Faljoritmo
Jorge Faljo
La cumbre de Toluca entre los Presidentes de México, Peña Nieto y de Estados Unidos, Barack Obama y el Primer Ministro Harper, de Canadá, era obligada. No podían dejar pasar inadvertido el 20 aniversario del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, sobre todo por el creciente cuestionamiento que se le hace en los tres países.
Al mismo tiempo tenían muy poco que decirse o espacios para avanzar. Incluso Obama aprovechó para hacer declaraciones internacionales sobre Ucrania y Venezuela diluyendo o dejando en segundo lugar en las noticias lo relativo al evento mismo.
Los tres confirmaron sus compromisos genéricos con el libre comercio bajo el supuesto dudoso de que elevaría la competitividad de la región y el siguiente supuesto, ya no creíble, de que más de lo mismo habrá de beneficiar a la población. Pero en concreto, muy poco y secundario. Así que fue una cumbre de fotos y no de contenido substancial.
Los “grandes asuntos” del encuentro fueron la petición de México a Canadá de que elimine el requerimiento de visas a nuestros connacionales; el compromiso norteamericano de facilitar el pase de mercancías y personas, lo que bien pudiera entenderse como ensanchar los puentes y poner más personal migratorio; el planteamiento canadiense de la necesidad de reducir su déficit comercial de 20 mil millones de dólares –mmd-, con México; la declaración de Obama de su alta prioridad al tema migratorio y la gran declinación de la mariposa Monarca, símbolo del tratado. El tema principal entre Canadá y Estados Unidos es el interés del primero de construir un oleoducto que lleve su petróleo a las refinerías de Texas y tenga salida al Golfo de México. Todo quedó en intenciones, sin compromisos firmes.
Hace veinte años México se fue con la finta; creyó que con el TLC establecía una relación comercial de clara preferencia mutua; un real acercamiento y desarrollo equilibrado de las tres economías. Pero los Estados Unidos empezaron a firmar tratados con muchos otros países; y México siguió la misma ruta. Peor aún. Incluso sin necesidad de tratados los tres países se integran de manera preferente a un cuarto país.
Hoy en día los tres países tienen fuertes déficits comerciales con China; el de México ronda los 50 mil millones de dólares –mmd-, el de Canadá es de 23 mmd y el de los Estados Unidos los 318 mmd (datos de 2013). Lo peor es que los tres países importan del nuevo coloso oriental productos manufacturados con alto contenido de mano de obra y le exportan productos con muy bajo procesamiento. Lo cual crea empleo en China y desempleo de este lado del océano Pacífico.
China salió de la pobreza y se ha convertido en potencia industrial prestando dinero a los ricos. Usó los dólares que conseguía al exportar para prestarlos a su gran cliente, los Estados Unidos. Al aumentar sus exportaciones conseguía más dólares y prestaba más. De ese modo creó una espiral positiva exportadora, con alto nivel de empleo interno y mejora substancial de sus niveles de vida. Dado que sacaba los dólares de su mercado interno su población no se convirtió en consumidora de importaciones sino que mejoraba su consumo comprando productos chinos. De este modo dio un doble hitazo, potencia exportadora con un poderoso mercado interno. Y es que en realidad no se puede de otro modo; eso es lo que no hemos aprendido nosotros.
Sin embargo el resultado práctico es que los tres países del TLC mantienen una relación desequilibrada con China que les vende mucho y les compra poco. Esto debilita la relación interna y se convierte en un creciente obstáculo al desarrollo de los tres. De hecho en los tres casos ha sido un factor de destrucción de su aparato productivo industrial, de desempleo y de empobrecimiento. En México se destruyó la mayor parte de la producción manufacturera creada entre 1940 y 1980; en Estados Unidos sus ciudades industriales históricas, como Detroit, agonizan.
Fieles a sus dogmas los ideólogos neoliberales y las grandes empresas globalizadas se plantean un nuevo horizonte de libre comercio en la cuenca del Pacífico que incluiría, además de los países del TLC, a Australia, Brunei, Chile, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Sería otra vez un acuerdo que beneficiaría a los grandes de cada país y un paso más en la destrucción de la pequeña y mediana producción.
El TLC llegó para quedarse pero se encuentra crecientemente cuestionado. Tal vez ello abre la oportunidad para darle un nuevo sentido; plantear su reforzamiento en lo que debiera haber sido su dirección original.
Habría que replantearlo como un espacio comercial de decidida y efectiva preferencia mutua que se oriente a eliminar los déficits de los tres países con China. No estoy diciendo que no se comercie con China, solo que se exija y se instrumente desde adentro un intercambio equilibrado del TLC con esa potencia. Este primer paso se traduciría en una notable revitalización de los aparatos productivos de los tres países; de la creación de empleo manufacturero y de mejora de los niveles de vida por la única vía sustentable, el trabajo.
Para dar este primer paso el liderazgo de México y su presidente puede ser decisivo; encontraría fuertes aliados no solo dentro de nuestro país sino en los mismos Estados Unidos y Canadá. Se enmarcaría en el reforzamiento y no en el ataque al TLC e implicaría la definición de una política de comercio exterior compartida.
Un posible segundo paso podría darse en un nuevo contexto de generación de empleo en los tres países y sería el avanzar hacia un espacio de libre flujo laboral. No se trata de una pequeña y tímida petición de visas, sino de la propuesta ambiciosa de que así como se propuso integrar los mercados de bienes y servicios, el energético y el financiero, se integre ahora el laboral. Como en Europa. Esto hay que plantearlo como una clara ambición de México para el mediano plazo que fije la verdadera meta y no la negociación cuentachiles.
El TLC debe ser reforzado en la dirección correcta.
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