domingo, 25 de agosto de 2013

Buenos pronósticos

Faljoritmo

Jorge Faljo

Vivimos en un país de buenos pronósticos. No quiere decir que sean de calidad, realizados con objetividad, por verdaderos expertos y que, a final de cuentas, pasan la prueba de fuego: es decir que son atinados. No, no es así. Simplemente quiere decir que en esta materia somos persistentes en pronosticar futuros sonrosados, buen crecimiento, generación de empleo, bienestar generalizado, exportaciones al alza. Incluso equidad, democracia, libertad, paz y felicidad. Como en navidad.

Luego, lamentablemente, se atraviesa la realidad que todo lo desmorona.

A principios de año la Secretaría de Hacienda le pronosticaba al país un crecimiento de 3.5 por ciento en este 2013. Luego lo bajó al 3.1 y ya transcurrido buena parte del año; es decir cuando del pronóstico tenemos que pasar a la constatación de hechos, nos dice que el crecimiento será del 1.8 por ciento en el año.

Podría decirse que no se trata de un error, sino de un estilo típico nacional.

Hace treinta años los chicos neoliberales decidieron que el país debía modernizarse y esa era la puerta de entrada al crecimiento, la productividad, el empleo, el bienestar, en fin, al primer mundo. Me refiero al primer mundo de hace treinta años, porque el de hoy en día está en la ruta contraria: estancamiento, cierre de empresas (el colmo de la improductividad), desempleo, empobrecimiento masivo, angustia y depresión.

Para ser modernos había que deshacerse de los pre-modernos, la pequeña producción manufacturera, el empresariado sin visión global, la producción campesina y los pequeños agricultores. Fueron estos los traicionados por los Chicago boys mexicanos que los condenaron a la quiebra y con ellos a decenas de millones que serían la carne de cañón de la emigración, la desintegración familiar, el desempleo y la violencia.

Falló ese pronóstico y como piezas de dominó se han venido cayendo todos los que le siguen. ¿Recuerdan que la reforma laboral generaría muchos empleos?

No se crea que este es un problema partidario. Las predicciones de Fox y de Calderón no se quedaron atrás. En cada caso se predijo un buen crecimiento y en el segundo que se crearían 900 mil empleos al año. Sin duda buenos pronósticos que alimentaron nuestras falsas esperanzas. Y nada tengo contra ellas. Las esperanzas, incluso las falsas, son importantes: nos permiten seguir adelante; perseverar así sea en el error; conservar el ánimo; creer que a nuestros hijos les irá tan bien como a nuestros padres; pensar que se ve la luz al final del túnel.

Los buenos pronósticos son un regalo para la población, y a caballo regalado no se le ve el colmillo. No es necesario responsabilizarse de ellos o pedir disculpas cuando fallan. Mucho menos renunciar. Son parte de la cultura del optimismo y la buena vibra, del piensa bien y estarás bien. Para entenderlos y ponerse a tono hay que tomar cursos intensivos de pensamiento positivo que están al alcance de todos, y se complementan perfectamente con lo poco o mucho que se sepa de economía, leyes o cualquier otra cosa. Nadie quiere malas noticias; ya la realidad es suficientemente fea.

Entre los mejores están los pronósticos piramidales. Un ejemplo. Hace dos semanas el economista en jefe de un importante banco internacional, con oficinas en México, calculaba que el efecto de la reforma energética elevaría el crecimiento de la economía del 3.5 “actual” (se publicó el 13 de agosto) al 5.8 por ciento. Un buen pronóstico al cuadrado.

Los buenos pronósticos substituyen con éxito a los cambios difíciles. Una modificación en la ley promete darnos buena educación; otra asegura la estabilidad financiera (la próxima crisis será anticonstitucional); la firma de un buen pacto desembocará en eliminar el hambre y el desempleo; la reformas elevarán la competitividad de la economía nacional.

No faltan los agoreros que señalan que se ha agotado el modelo de crecimiento vía exportaciones y la inversión productiva dependiente de la entrada de capitales externos; o que no se generarán suficientes empleos formales sin política industrial o no se reducirá la pobreza extrema sin autosuficiencia alimentaria. Pero… ¿a quién le gusta el pesimismo?

Mejor el optimismo irresponsable; al fin y al cabo que toda profecía que no se cumple es porque hubo algún choque transitorio proveniente del exterior. Es decir que se trata de problemas fuera de nuestro control y frente a ello no hay nada que hacer; porque adivinos no somos.

Cierto que buena parte de los problemas son prevenibles. Pero eso requeriría vaticinarlos; decir que algo irá mal. Lo que no es compatible con los buenos pronósticos y hasta podría llevarnos a tratar de hacer cosas complicadas. Como una reforma fiscal efectiva para que contribuyan los que tienen (y no los que ni a empleo llegan); eliminar el déficit manufacturero con China; que Banxico se ocupe del crecimiento y el empleo (como los bancos centrales de otros países); fortalecer el mercado interno por la vía de recuperar el poder adquisitivo de los salarios; emplear todas las capacidades productivas subutilizadas; imitar las políticas de los países exitosos. Todo ello en vez de flotar de muertito en las aguas de un libre mercado que en nuestro caso no llega a tianguis.

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