domingo, 10 de abril de 2016

EU: El Paraíso Perdido

Faljoritmo

Jorge Faljo

El pueblo norteamericano ha enviado un mensaje fuerte a su dirigencia política. Se trata de una exigencia de cambio centrada en la reversión de la pérdida de bienestar; una mala tendencia imperante desde hace por lo menos un par de décadas. Para ello se exige la creación de empleos bien pagados, asociados al repuntar de las actividades manufactureras. Tal demanda se traduce en el cuestionamiento de los tratados de libre comercio, incluido el TLCAN, a los que se les atribuyen, no sin razón, las causas de la desindustrialización y la pérdida de empleo en los Estados Unidos.

La ciudadanía norteamericana está cambiando de una mentalidad de consumidores en la que lo importante es contar con productos baratos a otra visión, la de su interés como trabajadores por contar con la seguridad de un empleo bien remunerado durante toda su vida, y las de sus hijos. Esta seguridad en el empleo se contrapone al consumo de productos importados más baratos realizados con mano de obra que compite directamente con los empleos norteamericanos.

La exigencia de cambio se expresa también como un rechazo a la clase política tradicional por su ineficacia en preservar el bienestar mayoritario.

En este contexto surgieron dos candidatos fuera de la clase política tradicional que fueron impulsados por el empuje desde abajo de los descontentos. Uno de ellos el supermillonario Trump es un empresario no globalizado por definición. Se dedica a los bienes raíces, la construcción de viviendas, condominios, campos de golf y por ello mismo su interés no es producir en México o China, sino venderle a una clase media que ahora está en aprietos. Su interés coincide con la mayoría al oponerse a la destrucción de empleos de clase media. El otro es Sanders, con un historial de activismo de izquierda y como político independiente. Ingresó al partido demócrata apenas el año pasado.

Los dos son antiglobalizadores, solo que Trump lo hace desde la extrema derecha racista y vociferante, enraizada en el segmento de población blanca sin estudios universitarios que no solo ha reducido su bienestar sino incluso su esperanza de vida. Sanders es antiglobalizador y socialista, propone elevar los salarios, ampliar la seguridad social, el acceso a la salud y educación universitaria pública gratuita.

Lo que desde este lado de la frontera más nos interesa es su oposición al libre comercio. No lo digo porque Trump vaya a llegar a ser candidato de su partido y mucho menos presidente. Para llegar a ser candidato enfrenta la oposición de los republicanos tradicionales, que son mayoría pero están divididos y han visto con horror el avance de Trump. Se oponen a él ya sin ánimos de tener un candidato ganador sino para salvar a su partido y conservar su fuerza en el Congreso.

Por otro lado la posibilidad de que gane Sanders es poca. Clinton es la favorita, una candidata “centrista”, que representa la continuidad y a los demócratas históricos. En contraste Sanders, a los 74 años, abandera a la juventud y a los que optan por fortalecer la democracia norteamericana limitando el poder del dinero en la política. Sus últimos cuatro triunfos sobre Clinton son significativos pero ocurrieron en Estados con pocos votantes. Las próximas primarias del 19 de abril en Nueva York son cruciales en su carrera.

Algo que podría ayudar a Sanders, es el hecho de que el Papa Francisco lo haya invitado al Vaticano a un congreso organizado por la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales. Ahí este político judío neoyorkino, que se declara gran admirador del Papa y de su doctrina social, dará un discurso el 15 de abril sobre justicia social. Es decir que por unos días abandona su campaña, y realmente no porque ese discurso seguramente será seguido por muchos de los más de 65 millones de católicos que hay en los Estados Unidos.

Lo que más nos debe interesar desde el lado sur de la frontera, es el posible cambio de rumbo de una economía norteamericana reorientada a preservar sus empleos manufactureros mediante el equilibramiento de su comercio exterior.

Los Estados Unidos tuvieron en 2015 un déficit comercial de -366 mil millones de dólares –mmd- con China. También tuvieron déficit con Alemania (por -74 mmd), Japón (por -69 mmd) y en cuarto orden descendiente con México por -58 mmd. Es obvio que el déficit con China es el que mayor pérdida de empleo les causa. El de Japón y Alemania es más bien ignorado porque son países aliados y porque no pueden ser acusados de competir con salarios de esclavos. Pero la relación con México se complica porque los alrededor de 15 millones de mexicanos emigrados han deprimido el mercado laboral de la clase media no universitaria.

México por otra parte ha visto crecer su déficit comercial con China de 720 millones de dólares en 1996 a 60 mil millones de dólares en 2014. Esto es porque le compramos 66 miles de millones de dólares de manufacturas y China nos compra 6 mmd de productos primarios. El ritmo vertiginoso de crecimiento de este desbalance comercial responde tanto a la estrategia de industrialización exportadora de China, apoyada en una moneda subvaluada, como a la estrategia de apertura y desindustrialización de México, con una moneda sobrevaluada.

Si los Estados Unidos se reorientan a reducir su déficit comercial, sobre todo con China, tanto por demanda de su población trabajadora, como por un interés estratégico global debemos procurar no quedar del lado de los apestados.

La situación requiere que México lidere una propuesta audaz y esta podría ser proponerle a los Estados Unidos y Canadá el reforzamiento del tratado de libre comercio como un acuerdo de desarrollo compartido. Esto significaría en la práctica que los tres países acuerdan darse una decidida preferencia mutua en su comercio exterior. México deberá instrumentar medidas para reducir de manera drástica el déficit con China en favor de la producción interna y de las importaciones de Estados Unidos y Canadá. Los otros dos países del TLC harían lo mismo.

Por otro lado México debe hacer un decidido esfuerzo en dos sentidos. Uno es trazar una ruta de incrementos salariales que nos quite la clasificación de salario esclavo. Lo segundo sería que, se invierta realmente y a fondo en un sector social redefinido y ampliado para operar con un alto nivel de auto abasto comunitario y regional.

Está llegando el momento para grandes redefiniciones de la economía nacional por varias razones: la crisis de la globalización a escala planetaria; el impacto potencial de la exigencia de cambio en el proceso electoral norteamericano y, finalmente, porque esta administración sexenal ya llegó al final de la instrumentación de su propuestas transformadoras y no se aprecia el bienestar en el presente y no se ve a futuro.

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