Jorge Faljo
El último informe emitido por la Organización Internacional del Trabajo –OIT, se titula “¿Recuperación sin empleos?”. Su mensaje es que existe una débil recuperación económica después de la gran recesión iniciada en el 2008 pero que esta no se traduce en creación de empleos y más que algo pasajero parece una tendencia permanente. En 2013 se alcanzó la cifra de 202 millones de personas en busca de trabajo sin poder encontrarlo. Otros 23 millones no se consideraron desempleados porque, desalentados, dejaron de buscar empleo.
Centenares de millones de trabajadores no ganan lo suficiente para satisfacer mínimos de bienestar. Cerca de 839 millones de trabajadores tuvieron que sobrevivir con menos de dos dólares al día en 2013 y otros 375 millones con menos de 1.25 dólares al día.
Christine Lagarde, Directora General del Fondo Monetario Internacional, señaló que Europa emerge lentamente de una profunda recesión. Pero 20 millones de europeos siguen desempleados y la mitad de ellos tienen más de un año en esa situación. Los más vulnerables son los jóvenes.
Janet Yellen, la presidenta del sistema de la reserva federal norteamericana, anunció que la política monetaria de bajas tasas de interés –cercanas a cero- continuará incluso después de que el desempleo norteamericano se reduzca al 6.5 por ciento. Esto se debe a que el desempleo norteamericano se reduce debido a que muchos dejan de buscar empleo y otros tienen empleos de tiempo parcial que no les satisfacen. Es decir que en el fondo no hay una real mejoría.
Estas fuentes comparten elementos de diagnóstico: El crecimiento económico, de por si bajo, no está generando empleos suficientes y adecuado. La razón de fondo es la insuficiencia de la demanda. No se crece más rápido porque la capacidad de compra está estancada o en deterioro.
Nos encontramos, en el planeta entero, en un círculo vicioso. Crece el desempleo y con ello el deterioro de las condiciones laborales y del ingreso. Esto a su vez implica poca capacidad de demanda, debilitamiento del mercado interno y dificultades para que las empresas coloquen su producción en el mercado. Lo que hace quebrar a las empresas que mayor empleo generan, agravando la situación.
Para la OIT, Lagarde y Yellen no habrá real recuperación en tanto que no se consiga reintegrar a los desempleados al trabajo formal, por lo menos al nivel existente antes del 2008. Tal objetivo requiere considerar la generación de empleos como un eje del diseño de las políticas macroeconómicas.
México no se encuentra fuera de este agujero negro. El mercado interno se encuentra deprimido. El Instituto Nacional de Geografía y Estadística reporta una caída de 0.3 por ciento de las ventas al por menor en enero de este año comparado con el año anterior. Por su parte la asociación de tiendas departamentales reportó una caída de un 1.7 por ciento de sus ventas en enero. Los datos indican una reducción del consumo de la mayor parte de la población.
Nuestro sector privado le apuesta a demandar mayor rapidez en el desembolso del gasto público y el gobierno parece haber aprendido la lección. El presidente Peña Nieto le ha indicado a todas las dependencias públicas que aceleren el desembolso. Pero ¿es esa toda la respuesta posible? ¿Es suficiente?
La actual administración ha reconocido, en boca del secretario de Hacienda, Videgaray, que llevamos tres décadas de crecimiento insuficiente, inaceptable. Ya es hora de cuestionar aspectos de la estrategia económica de ese periodo que parecen permanecer por inercia más que racionalidad.
Para empezar es urgente revertir el proceso de empobrecimiento de la masa de trabajadores. Hay que empezar a elevar el ingreso real de la mayoría de manera substancial y sostenida. He dicho antes que si eleváramos el salario mínimo real en 12 por ciento anual tardaríamos quince años en llegar al nivel de ingreso real que existía en 1978. Es una meta realista.
Urge elevar el nivel de ingreso de la población, pero ello no es viable si se traduce en demanda de productos importados. Por lo contrario, debe hacerse en paralelo a la reactivación de las múltiples capacidades productivas que existen en el medio rural y manufacturero, de manera tal que el fortalecimiento del mercado interno se traduzca en fortalecimiento de la producción y viceversa.
Adicionalmente habría que combatir la intermediación excesiva y la ganancia monopólica. Para ello se requieren mecanismos legales e incluso intervenciones directas del estado o apoyos a las organizaciones de productores para participar y o crear nuevos canales de comercialización.
Un tercer eje estaría en la reactivación de capacidades productivas convencionales, medianas y pequeñas, como proveedores de los actuales programas de atención social a población vulnerable, pobres, tercera edad y otros. Lo que no implica ampliación del gasto sino su reorientación para que la demanda que genere el estado sea detonador de la reactivación productiva del sector social.
Debemos plantearnos una redistribución del ingreso que no reduzca el consumo de nadie (ni de los más ricos) pero que si transfiera recursos que hoy en día no se traducen en consumo o en inversión creadora de empleos para generar demanda. Un fortalecimiento de la demanda que se conecte a producción interna como eje generador de un empleo que incremente la equidad y, sobre todo, la paz y seguridad en nuestra sociedad.
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