Faljoritmo
Jorge Faljo
La iniciativa privada norteamericana ha construido un mecanismo de justicia privada, exitoso desde su punto de vista, y en plena expansión. Este es ahora la base conceptual para crear un mecanismo internacional de resolución de conflictos que pone en riesgo la capacidad futura de nuestro país para tomar decisiones democráticas y soberanas. Por ello conviene entender cómo funciona el que ya está en operación.
Imagine que tiene un conflicto laboral y lo despiden, o que su hijo tuvo un accidente en la escuela y Ud. le demanda una compensación, o que el auto que compró le salió defectuoso y quiere devolverlo. Lo sorprendente es que pudiera darse el caso de que estos problemas tengan que arreglarse mediante los servicios de un tribunal privado que, por ejemplo, tome sus decisiones de acuerdo a la Biblia y los “valores cristianos”. Esto ¿es posible? Pues si… en los Estados Unidos.
Allá se expande el arbitraje privado, acordado entre las partes, para resolver todo tipo de conflictos. Laborales y comerciales; pequeños y grandes.
Habría que decir que el arbitraje privado, no necesariamente cristiano sino de todo tipo, tiene importantes atractivos respecto de los tribunales de la justicia institucional. El arbitraje privado puede ser más rápido y más barato si se logra emplear menos tiempo de abogados caros.
En su planteamiento ideal el arbitraje privado, independiente, objetivo e imparcial, puede ser más “humano” y, en lugar de exacerbar el conflicto puede priorizar la conciliación de intereses y acercar a las partes a una solución aceptable para todos. Dicen que más vale un mal acuerdo que un buen pleito.
Pero la realidad puede no responder a estos ideales. El arbitraje privado se implanta en las “letras chiquitas” de los contratos laborales, de servicios y comerciales, que mucha gente firma casi sin darse cuenta o pensando que no tiene mayor importancia. Hasta que la tiene.
Son clausulas por las que el nuevo trabajador, o el consumidor, aceptan renunciar a su derecho a demandar por las vías legales institucionales y, en cambio aceptan un mecanismo de arbitraje propuesto por el patrón o por la empresa proveedora.
Además este arbitraje opera en el secreto; no revela sus procedimientos y resultados. Es común que las mismas cláusulas que lo imponen establezcan la prohibición de revelar sus formas de operar y sus resultados.
El caso es que en este sistema el individuo renuncia, de manera supuestamente voluntaria, a la protección de la justicia institucional para someterse a un esquema alternativo, privado y que esto ocurre de manera aceptada y reforzada por el sistema legal institucional.
Pero en realidad se trata de un sistema forzado. El trabajador que necesita un empleo tendrá que aceptar esas cláusulas o simplemente no entrar a trabajar; el consumidor enfrenta machotes de contrato que incluyen esa condición y los firma sin darse bien cuenta de lo que significa en cuanto a renuncia a sus derechos.
En paralelo se ha expandido la oferta de servicios de arbitraje privado; los puede ofrecer una cámara de comercio, un grupo evangélico, un despacho de abogados o un emprendedor que sabe entrarle a este sector de negocios. Lo importante es que a final de cuentas son las empresas o instituciones y no los particulares los que determinan la selección del tipo de arbitraje seleccionado. Podemos decir que ellas compran el servicio que resolverá el conflicto entre ellas y sus clientes, o empleados.
De lo anterior se desprende lo que muchos sospechan, que el sistema de arbitraje supuestamente neutro e imparcial, tiene el interés de fondo de ser competitivo en este mercado y por ello tiende a favorecer a los que deciden su contratación.
A estas alturas, si tengo la suerte de que me sigan leyendo, el lector debe pensar ¿y a mí que me importa? Sin embargo nos importa porque este sistema paralegal de arbitraje privado se está introduciendo en los acuerdos entre países para el arreglo de conflictos entre empresas y gobiernos.
Esa es la forma de resolución de conflictos que propone el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Muchos señalan que con un lenguaje leguleyo, difícil de interpretar, se ha diseñado un esquema en el que las empresas extranjeras podrán demandar a gobiernos nacionales por cualquier decisión que les implique no obtener las ganancias que habían proyectado. De ese modo se hace irreversible la apertura mercantil, la libertad de flujos financieros y cualquier intento de regulación interna que afecte los intereses de las grandes transnacionales.
Stiglitz, el premio nobel de economía, señala que bajo este tipo de acuerdo no sería posible, o tendría muy alto costo, prohibir hoy en día el uso del asbesto porque la empresa afectada demandaría ser indemnizada ante un arbitraje privado.
Una pregunta de fondo es si acaso nuestro gobierno tiene la facultad de someterse y someter a futuros gobiernos a este tipo de mecanismo de decisión. Es una decisión que vulnera la posibilidad de que en el futuro el congreso emita leyes que afecten los intereses de las transnacionales, cada vez más poderosas y capaces de meter al país en costosos enredos legales.
Me parece que el congreso debería legislar para impedir que sus futuras decisiones puedan ser rebatidas fuera del marco de las leyes e instituciones nacionales. Es una condición esencial del funcionamiento democrático y de las posibilidades del Estado para proteger los derechos de la población. Por eso lo mejor es cerrar la puerta a esa posibilidad.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
lunes, 16 de noviembre de 2015
domingo, 8 de noviembre de 2015
Un premio totalmente palacio…
Jorge Faljo
El Senado de la República decidió otorgar la medalla “Belisario Domínguez” al empresario Alberto Bailléres. Es una decisión con una fuerte carga de significados que posiblemente escapan al entendimiento de los que tomaron la decisión.
Este galardón fue creado en 1953 en memoria y homenaje a un senador destacado por su valentía en defensa de la democracia y por denunciar los asesinatos del entonces presidente Madero y vicepresidente Pino Suarez. Hoy en día es la mayor distinción que otorga el Estado mexicano “para premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad."
Belisario Domínguez nació en Comitán, Chiapas, en 1863; se formó como médico cirujano, especializado en oftalmología y con un doctorado en medicina. De regresó en su pueblo natal se hizo de buena fama y a insistencia de sus vecinos aceptó ser candidato a la presidencia municipal; ganó e hizo una gestión honesta y destacada. También por un breve periodo fue periodista.
Más tarde aceptó también de manera reticente, ser candidato a senador suplente. Quiso el destino que el senador propietario falleciera y eso lo convirtió en senador en 1913. Un año aciago en el que Victoriano Huerta traicionó sus juramentos y aplastó una incipiente democracia para autonombrarse presidente. El costo fue terrible; hizo necesaria la Revolución Mexicana. Huerta fue presidente tan solo dos años y poco después habría de morir de cirrosis coñaquera.
El caso es que Belisario Domínguez escribió en contra de lo que afirmaba Huerta en un Informe presidencial el país no se pacificaba, la economía iba mal, la prensa estaba bajo censura y se violaba la soberanía de los estados. Más tarde lo acuso de magnicidio y propuso su destitución en el senado.
Este claridoso senador chiapaneco moriría de lo que hoy se llama desaparición forzada; fue arrestado por la policía y no se supo más de él hasta que su cadáver fue encontrado en una fosa común casi un año después.
Cuando se instituyó la medalla que lo honra, en 1953, este país todavía tenía raíces revolucionarias y un rumbo exitoso, decidido internamente. La economía crecía a más del seis por ciento anual; el consumo alimenticio se había duplicado, el empleo y los salarios crecían y se formaba masivamente a profesionistas que integraban una nueva clase media educada. La medalla encarnaba los valores ideales de honestidad, conciencia cívica y valentía, aplicados en su caso a una representación digna de la ciudadanía que lo había elegido.
Hoy la medalla de honor se otorga a Alberto Bailléres, un empresario acrecentó la fortuna de su padre a los más de 18 mil millones de dólares que tiene hoy en día. Su fortuna está basado en los más de dos y cuarto de millones de hectáreas que ha recibido en concesión para su explotación minera a lo largo de muchos sexenios, pero en particular, con más de dos millones de hectáreas, de Fox y Calderón. Es también dueño del ITAM, del Palacio de Hierro, de la aseguradora Grupo Nacional Provincial, de una administradora de fondos de retiro, una casa de bolsa y más.
No intento una descalificación del empresario; vería como lo más natural que una organización de empresarios, nacional o internacional, lo premiara; o que el ITAM le diera un segundo doctorado honoris causa. Pero otorgarle la medalla de honor por excelencia, entregada en el recinto del senado por el C. Presidente de la República, expresa un fuerte trastrocamiento de los valores republicanos. Los cargos de representación popular están ahora en manos de una elite que no entiende lo fundamental.
Por cierto que de los cuatro senadores chiapanecos que hicieron la preselección tres son egresados del ITAM.
El premio puede ser interpretado como una exaltación del enriquecimiento extremo; uno basado en la concesión de propiedades sociales o de la nación. Un caso de éxito en buena medida atribuible a una mínima retribución al Estado, a las comunidades de su entorno y a sus trabajadores.
