Faljoritmo
Jorge Faljo
El 18 de marzo de 1938 el presidente de la República Lázaro Cárdenas del Rio anunció la expropiación del petróleo, riqueza que explotaban 17 compañías extranjeras. Fueron días de júbilo y movilización popular en apoyo a una decisión gubernamental que fue, revolución aparte, el hecho histórico más trascendente del siglo pasado.
Se fortaleció un modelo económico, social y político asociado a la recuperación de la tierra por parte de las comunidades, a la organización de los trabajadores y al impulso a la producción rural e industrial. Se redefinieron nuevos grandes actores: campesinos, un empresariado nacional en construcción y organizaciones de trabajadores. Arriba de todo un estado regulador socioeconómico e impulsor de la economía mediante un amplio aparato de soporte institucional.
El cardenismo sentó las bases de un crecimiento económico y del bienestar que duró cuatro décadas; en 1978 se alcanzó el momento de mayor ingreso y bienestar de los trabajadores mexicanos.
La transformación de estos días no es menos trascendente. En los dos casos las reformas adquieren sentido como parte de estrategias más amplias que definen distintos rumbos socioeconómicos. Hace 75 años se fortaleció un modelo de país de producción y trabajo. Ahora se difunde la idea de que podemos aspirar al rentismo.
Se nos dice que existe una enorme riqueza que no podemos explotar nosotros mismos y hay que invitar a los poderosos al banquete. La manera de explotar esta riqueza es fundamental. Pero hay otro punto tan importante, o más, que urge analizar. ¿De qué tipo de banquete estamos hablando?
La única forma de que las mayorías del país mejoren su bienestar es mediante trabajo; esa es su aspiración y única vía firme a una mejoría sustentable. El rentismo es privilegio de minorías; solo el trabajo puede sustentar el bienestar mayoritario. Pero la reforma no apunta a impulsar el fortalecimiento productivo generalizado y el empleo mayoritario. Cuando más, si la riqueza de la que se habla se hace realidad, se creará un sector poderoso del que podrán salir recursos para la asistencia y el control social, pero no para el desarrollo socioeconómico.
La urgencia de la reforma se debe a que el modelo económico se encuentra moribundo. El país no ha tenido un solo saldo positivo en cuenta corriente en los últimos 25 años. Las exportaciones petroleras, las remesas de los trabajadores migrantes y el narco no bastaban para equilibrar las finanzas nacionales. Aparte de ello era necesario vender patrimonio: los bancos, las grandes industrias, la minería, las acciones en la bolsa, la distribución comercial de mayoreo y menudeo. Y además, claro está, el endeudamiento público y privado con inversionistas externos.
El problema es que equilibrar las finanzas nacionales mediante venta patrimonial es adictivo. La venta de un bien productivo (cervecera, acerera, tequilera, subsuelo) puede atraer miles de millones de dólares al grado de crear una abundancia que abarate el dólar y las importaciones. Solo que en los años siguientes esos inversionistas empiezan a enviar sus ganancias al exterior; aumentamos el consumo externo y destruimos la producción interna. Lo que hace necesario atraer más inversiones o préstamos externos.
A fines del 2008 la crisis norteamericana provocó grandes pérdidas a inversionistas mexicanos que especularon con el capital de sus empresas. Para pagar lo que perdieron tuvieron que comprar dólares en México y provocaron el alza del dólar. Había el riesgo de una desbandada de capitales asustados por la perspectiva de devaluación.
La situación se atajó con el anuncio de la línea de crédito flexible llamada blindaje financiero. Así se anunciaba que el país estaba dispuesto a endeudarse al tope para proporcionar los dólares suficientes, a buen precio, a los capitales que decidieran retirarse. Esa promesa de endeudamiento potencial del Banco de México calmó los ánimos y no se produjo una estampida.
Solo que de entonces para acá la necesidad de capitales externos para sostener unas finanzas precarias se incrementó al tiempo que los ingresos flaquean. Las exportaciones, las remesas de migrantes y tal vez hasta los narco dólares se estancan. Debemos a la decisión de la Fed (el banco central norteamericano) de imprimir 85 mil millones de dólares mensuales el que nos siguieran llegando dólares en abundancia para aprovechar nuestras altas tasas de interés.
Pero la posibilidad de que se dejen de imprimir tantos dólares amenaza con secar esta fuente también. Ahora la reforma energética entra como salvadora al crear la expectativa de grandes inversiones externas y mayores exportaciones petroleras.
Una gran entrada de dólares le evitaría al gobierno el trago amarguísimo de elevar los impuestos al gran capital (productivo y financiero) a niveles comparables a los internacionales. Pero sobre todo permite sostener la sobrevaluación del peso y atraer capitales a la bolsa de valores.
Así que esencialmente el efecto de la reforma energética será similar al del blindaje financiero. Con él se lograron ganancias record en la bolsa de valores (muy presumidas por Fox y Calderón) y abaratar el precio del dólar y las importaciones. Eso les pegó duro a los productores nacionales no protegidos en nichos de mercado de privilegio (concesiones y favores públicos). A la empresa productiva convencional le redujo el margen de utilidad y a millares de ellas las llevó a la quiebra. Ciertamente no creó empleo ni alentó la producción.
Se planea llevar el productivismo petrolero al máximo grado de extracción posible; incluso más allá de las necesidades de financiamiento gubernamental y ya se anuncia la creación de un fondo soberano de estabilidad financiera en Banxico; una institución sin representación del aparato productivo, ni de la sociedad en general, que no rinde cuentas de su política y que está esencialmente blindada ante las exigencias de desarrollo económico y social.
Tres efectos previsibles: sobreoferta petrolera que abarate los precios internacionales; convertir el petróleo en inversión especulativa para beneficio del capital financiero; y fortalecer el peso. Lo que se anuncia es la continuidad, por varios años más, del modelo importador y destructor del empleo productivo.
Es decir que habrá un banquete sin pobres, sin trabajadores y sin la mayoría de los empresarios productivos del campo o la ciudad.
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