domingo, 9 de mayo de 2021

El problema de fondo

 

Jorge Faljo

La caída de dos vagones del metro por el vencimiento de una trabe provocó la muerte de por lo menos 25 personas en lo que se califica de la peor tragedia de la ciudad de México en varios años. Durante horas los noticiarios dieron cuenta del aparatoso accidente, de las tareas de rescate y del sufrimiento de los heridos y de numerosas personas buscando a familiares con la angustia de que si no respondían al teléfono podía haber ocurrido lo peor.

Dicen que una foto vale más que mil palabras. El impacto mental de una tragedia, que se desenvuelve ante nuestros ojos, la operación de rescate, el traslado de heridos, la búsqueda de parientes nos genera un trauma colectivo, Una sensación de que nos pudo ocurrir a nosotros y de impotencia e inseguridad. Sobre todo, porque, contra viento y marea de las declaraciones oficiales de que no existían problemas estructurales se encuentran los dichos y fotos de columnas dañadas y señales de posibles desperfectos previos.

Lo instintivo es antes que otra cosa determinar responsables y repartir culpas y eso convierte el accidente en una rebatinga política entre los partidos de oposición y los comentaristas críticos de un lado y el conjunto de la cuatro T del otro. Solo que también falta ver como se baraja la asignación de responsabilidades del lado de lo que hoy es cuatro T. Una familia que poco comparte en propósitos de fondo.

No definir culpables, o chivos expiatorios, y darle largas al asunto con la intención de darle carpetazo corre el riesgo de que el trauma se convierta en resentimiento en contra de toda la administración. No sería para menos. Medio millón de personas sufren ahora las incomodidades de viajar en transportes abarrotados, de enfrentar embotellamientos y tener que salir más temprano a sus labores y regresar más tarde y más tensos a sus hogares.

No es, como lo plantean las mismas autoridades, cosa de volver a colocar una trabe. En el esfuerzo de crear confianza se ha convocado a una empresa noruega a hacer el peritaje y la jefa de gobierno habla de una revisión general de todo el tramo elevado, e incluso de todas las líneas del metro en su conjunto. Los ciudadanos lo reclaman y lo merecen.

El reparto de culpas, sea el institucional o el que ya hace la población, muy probablemente se expresará en las elecciones próximas, el 6 de junio.

Pero lo realmente importante es que la ciudad de México no puede quedarse sin metro. Habrá que recuperarlo no solo como estaba; sino de una manera que restituya la confianza de la población. Y pronto.

Aquí es donde vendrán decisiones presupuestales difíciles para un gobierno, el federal, casado con la más rancia ortodoxia financiera. ¿Puede la ciudad de México tener el transporte que su población merece y al mismo tiempo seguir en la línea de reducir la deuda pública sin elevar impuestos?

La “responsabilidad financiera” que presumen nuestras autoridades hacendarias nos ha impuesto uno de los gastos sociales más bajos y el de menor impacto positivo de toda América Latina. Lo mismo puede decirse del gasto en apoyo a la supervivencia y recuperación económica. Ambos en el contexto del más brutal empobrecimiento de la mayoría de la población en el último siglo.

Prácticamente se ha abandonado a la población a su suerte en materia alimentaria. Ya éramos la población con mayor sobrepeso del mundo; con un alto porcentaje de enfermedades no contagiosas asociadas, como diabetes e hipertensión, que le restan a cada mexicano más de cuatro años de vida en promedio. Que afectan su desarrollo personal desde la infancia y sus capacidades laborales creando un círculo vicioso de pobreza permanente.

¿En este contexto puede decirse que recuperar el metro es prioritario?

No deberíamos tener que elegir; las prioridades son muchas.

Queremos todo. Metro, y también rescate de la economía, generar empleos, política industrial, sistema hospitalario de calidad e instrumentar un verdadero fortalecimiento inmunitario de la población a partir de una comida sana y una vida saludable. Esto último es uno de los aspectos más abandonados por la más terrible combinación de corrupción, ineptitud y austeridad, en medio de una tragedia alimentaria en marcha.

Hay que imitar el pragmatismo de otros lados en los que ante grandes problemas no dudan en plantearse grandes soluciones desechando inercias y ortodoxias.

La base de las grandes soluciones es una reforma fiscal que coloque al estado mexicano a por lo menos el nivel de la recaudación tributaria promedio de América Latina, o mejor, la de los países de la OCDE. Mejor aún, la recaudación tributaria que requiere un país que se ha planteado convertirse en un estado de bienestar social, de fortalecimiento del campo, promotor de la organización democrática y del crecimiento con equidad y cuidado de la naturaleza.

Pero marchamos en sentido contrario. Cada vez más parece que el ahorro mal entendido podría terminar siendo una de las peores herencias de este periodo. Un gobierno cuyo objetivo prioritario, el expresado en la propuesta de Hacienda para el año que entra, es gastar lo menos posible; limitar el presupuesto de todas y cada una de las entidades y programas públicos al grado de paralizarlos y hacerlos inefectivos. Demoliciones de fondo que solo preservan las fachadas, y construcción de programas que no están a la altura de la magnitud de los problemas.

Lo barato sale caro. Lo que necesitamos es lo contrario; un gobierno decidido a ser fuerte y generoso sobre la base de exigirles a los poderosos y ultra ricos una justa contribución al bienestar colectivo. Un gobierno con grandeza de miras y un liderazgo basado en la participación amplia de todos los sectores sociales. 

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