Faljoritmo
Jorge Faljo
La primera exhortación apostólica del Papa Francisco está levantando ámpula porque pega duro a las estructuras anquilosadas de su propia iglesia, al funcionamiento de la economía globalizada y al pensamiento neoliberal que defiende los intereses anticristianos de los poderosos.
No se piensa el Papa como revolucionario, pero si crítica que dentro de la complejidad del mensaje evangélico no siempre se destaca lo prioritario y esencial. Propone un cambio de énfasis al interpretarlo; pero eso de cualquier manera es una propuesta para modificar de raíz a la iglesia y al mundo. De su crítica no se salva ni el papado; pues propone su “conversión” para volverlo más fiel al mensaje cristiano original.
Para empezar la exhortación Evangelii Gaudium, o “Alegría del Evangelio” propone que este debiera ser el sentimiento central de la vida de la iglesia. Una alegría asociada a una vida en comunidad donde cada uno ayuda a los demás y es contraria a la tristeza del individualismo egoísta. Lo contrario a decir que esta vida es un valle de lágrimas y a considerar al sufrimiento como algo valioso.
Retoma lo que eran ideas centrales de la ideología de la liberación: democratización de la iglesia, priorización de la justicia, ambas expresadas con sutileza. Señala, por ejemplo, que a veces los obispos deberán estar delante de su comunidad para indicar el camino, en otras en medio de todos y en ocasiones deberán caminar detrás del pueblo porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. Se opone a una doctrina monolítica y dice que hay muchos caminos, siempre y cuando haya respeto y amor.
Incluso señala que muchas veces lo que se expresa con un lenguaje enteramente ortodoxo no permite que el pueblo comprenda el verdadero mensaje de Jesucristo. Que hay costumbres muy arraigadas que se presentan como mensaje divino cuando son en realidad creación de la propia iglesia y ya son obsoletas. Cita a Santo Tomás de Aquino para decir que en realidad los preceptos dados por Jesucristo son poquísimos y que hay que cuidad que los otros, los añadidos, no conviertan la vida de los fieles en esclavitud. El confesionario no debe ser sala de torturas y la iglesia no es aduana de la gracia, sino lugar de comprensión y misericordia. Con ello propone el abandono de la autoritaria posición juzgadora para tratar de entender mejor al mundo de hoy en día.
Bergoglio no quiere una iglesia enferma por el encierro y la comodidad; ni preocupada por ser el centro; ni clausurada por una maraña de obsesiones y procedimientos. Lo esencial es justicia y misericordia; el vínculo inseparable entre la fe y los pobres.
Con estas bases el papa Francisco se lanza a la crítica profunda de la situación económica del mundo. Su diagnóstico es sencillo pero contundente: la alegría de vivir se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad.
Hay un mandamiento, “no matar” y por ello tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad” porque ella mata. “Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil”. La consecuencia es que grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas; sin trabajo, sin horizontes.
Ya no se trata simplemente de explotación, sino de algo más terrible: la exclusión de gran parte de la población. Las teorías que suponen que el crecimiento económico y la libertad de mercado generan equidad e inclusión social no tienen sustento. Expresan una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico. Se ha desarrollado una globalización de la indiferencia incapaz de compadecerse de las vidas truncadas.
Por la adoración del becerro de oro se ha perdido el objetivo humano y se empobrece la mayoría. Se trata de un desequilibrio que proviene de las ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que niegan el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Es una nueva tiranía invisible.
Tras esta actitud egoísta de los poderosos se esconde un rechazo de la ética y de Dios. Para estas ideologías Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud.
El mensaje del Papa a los católicos es contundente: ¡muévanse!
PRECIOSO, FRANCISCO... TE PONGO SOBRE EL ALTAR (LA PORTADA DE LA REVISTA TIME) JUNTO A MIS VIRGENES MÁS QUERIDAS, LA CARIDAD DEL COBRE Y LA GUADALUPANA QUE MAÑANA FESTEJAMOS CON MUCHOR AMOR. AL LADO DE LOS AMIGOS QUE SE HAN IDO PARA QUEDARSE EN NUESTRAS MEMORIAS Y ACCIONES, ALIMENTANDO NUESTRAS ENERGÍAS POR UN CAMBIO REAL DE TODOS LOS ÓRDENES. FRANCISCO COMPRENDIÓ, POR ESO ESCOGIÓ SER FRANCISCO. AYÚDEMOSLO A PRECISAR SUS PALABRAS Y ACCIONES DE FORMA A QUE LLEGUEMOS A SALIR DE LA SELVA OSCURA EN QUE LA HUMANIDAD HEMOS IDO A DAR!
ResponderEliminarY gracias Jorge por pasarnos este escrito que a mí me alienta mucho... no sabes cuánto!
ResponderEliminarPrácticamente no hay ningún líder mundial que inspire algún tipo de cambio o de salida al desorden que priva en nuestra casa planetaria. Sobran políticos convencionales, tecnócratas de gabinete, hipócritas moralinos, corruptos empedernidos, y pragmáticos sin rumbo. Ojalá Francisco mueva más el avispero, dentro y fuera de su iglesia.
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