domingo, 13 de octubre de 2013

De la sartén ¿a dónde?

Jorge Faljo

La negativa del partido republicano a ampliar el techo de su deuda llevó al cierre parcial y gobierno federal norteamericano hace unos días y ahora amenaza con incapacitarlo para pagar sus deudas. En palabras de Christine Lagarde, la directora del Fondo Monetario Internacional, lo primero es bastante malo pero lo segundo sería mucho peor, una catástrofe con repercusiones internacionales.

El despido temporal de 800 mil trabajadores, (aunque finalmente acordaron que se les pagará cuando haya presupuesto), y el cierre de servicios públicos tienen un efecto aún pequeño, pero creciente, de piedrita en el zapato del bienestar social y de la operación de la economía norteamericana. Muchos servicios públicos son ejecutados por gobiernos estatales y municipales y otras agencias intermedias que apenas empiezan a agotar sus recursos federales. Esto afecta sobre todo a la población más vulnerable.

No pagar por otro lado destruiría la confianza en uno de los más grandes, y seguros, deudores del planeta y podría conducir a una fuerte recesión.

Hasta el momento el gobierno norteamericano está autorizado a endeudarse por 16.7 billones (millones de millones) de dólares y ese límite se alcanza la semana que entra. Como para la mayoría de los deudores la deuda es recurrente; se pagan los intereses y parte del capital, pero al mismo tiempo se contraen nuevas deudas. En los últimos años la abundante impresión de dólares de su banco central generó mucha liquidez y, en consecuencia, muy bajas tasas de interés. El gobierno y los bancos podían endeudarse a tasas cercanas a cero. Lo que alentó la poca recuperación del consumo y la producción posterior a la llamada gran recesión del 2008-2009.

Si se llegara al incumplimiento de pagos la pérdida de confianza llevaría a un incremento de las tasas de interés que impactarían fuertemente el costo del financiamiento del gasto federal, y también del consumo y la inversión. Eso bajaría la captación de impuestos y se reduciría aún más el gasto público en una espiral negativa equiparable a la recesión de hace poco.

Y recordemos que por eso cayó en un 6.1 por ciento el PIB mexicano en 2009.

La amenaza de suspender pagos no ha sido creída por muchos bajo el sencillo argumento de que sus políticos no pueden estar tan deschavetados. Sin embargo el descontento y la tensión aumentan a pesar de que ya hay señales de una posible salida… temporal.

Boehner, el líder republicano del congreso se negó a convocar a la votación que permitiría elevar el techo de deuda a menos que se pospusiera la entrada en vigor de la nueva ley de salud. Su posición se ha suavizado, en parte por la caída de su partido en las encuestas de opinión. Ahora los republicanos ofrecen una ampliación del endeudamiento suficiente para que el gobierno pague sus deudas por unas semanas más, pero sin permitirle reabrir su operación. Eso a cambio de una negociación para reducir gastos sociales.

El fondo de la cuestión es que los políticos y el pueblo no se han dado cuenta de que quieran o no se encuentran en una transición de modelo económico de gran magnitud. La crisis del 2008 señaló el final del crecimiento de la demanda sustentado en el endeudamiento creciente de la población y del gobierno (incluyendo federación, estados y ciudades).

Mientras el uno por ciento de la población, que acapara todo incremento del ingreso, le prestaba al gobierno y a los demás norteamericanos era posible que creciera la demanda, la producción y el empleo. Crecer de esa manera no era lo mejor; pero lo que se avecina puede ser mucho peor. La economía norteamericana opera muy por abajo de sus capacidades instaladas; desperdicia el potencial de millones de ciudadanos capaces y deseosos de empleos; su juventud enfrenta un horizonte sin perspectivas aceptables; la mayoría se empobrece.

Pero el uno por ciento prestamista exige la seguridad de que podrá cobrar lo que presta, y en caso de incertidumbre demanda mayores intereses por riesgo incrementado. No obstante las oportunidades de inversión productiva, o financiera, se estrechan debido al bajo consumo y a que la población ha llegado a los límites de su solvencia. Ahora los republicanos exigen que el gobierno se comporte de manera similar.

Lo que hay de fondo es que el uno por ciento cree que la mejor manera de asegurar sus capitales prestados es que el gobierno norteamericano se recorte substancialmente; que reduzca sus programas sociales y las transferencias a los más pobres y vulnerables. Pero vetan un posible equilibrio financiero basado en cobrar más impuestos.

Están logrando su propósito pero eso mismo hunde a la economía, el empleo y el bienestar. Algún día su triunfo podría revertirse; cuando el 99 por ciento de la población exija poder consumir al nivel que se lo permite el enorme potencial de su aparato productivo y sin endeudarse.

De momento la capacidad de demanda esta acaparada en muy pocas manos que la sueltan a cuentagotas pagando bajos salarios, bajos impuestos y que temen no poder cobrar lo que prestan.

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