Los dos caminos
Jorge Faljo
Los nuevos gobiernos de
España y Francia están mostrando sus respectivos caminos, y sus consecuencias.
El pueblo español,
desencantado con un gobierno “socialista” que seguía políticas neoliberales,
votó por la derecha. Llevó al poder a un partido que le prometía, por lo menos,
no elevar el IVA y no imponer la carga de la crisis a sus ciudadanos. Tales promesas
se fincaban en la convicción de que un gobierno de derecha sería la mejor
garantía para los inversionistas y, por tanto, obtendría crédito barato.
No resultó. El gasto
social originado en el desempleo, la reducción de ingresos fiscales por una
economía real en deterioro, el rescate bancario, las crisis de deuda de los
gobiernos regionales, entre otras, colocan a España contra la pared.
Las tasas de interés que
debe pagar el gobierno español se han elevado hasta más allá del 7 por ciento
de interés a 10 años, lo que se considera prácticamente impagable. Los últimos
datos indican que tendrá serias dificultades para obtener los 26 mil millones
de euros que debe refinanciar en lo que resta del año. La situación española es
tan grave que la calificadora Moody’s ha puesto en “perspectiva negativa” a
Alemania, su principal prestamista.
El ministro de finanzas
anuncia que no hay dinero en sus arcas y el gobierno de Mariano Rajoy ha decidido subir impuestos a
la población. Sube el IVA del 18 al 21 por ciento. En algunos rubros sube
notablemente, por ejemplo los libros escolares que pagaban el 4 ahora pagarán
el 21 por ciento generalizado. También ha reducido salarios públicos, en
algunos casos por tercera ocasión y ha eliminado el aguinaldo de fin de año.
La disminución del consumo,
del empleo y de la producción son evidentes. Así que no es de extrañar que el jueves pasado
cerca de 800 mil españoles volvieran a salir a protestar en decenas de ciudades.
Un grupo literalmente apaleado ha sido el de los mineros del carbón que piden
un subsidio que permita mantener 35 mil empleos. Bastaría, dicen, una pequeñita
parte de lo que usa para salvar a los banqueros españoles y, en el fondo,
alemanes.
La situación político
social se calienta y se expresa de maneras a veces extrañas. Hace unos días en
una estación policiaca de Madrid cerca de un centenar de sus vehículos
amanecieron con las llantas ponchadas. Fueron sus policías, descontentos con su
baja salarial y la eliminación del aguinaldo.
En Francia el gobierno de
Hollande sigue otro camino. Anuncia que el grueso de la población habrá de
conservar su nivel de vida; que está decidido a lo que sea necesario para
proteger a su industria y que los sectores muy prósperos deberán elevar su
contribución al alivio de la deuda pública. Rápidamente ha instrumentado la elevación
de impuestos a las clases altas.
Duplicó el impuesto sobre
los fondos propios de los bancos y sobre los dividendos pagados a sus
accionistas. Elevó también de manera importante el impuesto a las fortunas que
excedan los 1.3 millones de euros fiscalizables (algo más de 20 millones de
pesos). Redujo la exención fiscal por herencias a 100 mil euros por heredero (95
por ciento de las herencias seguirán sin pagar impuestos). Eliminó los limites
superiores al pago de impuestos; ahora entre más se tiene más se paga. Para el
2013 se plantea elevar a 75 por ciento el impuesto sobre los ingresos
superiores al millón de euros anuales (unos 16 millones de pesos).
Las tasas de interés de Francia
se redujeron. La semana pasada llamó la atención una colocación de deuda
gubernamental a una tasa de interés negativa; es decir que los inversionistas
estuvieron dispuestos a pagar porque el gobierno francés les guardara su
dinero.
No obstante bancos y ricos
instrumentan campañas contra la política impositiva francesa a la que llaman
expropiatoria. El hecho es que España se hunde y Francia sale a flote.
No está lejos el momento en
que aquí también tengamos que decidir por uno de esos dos caminos. Las deudas
gubernamentales (federal, estatal, municipal) crecen de manera insostenible y
también la del país en su conjunto. Hasta ahora se han disimulado gracias,
lamentablemente, al endeudamiento de PEMEX de un lado y los dólares que llegan
por venta de empresas, remesas de dólares, entradas del narco y capitales volátiles
e improductivos.
Pero la senda del
endeudamiento y la improductividad llega a su final y obliga, ya nos lo anunciaron,
a la reforma fiscal, laboral, energética y otras. Además, en el horizonte hay
otro nubarrón. Todo parece indicar que la sequía de nuestros proveedores del
norte se traducirá en una oleada de incrementos al precio de los alimentos
(maíz, forrajes, huevos, carne, leche, pan).
Eso en un contexto de
creciente fragilidad político social. Las instituciones se deslegitiman día con
día y la población se divide entre la resignación, la desesperación y la
manifestación del descontento. Pero crecen sobre todo los últimos. Más allá de
las demandas inmediatas por limpieza electoral y democracia efectiva se
encuentra el trasfondo de un modelo económico en agonía.
Las decisiones de los
próximos años serán difíciles. Una de dos. Le cargamos el muerto a los
consumidores, los trabajadores y la pequeña y mediana producción. Y nos
hundimos. O, con un estado fuerte por su legitimidad, protegemos el empleo y las
capacidades de demanda de la población y, sobre todo, cambiamos las reglas para
promover el aprovechamiento de todos los potenciales productivos. Gran
industria y pequeño taller incluidos.