretarla a nuestro favor. Lo vital será iniciar con grandes definiciones estratégicas y no como cuenta chiles. El asunto es de objetivos y no de procedimientos.

Para eliminar nuestro superávit comercial con Estados Unidos tendremos que preferirlo en nuestras importaciones frente a otros países con los que somos deficitarios. Es decir que los dólares que ganamos al venderle a Estados Unidos tendrán que emplearse en comprarles a ellos. Es lo que exigen y lo tendremos que aceptar; pero a cambio debemos pedir reciprocidad. Que los Estados Unidos también nos prefieran en sus compras y en sus inversiones.

La manera más viable de hacerlo es que México, Estados Unidos y Canadá acuerden imponer aranceles a las importaciones de otros países con los que somos deficitarios. Un TLC en el que comprometamos la preferencia mutua entre los tres firmantes. Ser proteccionistas es la otra cara de la moneda del objetivo de equilibrar el intercambio con los Estados Unidos y Canadá.

Lo anterior nos conviene porque así pasaríamos a ocupar el lugar que ahora tiene China como proveedor principal de los Estados Unidos. Ello fortalecería mucho la producción y los empleos en México. Tendríamos que instrumentar una estrategia similar a la de China: fortalecer el mercado interno mediante la elevación de los salarios, substituir importaciones y mantener una paridad competitiva.

Esto es congruente con la propuesta de Trump a Peña Nieto: defender conjuntamente la producción de manufacturas, el empleo y elevar los salarios en “nuestro hemisferio”. Trump pide acabar con el abuso laboral en México.

Estados Unidos no pretende reindustrializarse en toda la gama productiva y tecnológica. Quieren hacerlo en sectores destacados, pero hay otros sectores en los que reconocen que seguirán importando. El nuevo secretario de comercio gringo lo dijo de manera despectiva: no nos interesa producir escobas o baldes de plástico. El caso es que habrá importantes espacios de producción en los que México puede substituir a China como proveedor dentro del TLC.

En el nuevo tratado México deberá recuperar su soberanía en materia alimentaria como un factor esencial para disminuir la migración a los Estados Unidos. Podemos llegar a estar de acuerdo porque este es un interés central de Trump.

Toda gran transformación es traumática y afecta fuertes intereses establecidos. Pero este cambio parece inevitable. Lo importante será renegociar de manera transparente, y no como camarilla misteriosa. Trump dice abiertamente lo que quiere; hagamos lo mismo, una renegociación digna que cuente con el respaldo de los mexicanos.

sábado, 14 de enero de 2017

Trump enterrará el neoliberalismo mexicano

Jorge Faljo

Estamos inmersos en una complicada negociación que definirá el rumbo del país en las siguientes décadas. Es difícil porque del lado gringo el negociador principal es un patán que sabe lo que quiere y toma medidas para imponerlo a toda costa. Y de este lado hay un equipo que da palos de ciego, no entiende lo que se está negociando y solo atina a aferrarse a la inercia de un modelo económico fracasado y obsoleto frente a los cambios del mundo. Son negociadores que hablan dos lenguajes muy diferentes.

Trump está negociando desde que le hizo cinco propuestas concretas a Peña Nieto en su malhadada visita. Su estilo de negociación es salvaje y como todas sus propuestas han sido rechazadas lo que hace ahora es lanzar torpedos bajo la línea de flotación del equipo gobernante de México para ablandarlo.

Se rechazaron sus propuestas porque en ese momento era candidato y no presidente electo. Pero después siguieron siendo rechazadas, sin la mera cortesía del análisis y la elaboración de contrapropuestas porque lo que pide Trump es que México modifique de manera radical su estrategia económica; de manera similar a como el pretende cambiar la estrategia norteamericana.

Del lado mexicano hay confusión. Trump se crece ante el desafío de los que lo rechazan y al recurrir a manotazos sobre la mesa y todo tipo de formas de intimidación ha creado gran confusión del lado mexicano que no acierta a visualizar lo realmente esencial. Es una incomprensión que genera fuertes riesgos. Podríamos caer en nacionalismos antagónicos agresivos en los que allá se ataque a mexicanos (ya ocurre) y aquí a turistas norteamericanos. Sería una pendiente muy peligrosa.

Necesitamos serenidad y disposición a negociar. ¿Hay de otra?

El güero tiene objetivos bien definidos; no le importa cómo conseguirlos sino hacerlo y lo cierto es que se encuentra en posición de fuerza. Su promesa básica, la que lo hizo ganar, es que preservará la producción de manufacturas y los empleos industriales, con salarios dignos, dentro de los Estados Unidos.

Propone reformar el TLC para equilibrar el comercio con México como parte de una estrategia general de reducir o eliminar el déficit comercial norteamericano. Estados Unidos le compra México cerca de 60 mil millones de dólares más de lo que nosotros le compramos.

Wilbur Ross, al que Trump propone como secretario de comercio, dice que su objetivo central es eliminar el comercio tonto para llegar a un comercio justo, equilibrado. Señala que su país es el principal país consumidor del planeta y que van a utilizar esa capacidad para conseguir que los países proveedores se conviertan en compradores de productos norteamericanos.

Eliminar el déficit puede hacerse de dos maneras. En este caso que México le compre más a los Estados Unidos, o que ellos nos compren menos. Lo cierto es que México emplea el superávit que gana con los gringos para… comprarle a China.

Es evidente que los Estados Unidos pueden, de manera unilateral y relativamente fácil, comprarnos menos. Eso es lo que Trump ha estado remachando con sus amenazas que han llevado a impedir algunas inversiones en México. Sin embargo no parece que su verdadera solución sea comprarnos menos; los dos países saldrían perdiendo.

Lo que Trump le propuso a Peña en su visita fue otra cosa; solucionar el déficit por la vía de que México le compre más a los Estados Unidos. Habló de preservar las manufacturas y los empleos en nuestro hemisferio; ser aliados en el proteccionismo frente a China. Ese sería el sentido de renegociar el TLC; conseguir que México prefiera comprarle a los Estados Unidos y no a China.

Lo cierto es que el TLC ha fallado, y su falla esencial fue que los tres países firmantes lo traicionaron; en lugar de darse una decidida preferencia mutua, los tres países prefirieron comerciar e invertir en China. Los millones de empleos que el TLC debió crear aquí se fueron al oriente.

Estamos ante la oportunidad de cambiar este error histórico; hay que diseñar un TLC para el intercambio equilibrado y la decidida preferencia mutua. De ese modo Trump conseguiría eliminar el déficit y generar empleos allá; también nosotros tendríamos una enorme oportunidad substituyendo a China como gran proveedor de los Estados Unidos. Los dos países saldrían ganando mucho.

Un ingrediente adicional lo señaló Trump en su entrevista de esta semana; dijo que acabaría con la explotación abusiva de los trabajadores en México. Ya antes al hablar con Peña Nieto le dijo directamente que había que subir los salarios en México.

Las exigencias de Trump son radicales. Para cumplirlas habría que empezar por establecer barreras o aranceles a las importaciones de China para reducirlas a un nivel de equilibrio: comprarles tanto como ellos nos compran a nosotros. Eso permitiría que los dólares que obtenemos al vender en Estados Unidos los usemos para comprar en Estados Unidos. Esta es la esencia del comercio justo que pide Trump. Un comercio administrado y muy distinto al libre comercio que pregona el neoliberalismo.

Lo segundo es elevar los salarios de manera substancial; lo que en realidad sería permitirles recuperar parte de lo mucho que han perdido en los últimos 35 años.

Pero la realidad de la negociación es otra. Nuestra dirigencia política prefiere envolverse en la bandera, darse por ofendidos y rechazar lo que propone Trump; cero negociación. Sus respuestas son absurdas: hablan de un tratado con China, en lugar de actuar para equilibrar el déficit; quieren que sigamos siendo adalides del libre comercio en lugar de buscar un TLC efectivo; alguno, en el colmo del no entender, propone diversificar importaciones; en lugar de concentrarlas en Estados Unidos para disminuir el superávit.

La religión neoliberal que domina el pensamiento de nuestra cúpula política los ha cegado y ensoberbecido. Buscan un arreglo de cuates para que nada cambie; pero el mundo ya cambió y ellos están fuera de lugar

domingo, 8 de enero de 2017

Reconstruir un país chatarra

Jorge Faljo

Les deseo lo mejor para este año que inicia. Pero no olvido aquel consejo de esperar lo mejor y prepararse para lo peor. Hemos empezado el año con el pie izquierdo. Hace mucho que perdimos el camino y ahora sufriremos las consecuencias.