Pero el real asunto no es a quien se da sino a quienes se ignora o francamente se desprecia.
Somos una sociedad desgarrada por la desaparición forzada. Hay grupos y personas destacadas por haberla sufrido en sus familias y haberse convertido en voceros de los dolientes; hay quienes con valentía le hicieron saber a Calderón que no solo eran pleitos entre pandillas, sino que existían las víctimas inocentes. Y no solo de criminales sino, ahora sabemos, de las fuerzas del Estado. No faltan en este campo personajes que, de ser premiados, simbolizarían un mensaje de conciliación e interés por instrumentar una justicia eficiente y, sobre todo, justa.
Hoy en día el país se distingue como uno de los más violentos en contra de los periodistas. Hacer periodismo es colocarse a dos o más fuegos y arriesgar la vida. Ya ni huyendo al Distrito Federal se logra ponerse a salvo. Pero el problema no es solo este extremo sino la mera posibilidad de hacer análisis crítico o un periodismo de investigación que destape los actos dudosos de los poderosos. Una buena selección en este campo podría haber dado un mensaje de aceptación del escrutinio público, o por lo menos del necesario respeto a la vida de los periodistas que debiera imperar en algunos estados.
Pero en lugar de ello la cúpula política parece reafirmar su desafiante ¡ya basta! ¡Ya chole con sus críticas! ¡Estamos cansados de escucharlos!
Es una elite que se siente incomprendida, acorralada por la crítica interior que cada vez controlan menos y por los cuestionamientos internacionales al incumplimiento de compromisos también internacionales en materia de derechos humanos y gestión de la justicia. Recién se empiezan a dar cuenta que su globalización los compromete a presentar una cara limpia ante el mundo.
Como en la película de Almodóvar, están en riesgo de un ataque de nervios. Pero su mensaje no es de paz sino de provocación; así se entiende adentro y afuera. Lejos de tender puentes, así sea simbólicos, con las demandas sociales reaccionan, de buena o mala fe, como chicos Totalmente Palacio.
Estoy convencido de que al Presidente de la República le conviene reflexionar sobre el riesgo de asociarse personalmente a esta postura. Lo mejor sería enviar a alguien más a otorgar la medalla, con un discurso digno sobre el tipo de sociedad que queremos construir.
El Senado de la República decidió otorgar la medalla “Belisario Domínguez” al empresario Alberto Bailléres. Es una decisión con una fuerte carga de significados que posiblemente escapan al entendimiento de los que tomaron la decisión.
Este galardón fue creado en 1953 en memoria y homenaje a un senador destacado por su valentía en defensa de la democracia y por denunciar los asesinatos del entonces presidente Madero y vicepresidente Pino Suarez. Hoy en día es la mayor distinción que otorga el Estado mexicano “para premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad."
Belisario Domínguez nació en Comitán, Chiapas, en 1863; se formó como médico cirujano, especializado en oftalmología y con un doctorado en medicina. De regresó en su pueblo natal se hizo de buena fama y a insistencia de sus vecinos aceptó ser candidato a la presidencia municipal; ganó e hizo una gestión honesta y destacada. También por un breve periodo fue periodista.
Más tarde aceptó también de manera reticente, ser candidato a senador suplente. Quiso el destino que el senador propietario falleciera y eso lo convirtió en senador en 1913. Un año aciago en el que Victoriano Huerta traicionó sus juramentos y aplastó una incipiente democracia para autonombrarse presidente. El costo fue terrible; hizo necesaria la Revolución Mexicana. Huerta fue presidente tan solo dos años y poco después habría de morir de cirrosis coñaquera.
El caso es que Belisario Domínguez escribió en contra de lo que afirmaba Huerta en un Informe presidencial el país no se pacificaba, la economía iba mal, la prensa estaba bajo censura y se violaba la soberanía de los estados. Más tarde lo acuso de magnicidio y propuso su destitución en el senado.
Este claridoso senador chiapaneco moriría de lo que hoy se llama desaparición forzada; fue arrestado por la policía y no se supo más de él hasta que su cadáver fue encontrado en una fosa común casi un año después.
Cuando se instituyó la medalla que lo honra, en 1953, este país todavía tenía raíces revolucionarias y un rumbo exitoso, decidido internamente. La economía crecía a más del seis por ciento anual; el consumo alimenticio se había duplicado, el empleo y los salarios crecían y se formaba masivamente a profesionistas que integraban una nueva clase media educada. La medalla encarnaba los valores ideales de honestidad, conciencia cívica y valentía, aplicados en su caso a una representación digna de la ciudadanía que lo había elegido.
Hoy la medalla de honor se otorga a Alberto Bailléres, un empresario acrecentó la fortuna de su padre a los más de 18 mil millones de dólares que tiene hoy en día. Su fortuna está basado en los más de dos y cuarto de millones de hectáreas que ha recibido en concesión para su explotación minera a lo largo de muchos sexenios, pero en particular, con más de dos millones de hectáreas, de Fox y Calderón. Es también dueño del ITAM, del Palacio de Hierro, de la aseguradora Grupo Nacional Provincial, de una administradora de fondos de retiro, una casa de bolsa y más.
No intento una descalificación del empresario; vería como lo más natural que una organización de empresarios, nacional o internacional, lo premiara; o que el ITAM le diera un segundo doctorado honoris causa. Pero otorgarle la medalla de honor por excelencia, entregada en el recinto del senado por el C. Presidente de la República, expresa un fuerte trastrocamiento de los valores republicanos. Los cargos de representación popular están ahora en manos de una elite que no entiende lo fundamental.
Por cierto que de los cuatro senadores chiapanecos que hicieron la preselección tres son egresados del ITAM.
El premio puede ser interpretado como una exaltación del enriquecimiento extremo; uno basado en la concesión de propiedades sociales o de la nación. Un caso de éxito en buena medida atribuible a una mínima retribución al Estado, a las comunidades de su entorno y a sus trabajadores.
Pero el real asunto no es a quien se da sino a quienes se ignora o francamente se desprecia.
Somos una sociedad desgarrada por la desaparición forzada. Hay grupos y personas destacadas por haberla sufrido en sus familias y haberse convertido en voceros de los dolientes; hay quienes con valentía le hicieron saber a Calderón que no solo eran pleitos entre pandillas, sino que existían las víctimas inocentes. Y no solo de criminales sino, ahora sabemos, de las fuerzas del Estado. No faltan en este campo personajes que, de ser premiados, simbolizarían un mensaje de conciliación e interés por instrumentar una justicia eficiente y, sobre todo, justa.
Hoy en día el país se distingue como uno de los más violentos en contra de los periodistas. Hacer periodismo es colocarse a dos o más fuegos y arriesgar la vida. Ya ni huyendo al Distrito Federal se logra ponerse a salvo. Pero el problema no es solo este extremo sino la mera posibilidad de hacer análisis crítico o un periodismo de investigación que destape los actos dudosos de los poderosos. Una buena selección en este campo podría haber dado un mensaje de aceptación del escrutinio público, o por lo menos del necesario respeto a la vida de los periodistas que debiera imperar en algunos estados.
Pero en lugar de ello la cúpula política parece reafirmar su desafiante ¡ya basta! ¡Ya chole con sus críticas! ¡Estamos cansados de escucharlos!
Es una elite que se siente incomprendida, acorralada por la crítica interior que cada vez controlan menos y por los cuestionamientos internacionales al incumplimiento de compromisos también internacionales en materia de derechos humanos y gestión de la justicia. Recién se empiezan a dar cuenta que su globalización los compromete a presentar una cara limpia ante el mundo.
Como en la película de Almodóvar, están en riesgo de un ataque de nervios. Pero su mensaje no es de paz sino de provocación; así se entiende adentro y afuera. Lejos de tender puentes, así sea simbólicos, con las demandas sociales reaccionan, de buena o mala fe, como chicos Totalmente Palacio.
Estoy convencido de que al Presidente de la República le conviene reflexionar sobre el riesgo de asociarse personalmente a esta postura. Lo mejor sería enviar a alguien más a otorgar la medalla, con un discurso digno sobre el tipo de sociedad que queremos construir.
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Crecer hacia adentro
Faljoritmo
Jorge Faljo
La globalización se encuentra en una fase crítica que más tarde o más temprano obligarán a redefinir las relaciones comerciales entre México y el mundo. Según la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe -CEPAL-, “la demanda mundial deprimida se ha traducido en importantes caídas de precios de los productos primarios, especialmente el petróleo, el carbón, el cobre, el hierro, el zinc, la plata, el níquel, el oro, la soja, el maíz, el algodón, el azúcar, el café y los productos pesqueros.”
En pocas palabras casi todo se abarata por la falta de compradores. Los vendedores están rematando existencias, reduciendo ganancias y rentabilidad y muchos tendrán que cerrar. El valor de las exportaciones de América Latina se reducirá en un 14 por ciento pero los productos manufacturados que importa resistirán mejor la caída de precios; es una alteración de los precios que definitivamente no conviene a los exportadores de productos agrícolas y mineros, incluyendo por supuesto al petróleo.
