Derecho
a la alimentación
Jorge Faljo
La sequía que afecta al
norte de México ha tenido efectos devastadores. Según el presidente de la
Confederación Nacional Ganadera, Osvaldo Cházaro, han muerto alrededor de un
millón de cabezas de ganado bovino, así como innumerables caballos, burros y
todo tipo de animales. Numerosos municipios y comunidades se encuentran
asolados por la aridez y la población emigra hacia otros lados. Este golpe
pudiera parecer geográficamente aislado pero ahora ha adquirido una nueva
perspectiva igual o incluso más amenazadora.
Resulta que la misma sequía
afectó fuertemente a la producción de maíz de los Estados Unidos y amenaza, si
no llueve pronto, afectar también de manera importante la producción de soya. Como
ellos son los principales productores y exportadores de maíz del mundo la
situación impacta al alza los precios del maíz en el mercado mundial y eso
mismo tiene un efecto carambola elevando los de otros granos. En los últimos
dos meses los precios en contratos de entrega a futuro se han elevado en 50 por
ciento para el maíz, 35 por ciento para la soya y 55 por ciento para el trigo.
Los periódicos
norteamericanos advierten a la población de alzas en los precios de carne de
cerdo, res y pollo, así como de leche y huevo hacia fines de este año y el
siguiente. Otras instancias prevén una crisis de precios de los alimentos
similar a la ocurrida en 2007 – 2008. Por cierto que estas elevaciones de
precios algo tuvieron que ver con descontentos populares importantes en varios
países del norte de África.
Para México significaría que
a una situación crónicamente mala, en empeoramiento gradual, se le sume una
crisis alimentaria ante la que habría que preguntarse ¿Cuál será la gota que
derrame este vaso?
Y es que, de acuerdo a
cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía –INEGI-, cerca
de 22 millones de mexicanos no cuentan con ingresos suficientes para adquirir
una canasta alimentaria mínimamente adecuada.
No se trata ya tan solo de la
población rural y los desempleados. Una porción creciente de los trabajadores
formales, digamos los que ganan 2.5 veces el salario mínimo o menos, no ganan
lo suficiente para alimentar a sus familias. Recordemos que esos 2.5 salarios
no son sino la mitad de un solo salario mínimo de 1978 - 1980, al que se había
llegado después de tres décadas de buen crecimiento e incremento del bienestar
mayoritario. Solo que los siguientes 30 años han sido de despojo progresivo del
ingreso mayoritario.
El Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social calcula que se necesitan 1,101
pesos mensuales para que una persona se alimente adecuadamente en el medio
urbano; 783 pesos en el medio rural. Un trabajador necesita ganar 4,400 pesos,
unos 2.5 salarios mínimos, tan solo para comprar los alimentos de una familia
de cuatro. Eso sin pagar renta, electricidad, agua y demás. Se podía con un
salario mínimo de 1978, no con uno de ahora.
Para el director del Centro
de Investigación en Economía y Negocios –CIEN-, del Tecnológico de Monterrey, José
Luis de la Cruz Gallegos, la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores
sobre bienes de la canasta básica ha sido del 10 por ciento en los últimos diez
años. Lo peor es que el CIEN advierte que el horizonte previsible es la
continuidad, en los próximos años, de la continuación del deterioro de los
ingresos, muy insuficiente creación de empleos y, ahora se aparece la elevación
del precio de los alimentos.
Me recuerda el mensaje de un
manifestante de los últimos días: “No hay situación, por grave que sea, que no
pueda empeorar.”
Ante esta realidad, que no
es producto de la naturaleza sino de una política económica, social y de
desarrollo rural francamente autodestructiva la actual administración dice que
la situación no es realmente tan mala: subirán los precios pero no faltarán los
alimentos. El hecho es para 22 millones de mexicanos ya falta y la elevación de
precios ciertamente empeorará la situación.
La Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos establece ahora en su artículo primero que todas
las personas gozarán de los derechos humanos y en el cuarto que toda persona
tiene derecho a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad. Es obligación
de todas las autoridades respetarlo, promoverlo y garantizarlo.
No hay medias tintas: es
derecho de todos, sin excepciones ni prerrequisitos; no se trata de simple
comida chatarra, sino de alimentación nutritiva suficiente y de calidad; y el
Estado lo garantiza. Más adelante la constitución establece también el derecho
de todos al acceso al agua potable.
Este derecho se asocia, en
el artículo 27 a la promoción del desarrollo rural integral que tendrá como uno
de sus fines que el Estado garantice el abasto suficiente y oportuno de los
alimentos básicos.
Me resulta difícil entender:
Uno, cómo es que estas modificaciones tan importantes fueron hechas el año
pasado sin discusión de fondo y de manera prácticamente inadvertida para la
mayor parte de la sociedad. Dos, cómo es que se inscribe en nuestro pacto
social algo tan socialmente digno y avanzado y luego resulta que no se hace
nada al respecto.
Uno de los más graves
problemas de este país es, en mi opinión, la distancia entre una legalidad cada
menos funcional y el país real. Urge recuperar la armonía entre legalidad y
sociedad y no veo mejor manera de empezar que hacer efectivo el derecho a la
alimentación.
Implica una estrategia de
desarrollo integral socialmente
incluyente y conducente a la reconquista de la autosuficiencia alimentaria. No
es con dólares sino con el trabajo de los productores rurales mexicanos, con su
organización para la producción y la comercialización, que se puede hacer
efectivo el mandato constitucional.
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