El gasolinazo se empezó a gestar hace muchos años. De acuerdo a la base de datos de PEMEX en noviembre de 2006 sus refinerías produjeron 459.6 miles de barriles diarios –mbd- de gasolinas; en 2012, último año del sexenio anterior la producción fue algo menor, 401.8 mbd. En 2014 el promedio bajó a 379.4 mbd, y, el colmo, en noviembre de 2016 fue de solo 253.8 mbd.

Más de 10 años de caída de la producción de gasolina señalan que el problema no es coyuntural. No solo no ampliamos la capacidad de refinación; sino que se dejó deteriorar la que existía a un grado extremo.

No se trató de un mero descuido sino de una estrategia sustentada por el interés de abrirle espacio a los negocios privados. Pretextos no faltaron; el principal de ellos fue que era más barato importar que producir. PEMEX fue sobreexplotado y sus recursos, que fueron abundantes, substituyeron el cobro de impuestos a los grandes capitales y corporaciones. El país ha sido, hasta la fecha, un paraíso fiscal, con ingresos públicos no petroleros menores al 13 por ciento del PIB.

El neoliberalismo se caracteriza por su ideología anti gubernamental; desde el poder destruye las instituciones del estado. Y, en este caso, incluso las capacidades del país. La política neoliberal no solo deterioró la infraestructura de PEMEX, sino que nos ha dejado muy mal equipados y desorganizados para los tiempos que se avecinan en otros sectores como el de la producción industrial y la de alimentos.

La “lógica” neoliberal empezó por arrasar las empresas manufactureras que crecieron al amparo del modelo de substitución de importaciones. Se las tachó de ineficientes, protegidas por el paternalismo del estado y no competitivas. Ahora somos un país maquilador que importa hasta electrodomésticos sencillos.

Se destruyó a las instituciones que impulsaban el desarrollo agrícola y ganadero. Instituciones públicas como el INMECAFE, FERTIMEX, CONASUPO y otras propiciaban la explotación de tierras de baja producción, arraigaban a la población en el campo y contribuían a la seguridad alimentaria de la nación. Su desaparición se tradujo en la emigración de millones, una enorme descomposición familiar, hijos dejados al garete y como carne de cañón de la violencia. Nos convertimos en importadores de cerca de la mitad de los alimentos que consumimos.

Nos disque modernizamos creándole alta rentabilidad a las inversiones extranjeras y al gran capital. Con ello llegaron los dólares y las importaciones que destruyeron buena parte de la producción interna.

Ahora el mundo ha cambiado; sobre todo nuestro “socio”, los Estados Unidos. Los nuevos vientos son de proteccionismo. La nueva lógica es sencilla; si compites y no ganas, ya no compitas. Nos cuesta trabajo entenderlo y abandonar la religión neoliberal.

Sin embargo urge abandonar la ilusión del libre mercado. Ese espejismo nos costó muy caro; sacrificamos producción, empleos y bienestar y lo que se construyó fue un sector globalmente competitivo pero esencialmente parasitario. Que ahora se encuentra amenazado desde el exterior.

Los nuevos y graves riesgos que plantea el cambio de política de nuestro vecino obligan a reflexionar sobre la fragilidad en que nos encontramos y que no es sino culpa nuestra. Sin ilusiones obsoletas tenemos que replantearnos reconstruir el país y el estado en torno a un nuevo ideal de integración económica y social interna. Aspectos “olvidados” como el bienestar de la población, el arraigo y el empleo, la seguridad en rubros básicos de la producción y el consumo y, sobre todo la paz social deben ser prioritarios. Y eso requiere lo que señala la constitución, la rectoría de un estado fuerte y capaz.

El descuido de la capacidad de refinación debe ser corregido a la brevedad posible al tiempo que se reafirma la responsabilidad del estado en cuanto a la seguridad energética. No es aceptable lavarse las manos diciendo que ahora es el mercado el responsable de lo que ocurra. Para el pueblo de México la responsabilidad es y seguirá siendo del gobierno. Sobre todo cuando la realidad refleja un engaño de fondo, previsiones incorrectas, falta de capacidad para gobernar o vil corrupción.

