lunes, 18 de marzo de 2013

Economía Social y Solidaria

Economía Social y Solidaria

Jorge Faljo

La Organización de las Naciones Unidas convoca a un encuentro, en Ginebra, Suiza, sobre Economía Social y Solidaria: Su Potencial y sus Límites. Es un evento modesto que me llama la atención porque refleja un interés internacional creciente por las formas alternativas de producción y consumo. Definir su potencial y límites es precisamente la gran pregunta, sobre todo ahora cuando las economías centrales parecen orientarse al abismo.

Bajo el nombre de economía social y solidaria se cobijan distintas formas de organización. Voy a intentar describir sus tipos principales para señalar lo que creo que no ha funcionado, lo que ha servido un poco y lo que, a pesar de todo, tiene un enorme potencial.

Menciono en primer lugar a las organizaciones basadas en la propiedad colectiva de los medios de producción. Para el caso de México habría que hablar del ejido colectivo, la propiedad comunitaria (cuando se administra de manera colectiva) y el cooperativismo. Son formas de organización fracasadas en todo el planeta; incluso en países socialistas que les dieron mucho apoyo.

Entre las causas de su fracaso se encuentra la influencia de una administración politizada y conflictiva o bien la creación de una burocracia rapiñera. Lo que me recuerda que los directores ejecutivos de las 500 empresas más grandes del planeta tienen ingresos de decenas de millones de dólares al año (con un promedio de 13 millones en 2011). Se debate a nivel internacional como dar mayor poder a la colectividad de inversionistas para hacer lo que hoy en día no puede: controlar los enormes sueldos y prestaciones que se asignan sus ejecutivos incluso cuando las empresas tienen mal desempeño.

Lo que digo es que cada burocracia lucha por crear su propia esfera de poder y privilegio lo mismo en el capitalismo que en las empresas sociales.

Pero es tal vez más importante el hecho de que la propiedad y manejo de medios de producción ha perdido importancia en un mundo donde lo relevante es la capacidad de controlar al mercado. Ejemplo: la forma de propiedad de la tierra perdió importancia cuando el estado dejó de regular la comercialización de granos. Una nueva ingeniería del mercado (apertura de fronteras, sobrevaluación de la moneda, canales de comercialización monopólicos) excluye a buena parte de los productores de la comercialización y de la producción. Dicho más breve, sin CONASUPO dejan de ser funcionales.

Una segunda forma de economía solidaria es el “comercio justo”. Consiste básicamente en que algunos grupos, generalmente de clase media, aceptan pagar un sobreprecio para ayudar a cierto tipo de productores. Los beneficiados pueden ser, por ejemplo, agricultores locales, cafeticultores indígenas, mujeres productoras o artesanos africanos cristianos, por ejemplo. En este caso es importante la “imagen” del grupo y la convicción de los consumidores para hacer un gasto “ético”

Esto se puede asociar a algunas campañas de publicidad que intentan convencernos, en contra de nuestro bolsillo, de consumir productos locales, regionales o nacionales. Son formas de solidaridad que no crecieron mucho en los momentos de auge y que ahora con las crisis centrales y el apriete del cinturón de las mayorías no ofrecen un potencial de expansión considerable.

Menciono en tercer lugar a las organizaciones para el intercambio reciproco. Aquí no importa la forma de propiedad y de organización de la producción. No se propone una solidaridad unilateral de los más acomodados en favor de los más pobres. Lo que se intenta es crear un “servicio de comercialización” adaptado a los productores excluidos.

Se busca que aquellos que tienen bienes y servicios que ofrecer (o el potencial de producirlos), pero que no los pueden vender en el mercado convencional, puedan comerciar entre ellos mismos. A muchos “pobres” les sobran cosas: a unos les sobra frijol, a otro maíz, plátanos, cebollas o naranjas. A otros más les sobran cacharros de barro, materiales de construcción, muebles, ropa o zapatos. Todos pueden producir pero no vender. Impera el absurdo; abunda lo invendible y al mismo tiempo estos productores no tienen ni para comer.

Las organizaciones para el intercambio entre productores excluidos del mercado globalizado han proliferado sobre todo en el mundo anglosajón. Pero tal vez la experiencia más impactante fue la proliferación de miles de clubes de trueque que involucraron a varios millones de argentinos durante los peores años de su crisis de principios de este siglo. A ello se sumó la circulación de “patacones”, monedas complementarias emitidas por los estados, ciudades y municipios.

Ambos, clubs de trueques y patacones atendían al mismo problema de fondo. El mercado convencional no permitía que millones que tenían bienes y servicios disponibles pudieran venderlos y después comprar. Estaba paralizada la compra venta y eso empobrecía a todos.

En Argentina la instrumentación masiva del intercambio reciproco (ellos le llamaron trueque) se originó en la movilización social. No obstante es una experiencia recuperable como política pública. Para dar un ejemplo de este potencial cambiemos de región del mundo.

Grecia ha visto caer su producto interno bruto en un 25 por ciento en cinco años de terrible crisis. Buena parte de la población tiene bienes y servicios que ofrecer, muchos otros, movidos por la desesperación, intentan regresar a la producción agropecuaria, pesquera y artesanal de productos básicos. El problema es que no hay intercambio posible cuando nadie tiene euros en la bolsa. Esta población necesita mecanismos de intercambio para lo mucho que pueden ofrecerse unos a otros. Y esto puede ser instrumentado desde el espacio público.

Las ciudades, municipios e incluso el gobierno nacional debieran emitir una o más monedas paralelas que inyecten poder de compra entre la población pero condicionado al intercambio en reciprocidad. Dinero (cupones o vales) para comprarle al vecino y que este le compre a otro vecino hasta integrar un mercado social y solidario. Promover el intercambio de lo disponible como política nacional permitiría el aprovechamiento de vastísimas capacidades paralizadas por la crisis rampante. Sería una de las formas más eficientes de uso de la escasa capacidad de gasto público.

Creo que es una vía de solución de transición para Grecia y para el mundo. Con algo de suerte y empeño construiría las bases organizativas y políticas para, como en Argentina, facilitar la evolución a un modelo económico más incluyente.

Mi última reflexión es para señalar lo paradójico de llamar “alternativas” a las formas de organización con las que la población intenta poder seguir produciendo, consumiendo y viviendo con su esfuerzo, con sus recursos y tecnologías. Solo que el mercado cambió y ya no los deja.

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