lunes, 20 de junio de 2016

Salarios: la simulación de las élites

Faljoritmo

Jorge Faljo

Me invitaron a un coloquio sobre la situación laboral en México. Participaron, en un elegante lugar, unas 14 personas provenientes de distintos medios: empresarial, sindical, académico, político y de organizaciones sociales.

Todos los participantes eran gente de expresión articulada y buen nivel de análisis. Un encuentro a lo largo de todo un día, entre gentes con distintas posiciones. Fue posible por la invitación de una fundación europea. Este tipo de coloquios corresponde mucho más a la cultura del dialogo de países democráticos que a nuestras propias costumbres políticas.

El encuentro fue valioso, claridoso, entusiasta y, sin embargo, algo frustrante por la magnitud de los problemas que sacó a flote. Hago un recuento de los principales.

Ante todo, lo raquítico del empleo formal y su precarización implacable a lo largo de tres y media décadas. En ese periodo la caída de ingresos salariales ha sido brutal al mismo tiempo que se han prolongado las jornadas de trabajo; las horas extras no pagadas, y se escabulle el reparto de utilidades. Un trabajador formal mexicano trabaja muchas horas más que un europeo y llega a su casa cansado y sin tiempo para la familia.

Lo segundo que se resaltó es la inexistencia de dialogo entre patrones y trabajadores pues los segundos no tienen medios de representación efectivos. Lo que existe es una gruesa maraña de simulación sindical. Se expusieron casos, por ejemplo el de una gran armadora transnacional, que firmaron convenios con sindicatos espurios incluso antes de inaugurar la planta y contratar trabajadores. Se trata de una corrupción apoyada desde el gobierno y posible por el marco jurídico e institucional anti laboral existente.

Esta simulación ocurre a todos los niveles de la supuesta representación de los trabajadores y culmina en los órganos de representación tripartita, integrados por representantes del gobierno, las empresas y los trabajadores. Queda claro que todos son parte de la misma elite y de la maraña de corrupción que ahoga al país.

Ante la pregunta de qué hacer con la Comisión Nacional de Salarios Mínimos la respuesta fue desaparecerla y que los salarios mínimos se fijen en una negociación política más transparente en la Cámara de Diputados, o con mayores fundamentos técnicos por el CONEVAL, de acuerdo a sus estudios de costos de la canasta básica y al mandato constitucional.

Me llamó la atención el testimonio sobre alguna empresa que pretendió pagar un salario superior a la media pero que no lo hizo por las fuertes presiones en contra de la cámara patronal de la región. Se sabe de otros casos en los que es el gobierno el que presiona para que ningún patrón se salga del huacal del límite salarial aceptable para el Banco de México. Esto revela lo que en otros espacios sería ilegal; acuerdos bajo el agua entre los agentes económicos para fijar el precio de una mercancía, en este caso el trabajo.

Tal vez el mayor punto de desacuerdo entre los participantes fue en torno a la posición empresarial de que los salarios no deben fijarse por decreto sino de acuerdo a los incrementos de la productividad de los trabajadores. Esto, alegan, sería lo más racional y, en cierto sentido, justo.

Por mi parte sostengo que para elevar la productividad es indispensable elevar de manera substancial y continuada los salarios.

En un mercado estancado, donde no crecen, o se deterioran los ingresos de la población, la entrada de una empresa moderna genera oferta adicional que, al no haber mayor demanda, compite con la producción de las empresas convencionales. La población no tiene para comprar más bienes y las empresas convencionales tienden a trabajar por debajo de su capacidad, o a cerrar.

Con ello la productividad general de la economía no crece; solo aumenta la del sector globalizado de la economía, mientras que se reduce la de la mayoría de las empresas no globalizadas. Se polariza la producción.

La propuesta de los voceros del sector empresarial moderno, no es elevar los salarios que pagan conforme a su propia productividad, lo que aplicado de manera honesta sería excelente. Pero a pesar de que su tecnología es tan avanzada como la mejor de Europa, Japón y los Estados Unidos, no pagan ni la décima parte de lo que pagan sus propias matrices en aquellos países.

Así que lo que en realidad propone la industria globalizada es subir salarios cuando los empresarios de enfrente, los pequeños y medianos productores históricos suban su productividad. Lo que es un contrasentido porque la modernización de muy pocos lo que está haciendo es deteriorar a los demás.

Por otro lado, podríamos hacer lo contrario. Elevar los salarios en, digamos un 12 por ciento anual, para que en 15 años recuperemos los niveles salariales de 1980. No es imposible; China ha elevado salarios un 17 por ciento anual en lo que va de este siglo.

Mejorar salarios permitiría elevar el consumo y haría reaccionar de inmediato a la oferta del sector “histórico” de la economía. Esto es lo que elevaría la productividad de la economía nacional.

El interés particular de cada empresa es pagar lo menos posible. El interés de la mayoría y de la nación es otro. Así que para elevar la productividad lo que urge es elevar los salarios, por decreto.

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