martes, 20 de agosto de 2013

Reforma petrolera: apuesta por la continuidad

Faljoritmo

Jorge Faljo

El Presidente Peña Nieto ha enviado a la cámara de senadores la tan esperada iniciativa de reforma energética. Comentaré lo referido al petróleo, su parte más importante y controvertida. El cambio propuesto a final de cuentas parece un esfuerzo, un poco desesperado, por mantener la continuidad de la estrategia económica básica mediante medidas parciales. No le critico a la reforma que sea insuficiente, que no lo es, sino que apunta en sentido distinto, en substitución de los cambios de fondo que el país necesita.

La iniciativa no podía ignorar el hecho de que es el tema petrolero se encuentra cargado de simbolismo histórico: el de la lucha nacional por afirmar nuestra soberanía frente a los grandes poderes transnacionales. Por eso la propuesta se arropa, dice, en el ideario del Presidente Lázaro Cárdenas. Lo menciona por su nombre once veces y tiene otras 23 referencias a la propuesta cardenista. Casi queda uno convencido de que la iniciativa salió de la propia mano del general.

Más allá de los simbolismos me parece importante entender la lógica que sustenta la propuesta y me aventuro a tratar de comprender, o de suponer, cual es la racionalidad que la sustenta. Cómo no me convencen los argumentos explícitos creo que existen otros, los verdaderos que no se ventilan abiertamente.

No me parece que la reforma se requiera por falta de recursos de financiamiento o por insuficiencia de capacidades tecnológicas internas o por la necesidad de compartir el riesgo. Por otra parte ya basta de futuros optimistas incumplidos. No va a generar un ritmo de crecimiento del 5.8 por ciento anual, o abaratar los energéticos, o hacernos competitivos y generar mucho empleo.

Lo que sí es evidente es que el gobierno enfrenta un fuerte problema de financiamiento generado por el bajo ritmo de crecimiento, la evasión de impuestos, la quiebra de empresas y la pérdida de empleos. Ante ello la reforma busca elevar el ritmo de extracción de crudo, una fuente esencial del financiamiento gubernamental, sin hacer uso de recursos públicos. Una manera indirecta de financiarse durante el proceso de inversión y posteriormente, con la extracción.

Buena parte de lo que se legaliza ya se hace. PEMEX contrata empresas, equipos (por ejemplo plataformas marinas) y transferencias tecnológicas privadas a las que paga generosamente. Pero la diferencia será que ahora el gobierno podrá contratar directamente a las empresas privadas sin intermediación de la gran empresa.

Esta administración considera que será más eficiente administrativamente incrementar la producción, las áreas de extracción y el uso de nuevas tecnologías contratando por fuera de PEMEX; una empresa gigantesca que es todo un poder en sí mismo y que intentar transformarla además de cuesta arriba conlleva serios riesgos políticos. No se le puede manejar como a la reforma educativa y al sindicato de maestros. Mejor crearle competidores que debiliten su influencia, y la de su sindicato.

La medida crea un nuevo campo de atracción e inversión de capitales internacionales que algunos calculan en unos 50 mil millones de dólares. Con ello se fortalecería el peso y, creen, se alejarían los nubarrones cada vez mayores de la volatilidad financiera.

Financiar al gobierno, sacarle la vuelta a PEMEX y atraer capitales externos parecen las tres razones de fondo de la reforma.

Lo preocupante de esta reforma es que impide ver otras opciones, de mayor fondo, más sustentables, aunque inicialmente traumáticas, y que tendrían mucho mayor impacto positivo en la competitividad de las empresas, la generación de empleo y el bienestar de la población.

Necesitamos una paridad competitiva, una política industrial y una balanza de cuenta corriente positiva. Esto se puede traducir de manera sencilla: eliminar el déficit comercial con China. Se trataría de aprovechar plenamente nuestras muchas capacidades productivas, manufactureras y de todo tipo, que actualmente se encuentran subutilizadas.

Esto es contrario a tratar de conseguir estabilidad financiera con una moneda sobrevaluada y un constante déficit comercial y de cuenta corriente.

Lo que se hace al financiar al gobierno con ingresos petroleros incrementados es posponer una reforma fiscal a fondo que por fin imponga contribuciones razonables a los muy altos ingresos, a las grandes fortunas y, sobre todo, a la ganancia financiera. Extraer más petróleo se convierte en una manera de evitar que paguen más impuestos los grandes privilegiados del modelo.

La preocupación por el ritmo de endeudamiento de los estados sumado al rezago de la infraestructura social y los servicios públicos (salud, educación, transporte y graves errores de urbanización) e incluso la violencia nos señala la necesidad imperiosa de un estado promotor de la inclusión (producción, empleo y bienestar). Extraer más petróleo para substituir la baja de ingresos de una economía estancada no basta. Hay que solucionar el problema del país no el del gobierno.

Banco de México anuncia que se acabó la posibilidad de crecimiento mediante exportaciones. Ahora solo queda crecer hacia adentro y eso implica fortalecer la capacidad de compra de las mayorías. No es momento de gravar más al consumo mayoritario. Por lo contrario, hay que fortalecerlo asociándolo al consumo de producción interna. Esto implica un comercio externo administrado. Las transferencias sociales (“Oportunidades”) deben ser estrictamente para consumo de origen local.

Se apuesta a rejuvenecernos como país petrolero, a recuperar el tiempo perdido creando infraestructura de distribución e industria petroquímica. Suena bien, pero todo ello se finca en acelerar la extracción de petróleo cuando solo contamos con reservas probadas para diez años. De modo tal que el plan se basa en la confianza, pero no en la seguridad, de que iremos descubriendo nuevos yacimientos en zonas de extracción más compleja.

Es una apuesta arriesgada para darle bocanadas de aire a un modelo económico moribundo. Un riesgo que corre ya no digamos la siguiente generación, sino el siguiente sexenio. Y acabarnos el petróleo en ese esfuerzo parece la apuesta equivocada.

Mejor repensarnos desde ahora como una economía no petrolera que administra muy cuidadosamente, para que dure más tiempo, lo no renovable y pone el énfasis en hacer un uso eficiente de todos sus otros recursos y capacidades.

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