Si un gasolinazo es grave, un tortillazo, entendido como incremento inaceptable de los precios de los alimentos, sería mucho peor. Lo grave es que en este rubro la irresponsabilidad ha sido tanta o más que en el caso de los energéticos. Se prometió solemnemente en el plan nacional de desarrollo y en declaraciones subsecuentes que en el 2018 tendríamos seguridad alimentaria. Entendida como la producción interna de al menos el 70 por ciento del consumo de los principales granos del consumo alimentario.

No solo no los producimos sino que ahora exportar la producción alimentaria será una fuerte tentación. Incluyo a hortalizas y verduras. Es decir que el pueblo de México, con salarios de hambre, tendrá que competir con los consumidores del exterior para comprar incluso lo que se produce internamente. No es aceptable.

Se requieren medidas urgentes de recuperación del ingreso y las regulaciones necesarias para remendar y levantar al sector de la producción, el campesino, que puede y quiere hacerse cargo de la seguridad alimentaria nacional.

La pregunta ya no es como competir; ahora hay que plantearnos como no competir para reactivar la producción, el empleo y asegurar el consumo interno de todo lo esencial. El neoliberalismo convirtió al país en chatarra; habrá que unirnos para levantarlo.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Abusos y sanciones económicas

Jorge Faljo

Es conocido el mal funcionamiento de la justicia cotidiana en México. La mayoría de los ciudadanos no reporta delitos mayores por que no confían en que obtendrán justicia, o incluso porque se colocarían en riesgo. Mucho menos denuncian problemas menores originados en delitos, abusos o accidentes. Lo que subyace en una cultura de irresponsabilidad generalizada.

Entre los incidentes menos graves pienso en casos como el del perro del vecino que muerde a un transeúnte; el conductor de un vehículo que golpea a un discapacitado en silla de ruedas por no prestar suficiente atención al; la tienda que se promociona con altavoces a medianoche; o mi vecina que desde su azotea arrojó unos fierros al recolector de basura, con tan mala suerte que desprendió un cable y me dejó sin electricidad.

Son casos de mi conocimiento directo en los que no se contempló denunciar y derivaron en arreglos personales, o en nada. El que arrolló al discapacitado le compró una silla de ruedas nueva. Las más de las veces el afectado simplemente se aguanta.

Nuestro sistema legal confunde delitos y accidentes, los relativamente leves y los graves. No hay suficientes puntos intermedios; la rara denuncia entra en un laberinto legal que apunta a extremos, inocencia o cárcel, para el perpetrador y usualmente nada, o muy poco, para la víctima.

En otros sistemas, anglosajones por ejemplo, existen vías intermedias en las que independientemente de si hubo o no delito, las victimas pueden demandar compensaciones monetarias relevantes. Son, comparados con el nuestro, sistemas más ágiles y flexibles, que recorren una vía alterna a la denuncia penal y en el que entran en consideración elementos como el nivel de imprudencia, el daño causado, los recursos del perpetrador y el riesgo de reincidencia.

Asumir la responsabilidad incurrida mediante una compensación monetaria resulta una disuasión efectiva. Es algo que debería jugar un papel mucho mayor en nuestro sistema de justicia.

El caso de los bebés quemados en la guardería ABC debió dar lugar a una muy elevada compensación económica; seguro así habría sido en los Estados Unidos. La agresión a Ana Gabriela Guevara debería, independientemente del hecho delictivo, ser compensada a un alto costo. No hablo solo de los responsables directos, sino, en particular, con énfasis, en los indirectos, los dueños del negocio, los patrones de los guaruras.

Hay dos asuntos que deberían ser prioritarios; en primer lugar la mitigación del daño causado y, en segundo lugar pero tanto o más importante, desalentar de manera efectiva las conductas irresponsables y/o abusivas.

Nuestro sistema es deficiente y no lleva a los responsables indirectos a la cárcel; las más de las veces hasta los directamente responsables escapan de ella. Pero ir a la cárcel no es el mejor desincentivo. Lo es el pago de compensaciones monetarias serias.