México se verá menos afectado porque no somos exportadores sino importadores agropecuarios. La exportación de petróleo baja mucho pero la de manufacturas no tanto y en total lo que vendemos bajará de precio en 4.1 por ciento y lo que compramos en un 1.0 por ciento. Salimos perdiendo, lo suficiente para multiplicar por seis el déficit comercial del 2014 y acentuar la necesidad de financiarnos con capitales externos. Justo en el mal momento en que existe la amenaza de que los Estados Unidos eleve sus tasas de interés y se provoque una salida de capitales volátiles.
Si la coyuntura no es buena el problema de fondo es más grave y preocupante; el abaratamiento se origina en una demanda mundial deprimida y esto genera un desequilibrio cada vez mayor entre la producción existente y potencial (es decir la oferta) y una demanda que se debilita sobre todo por el deterioro salarial y del empleo.
El libre mercado tiende a equilibrar oferta y demanda mediante la destrucción de la oferta y no mediante la elevación de la demanda. Pero lo que necesitamos para vivir con dignidad y en una sana convivencia social es precisamente lo contrario: elevar la demanda para inducir un mejor aprovechamiento del enorme potencial productivo que se ha desarrollado en las últimas décadas y mucho del cual se encuentra subutilizado.
Elevar la demanda requiere, como lo recomienda la Organización Internacional del Trabajo, subir de manera substancial la porción de la riqueza que se distribuye en forma de salarios y servicios públicos de excelencia en salud, educación, cuidado infantil e infraestructura urbana (agua realmente potable, transporte y demás).
Todo esto es posible pero no lo hace el mercado porque lo que conviene a cada empresa, para competir y sobrevivir pagar los menores salarios e impuestos posibles. Así que equilibrar lo oferta y la demanda por la vía de subir la demanda, solo es posible como decisión colectiva, obligatoria para todos.
Si se hace a nivel mundial, bueno. Pero si no, entonces hay que hacerlo país por país. Elevar la demanda de la población en México requiere que esa capacidad de compra no se escape para beneficiar a otros. Solo podemos elevar los salarios e impuestos a las grandes riquezas no productivas de manera unilateral si al mismo tiempo protegemos la producción y el mercado internos.
No es una propuesta descabellada. Los hechos empujan hacia allá.
El periodo exitoso de la globalización se caracterizó por el acelerado crecimiento del comercio internacional. Los sectores globalizados de cada país, las grandes empresas que más rápidamente crecían, se enfocaron en producir para el mercado mundial, es decir para la exportación. Durante décadas el comercio internacional creció a un ritmo que duplicaba el crecimiento de la producción mundial.
Eso ya se acabó, 2015 será el tercer año en el que el crecimiento del comercio internacional estará por debajo del crecimiento del producto mundial. Eso significa que las exportaciones ya no son las que “jalan” el crecimiento de las economías.
Las causas son varias: haber llegado a los límites del endeudamiento en muchos países; la misma caída de precios de productos primarios (agrícolas y minerales) que limita que los países en desarrollo compren.
Pero entre las causas que resaltan nuevas tendencias se encuentra el hecho de que China ha instrumentado una exitosa estrategia de substitución de importaciones. Sigue una política de integración de sus cadenas productivas que le permite reducir el componente importado tanto de su consumo interno como el de sus exportaciones. Profundiza su modelo de globalización unilateral: vende cada vez más pero procura comprar cada vez menos; y lo que compra son materias primas, no productos procesados.
México se precia de seguir siendo un país atractivo al capital externo y abierto, cada vez más, al comercio mundial. Esto es precisamente lo que puede convertirse en nuestro talón de Aquiles en condiciones de sobreproducción mundial. Podemos hacernos más consumidores de importaciones malbaratadas que destruirán empresas internas al mismo tiempo que nuestras exportaciones deterioran su valor. Una situación que ya ha venido sucediendo, pero falta lo peor.
El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, declaró que la economía norteamericana no crecerá lo suficiente para “jalar” a nuestras exportaciones y empleo. Por ahí no va la posibilidad de crecer. El sector globalizado del país ya no crecerá al ritmo de los últimos años, y cuando lo hizo no benefició a la mayoría de los mexicanos.
Ha llegado el momento de plantearnos en serio la posibilidad de crecer hacia adentro, hacia un mercado interno en fortalecimiento acelerado. Hay que dejar atrás el espejismo de la globalización, sin darle la espalda. Lo que significa priorizar el crecimiento de la producción para nosotros mismos.
Esto podría hacerse de inmediato; sobran recursos y capacidades solo que están subutilizados. Una nueva configuración del mercado podría reconectar el crecimiento de los salarios y de los servicios públicos con una pronta reactivación de capacidades.
Es posible que en este mismo sexenio este país entre en crisis; dejemos que sea una crisis del sector globalizado solamente para, al mismo tiempo aprovecharla como oportunidad para reintegrar un mercado interno con producción y demanda vigorosas. .
Jorge Faljo
La globalización se encuentra en una fase crítica que más tarde o más temprano obligarán a redefinir las relaciones comerciales entre México y el mundo. Según la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe -CEPAL-, “la demanda mundial deprimida se ha traducido en importantes caídas de precios de los productos primarios, especialmente el petróleo, el carbón, el cobre, el hierro, el zinc, la plata, el níquel, el oro, la soja, el maíz, el algodón, el azúcar, el café y los productos pesqueros.”
En pocas palabras casi todo se abarata por la falta de compradores. Los vendedores están rematando existencias, reduciendo ganancias y rentabilidad y muchos tendrán que cerrar. El valor de las exportaciones de América Latina se reducirá en un 14 por ciento pero los productos manufacturados que importa resistirán mejor la caída de precios; es una alteración de los precios que definitivamente no conviene a los exportadores de productos agrícolas y mineros, incluyendo por supuesto al petróleo.
México se verá menos afectado porque no somos exportadores sino importadores agropecuarios. La exportación de petróleo baja mucho pero la de manufacturas no tanto y en total lo que vendemos bajará de precio en 4.1 por ciento y lo que compramos en un 1.0 por ciento. Salimos perdiendo, lo suficiente para multiplicar por seis el déficit comercial del 2014 y acentuar la necesidad de financiarnos con capitales externos. Justo en el mal momento en que existe la amenaza de que los Estados Unidos eleve sus tasas de interés y se provoque una salida de capitales volátiles.
Si la coyuntura no es buena el problema de fondo es más grave y preocupante; el abaratamiento se origina en una demanda mundial deprimida y esto genera un desequilibrio cada vez mayor entre la producción existente y potencial (es decir la oferta) y una demanda que se debilita sobre todo por el deterioro salarial y del empleo.
El libre mercado tiende a equilibrar oferta y demanda mediante la destrucción de la oferta y no mediante la elevación de la demanda. Pero lo que necesitamos para vivir con dignidad y en una sana convivencia social es precisamente lo contrario: elevar la demanda para inducir un mejor aprovechamiento del enorme potencial productivo que se ha desarrollado en las últimas décadas y mucho del cual se encuentra subutilizado.
Elevar la demanda requiere, como lo recomienda la Organización Internacional del Trabajo, subir de manera substancial la porción de la riqueza que se distribuye en forma de salarios y servicios públicos de excelencia en salud, educación, cuidado infantil e infraestructura urbana (agua realmente potable, transporte y demás).
Todo esto es posible pero no lo hace el mercado porque lo que conviene a cada empresa, para competir y sobrevivir pagar los menores salarios e impuestos posibles. Así que equilibrar lo oferta y la demanda por la vía de subir la demanda, solo es posible como decisión colectiva, obligatoria para todos.
Si se hace a nivel mundial, bueno. Pero si no, entonces hay que hacerlo país por país. Elevar la demanda de la población en México requiere que esa capacidad de compra no se escape para beneficiar a otros. Solo podemos elevar los salarios e impuestos a las grandes riquezas no productivas de manera unilateral si al mismo tiempo protegemos la producción y el mercado internos.
No es una propuesta descabellada. Los hechos empujan hacia allá.
El periodo exitoso de la globalización se caracterizó por el acelerado crecimiento del comercio internacional. Los sectores globalizados de cada país, las grandes empresas que más rápidamente crecían, se enfocaron en producir para el mercado mundial, es decir para la exportación. Durante décadas el comercio internacional creció a un ritmo que duplicaba el crecimiento de la producción mundial.
Eso ya se acabó, 2015 será el tercer año en el que el crecimiento del comercio internacional estará por debajo del crecimiento del producto mundial. Eso significa que las exportaciones ya no son las que “jalan” el crecimiento de las economías.
Las causas son varias: haber llegado a los límites del endeudamiento en muchos países; la misma caída de precios de productos primarios (agrícolas y minerales) que limita que los países en desarrollo compren.
