La Intención de Gobernar.
Jorge Faljo
Doce
12 años de ineptitud, corrupción y salvajismo darwiniano en el gobierno
federal; un año de elecciones caracterizado por la superficialidad e
irrelevancia política y mediática; y un día marcado por un tenebroso montaje de
provocación y violencia, tan lejano al comportamiento cívico estudiantil y
ciudadano de todo el año, parecían obscurecer cualquier perspectiva.
Afortunadamente
el retroceso cívico – político en la ciudad de México parece haber sido cosa de
un día gracias, en parte, a la clara denuncia de la arbitrariedad policíaca que
ha hecho la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y muchos otros.
Con
estos antecedentes inicié la lectura del Pacto por México sin esperar mucho.
Pero ¡sorpresa! Es un documento muy bueno y esperanzador. De los 95 compromisos
firmados por el nuevo presidente de México y los presidentes de los tres
principales partidos políticos me propongo destacar algunos, sobre todo los de
tipo social y económico que, de llevarse a la práctica, nos sacarían del
marasmo sangriento en que nos ha dejado el panismo.
Primero
lo social
El
Pacto inicia proponiendo una sociedad de derechos y libertades desde la
perspectiva de lo que importa: cobertura universal efectiva de servicios de
salud (vía la reorganización del sector); combatir la obesidad prohibiendo
alimentos chatarra en las escuelas; pensión a adultos mayores de 65 años;
seguro de desempleo para los trabajadores del sector formal; y seguro de vida a jefas (y jefes) de
familia.
Destaca
el gran compromiso de que ningún mexicano padezca hambre. Y recordemos que 20
millones de mexicanos se encuentran en esta situación.
Están
los buenos compromisos para una mejor educación y hay que subrayar los que se
refieren a la defensa de los derechos humanos. Estos últimos incluyen elementos
tan esenciales, pero ausentes, como la reparación del daño, la atención a
victimas y reglas claras sobre uso legitimo de la fuerza pública. Darían pie a
otra relación entre el estado y los ciudadanos que substituiría 12 años de
barbarie federal y un día de la capitalina.
El
reconocimiento de las comunidades y pueblos indígenas como entidades de derecho
e interés público les permitiría hacer planeación comunitaria de sus proyectos
de desarrollo, incluyendo recursos públicos. También se facilitará su acceso a
la justicia, a la educación y al mejoramiento económico.
Con
estos bastaría para afirmar que se plantean cambios de enorme profundidad y
consecuencias. Hay compromisos que parecerían de cumplimiento sencillo y otros
que requieren transformaciones legales, fiscales, en capacidades públicas, en
el modelo económico y en los acuerdos políticos. Tal vez por eso el horizonte
de tiempos parece largo. O tal vez yo soy algo desesperado y no entiendo todas
las dificultades.
Uno
que me parece de cumplimiento sencillo es eliminar los alimentos chatarra de
las escuelas. Debiera bastar una orden administrativa. Sin embargo se plantea
una reforma legal que entraría en vigor en 2014 y cuya instrumentación se
extiende hasta el 2018. Mucha vuelta para algo urgente.
En
cualquier caso los planteamientos son claros y la palabra compromisos no deja
dudas, sobre todo viniendo de quien se quiso distinguir por el “te lo firmo y
te lo cumplo”.
Por
otro lado, en el extremo de lo difícil esta el acabar con el hambre. Significa
que por lo menos 20 millones de mexicanos habrán de consumir más y mejores
alimentos. El cuadro de aterrizaje de los compromisos lo plantea como un asunto
de cambios legales lo que parece muy superficial. Si hay aquí algo de
ingenuidad espero que sobre la marcha se corrija y el compromiso se mantenga.
Lo
fundamental será que el incremento de la demanda alimenticia no se consigue
mediante meras transferencias de poder de compra. Hay que asociar el incremento
de la demanda nacional, regional y local con incrementos correlacionados en
esos mismos tres niveles. De otro modo lo que se incrementarían serían las
importaciones, la dependencia externa, la necesidad de dólares y un alto costo
fiscal eterno y creciente. Sería suicida.
