La
Bomba de Austeridad Desactivada
Jorge Faljo
En el último instante, cómo en película de acción, los
congresistas norteamericanos llegaron a un acuerdo que desactivó la bomba de austeridad
que habría de explotar al iniciar el 2013. Resolvieron, de momento, algo que
preocupaba a los norteamericanos, al mundo entero y que, de haber explotado,
también habría golpeado duramente a nuestro país.
Lo que estaba en juego era la suspensión de amplias exenciones
fiscales que el anterior presidente Bush había decretado como algo temporal. Al
terminar ese periodo habrían de subir de manera automática los impuestos para
todos los norteamericanos reduciendo el consumo de la mayoría. El impacto sería
doblemente negativo: de manera directa golpearía con dureza a millones de
familias que se han empobrecido desde la crisis del 2008. De manera indirecta
la reducción del consumo llevaría a las empresas a despedir trabajadores y, a
muchas, incluso a la quiebra. Es decir que se induciría una recesión económica
cuando aún ese país no logra recuperarse plenamente de los efectos de la
crisis.
Esto ocurre en un contexto en el que la crisis presiona hacia el
incremento del gasto público a diversos niveles. Incluye, por ejemplo, el
salvamento de bancos y empresas; el pago del seguro del desempleo a millones
que no han logrado encontrar otro trabajo; ayudas a millones de familias en
riesgo de perder sus casas por no poder seguir pagando sus hipotecas; y la
necesidad de reforzar servicios de asistencia social y de salud.
La resolución del dilema era obvia para los demócratas: dejar
que suban los impuestos de los más adinerados para poder cubrir el incremento
de gastos gubernamentales pero no subirlos a las familias de menores ingresos.
Obama propuso dejar que subieran los impuestos solo para los individuos con
ingresos superiores a los 250 mil dólares anuales o las familias con más de 300
mil.
A ello se opusieron a rajatabla los republicanos. Para ellos era
inaceptable que subieran los impuestos de nadie. Incluso en algún momento el
líder republicano en el congreso propuso aceptar que se elevaran los impuestos
para las familias con ingresos de más de un millón de dólares al año y tuvo que
retirar su propuesta debido a una rebelión del ala dura de su propio partido. En
su perspectiva lo que había que hacer era reducir el gasto público incluyendo
los gastos en salud y en asistencia social.
Una posición que llevaba a suspender la ayuda por desempleo a
dos millones de trabajadores a los que ya se les ha vencido el plazo normal
para encontrar empleo. Y es que en años anteriores un despedido tardaba en
promedio unos tres meses en encontrar otro empleo estable y en condiciones
similares a las que tenía previamente. Ahora se tarda unos diez meses en
encontrar un empleo precario y, las más de las veces, con un salario muy
inferior. Otras reducciones avaladas por los republicanos son disminuir el
gasto en salud y cargar mayores costos a la población de la tercera edad y a
las familias.
Así que las trincheras son claras: para los demócratas hay que
subir impuestos a los ricos; para los republicanos hay que disminuir el gasto
social. Por cierto que ninguno de los dos partidos acepta disminuir el gasto
militar.
Pero la bomba de austeridad era de doble filo. Por un lado la elevación
de impuestos y por el otro la disminución del gasto público. En total se
trataba de reducir el consumo de ciudadanos y gobierno en unos 600 mil millones
de dólares. Lo que se traduciría en una severa disminución de ventas para un aparato
productivo que produce muy por debajo de su capacidad instalada porque
sencillamente no hay quien compre.
El golpe en austeridad, es decir en reducción del consumo,
habría llevado al despido de un número incalculable de trabajadores y a la
quiebra de miles de empresas. Una recesión que habría empobrecido a la mayoría
y habría golpeado a las exportaciones mexicanas agravando también nuestro
propio desempleo y subutilización productiva.
Cuando sobran capacidades para producir pero falta poder de
compra, como en la economía norteamericana, mexicana y mundial, la austeridad
solo puede agravar la situación. Pero la austeridad es la bandera de los ricos
porque si a algo le temen es a que les suban los impuestos.
Finalmente el arreglo fue que algunos republicanos votaran junto
con los demócratas para dejar que se eleven los impuestos del 35 al 39.6 por
ciento para las familias con ingresos superiores a los 450 mil dólares al año y se
evitaron los recortes en ayuda al desempleo y a la salud de la población
vulnerable. Un acuerdo que no deja satisfecha a republicanos, molestos por este
aumento de impuestos, ni a demócratas, que lo consideran muy insuficiente ante
las necesidades del gasto social.
Esta batalla se repetirá en apenas unos tres meses porque será
necesario acordar una elevación del techo de endeudamiento del gobierno. Los
republicanos anuncian una elevación
pequeña a cambio de recortes importantes de gasto público. Tienen dos
objetivos: que no se pretenda subir más los impuestos a los ricos y obstaculizar
el funcionamiento de la administración demócrata para ellos aspirar a ganar la
presidencia en las próximas elecciones.
Los demócratas consideran que su mandato es proteger el gasto
social e inyectar más demanda en la economía para impulsar la recuperación de
la producción y el empleo. Eso implica transferir ingresos de los estratos
sociales que simplemente lo acumulan a aquellos otros que lo gastan. Los
segundos, los pobres gastalones dinamizan las ventas, la producción y el
empleo. Los primeros, los ricos austeros, hunden el barco.
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