Pero entre las causas que resaltan nuevas tendencias se encuentra el hecho de que China ha instrumentado una exitosa estrategia de substitución de importaciones. Sigue una política de integración de sus cadenas productivas que le permite reducir el componente importado tanto de su consumo interno como el de sus exportaciones. Profundiza su modelo de globalización unilateral: vende cada vez más pero procura comprar cada vez menos; y lo que compra son materias primas, no productos procesados.
México se precia de seguir siendo un país atractivo al capital externo y abierto, cada vez más, al comercio mundial. Esto es precisamente lo que puede convertirse en nuestro talón de Aquiles en condiciones de sobreproducción mundial. Podemos hacernos más consumidores de importaciones malbaratadas que destruirán empresas internas al mismo tiempo que nuestras exportaciones deterioran su valor. Una situación que ya ha venido sucediendo, pero falta lo peor.
El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, declaró que la economía norteamericana no crecerá lo suficiente para “jalar” a nuestras exportaciones y empleo. Por ahí no va la posibilidad de crecer. El sector globalizado del país ya no crecerá al ritmo de los últimos años, y cuando lo hizo no benefició a la mayoría de los mexicanos.
Ha llegado el momento de plantearnos en serio la posibilidad de crecer hacia adentro, hacia un mercado interno en fortalecimiento acelerado. Hay que dejar atrás el espejismo de la globalización, sin darle la espalda. Lo que significa priorizar el crecimiento de la producción para nosotros mismos.
Esto podría hacerse de inmediato; sobran recursos y capacidades solo que están subutilizados. Una nueva configuración del mercado podría reconectar el crecimiento de los salarios y de los servicios públicos con una pronta reactivación de capacidades.
Es posible que en este mismo sexenio este país entre en crisis; dejemos que sea una crisis del sector globalizado solamente para, al mismo tiempo aprovecharla como oportunidad para reintegrar un mercado interno con producción y demanda vigorosas. .
lunes, 26 de octubre de 2015
Patricia y el Cambio de Reglas
Faljoritmo
Jorge Faljo
Las imágenes satelitales del huracán Patricia eran impresionantes; un fenómeno de verdadera magnitud mundial. Hasta los científicos estaban azorados y todos lo seguíamos con angustia.
Al escribir estas líneas no se conocía el impacto del huracán Patricia y afortunadamente parecía disminuir rápidamente de intensidad y con un costo muy inferior en vidas humanas y destrozos a los que se temía. Eso no disminuye el hecho de que se trata del mayor de la historia por su extensión, la fuerza de sus vientos sobre el mar y otras medidas. Otra novedad: venía del océano Pacífico y no del Atlántico.
Nos encontramos, y ojalá así lo entienda el mundo, ante un cambio de las reglas del juego. Un cambio que otros han anunciado, por ejemplo el Papa en su encíclica “Laudato Si”, sobre la conservación del mundo.
Ayer cerraba la cumbre sobre cambio climático de París y los participantes seguían con atención lo que ocurría. Por ello el llamado de la delegación mexicana sobre la urgencia de llegar a acuerdos para detener el calentamiento global fue recibido de manera emotiva y con un gran aplauso. Tal vez por la comprensión de la razón de fondo, tal vez como muestra de solidaridad ante la desgracia que parecía inminente.
El fondo del asunto es que a lo largo de millones de años la naturaleza extrajo el carbono del aire y lo transformó en masa vegetal y animal. Los grandes movimientos de la tierra fueron sepultando una y otra vez esta materia orgánica que a lo largo de larguísimos periodos se transformó en carbón y petróleo.
Ahora en tan solo un siglo el ser humano ha escarbado la tierra para extraer y quemar carbón y petróleo y construir una sociedad basada en el aprovechamiento intensivo de esos materiales energéticos para la producción industrial y agrícola.
Esto permitió incrementar los niveles de vida y la población de manera exponencial; pero resulta que también hemos sacado de lo profundo de la tierra un monstruo que amenaza destruirnos. Y es que el cambio climático no es un asunto menor. Se acompaña de fenómenos desastrosos; no solo huracanes, sino la acidificación de los mares que pueden diezmar la vida marina y la producción pesquera; desastres similares en la producción agrícola, inundaciones y sequías en lugares inusitados. Y huracanes que rebasan las medidas de magnitud previas.
Un documento reciente de la mayor autoridad del Banco Central de Inglaterra llamó la atención por tocar un tema poco habitual para los financieros y por su impactante mensaje de fondo. En pocas palabras dice que no más de la tercera parte de las reservas energéticas disponibles pueden ser extraídas y aprovechadas. La causa es que el monto de carbono y contaminantes que se soltaría en el aire sería catastrófico; de hecho empieza a serlo ya.
Esto cambia radicalmente las reglas del juego. El asunto no es ahora si hay o no suficientes energéticos en el mundo; sino que debemos limitar su aprovechamiento para no destruirnos. Y eso parece incluso peor que una escasez que limitara el consumo. Porque no estamos preparados para auto limitarnos.
De eso tratan las conferencias climáticas; la de París fue preparatoria de otra más importante a fin de año. El asunto es como reducir las emisiones de carbono. Y hasta el momento estas cumbres no generan sino palabrería. Todos están de acuerdo en la necesidad de hacerlo, siempre y cuando no afecte sus intereses. A lo más que se llega es a autocontroles “voluntarios” de poca monta.
Pero lo que se requiere son acuerdos globales obligatorios que afecten la producción y el consumo. Solo que ¿Quiénes van a poder producir y quienes van a consumir?
Los Estados Unidos se han convertido en el principal productor de energéticos, así sea mediante técnicas de alto impacto ambiental. Aquí podría entrar en escena la situación de Holanda que ha puesto límites a la extracción de gas debido a que los nuevos temblores que provoca le deterioran visiblemente miles de casas y edificios. ¿Deberían favorecerse las técnicas de menor impacto?
O son los países pobres los que deben poder aprovechar esta riqueza. Una pregunta trucada porque en esos países los que se benefician no son los pobres, sino sus minorías gobernantes. ¿Cómo exigir a los productores que limiten su producción? Lo que lo ha hecho recientemente es la caída del precio del petróleo.
Pero del lado de la demanda lo que la limita es lo contrario; el alto precio. Un precio bajo induce un mayor gasto en gasolina y otros usos industriales.
¿Quiénes tiene derecho a consumir? Los ricos, ¿para mantener un modelo industrial de despilfarro basado en el uso de automóviles y plásticos? ¿O los países rezagados para mejorar sus niveles de vida?
Patricia vino a recordarnos que el cambio climático está encima, que los costos de no evitarlo serán enormes y que muy probablemente la humanidad no cuenta con las capacidades para ponerse de acuerdo en lo fundamental.
Jorge Faljo
Las imágenes satelitales del huracán Patricia eran impresionantes; un fenómeno de verdadera magnitud mundial. Hasta los científicos estaban azorados y todos lo seguíamos con angustia.
Al escribir estas líneas no se conocía el impacto del huracán Patricia y afortunadamente parecía disminuir rápidamente de intensidad y con un costo muy inferior en vidas humanas y destrozos a los que se temía. Eso no disminuye el hecho de que se trata del mayor de la historia por su extensión, la fuerza de sus vientos sobre el mar y otras medidas. Otra novedad: venía del océano Pacífico y no del Atlántico.
Nos encontramos, y ojalá así lo entienda el mundo, ante un cambio de las reglas del juego. Un cambio que otros han anunciado, por ejemplo el Papa en su encíclica “Laudato Si”, sobre la conservación del mundo.
Ayer cerraba la cumbre sobre cambio climático de París y los participantes seguían con atención lo que ocurría. Por ello el llamado de la delegación mexicana sobre la urgencia de llegar a acuerdos para detener el calentamiento global fue recibido de manera emotiva y con un gran aplauso. Tal vez por la comprensión de la razón de fondo, tal vez como muestra de solidaridad ante la desgracia que parecía inminente.
El fondo del asunto es que a lo largo de millones de años la naturaleza extrajo el carbono del aire y lo transformó en masa vegetal y animal. Los grandes movimientos de la tierra fueron sepultando una y otra vez esta materia orgánica que a lo largo de larguísimos periodos se transformó en carbón y petróleo.
Ahora en tan solo un siglo el ser humano ha escarbado la tierra para extraer y quemar carbón y petróleo y construir una sociedad basada en el aprovechamiento intensivo de esos materiales energéticos para la producción industrial y agrícola.
Esto permitió incrementar los niveles de vida y la población de manera exponencial; pero resulta que también hemos sacado de lo profundo de la tierra un monstruo que amenaza destruirnos. Y es que el cambio climático no es un asunto menor. Se acompaña de fenómenos desastrosos; no solo huracanes, sino la acidificación de los mares que pueden diezmar la vida marina y la producción pesquera; desastres similares en la producción agrícola, inundaciones y sequías en lugares inusitados. Y huracanes que rebasan las medidas de magnitud previas.
Un documento reciente de la mayor autoridad del Banco Central de Inglaterra llamó la atención por tocar un tema poco habitual para los financieros y por su impactante mensaje de fondo. En pocas palabras dice que no más de la tercera parte de las reservas energéticas disponibles pueden ser extraídas y aprovechadas. La causa es que el monto de carbono y contaminantes que se soltaría en el aire sería catastrófico; de hecho empieza a serlo ya.