La tragedia de Tultepec tiene un costo altísimo. No es posible ponerle precio a la muerte de más de treinta personas; pero aparte de ellas hay más de sesenta heridos y muchas familias, incluyendo niños huérfanos, que sufrirán enormemente, en lo económico y en lo emocional durante años. Es un enorme costo que no se compensa con “becas” para los huérfanos, subsidio a los comerciantes y reconstrucción del mercado. El punto es que alguien debe pagar en serio para mitigar el costo del sufrimiento económico y emocional de los afectados.

Lo principal no es que las autoridades o los locatarios de Tultepec, o los dueños de la guardería ABC, incluso los guaruras agresores, pasen años en la cárcel. Lo realmente importante es disuadir y compensar. Un mecanismo es recurrir a los seguros; hay que ampliar la cultura del aseguramiento. Deben ser exigibles y proveer compensaciones adecuadas.

Cierto que tener un seguro, como en el caso de un mercado de pólvora, encarecería el negocio. Pero en realidad lo que hace es distribuir en el tiempo y entre los que deben asumir la responsabilidad del riesgo el costo de un posible accidente. Tener un seguro apropiado, suficiente, para cubrir el costo de la tragedia de Tultepec obligaría a que la empresa aseguradora evaluara el riesgo e impusiera condiciones. La convertiría en supervisora del riesgo, como ocurre en otras culturas. Hay que entender que no fue un mero “accidente”, sino una suma de irresponsabilidades.

Los mexicanos, y en particular las victimas de estratos vulnerables, tenemos una actitud contraria al cobro de una compensación. Pareciera ser algo que rebaja la legitimidad de la demanda de justicia. Se acerca incluso a lo inmoral. Con frecuencia las victimas expresan, presionadas o no, que no buscan dinero. Cierto que en casos extremos, los bebés, o Tultepec, el dolor es enorme y no se alivia con dinero. Nos resistimos a mercantilizar el dolor. Pero el hecho es que los costos económicos también producirán sufrimiento.

No acostumbramos demandar compensaciones económicas y las leyes no se prestan para ello. No obstante si los padres de los bebitos quemados, las víctimas directas e indirectas de Tultepec, la senadora Guevara, los atropellados, demandaran compensaciones muy altas, millonarias, como ocurre en los Estados Unidos, nos estarían haciendo un favor a todos los demás, a la sociedad.

Volvernos “materialistas”, en lugar de victimas sufridas y aguantadoras, sería una real contribución para acabar con la impunidad de una amplia variedad de abusos e irresponsabilidades. No se vale generar riesgos para terceros sin contar con medios para asumir plenamente la propia responsabilidad.

sábado, 17 de diciembre de 2016

No son baches; es un camino empedrado

Faljoritmo

Jorge Faljo

No es que estemos enfrentando algunos baches en la economía mexicana; es que estamos iniciando un largo camino empedrado.

Las claves del crecimiento económico de México han sido las exportaciones a Estados Unidos (83 por ciento del total); También la atracción de capitales externos, en parte para fortalecer la producción y en parte simplemente para tener consumir productos importados, sobre todo chinos, y hacernos a la idea de que somos modernos. Una apariencia que consumió la mayor parte del patrimonio nacional, que ahora es extranjero.

Un crecimiento altamente excluyente que depende de que millones de mexicanos sean aceptados del otro lado de nuestra frontera y que, además, ellos mismos se hagan cargo de la supervivencia de sus familias mediante el envío de remesas.

Es un modelo que se cae a pedazos.

La economía norteamericana no va a “jalar” a la mexicana en el 2017. Este año su crecimiento fue de tan solo 1.6 por ciento, con un importante declive de su producción manufacturera. Hay además indicios de deterioro del consumo norteamericano.

Para un país como los Estados Unidos, rico y con una amplia clase media, la construcción de hogares es uno de los mejores indicadores de su evolución económica. Al construir una casa se emplea madera, vidrio, aluminio, concreto; implica comprar muebles, electrodomésticos de cocina y de entretenimiento, todo tipo de enseres e incluso automóvil. En la casa se concreta lo grueso del consumo duradero de las familias.

En 1972 en los Estados Unidos se autorizó la construcción de 2 millones 219 mil casas. Una cifra nunca antes vista y que reflejó un largo periodo de mejoramiento del bienestar de las familias norteamericanas. A partir de entonces el deterioro salarial y la concentración del ingreso incidieron negativamente en la construcción de vivienda hasta el repunte de los primeros años del nuevo siglo. En 2005 se autoriza la construcción de 2 millones 155 mil casas; sin embargo es un auge sustentado en el endeudamiento masivo de la población. Una burbuja que estalla poco después.