Se
deben fortalecer las capacidades productivas locales con mecanismos que les
aseguren la existencia de demanda específicamente asociada. Se puede fácilmente
si nos inspiramos en programas gringos como el de “food stamps” o el de
desayunos escolares con productos locales. Los programas sociales deben operar
con cupones de alimentación que demanden productos locales y regionales en una
estrategia de crecimiento simultáneo y acelerado de demanda y oferta.
Hay
que recordar que gruesamente el 60 por ciento de las comunidades rurales del
país son deficitarias en alimentos (20 por ciento tablas y solo el otro 20 por
ciento superavitarias). Así que el esfuerzo deberá ser a la vez nacional y
localizado.
Hará
falta sobre todo mucha organización de los productores y consumidores. Para lo
cual se necesitará un gobierno capaz de ir al campo con agentes propios. Es
decir abandonando la estrategia de poltrona (que los campesinos vengan a mí y
concursen para arrojarles migajas).
Lo
Económico
Aplaudo
la idea de reactivar el campo y “promover un sector de la economía que
actualmente produce por debajo de su potencial”. Es una idea clave; hay que
aprovechar plenamente todos nuestros recursos y capacidades.
Pero…
faltó la industria. Decir que aquí también se produce por debajo de su
potencial sería casi un sarcasmo. De hecho el país ha transitado por décadas de
desindustrialización; ahora importamos hasta tornillos. Se ha destruido la
mayor parte de las empresas que a finales del siglo pasado producían el grueso
de los textiles y ropa, electrodomésticos, la metalmecánica, y otros. Buena
parte de lo que queda trabaja a media capacidad o se ha vendido al extranjero.
En
algunos casos la destrucción de empresas medianas y pequeñas fue compensada por
la instalación de nuevas empresas tecnológicamente avanzadas. Pero lo que este
país necesita es producir con todas sus capacidades, las avanzadas y las de
hace quince años. TODAS.
No
podemos ni debemos darnos el lujo de continuar arrojando por la borda el grueso
del aparato productivo industrial concentrando la producción interna o
incrementando el ya enorme déficit comercial con China.
Una
política industrial que empiece por defender lo que existe sería la mejor
plataforma para fortalecer y avanzar. Solo así sería creíble crecer por arriba
del cinco por ciento anual y crear empleo suficiente.
Subir
el nivel de inversión al 25 por ciento del PIB será muy bueno si al mismo
tiempo abandonamos fantasías exportadoras (el planeta está en recesión). Hay
que crecer para un mercado interno en expansión acelerada. De otro modo cada
nueva empresa moderna lo que hace es destruir diez de las pre modernas y generar
desempleo. Ese es el modelo que hay que abandonar.
La
ausencia de política industrial es grave, pero no impide reconocer otros
elementos positivos. Por ejemplo el compromiso de mantener en manos de la
Nación la propiedad y el control de los hidrocarburos y la propiedad de PEMEX
como empresa pública.
Sin
privatizarla se ofrece convertir a la principal empresa propiedad de los
mexicanos en eficiente y transparente y promotora de una cadena de proveedores
nacionales. Por otra parte se reforzará su papel en la producción nacional de
fertilizantes; un complemento indispensable del desarrollo del campo. Habría
sido bueno ampliar esa idea: basta de vender petróleo crudo, hay que vender todo
tipo productos con el mayor valor agregado posible.
Cambiar
la Ley Minera y revisar el esquema de concesiones para beneficiar al país,
empezando por los municipios y comunidades donde se establecen las mineras es
un gran paso. Los gobiernos panistas prácticamente regalaron la riqueza del
subsuelo a entidades agresivas con su entorno social y ambiental.
Bueno
también lo de crear una verdadera banca de desarrollo y regular la banca
privada para que presten más y más barato. Excelente también la desarticulación
de monopolios.
Reflexión
final.
Un
mensaje claro del Pacto por México es la intención de gobernar. Esto ya marca
una diferencia con el panismo cuya filosofía era nadar de muertito dejándose llevar
por el mercado y los poderes fácticos. Ahora se reivindica la centralidad del
Estado para dirigir la economía y la sociedad. Se plantea sin ambigüedades el
reto a los poderes fácticos: háganse a un lado, ese es el mandato
constitucional.
Si
además se cumple el ofrecimiento de democratizar la economía y la política con
los ciudadanos como actores fundamentales del diseño de las políticas públicas,
entonces la situación apunta bien.
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