Esto cambia radicalmente las reglas del juego. El asunto no es ahora si hay o no suficientes energéticos en el mundo; sino que debemos limitar su aprovechamiento para no destruirnos. Y eso parece incluso peor que una escasez que limitara el consumo. Porque no estamos preparados para auto limitarnos.
De eso tratan las conferencias climáticas; la de París fue preparatoria de otra más importante a fin de año. El asunto es como reducir las emisiones de carbono. Y hasta el momento estas cumbres no generan sino palabrería. Todos están de acuerdo en la necesidad de hacerlo, siempre y cuando no afecte sus intereses. A lo más que se llega es a autocontroles “voluntarios” de poca monta.
Pero lo que se requiere son acuerdos globales obligatorios que afecten la producción y el consumo. Solo que ¿Quiénes van a poder producir y quienes van a consumir?
Los Estados Unidos se han convertido en el principal productor de energéticos, así sea mediante técnicas de alto impacto ambiental. Aquí podría entrar en escena la situación de Holanda que ha puesto límites a la extracción de gas debido a que los nuevos temblores que provoca le deterioran visiblemente miles de casas y edificios. ¿Deberían favorecerse las técnicas de menor impacto?
O son los países pobres los que deben poder aprovechar esta riqueza. Una pregunta trucada porque en esos países los que se benefician no son los pobres, sino sus minorías gobernantes. ¿Cómo exigir a los productores que limiten su producción? Lo que lo ha hecho recientemente es la caída del precio del petróleo.
Pero del lado de la demanda lo que la limita es lo contrario; el alto precio. Un precio bajo induce un mayor gasto en gasolina y otros usos industriales.
¿Quiénes tiene derecho a consumir? Los ricos, ¿para mantener un modelo industrial de despilfarro basado en el uso de automóviles y plásticos? ¿O los países rezagados para mejorar sus niveles de vida?
Patricia vino a recordarnos que el cambio climático está encima, que los costos de no evitarlo serán enormes y que muy probablemente la humanidad no cuenta con las capacidades para ponerse de acuerdo en lo fundamental.
lunes, 19 de octubre de 2015
Globalización, el truco del "big bang"
Faljoritmo
Jorge Faljo
Subirse al tren de la modernización y la globalización puede ser muy atractivo; pareciera lo mismo, o casi, que entrar al primer mundo. Lo cual es parte de las grandes promesas que hemos recibido los mexicanos a lo largo de décadas y… nada. Porque si bien no parece posible evadir la globalización eso no quiere decir que a todos les vaya bien en ese baile, de hecho a cada vez menos. No obstante hay diferencias substanciales entre las distintas formas de globalizarse y por ello importa mucho hacerlo de la mejor manera.
Lo primero que hay que tener claro es que la globalización es a fin de cuentas una estrategia de comercio internacional llevado a niveles intensivos. De este intercambio podemos desear muchos productos que no podemos producir internamente con la misma calidad o precio, pero no podemos olvidar que para obtenerlos será necesario exportar algo a cambio de ellos. A final de cuentas en todo intercambio las mercancías que uno compra se pagan con otras mercancías, las que uno vende.
Esta verdad milenaria no es tan evidente en la era de la globalización porque los grandes triunfadores de la globalización, los vendedores exitosos de productos que manufacturados de alta tecnología, se convierten en rémoras a la hora de comprar.
Para explicarlo hay que referirnos a los principios de la globalización, cuando los vendedores de materias primas (minerales, productos agropecuarios y manufacturas sencillas e intensivas en mano de obra barata), que son muchos se volcaron a vender sus mercancías para, a cambio comprar bienes industriales que producen pocos.
La reconversión masiva a la exportación significó saturar el mercado internacional de productos primarios y abaratar sus precios. Por el otro lado la apertura a la importación de bienes industriales les creó una amplia demanda. El resultado fue lo que se denominó deterioro de los términos de intercambio y fue uno de los primeros efectos importantes de la globalización en la cual los países productores de bienes primarios tenían que vender mucha más producción a cambio de menos bienes industriales.
Los países avanzados pudieron comprar los productos primarios a países productores desesperados por vender para “modernizarse”, a cambio de poca producción industrial. Así que su interés exportador era mucho mayor que su necesidad de importar.
Lo que conocemos como globalización es tanto el resultado del auge exportador de los países centrales que exigieron y obtuvieron la apertura de las fronteras de los países periféricos a sus exportaciones, como de lo que bien podríamos llamar un truco financiero para exportar mucho importando poco. Ese truco no fue sino la expansión explosiva, tipo big bang, del crédito a su clientela.
Dando mucho crédito, transfiriendo capitales financieros, muchas veces bajo el nombre hipócrita de “ayuda al desarrollo”, comprando patrimonio en lugar de mercancías los países avanzados consiguieron crear la suficiente demanda para su producción sin tener que comprar una cantidad equivalente en mercancías de la periferia.
Así la globalización creó una divergencia creciente en la riqueza y desarrollo de los países del planeta. De un lado los países industrializados, tecnológicamente avanzados e importantes prestamistas; del otro lado los países enfocados en la producción primaria, a la retaguardia tecnológica y con elites ansiosas de mejorar rápidamente su consumo mediante importaciones financiadas con crédito externo o mediante la venta del patrimonio nacional creado previamente. Para globalizarse sacrificaron los avances previos.
Lo peor de este asunto es que en cada uno de los dos lados (prestamistas y endeudados) se generaron presiones en favor de la continuidad y profundización de su propio modelo. Los países manufactureros y exportadores exitosos obtenían mayores recursos del exterior que no emplearon para importar mercancías periféricas sino para prestar e invertir en los países con menos desarrollo y afianzarlos como clientes. De este modo podían vender aún más y generar un círculo virtuoso de exportaciones, ganancias y préstamos al exterior.
En contraparte los países que no eran de primer mundo sustentaron su maquillaje modernizador en la atracción de capitales externos y el ofrecimiento de mano de obra barata para crear enclaves industriales externos (en propiedad, tecnología, insumos y destino de la producción). Aquí también se creó una presión para otorgar cada vez más concesiones a cambio del capital y tecnología importados y para abaratar la mano de obra como base de la competitividad nacional.
Las dos formas de inserción en la globalización llevan a los países por rumbos distintos y contribuyen a la inequidad extrema en el planeta. Muchos de los países ubicados en la espiral de endeudamiento, desindustrialización y empobrecimiento están siguiendo esa ruta hasta el extremo del caos social y su desintegración.
Aquí la pregunta de fondo es si acaso es posible cambiar nuestra forma de globalización y abandonar el déficit crónico en cuenta corriente, el endeudamiento progresivo y la desnacionalización productiva.
La respuesta es que es difícil pero no imposible. La industria japonesa era el hazmerreír del mundo por su mala calidad; pero sabían que era una etapa necesaria para evolucionar a potencia tecnológica. Corea del Sur salió del colonialismo, la guerra y la miseria para convertirse en potencia industrial. China surgió del mayor atraso para convertirse en la segunda potencia económica del mundo al tiempo que su población salió de la ignorancia y la pobreza extrema.
Para ello se requieren dos decisiones esenciales: instrumentar una estrategia de movilización y uso pleno del potencial productivo interno en las vertientes industrial y agropecuaria. Para eso hay que regular el mercado de otro modo.
Lo segundo será exportar lo suficiente para pagar la renta del capital externo, y abonar algo al capital adeudado, y liberarnos de los chantajes del financiamiento externo. Chantaje que es abanderado por nuestras elites al decir que solo con capital externo es posible crecer.
Es la ´manera en que podemos escapar del proceso de desintegración social y violencia para substituirlo por una cohesión interna sustentada en una relación más equilibrada entre trabajo y capital.
Hay que enfrentar el diseño de un proyecto nacionalista de interés mayoritario a las propuestas de nuestras elites que han tomado el camino de negociar más tratados internacionales con otras elites en lugar de reforzar nuestra democracia.
Jorge Faljo
Subirse al tren de la modernización y la globalización puede ser muy atractivo; pareciera lo mismo, o casi, que entrar al primer mundo. Lo cual es parte de las grandes promesas que hemos recibido los mexicanos a lo largo de décadas y… nada. Porque si bien no parece posible evadir la globalización eso no quiere decir que a todos les vaya bien en ese baile, de hecho a cada vez menos. No obstante hay diferencias substanciales entre las distintas formas de globalizarse y por ello importa mucho hacerlo de la mejor manera.
Lo primero que hay que tener claro es que la globalización es a fin de cuentas una estrategia de comercio internacional llevado a niveles intensivos. De este intercambio podemos desear muchos productos que no podemos producir internamente con la misma calidad o precio, pero no podemos olvidar que para obtenerlos será necesario exportar algo a cambio de ellos. A final de cuentas en todo intercambio las mercancías que uno compra se pagan con otras mercancías, las que uno vende.