En 2009 el número de nuevas viviendas se reduce a 583 mil; apenas algo más de la cuarta parte de las construidas en 1972 y en 2005. Lo que nos dice mucho acerca del enorme potencial productivo paralizado por un mercado caracterizado, también allá, por el rezago salarial y la inequidad.

Ahora la última cifra mensual de construcción de casas en los Estados Unidos refleja una fuerte caída respecto del mes anterior lo que solo puede empeorar el bajo desempeño económico de este año y constituye un mal augurio para el siguiente.

La única posibilidad de mayor dinamismo de la economía norteamericana en 2017 sería en el contexto de una nueva estrategia proteccionista y de fuerte inversión en infraestructura. Lo que no sería favorable a las exportaciones de México.

Esa posible mejoría del crecimiento norteamericano llevaría a la reserva federal a elevar en por lo menos tres ocasiones su tasa de interés básica. Lo que prácticamente nos obliga a imitarlos; como recientemente lo ha hecho el Banco de México al subir su tasa de interés de referencia en medio punto porcentual, el doble que en los Estados Unidos. Lo que parece necesario para seguir siendo atractivos al capital y mitigar la devaluación del peso.

A final de cuentas se protege a los grandes capitales que se encuentran en México pero se desalienta el consumo y la inversión y, con ello, los ejes del crecimiento en el mediano plazo. De ahora en adelante las buenas noticias allá serán malas aquí.

Es posible que a lo anterior tengamos que añadir que ya no acepten nuestros excedentes de mano de obra y hasta obstaculicen el envío de las remesas de los trabajadores migrantes; un componente vital del consumo de millones de mexicanos económicamente vulnerables.

Basta lo anterior para asegurar el final de la estrategia económica de las últimas tres décadas. Pero hay dos tipos de fin. Uno es el pasivo, que no comprende lo que ocurre y aunque se queje no hace nada. El otro es el de los que reflexionan, participan y diseñan alternativas. Hasta ahora nos ubicamos en el primero.

Hemos iniciado un nuevo camino empedrado, por donde figurativamente no podrán correr las empresas tipo Ferrari que tanto hemos apapachado pero en las que pocos podían viajar. Para este nuevo camino necesitamos otro tipo de vehículos; empresas nacionales, tal vez de modelito no tan aerodinámico, pero capaces de acomodar a muchos, de levantar la producción y de orientarse a satisfacer las necesidades de la mayoría.

El verdadero problema es que los conductores que se encaramaron al volante del país lo hicieron con un discurso neoliberal que denostaba al modelo nacionalista, el de la substitución de importaciones, y que ellos llamaron paternalista e ineficiente. Pero ahora que se acabó la carretera para la élite financiera no lo aceptan, porque el fracaso del modelo hace irracional su permanencia en el poder. Es hora de un fuerte empuje democratizador.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Frente a Trump, aferramiento… o audacia

Jorge Faljo

Muchos esperaban que Trump suavizaría sus posiciones después de haber ganado las elecciones; ahora esperan que lo hará ya estando en la presidencia. La elección de su gabinete apunta a lo contrario; se prepara para arremeter con dureza en las diversas direcciones que apuntó en su campaña. Su lenguaje es agresivo y sus posiciones parecen cambiar. No es por incoherencia o estupidez. Es el estilo de negociación que él conoce y que empieza por golpear en muchos frentes, exigir demasiado y no revelar todas sus cartas. Actúa agresivamente pero sabe que está negociando.

Es vital descifrar a Trump y no estamos haciendo la tarea. También es necesario entender cuál es nuestra verdadera realidad y no cometer el error del auto engaño en la negociación en la que ya deberíamos estar inmersos.

Hemos dicho que tenemos una economía globalizada; es una palabra engañosa. Le vendemos el 83 por ciento de nuestras exportaciones a los Estados Unidos y tenemos un fuerte déficit comercial con China, de alrededor de 64 mil millones de dólares anuales.

