Faljoritmo 02/02/14
Jorge Faljo
La economía norteamericana se encuentra en una notable recuperación. En el cuarto cuatrimestre del 2013 creció al 3.2 por ciento anualizado. Es decir que inicia el 2014 con un paso firme.
Esta recuperación de su dinamismo se explica sobre todo por la política monetaria flexible de la Reserva Federal, su banco central, que creó muy fuertes cantidades de dinero que utilizó para comprar deuda pública que se encontraba en manos de particulares. De este modo generó una abundancia de recursos financieros que abarató las tasas de interés a niveles cercanos a cero y en la práctica negativos; es decir, por debajo de la inflación. Esa política facilitó el pago de deudas por parte de la población y también evitó el ahorcamiento de las finanzas públicas.
La abundancia de dinero benefició sobre todo a los grandes capitales; se elevó el precio del oro y de las acciones en la bolsa de valores. Pero es innegable que la baja de las tasas de interés también benefició a los consumidores, sobre todo a los endeudados, y que parte de este dinero se filtró hacia el consumo. Otra parte salió de los Estados Unidos hacia los países emergentes donde sirvieron para comprar acciones y empresas, y prestarle a los gobiernos y al sector privado. Esto hizo que hubiera abundancia de dólares en los países periféricos –como México- y que hicieran mayores compras de productos norteamericanos.
Estados Unidos recupera el dinamismo de su economía; pero no marcha parejo. No es una recuperación creadora de empleos y el presidente Obama advierte la creciente disparidad de ingresos dentro de su país. De hecho en los últimos treinta años los salarios han perdido capacidad de compra; lo las familias han compensado mediante la entrada de las mujeres y adolescentes al mercado laboral. A pesar de trabajar más muchas familias se han empobrecido y otros muchos no encuentran empleo.
De hecho la crisis ha sido el pretexto para reducir salarios, disminuir la calidad laboral y lanzar una oleada legislativa que en los espacios estatales y municipales ha reducido los derechos de los trabajadores, limitado su capacidad para organizarse e incluso ha llegado a prohibir la negociación colectiva de condiciones laborales y salarios.
La caída de salarios ha llegado al punto de que el salario mínimo se ubica por abajo del nivel de pobreza y buena parte de los trabajadores con un empleo formal reciben ayuda pública nutricional y de otros tipos. Cuarenta siete millones de norteamericanos en 18 millones de hogares, reciben subsidio a su alimentación. Puede verse como un subsidio a los empleadores dado que el gobierno tiene que cubrir el déficit salarial para que las familias puedan comer, transportarse, atender una enfermedad. Frente a ello numerosas ciudades y algunos estados están creando sus propios “salarios de vida” obligatorios.
Estados Unidos se encuentra enfrascado en una ruda disputa ideológica que frena casi toda posibilidad de beneficiar a la mayoría. Ahora el presidente Obama ha declarado que si no puede llegar a acuerdos con el congreso va a actuar mediante acciones y órdenes ejecutivas.
Ha ordenado que los contratistas del gobierno federal, básicamente proveedores de servicios de limpieza, alimentación, seguridad, jardinería y otros, paguen un mínimo de 10.10 dólares la hora a sus trabajadores. Es un incremento importante dado que el actual salario mínimo es de 7.25 dólares la hora. Sin embargo de los dos millones de empleados de empresas contratistas beneficia solo a unos 200 mil que ganan menos que esa cantidad. Por otra parte la medida se aplica solo a nuevos contratistas y cuando se modifiquen contratos vigentes. No es claro si se podrá aplicar a situaciones ya previstas de renovación automática de contratos.
Al mismo tiempo ha enviado una propuesta de ley al congreso para elevar el salario mínimo nacional a esos mismos 10.10 dólares la hora en un plazo de tres años y para indexarlo a la inflación.
Un asunto de fondo es si los salarios deben ser dejados en manos del libre mercado laboral o si la negociación debe ser de tipo político.
Recordemos que los grandes avances en tecnología y productividad están haciendo que se despida a mucha gente y se creen pocos empleos. Sobran trabajadores e incluso empresas con enormes ganancias han decidido pagar a sus trabajadores menos de lo necesario para que sus familias sobrevivan. Así es el mercado.
El presidente Obama reactiva la posición de que debe imperar una decisión política que atienda al interés social. La manera de instrumentarla es muy gradual y básicamente recurre al ejemplo y a crear conciencia social. Pero enfrenta enormes intereses que han implantado fuertemente la ideología darwiniana (la supervivencia del más apto) en la población norteamericana.
Visto desde la óptica mexicana nos encontramos ante una severa disyuntiva. La recuperación de la economía norteamericana se traduce ya en una disminución de la inyección de dinero y en una menor abundancia de liquidez. Eso puede elevar las tasas de interés en los Estados Unidos y disminuir la salida de capitales hacia nuestro país. Aquí ya se nos anuncia volatilidad; una posible apreciación del dólar que al elevar los precios de las importaciones generaría inflación.
Las maneras tradicionales de enfrentar un contexto de este tipo son dos. Elevar la tasa de interés interna para retener capitales especulativos; lo cual le pega a los inversionistas productivos y a los consumidores. Y castigar a los salarios para que sea una vez más la población la que pague la bonanza de los muy ricos.
En el lado positivo la recuperación norteamericana abre la expectativa de que las grandes transnacionales ubicadas en México incrementen sus exportaciones. Lo que no elevará el empleo. Por el lado negativo elevar intereses y castigar salarios disminuiría la demanda, generaría quiebras y pérdidas de empleo. Lo que necesitamos es una política contra cíclica que fortalezca la demanda interna.
Deberíamos seguir el ejemplo de Obama y asumir la real recuperación de los salarios en México como una prioridad social y política. Para evadir el embrollo de que suba todo lo indexado al salario mínimo habría que crear una alternativa: un salario de “vida digna”, obligatorio, que en la práctica eleve el salario mínimo un 12 por ciento real al año, cuando menos. Si lo elevamos a ese ritmo en algo más de una década los trabajadores recuperarían el nivel de ingreso que tenían hace 35 años (así de bajo hemos caído).
Un plan de este tipo es políticamente viable para un gobierno que parece poderlo todo.
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