Esta verdad milenaria no es tan evidente en la era de la globalización porque los grandes triunfadores de la globalización, los vendedores exitosos de productos que manufacturados de alta tecnología, se convierten en rémoras a la hora de comprar.
Para explicarlo hay que referirnos a los principios de la globalización, cuando los vendedores de materias primas (minerales, productos agropecuarios y manufacturas sencillas e intensivas en mano de obra barata), que son muchos se volcaron a vender sus mercancías para, a cambio comprar bienes industriales que producen pocos.
La reconversión masiva a la exportación significó saturar el mercado internacional de productos primarios y abaratar sus precios. Por el otro lado la apertura a la importación de bienes industriales les creó una amplia demanda. El resultado fue lo que se denominó deterioro de los términos de intercambio y fue uno de los primeros efectos importantes de la globalización en la cual los países productores de bienes primarios tenían que vender mucha más producción a cambio de menos bienes industriales.
Los países avanzados pudieron comprar los productos primarios a países productores desesperados por vender para “modernizarse”, a cambio de poca producción industrial. Así que su interés exportador era mucho mayor que su necesidad de importar.
Lo que conocemos como globalización es tanto el resultado del auge exportador de los países centrales que exigieron y obtuvieron la apertura de las fronteras de los países periféricos a sus exportaciones, como de lo que bien podríamos llamar un truco financiero para exportar mucho importando poco. Ese truco no fue sino la expansión explosiva, tipo big bang, del crédito a su clientela.
Dando mucho crédito, transfiriendo capitales financieros, muchas veces bajo el nombre hipócrita de “ayuda al desarrollo”, comprando patrimonio en lugar de mercancías los países avanzados consiguieron crear la suficiente demanda para su producción sin tener que comprar una cantidad equivalente en mercancías de la periferia.
Así la globalización creó una divergencia creciente en la riqueza y desarrollo de los países del planeta. De un lado los países industrializados, tecnológicamente avanzados e importantes prestamistas; del otro lado los países enfocados en la producción primaria, a la retaguardia tecnológica y con elites ansiosas de mejorar rápidamente su consumo mediante importaciones financiadas con crédito externo o mediante la venta del patrimonio nacional creado previamente. Para globalizarse sacrificaron los avances previos.
Lo peor de este asunto es que en cada uno de los dos lados (prestamistas y endeudados) se generaron presiones en favor de la continuidad y profundización de su propio modelo. Los países manufactureros y exportadores exitosos obtenían mayores recursos del exterior que no emplearon para importar mercancías periféricas sino para prestar e invertir en los países con menos desarrollo y afianzarlos como clientes. De este modo podían vender aún más y generar un círculo virtuoso de exportaciones, ganancias y préstamos al exterior.
En contraparte los países que no eran de primer mundo sustentaron su maquillaje modernizador en la atracción de capitales externos y el ofrecimiento de mano de obra barata para crear enclaves industriales externos (en propiedad, tecnología, insumos y destino de la producción). Aquí también se creó una presión para otorgar cada vez más concesiones a cambio del capital y tecnología importados y para abaratar la mano de obra como base de la competitividad nacional.
Las dos formas de inserción en la globalización llevan a los países por rumbos distintos y contribuyen a la inequidad extrema en el planeta. Muchos de los países ubicados en la espiral de endeudamiento, desindustrialización y empobrecimiento están siguiendo esa ruta hasta el extremo del caos social y su desintegración.
Aquí la pregunta de fondo es si acaso es posible cambiar nuestra forma de globalización y abandonar el déficit crónico en cuenta corriente, el endeudamiento progresivo y la desnacionalización productiva.
La respuesta es que es difícil pero no imposible. La industria japonesa era el hazmerreír del mundo por su mala calidad; pero sabían que era una etapa necesaria para evolucionar a potencia tecnológica. Corea del Sur salió del colonialismo, la guerra y la miseria para convertirse en potencia industrial. China surgió del mayor atraso para convertirse en la segunda potencia económica del mundo al tiempo que su población salió de la ignorancia y la pobreza extrema.
Para ello se requieren dos decisiones esenciales: instrumentar una estrategia de movilización y uso pleno del potencial productivo interno en las vertientes industrial y agropecuaria. Para eso hay que regular el mercado de otro modo.
Lo segundo será exportar lo suficiente para pagar la renta del capital externo, y abonar algo al capital adeudado, y liberarnos de los chantajes del financiamiento externo. Chantaje que es abanderado por nuestras elites al decir que solo con capital externo es posible crecer.
Es la ´manera en que podemos escapar del proceso de desintegración social y violencia para substituirlo por una cohesión interna sustentada en una relación más equilibrada entre trabajo y capital.
Hay que enfrentar el diseño de un proyecto nacionalista de interés mayoritario a las propuestas de nuestras elites que han tomado el camino de negociar más tratados internacionales con otras elites en lugar de reforzar nuestra democracia.
lunes, 12 de octubre de 2015
El Pacto Secreto
Faljoritmo
Jorge Faljo
Doce países acaban de terminar de negociar lo que habrá de ser, hasta la fecha, el mayor tratado de libre comercio del mundo. Se trata del Acuerdo Trans Pacífico de Cooperación Internacional –ATP- o TPP, por sus siglas en inglés. Los firmantes del acuerdo son México, Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.
Es el más amplio por su extensión geográfica en torno a la cuenca del pacífico y porque incluye a varios de los países más extensos; habrá de afectar las vidas del 11.2 por ciento de la población del planeta que en conjunto generan alrededor del 40 por ciento del producto mundial. Incluye a dos de las tres mayores economías, Japón y los Estados Unidos y a otros países menores pero con economías en crecimiento dinámico.
Al día de hoy no sabemos como fueron las negociaciones y que es lo que firmó nuestro secretario de economía. Una de sus principales características es que todos los países participantes acordaron negociarlo en secreto y en los Estados Unidos incluso hubo un decreto por el que se puede acusar de traición y llevar a la cárcel al que revele su contenido. Se trata de una negociación de elites y gobernantes que en conjunto preparan un albazo colectivo. Los congresos de los distintos países podrán aprobarlo o rechazarlo pero no estarán facultados para alterar una sola coma del tratado.
La precandidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Hillary Clinton, declaró que “basada en lo que conozco hasta el momento, no puedo apoyar este tratado”. Para ella un acuerdo de ese tipo tendría que generar buenos empleos en los Estados Unidos y este no se encuentra a la altura. No dijo más porque no puede hacerlo; pero fue suficiente para sumarse a los que desconfían y se oponen, entre ellos los principales sindicatos de trabajadores norteamericanos.
Uno de sus principales críticos es el premio Nobel de Economía y profesor universitario Joseph E. Stiglitz, caracterizado por expresar de manera sencilla los aparentes misterios de la economía. Afirma que este no es en realidad un tratado de libre comercio; la verdad, dice, es que es un acuerdo para manipular las reglas de comercio e inversión en favor de los más poderosos consorcios económicos de cada país.
Entre los más favorecidos según lo poco que se ha filtrado (gracias a Wikileaks) parece estar la industria farmacéutica y de biogenética. Al reforzarse los derechos de propiedad intelectual se aseguran el monopolio de la salud mundial impidiendo el uso de medicamentos genéricos y el desarrollo de la investigación fuera de su control. Esto último porque la nueva investigación tendría que avanzar sobre lo anteriormente descubierto y esto lo prohíben en tanto sea de su propiedad intelectual.
Otra crítica del premio Nobel es la posibilidad de que las empresas demanden a los gobiernos por ganancias no realizadas cuando estos establecen nuevas regulaciones que, por ejemplo, atiendan a la salud de la población, la ecología o el bienestar social. Uruguay está demandado por haber implantado empaques genéricos para la venta de cigarros y Canadá no lo hizo por temor a este tipo de demanda.
Lo peor es que este tipo de demandas internacionales hechas por los equipos de abogados de las grandes transnacionales serían dirimidas en tribunales privados. El marco jurídico de cada país no podría ser modificado si afecta los intereses de las grandes empresas.
Estas críticas al ATP se basan en información parcial. Lo lamentable es la falta de transparencia. Aquí en México el C. Presidente y los secretarios de Hacienda, Economía y de Relaciones Exteriores celebran el acuerdo preliminar sin decir en qué consiste.
Solo sabemos lo que ellos dicen; que va mucho más allá que el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. Se nos doró la píldora del TLC con grandes promesas de crecimiento, empleos y equidad que terminaron en grandes mentiras. Este ATP debe preocuparnos todavía más.
Permítame un planteamiento hipotético de lo que podría suceder. A la discusión y diseño del acuerdo no estuvieron invitados, ni de broma, representantes de las organizaciones de pequeños productores de café. Solo que estamos entrando en un acuerdo de libre comercio con una nueva potencia cafetalera, Vietnam, que gracias a una política de Estado ha logrado multiplicar su producción en los últimos años.