Esas son las dos conexiones fuertes del país con el exterior; solo dos. Lo que da más idea de país puente, como dijo el presidente Peña, en el que de un lado (de Asia sobre todo) entran insumos que se ensamblan con mano de obra barata y del otro salen exportaciones a los Estados Unidos. Una verdadera globalización se representaría como una telaraña con hilos tendidos hacia todos lados de manera más o menos equilibrada.

Dependemos mucho más del comercio exterior que los Estados Unidos. Las exportaciones de México equivalen al 35 por ciento de nuestro producto, las de Estados Unidos al 12.5 por ciento del suyo. La nueva perspectiva mundial de bajo crecimiento del comercio internacional nos agarra en una posición de mayor fragilidad.

No solo Trump, sino todo el contexto internacional nos impone la necesidad de un viraje; solo que aquí parece que no sabemos leer las señales, más bien nos enojan y nos aferramos a pensar que regresaremos, algún día, al entorno de crecimiento previo a las grandes crisis centrales en los Estados Unidos (2008) y Europa (2010). Pero esas crisis y el hecho de que el planeta no se recupera de ellas, fueron las convulsiones y el rigor mortis de la globalización.

Aferrarnos a una estrategia condenada al fracaso es patético y arriesgado. Creer que podemos seguir en el rumbo globalizador sin los Estados Unidos es absurdo. China no tiene nada que ofrecernos.

Ante la emergencia se creó un grupo de alto nivel con varios secretarios de estado y líderes del senado y de los diputados para “dar seguimiento” al TLC, a la defensa de los migrantes y al comercio. Pero es un planteamiento meramente reactivo y no se enfoca en una estrategia de cambio de rumbo negociado.

El punto central del planteamiento de Trump es que no está dispuesto a tolerar un déficit de más de 50 mil millones de dólares anuales con México. Esto es lo que debe corregirse; lo demás, aunque importante, ocupa un segundo plano.

Ese déficit, que para nosotros es superávit, solo puede equilibrarse de dos maneras posibles. O México les compra más, o ellos, los norteamericanos, nos compran menos. Lo primero sería reforzar el TLC, lo segundo sería destruirlo. Trump ya planteó su propuesta en el encuentro con Peña: una estrategia de proteccionismo compartido para la defensa de los empleos en Norteamérica. Incluiría el incremento de salarios en México para desalentar la emigración. Nosotros le añadiríamos el rescate del campo.

Pero la respuesta que le hemos dado a Trump va de ignorar sus propuestas a insultarlo. Ante ello lo que hace es elevar la presión, y lo hará aún más.

Hay que tomar en cuenta que las exportaciones a Estados Unidos generan en México 2.7 millones de empleos directos y otros 7 millones indirectos. Perder una parte de ellos y que además nos regresen indocumentados sería un desastre. Proteger esas exportaciones, esos empleos, es prioritario y solo puede hacerse dentro del marco que Trump propuso. Nos guste o no.

Así que la solución va por el lado de comprarles mucho más a los Estados Unidos para equilibrar ese lado del puente. Sin embargo no podemos simplemente incrementar nuestras importaciones, no estamos en condiciones para ello. Así que tendríamos que comprar menos en el otro lado del puente. Lo que significa decirle a China que ya no toleramos el déficit de más de 60 mil millones de dólares. O ese país nos compra más, o nosotros tendremos que comprarles mucho menos. China no va a comprarnos más; es incompatible con su exitosa estrategia de substitución de importaciones.

El gran dilema se refleja en que no entendemos si Trump quiere fortalecer o destruir el TLC. La respuesta es que quiere equilibrar el comercio y eso se puede hacer de cualquiera de las dos maneras: fortaleciendo o destruyendo la relación comercial. Puede equilibrarse hacia arriba o hacia abajo. Las dos opciones implican transformaciones de gran magnitud.

Decidamos. Podemos aferrarnos a la ortodoxia neoliberal en una estrategia de mera resistencia ante golpes brutales para los que no estamos preparados.

O enviamos pronto, con hechos, el mensaje de que preferimos a los Estados Unidos como gran proveedor en substitución de China. Tendría que ir acompañada de una estrategia de fortalecimiento del mercado interno generadora de empleos urbanos y rurales. Desde esa perspectiva es posible negociar con Trump los puntos que son secundarios.

Aferramiento o audacia, los dos requieren planes y proyectos. No se negocia quebrando piñatas e insultando. Eso nos debilita.