Faljoritmo
Jorge Faljo
Europa sigue mal. No logra recuperarse de la crisis del 2009. La media de desempleo es superior al 12 por ciento y llega a casi el doble en algunos países del sur. Los salarios reales han bajado para, supuestamente, adquirir competitividad y exportar más; lo que habría de generar más empleo e inversión. Sin embargo en 2012 su economía se redujo en un 0.4 por ciento y en 2013 creció a apenas un 0.1 por ciento. Este año empieza creciendo al 0.3 por ciento lo que no es suficiente para salir del agujero.
Sus gobiernos se encuentran entre la espada y la pared: pagar su deuda o proporcionar servicios básicos a la población. Aunque han hecho esfuerzos por desendeudarse, a un alto costo social, la deuda gubernamental del continente se ubica en un nivel histórico, equivale al 93 por ciento del Producto Interno Bruto.
Ahora un nuevo peligro amenaza esa endeble recuperación: Su nivel de inflación es demasiado bajo, de apenas el 0.5 por ciento anual y podría llegar a una situación de deflación. El riesgo es que produzca una situación de baja generalizada y permanente de los precios en una espiral sin fondo. De hecho en España el año pasado los precios se redujeron en un 0.2 por ciento.
A primera vista esto no suena tan mal sobre todo si nos han hecho creer que el verdadero mal es la inflación. Pero resulta que una inflación moderada puede ser muy positiva y la deflación es en cambio muy peligrosa, sobre todo en una situación como la que vive Europa y de hecho el mundo entero.
Cuando la inflación es alta todos corremos a comprar apenas antes de que nos suban los precios. La situación es desagradable pero el hecho es que en épocas de inflación se vende aceleradamente y eso mismo significa fábricas trabajando y empleo. El riesgo es quedarse rezagado en el aumento de precios.
Pero cuando los precios van a la baja todo mundo, sobre todo si de por si tiene poco dinero, prefiere esperar las ofertas y estas ocurren pero no porque todo vaya bien sino porque las empresas al no poder vender reducen sus precios en una competencia feroz en la que todas pierden. Más que ofertas son remates y quiebras; se genera desempleo. Obviamente tampoco hay inversión productiva cuando lo que se tiene es un mercado saturado con mercancía invendible.
La situación es tan amenazante que todos los lideres financieros de Europa, el presidente del banco central y los de los bancos centrales nacionales, así como el Fondo Monetario Internacional, declaran la necesidad de poner en marcha políticas monetarias no convencionales. Es decir aquello que los neoliberales bien portados no harían.
Una de estas políticas sería bajar aún más la tasa de interés de referencia que ahora es de 0.25 por ciento y llevar los intereses que paga el banco central a los bancos privados a márgenes negativos. Esto podría forzar a los bancos a prestar en lugar de almacenar el dinero y tener pérdidas.
Pero la perla madre de todas las políticas no convencionales y que ahora es aceptada incluso por el presidente del banco central alemán, el más conservador, es lo que se llama “quantitative easing”. Lo que en lenguaje llano significa simplemente echar a andar la máquina de imprimir dinero. Produciendo dinero el banco central puede comprar la deuda pública en manos de los inversionistas privados que se verían obligados a buscarse otro negocio. La abundancia de dinero en el sistema reduciría su valor a prácticamente cero, lo que facilitaría el desendeudamiento de gobiernos y familias.
Tal vez lo más importante es que muchos capitales buscarían salirse del euro y esto provocaría alguna devaluación. De este modo las importaciones costarían más caras y se daría un proceso de substitución de importaciones con producción interna. No sería un experimento loco. El quantitative easing se ha puesto a prueba en Estados Unidos, Europa y Japón y les ha resultado muy positivo; los ha alejado del borde del abismo.
Las decisiones que hay que tomar y su instrumentación son simples pero conciernen a intereses contrarios. De un lado seguir protegiendo una acumulación de capital financiero excesiva y cada vez más destructiva de la economía real; del otro transferir capacidades de compra a la mayoría para que su demanda reactive la producción y el empleo.
Tal vez el problema de fondo es que la solución está en manos de tecnócratas blindados en sus autonomías en lugar de aquellos elegidos por el voto popular y que le deben rendir cuentas a la población.
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