Aquí, por lo contrario, la producción ha caído de seis millones de sacos al año a solo 3.5 millones de sacos. Un factor de la brutal caída ha sido la expansión de una fuerte plaga sin que el gobierno se haya preocupado en combatirla. Cerca de tres millones de pequeños productores, con 1.7 hectáreas cultivadas en promedio, dependen económicamente de la venta de café. Han sido duramente golpeados en los últimos años y ahora el ATP podría ser el tiro de gracia. Sin un plan B para ellos lo que tendremos es incremento de la miseria y el sufrimiento social.
Los costos sociales de los tiros de gracia al cultivo del café, del arroz, de la producción de leche, de la pequeña y mediana manufactura y otros sectores no han sido calculados por “nuestros” negociadores. Pretender que pueden enfrentarse con “zonas económicas especiales” sería otro engaño cruel.
Cierto que en todo tratado, en toda decisión económica unos ganan y otros pierden. Todo apunta a que como en el TLC unos pocos, sobre todo las transnacionales, ganen mucho; mientras que la mayoría pierda hasta la camisa. Esto es posible mediante una nueva maña de nuestras elites; imponen su fanatismo económico religioso, al servicio transnacional, mediante acuerdos con el exterior, en lugar de negociarlo al interior, en un proceso abierto, transparente y soberano. Se ha diseñado un gran albazo colectivo de las elites contra las mayorías.
México es campeón mundial de tratados de libre comercio. Recuerdo lo que dijo un representante empresarial de la pequeña y mediana industria: Con esos tratados tenemos diez en conducta y cinco en aprovechamiento.
No obstante queda la posibilidad de que en otros lugares donde la democracia tiene derecho al pataleo se impida la firma del tratado; en los Estados Unidos, por ejemplo, sobre todo en periodo electoral, no la tienen segura.
Jorge Faljo
Doce países acaban de terminar de negociar lo que habrá de ser, hasta la fecha, el mayor tratado de libre comercio del mundo. Se trata del Acuerdo Trans Pacífico de Cooperación Internacional –ATP- o TPP, por sus siglas en inglés. Los firmantes del acuerdo son México, Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.
Es el más amplio por su extensión geográfica en torno a la cuenca del pacífico y porque incluye a varios de los países más extensos; habrá de afectar las vidas del 11.2 por ciento de la población del planeta que en conjunto generan alrededor del 40 por ciento del producto mundial. Incluye a dos de las tres mayores economías, Japón y los Estados Unidos y a otros países menores pero con economías en crecimiento dinámico.
Al día de hoy no sabemos como fueron las negociaciones y que es lo que firmó nuestro secretario de economía. Una de sus principales características es que todos los países participantes acordaron negociarlo en secreto y en los Estados Unidos incluso hubo un decreto por el que se puede acusar de traición y llevar a la cárcel al que revele su contenido. Se trata de una negociación de elites y gobernantes que en conjunto preparan un albazo colectivo. Los congresos de los distintos países podrán aprobarlo o rechazarlo pero no estarán facultados para alterar una sola coma del tratado.
La precandidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Hillary Clinton, declaró que “basada en lo que conozco hasta el momento, no puedo apoyar este tratado”. Para ella un acuerdo de ese tipo tendría que generar buenos empleos en los Estados Unidos y este no se encuentra a la altura. No dijo más porque no puede hacerlo; pero fue suficiente para sumarse a los que desconfían y se oponen, entre ellos los principales sindicatos de trabajadores norteamericanos.
Uno de sus principales críticos es el premio Nobel de Economía y profesor universitario Joseph E. Stiglitz, caracterizado por expresar de manera sencilla los aparentes misterios de la economía. Afirma que este no es en realidad un tratado de libre comercio; la verdad, dice, es que es un acuerdo para manipular las reglas de comercio e inversión en favor de los más poderosos consorcios económicos de cada país.
Entre los más favorecidos según lo poco que se ha filtrado (gracias a Wikileaks) parece estar la industria farmacéutica y de biogenética. Al reforzarse los derechos de propiedad intelectual se aseguran el monopolio de la salud mundial impidiendo el uso de medicamentos genéricos y el desarrollo de la investigación fuera de su control. Esto último porque la nueva investigación tendría que avanzar sobre lo anteriormente descubierto y esto lo prohíben en tanto sea de su propiedad intelectual.
Otra crítica del premio Nobel es la posibilidad de que las empresas demanden a los gobiernos por ganancias no realizadas cuando estos establecen nuevas regulaciones que, por ejemplo, atiendan a la salud de la población, la ecología o el bienestar social. Uruguay está demandado por haber implantado empaques genéricos para la venta de cigarros y Canadá no lo hizo por temor a este tipo de demanda.
Lo peor es que este tipo de demandas internacionales hechas por los equipos de abogados de las grandes transnacionales serían dirimidas en tribunales privados. El marco jurídico de cada país no podría ser modificado si afecta los intereses de las grandes empresas.
Estas críticas al ATP se basan en información parcial. Lo lamentable es la falta de transparencia. Aquí en México el C. Presidente y los secretarios de Hacienda, Economía y de Relaciones Exteriores celebran el acuerdo preliminar sin decir en qué consiste.
Solo sabemos lo que ellos dicen; que va mucho más allá que el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. Se nos doró la píldora del TLC con grandes promesas de crecimiento, empleos y equidad que terminaron en grandes mentiras. Este ATP debe preocuparnos todavía más.
Permítame un planteamiento hipotético de lo que podría suceder. A la discusión y diseño del acuerdo no estuvieron invitados, ni de broma, representantes de las organizaciones de pequeños productores de café. Solo que estamos entrando en un acuerdo de libre comercio con una nueva potencia cafetalera, Vietnam, que gracias a una política de Estado ha logrado multiplicar su producción en los últimos años.
Aquí, por lo contrario, la producción ha caído de seis millones de sacos al año a solo 3.5 millones de sacos. Un factor de la brutal caída ha sido la expansión de una fuerte plaga sin que el gobierno se haya preocupado en combatirla. Cerca de tres millones de pequeños productores, con 1.7 hectáreas cultivadas en promedio, dependen económicamente de la venta de café. Han sido duramente golpeados en los últimos años y ahora el ATP podría ser el tiro de gracia. Sin un plan B para ellos lo que tendremos es incremento de la miseria y el sufrimiento social.
Los costos sociales de los tiros de gracia al cultivo del café, del arroz, de la producción de leche, de la pequeña y mediana manufactura y otros sectores no han sido calculados por “nuestros” negociadores. Pretender que pueden enfrentarse con “zonas económicas especiales” sería otro engaño cruel.
Cierto que en todo tratado, en toda decisión económica unos ganan y otros pierden. Todo apunta a que como en el TLC unos pocos, sobre todo las transnacionales, ganen mucho; mientras que la mayoría pierda hasta la camisa. Esto es posible mediante una nueva maña de nuestras elites; imponen su fanatismo económico religioso, al servicio transnacional, mediante acuerdos con el exterior, en lugar de negociarlo al interior, en un proceso abierto, transparente y soberano. Se ha diseñado un gran albazo colectivo de las elites contra las mayorías.
México es campeón mundial de tratados de libre comercio. Recuerdo lo que dijo un representante empresarial de la pequeña y mediana industria: Con esos tratados tenemos diez en conducta y cinco en aprovechamiento.
No obstante queda la posibilidad de que en otros lugares donde la democracia tiene derecho al pataleo se impida la firma del tratado; en los Estados Unidos, por ejemplo, sobre todo en periodo electoral, no la tienen segura.
lunes, 5 de octubre de 2015
Los pequeños olvidos del señor Videgaray
Faljoritmo
Jorge Faljo
La economía de México ha crecido muy poco en los últimos treinta años; el país destaca, negativamente, en el plano internacional por ese bajo crecimiento. Ha ocurrido incluso una importante baja de la productividad. Lo cual es insatisfactorio.
De ese tenor, el del párrafo anterior, eran las declaraciones del secretario de hacienda, Luis Videgaray, al inicio del presente sexenio. Con ellas decía lo que ya todos sabíamos, pero que en boca del nuevo alto funcionario sonaban extrañas y a la vez prometedoras. Tan dura y precisa crítica a la estrategia seguida durante más de treinta años podía ser interpretada como precursora de cambios de fondo que solucionarían el problema.
Una revisión sector por sector económico nos revela que los avances en productividad han sido acelerados. En las manufacturas los datos del Banco de México señalan un ritmo acelerado de incremento de la productividad. Asociado a la introducción de nuevas tecnologías ahorradoras de mano de obra, de energía y con un uso más eficiente de las materias primas. Las empresas existentes hicieron cambios tecnológicos; las que se rezagaron quebraron en su mayor parte.
En el sector servicios no se diga; abundan los ejemplos de avances en productividad. Los cajeros automáticos de los bancos substituyeron a un buen número de empleados; las cajas de los supermercados instalaron lectores de precios instantáneos y cada mercancía trae su código de barras; las computadoras permitieron elevar fuertemente la productividad de cada oficina.
