lunes, 2 de febrero de 2015

Recorte presupuestal

Faljoritmo

Jorge Faljo

Conforme a las mejores tradiciones de nuestra alta burocracia, la primera respuesta a la caída del precio del petróleo y de la imagen internacional de México, ambas con importantes repercusiones en las expectativas de captación de inversión externa, fue que no pasaría nada, todo seguiría igual. El único problema era el ingreso petrolero y este se encontraba asegurado por la llamada cobertura petrolera. El mensaje básico fue: no preocuparse.

Ahora, pocos días después, cambió el mensaje. Tocó al secretario de Hacienda, Luis Videgaray, anunciar la disminución del gasto público con su correspondiente acolchonamiento verbal. En primer lugar, señaló, la política seguida en el pasado ha sido la correcta. El problema lo genera el mundo con la caída del precio del petróleo, la volatilidad financiera que se espera cuando Estados Unidos deje de imprimir dinero en abundancia y eleve las tasas de interés, y la desaceleración de la economía global. Siempre si es necesario el recorte, explicó, como medida preventiva, no vaya a ser que más adelante enfrentemos un contratiempo.

Retórica aparte, es seguro que no fue fácil decidirse por el recorte ahora y no, hasta después de las elecciones. Algo modificó el ánimo gubernamental.

La clave del cambio la da el mismo Videgaray al decir que es una medida que crea certidumbre a los mercados financieros en un contexto de menor disponibilidad de financiamiento. Una posible traducción es que el bajo prestigio internacional en que ha caído esta administración haría recaer sospechas sobre su futura capacidad de pago si es que intenta ignorar el problema. Su ya escasa credibilidad financiera dependía de acciones inmediatas. Así que hay que apechugar y recortar.

El recorte es fuerte, pero se dosifica verbalmente el ramalazo. De acuerdo a Videgaray no es necesario ajustar las expectativas de crecimiento que seguirá siendo de entre 3.2 y 4.2 por ciento. En su lenguaje esto significa que no ve motivo para preocuparse por la economía nacional. Sigo pensando que es más administrador de empresa, en este caso gubernamental, que economista.

Con ello se suma a las declaraciones recientes del gobernador del Banco de México, Agustín Carstens en el sentido de que espera una inflación del 3 por ciento para este año. Es decir que él “no pasa nada” se sigue aplicando, si no al gobierno, si a la economía nacional.

El gobierno es sin duda el principal consumidor nacional en una economía aquejada por un nivel de consumo muy inferior a sus capacidades de producción. Si el gobierno baja su consumo como inversionista le pega a las grandes empresas (“amigas” muchas de ellas) que le proveen la construcción de infraestructura y servicios; Pero si baja su gasto corriente, implica pegarle al ingreso y al empleo de muchos miles que a su vez hacen consumo doméstico.

Estamos en una economía en que de acuerdo al INEGI existe una enorme y preocupante mortandad de empresas y, con ellas, de empleos. Se trata de una espiral viciosa en que la reducción del consumo quiebra empresas y al desaparecer estas se reduce más el consumo. La reducción del gasto público amenaza acentuar esa espiral negativa y su impacto en el bienestar de los mexicanos.

Decía en mi entrega anterior que incluso sin los problemas e incertidumbres recientes la marcha de la economía nacional con su oleada de destrucción de empresas, empleos y bienestar es inaceptable y convierte al país en polvorín.

Enfrentar ahora este asunto como un mero problema financiero del gobierno es insuficiente. “Resolverlo” mediante la reducción del gasto es enanizar todavía más a un gobierno que parece notoriamente insuficiente para cumplir con sus responsabilidades para con los mexicanos.

Se está configurando una crisis importante y lo que requerimos no es la cantaleta de que la política de los últimos veinte años ha rendido buenos frutos (dijo Videgaray). Tal vez tenía razón la revista “The Economist”, de gran influencia internacional, cuando en su último artículo sobre México habla de “Un presidente que no entiende que no entiende”.

Bien podría ocurrir que en unas semanas haya un nuevo giro y esta administración nos proponga cambios más serios que simplemente darse una puñalada en el empeine del pie. Ojalá.

Habrá que convocar a un nuevo esfuerzo, sobre todo de los poderosos, y eso debe traducirse en una política fiscal que incremente seriamente la recaudación a, digamos, el promedio de los países de la OCDE en la que se inscribe México.

Habrá que fortalecer el mercado interno mediante la elevación del ingreso y el consumo de la mayoría. Pero esto solo es posible si se sincroniza con un incremento de la producción interna y se evita que la demanda se transfiera al exterior.

Habrá que evadir el chantaje de la ausencia de inversión mediante el simple recurso de poner el énfasis en la reactivación de capacidades disponibles. Miles de empresarios de la ciudad y el campo estarán gustosos de poner en marcha sus unidades de producción al 100.

Debemos entender que una crisis se sortea trabajando a plena capacidad y no achicando al gobierno y la nación con cierre de empresas, desempleo y empobrecimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario