Jorge Faljo
El pasado tres de agosto compré en Amazon una libra, algo menos de medio kilo, de linaza molida, un excelente digestivo, a 112 pesos. Antier 21 de agosto pensé volver a encargarla y costaba 160 pesos. Era exactamente el mismo paquete. Así que, con las precauciones debidas, fui a una tienda naturista y compré la que acostumbraba tomar antes del confinamiento. Ahí el precio era de 30 pesos el medio kilo. Y los dos son básicamente lo mismo, linaza molida importada de Canadá.
La distinta tendencia y la disparidad de precios es impresionante y debería hacernos meditar en lo que está sucediendo. Porque lejos de ser algo aislado ilustra lo que ocurre a gran escala.
El acceso al mercado, es decir a los consumidores, y concretamente a un mecanismo de comercialización, determina la rentabilidad del producto y de hecho la suerte de la producción. Algo de extrema importancia ahora que la pandemia reduce fuertemente los ingresos de la población, disminuye las compras de todo tipo y provoca que se paralice la producción.
Jeff Bezos, presidente de Amazon y poseedor del 11.2 por ciento de sus acciones acrecentó su fortuna de 74 a 196 mil millones de dólares en este año de grave crisis económica y empobrecimiento masivo. Él es ahora el más rico del mundo. Representa también una disparidad de tendencias, como la del precio de la humilde linaza. Y es que estas dos incongruencias están relacionadas.
Amazon se ha convertido en el principal mecanismo de venta directa a consumidores del planeta. Es ahora un poder gigantesco que determina la suerte de los productores.
Las posibilidades de sobrevivir y de mayor rentabilidad para los que venden en la gigantesca distribuidora de internet son mucho mayores a las de los que venden en las cadenas de supermercados, en los mercados tradicionales, en los tianguis o, volviendo al principio, en las redes de tiendas naturistas.
Dime en que canal de comercialización vendes y te diré como te irá en este caos sanitario y económico. Los distintos mecanismos de distribución, del internet al tianguis, están operando como mercados diferenciados.
Viene esto a cuento porque la pandemia, con su confinamiento, ahorcan de manera brutal al consumo y a la producción y realmente no se sabe cuándo acabará el estrangulamiento. El Director General de la Organización Mundial de la Salud, Dr. Tedros Adhanom, plantea que podríamos superar el problema en un par de años al mismo tiempo que llamó a innovar respuestas. Algo que por cierto empieza a hacerse con éxito desde abajo y rompiendo camisas de fuerza, en varios países. Pero ese es otro tema.
De momento el virus resurge de maneras inesperadas incluso donde ya se le consideraba vencido. Como en Nueva Zelanda. Es decir que el golpeteo seguirá por largo tiempo y la gran pregunta es ¿quiénes, hablando de productores, sobrevivirán?
Si el nuevo gran mercado, fuera solo Amazon, la enorme mayoría de los productores están condenados a perecer. Porque el acceso a este distribuidor es todavía más difícil de lo que ya era el acceso a Walt-Mart, o las otras cadenas.
Los Estados Unidos son muy claros sobre lo que esperan y exigen del nuevo TMEC: incluso mayor apertura a sus exportaciones, y de pasadita, una fuerte elevación de salarios en México, que nos viene muy bien, pero que disminuye la competitividad de la producción nacional. Y no éramos muy competitivos; simplemente ensamblábamos piezas chinas. Algo que también limita el TMEC.
Así que tenemos que repensar cuanto de lo mucho que todavía conservamos de nuestro neoliberalismo patito tenemos que abandonar. Hay que repensarlo todo en términos de mercados; así, en plural.
Una gran propuesta del Plan Nacional de Desarrollo es la autosuficiencia alimentaria. Pero la experiencia es clara: no podemos llevar a los pequeños y medianos productores a salto tecnológico que les abra el acceso para vender en Amazon, o en Walt-Mart. Vaya ni siquiera Diconsa les compra.
Pero si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña.
Nuestros productores, incluso los industriales, vienen reclamando desde hace años que exista un mercado nacional y no ser el furgón de cola de las locomotoras China y norteamericana. Sino pensamos en mercado nacional y política industrial de veras, nos va a cargar la trampa, por decir lo menos.
Trump acaba, con todo y TMEC de imponerle aranceles a las importaciones de aluminio canadiense y también está en guerra comercial con China. Sostiene que su industria está en riesgo y eso es motivo para alterar las reglas neoliberales del libre comercio, incluso con tratados. Es también una señal de lo que está en juego. ¿Qué productores sobrevivirán?
Con la alimentación y el campo la situación es peor. Estados Unidos, una gran potencia agroalimentaria, espera que seamos mejores clientes gracias al TMEC. Pero nuestra seguridad alimentaria está en juego, básicamente porque cedimos la soberanía en esta, como en otras materias.
Dignificar la vida rural, abatir la inequidad y disminuir la emigración por hambre requieren de la autosuficiencia alimentaria no solo a nivel nacional, escalonada en regiones y comunidades. Mucho de lo que requieren los pueblos para vivir bien ya eran capaces de producirlo, pero perdieron su propio mercado al mismo tiempo que no tienen acceso a Amazon, Wal-Mart o Diconsa.
Hay que reconstruir el intercambio local para reactivar, proteger y reforzar las capacidades de producción populares, que son muchas. La propuesta es que las transferencias sociales, una forma de creación de demanda, en lugar de que sigan acarreando a los consumidores pobres hacia Walt-Marts, Oxxos y Elektras, en los que la mayoría de los productores de bajos ingresos no pueden vender.
Si, en cambio, se inyectan capacidades de consumo para canales de distribución que les compren a los micro productores rurales, campesinos e indígenas, habrá un doble efecto. Elevará el consumo y despertará la producción local que ha sido noqueada en las últimas décadas.
La fórmula no es difícil. Apoyar el consumo con transferencias en forma de vales para compras locales, regionales y nacionales, en ese orden. Esto no demanda construir una infraestructura bancaria y si evade a las organizaciones criminales. Pero si requiere voluntad política y reconvertir al gran sistema de 30 mil tiendas Diconsa, operadas por los pueblos, en un mecanismo de intercambio apropiado a la gran creadora de empleo, la producción social, campesina e indígena.
¿Tendremos voluntad y fuerza para dar este paso? Nuestra supervivencia lo exige.
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