Un amigo me dice que con los nuevos programas un solo arquitecto puede ahora hacer en menos tiempo el diseño de un edificio (incluyendo cableado, tubería y detalles que se me escapan) en menos tiempo del que hace veinte años necesitaba un despacho de diez arquitectos.
La agricultura, un sector descuidado, también avanzó de manera importante en la productividad de los sectores comerciales y modernos.
Pero entendimos que cuando Videgaray decía que la productividad había caído se refería al conjunto de la economía. Y es cierto, cayó por el enorme subempleo, la destrucción de los sectores tradicionales; el abandono de la pequeña producción urbana y rural; la baja creación de empleo digno y formal. Cayó la productividad porque los sectores productivos se fueron convirtiendo en islas dentro de un mar de informalidad y subempleo.
Así que cuando Videgaray habló de “democratizar la productividad” parecía hablar de atender precisamente a la producción y la productividad de aquellos a los que la estrategia económica había expulsado del mercado: los sectores semi destruidos de la economía campesina, de la pequeña producción manufacturera y del pequeño comercio; de las economías regionales y locales.
Reconstruir esos espacios de producción y empleo en una estrategia de alianza con un sector social orientado a la mayor autosuficiencia posible habría de democratizar la productividad ocupando al casi 60 por ciento de la población que sobrevive en la informalidad. Sin endeudar al gobierno ni al país; solo con el uso eficiente de lo que ya existe pero está subutilizado.
Videgaray suscitó esperanzas de cambio. No presentó un diagnóstico, pero para empezar bastaba que dijera que el país tenía un problema grave y que habría acciones decididas. Nos equivocamos los que creímos ver algo más allá de los usuales rollos que apuntan a un lado mientras en realidad se nos conduce en sentido contrario. Lo que hubo fue más reformas privatizadoras, extranjerizantes y neoliberales.
Este pasado jueves el secretario de Hacienda se presentó en la Cámara de Diputados; ya que no va el C. Presidente, por lo menos van sus ayudantes. Lo que dijo con voz solemne es que la economía mexicana está creciendo a un ritmo de 2.4 por ciento anual; que en el último año se crearon 767 mil nuevas plazas de trabajo; que aumentó el crédito; que las gasolinas habrán de bajar de precio; que el presupuesto público ya no depende tanto del ingreso petrolero y que no subirán los impuestos.
Pero se le olvidó decir que ese crecimiento es insuficiente y que el mismo dijo que con las reformas creceríamos al 5 por ciento o más; que se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos al año, y más aún para abatir la informalidad acumulada; que el crédito no llega a los sectores más rezagados en productividad; que no depender del ingreso petrolero nos agarró de sorpresa y que la baja de las gasolinas se asocia a la apertura a las transnacionales. No subir los impuestos; incluso bajarlos en zonas “especiales”, son concesiones a los más ricos que viven en un paraíso fiscal. Es decir, más de lo mismo.
Nada que indique que se democratiza la productividad; la producción sigue su marcha acelerada a la desnacionalización y a la concentración en transnacionales. Ninguna modificación al rumbo que nos hunde en el bajo crecimiento, el desempleo, el empobrecimiento y la violencia.
Declara la Secretaría de Hacienda que su “misión” es controlar la política económica del Gobierno Federal con el propósito de consolidar un país con crecimiento económico de calidad, equitativo, incluyente y sostenido, que fortalezca el bienestar de las y los mexicanos.
¿Tenemos un crecimiento de calidad, equitativo, incluyente y sostenido? Este podría haber sido el tema central de su intervención y de las preguntas que se le plantearon. El lugar de ello habló de pequeños logros; lo que preocupa era el tono satisfecho.
Su intervención me recuerda a los que en broma dicen que cero grados es “ni frio ni calor”. Ahora, para Videgaray, crecer al 2.4 por ciento anual es casi casi acelerado.
Jorge Faljo
La economía de México ha crecido muy poco en los últimos treinta años; el país destaca, negativamente, en el plano internacional por ese bajo crecimiento. Ha ocurrido incluso una importante baja de la productividad. Lo cual es insatisfactorio.
De ese tenor, el del párrafo anterior, eran las declaraciones del secretario de hacienda, Luis Videgaray, al inicio del presente sexenio. Con ellas decía lo que ya todos sabíamos, pero que en boca del nuevo alto funcionario sonaban extrañas y a la vez prometedoras. Tan dura y precisa crítica a la estrategia seguida durante más de treinta años podía ser interpretada como precursora de cambios de fondo que solucionarían el problema.
Una revisión sector por sector económico nos revela que los avances en productividad han sido acelerados. En las manufacturas los datos del Banco de México señalan un ritmo acelerado de incremento de la productividad. Asociado a la introducción de nuevas tecnologías ahorradoras de mano de obra, de energía y con un uso más eficiente de las materias primas. Las empresas existentes hicieron cambios tecnológicos; las que se rezagaron quebraron en su mayor parte.
En el sector servicios no se diga; abundan los ejemplos de avances en productividad. Los cajeros automáticos de los bancos substituyeron a un buen número de empleados; las cajas de los supermercados instalaron lectores de precios instantáneos y cada mercancía trae su código de barras; las computadoras permitieron elevar fuertemente la productividad de cada oficina.
Un amigo me dice que con los nuevos programas un solo arquitecto puede ahora hacer en menos tiempo el diseño de un edificio (incluyendo cableado, tubería y detalles que se me escapan) en menos tiempo del que hace veinte años necesitaba un despacho de diez arquitectos.
La agricultura, un sector descuidado, también avanzó de manera importante en la productividad de los sectores comerciales y modernos.
Pero entendimos que cuando Videgaray decía que la productividad había caído se refería al conjunto de la economía. Y es cierto, cayó por el enorme subempleo, la destrucción de los sectores tradicionales; el abandono de la pequeña producción urbana y rural; la baja creación de empleo digno y formal. Cayó la productividad porque los sectores productivos se fueron convirtiendo en islas dentro de un mar de informalidad y subempleo.
Así que cuando Videgaray habló de “democratizar la productividad” parecía hablar de atender precisamente a la producción y la productividad de aquellos a los que la estrategia económica había expulsado del mercado: los sectores semi destruidos de la economía campesina, de la pequeña producción manufacturera y del pequeño comercio; de las economías regionales y locales.
Reconstruir esos espacios de producción y empleo en una estrategia de alianza con un sector social orientado a la mayor autosuficiencia posible habría de democratizar la productividad ocupando al casi 60 por ciento de la población que sobrevive en la informalidad. Sin endeudar al gobierno ni al país; solo con el uso eficiente de lo que ya existe pero está subutilizado.
Videgaray suscitó esperanzas de cambio. No presentó un diagnóstico, pero para empezar bastaba que dijera que el país tenía un problema grave y que habría acciones decididas. Nos equivocamos los que creímos ver algo más allá de los usuales rollos que apuntan a un lado mientras en realidad se nos conduce en sentido contrario. Lo que hubo fue más reformas privatizadoras, extranjerizantes y neoliberales.
Este pasado jueves el secretario de Hacienda se presentó en la Cámara de Diputados; ya que no va el C. Presidente, por lo menos van sus ayudantes. Lo que dijo con voz solemne es que la economía mexicana está creciendo a un ritmo de 2.4 por ciento anual; que en el último año se crearon 767 mil nuevas plazas de trabajo; que aumentó el crédito; que las gasolinas habrán de bajar de precio; que el presupuesto público ya no depende tanto del ingreso petrolero y que no subirán los impuestos.
Pero se le olvidó decir que ese crecimiento es insuficiente y que el mismo dijo que con las reformas creceríamos al 5 por ciento o más; que se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos al año, y más aún para abatir la informalidad acumulada; que el crédito no llega a los sectores más rezagados en productividad; que no depender del ingreso petrolero nos agarró de sorpresa y que la baja de las gasolinas se asocia a la apertura a las transnacionales. No subir los impuestos; incluso bajarlos en zonas “especiales”, son concesiones a los más ricos que viven en un paraíso fiscal. Es decir, más de lo mismo.
Nada que indique que se democratiza la productividad; la producción sigue su marcha acelerada a la desnacionalización y a la concentración en transnacionales. Ninguna modificación al rumbo que nos hunde en el bajo crecimiento, el desempleo, el empobrecimiento y la violencia.
Declara la Secretaría de Hacienda que su “misión” es controlar la política económica del Gobierno Federal con el propósito de consolidar un país con crecimiento económico de calidad, equitativo, incluyente y sostenido, que fortalezca el bienestar de las y los mexicanos.
¿Tenemos un crecimiento de calidad, equitativo, incluyente y sostenido? Este podría haber sido el tema central de su intervención y de las preguntas que se le plantearon. El lugar de ello habló de pequeños logros; lo que preocupa era el tono satisfecho.
Su intervención me recuerda a los que en broma dicen que cero grados es “ni frio ni calor”. Ahora, para Videgaray, crecer al 2.4 por ciento anual es casi casi acelerado.
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