Brasil; una gota derrama el vaso
Faljoritmo
Jorge Faljo
De repente, de un día para otro, en Brasil se ha desatado una revuelta social de gran magnitud. Las protestas iníciales fueron detonadas por la subida de las tarifas del transporte público (cerca de un diez por ciento) en varias de las principales ciudades del país. Una limitada reacción popular fue duramente reprimida y eso fue como echarle gasolina al fuego. Las protestas crecieron de los miles a las decenas y cientos de miles.
Tal vez la primera señal fuerte que recibió el gobierno fue cuando el pasado domingo 16 la señora presidente de Brasil, Dilma Roussef, y Joseph Blatter, presidente de la FIFA, recibieron un gigantesco abucheo al inaugurar la Copa Confederaciones Brasil 2013. Fue una gran sorpresa puesto que esperaban aplausos. Tuvo que declararse inaugurado el evento suspendiendo los discursos.
En los días siguientes creció la reacción en las calles y a 13 días de haber elevado las tarifas de transporte tuvieron que volverlas a bajar. Pero ya era demasiado tarde. La gota había derramado un vaso lleno de resentimientos largamente acumulados. ¿Quiénes y porque protestan?
Los manifestantes son sobre todo jóvenes urbanos de clase media con un nivel de educación superior al de la mayoría de la población y bien conectados a las redes sociales. Es por esos medios que se auto convocan a marchas y protestas. No tienen líderes identificables y rechazan a todos los partidos políticos. A los grupos que pretenden incorporarse con banderas o logos de partidos, incluso de izquierda, los rechazan por oportunistas.
Que se trate de los hijos de la clase media educada nos recuerda el papel que estos jóvenes jugaron en las revueltas de Túnez, Libia, Egipto e incluso el destacado aunque momentáneo papel que tuvo el grupo “Yo soy 132” el año pasado en México. Se trata de una juventud mundial en la que se concentra la falta de oportunidades de empleo digno y remunerado al nivel que tuvieron sus propios padres.
Los manifestantes se dicen agraviados por el deterioro de los servicios públicos. No todos tienen acceso a agua limpia; los hospitales públicos están atestados y dan mal servicio; las escuelas han envejecido y la educación es de baja calidad; el transporte urbano es viejo e insuficiente; los impuestos son altos; la inflación encarece la vida y el futuro no es prometedor.
Aunque las causas del resentimiento son muchas este se ha encaminado de manera inesperada en contra de los dos grandes eventos, el mundial del futbol de 2014 y los juegos olímpicos de 2016. La razón es que el gobierno del Brasil ha construido o remodelado 12 estadios de futbol que con las obras acompañantes (vías de acceso, aeropuertos, infraestructura turística y remodelaje urbano) han costado más de 15 mil millones de dólares. En la percepción popular el dineral gastado se debe a costos inflados por un nivel de corrupción que deja chiquita nuestra calderonista estela de luz.
El contraste entre los grandes y brillantes estadios y los hospitales, escuelas y transporte obsoleto no podía ser mayor. Una pancarta lo decía así: “si tu hijo se enferma llévalo al estadio”. Así que los que protestan, además de edificios de gobierno han atacado oficinas de la FIFA y propaganda futbolera, obstruyen las entradas a los estadios y han hecho miles de pintas diciendo que los visitantes no son bienvenidos.
El gobierno de Brasil está sorprendido, desconcertado, nervioso y sin saber qué rumbo tomar. El martes 18 la presidenta, por cierto que ex comunista, ex guerrillera, encarcelada y torturada en su juventud, declaró que estaba orgullosa de los manifestantes; de ver a padres, hijos y abuelos juntos cantando el himno nacional y defendiendo un país mejor. Son voces que deben ser oídas, dijo cuando se trataba de 200 mil personas en las calles. Dos días después, el jueves 20 salían a las calles entre uno y dos millones de manifestantes en cerca de 100 ciudades.
La situación es compleja. El grueso del gasto en infraestructura para el mundial del futbol ya se hizo y ni modo de destruir los estadios. Sin embargo faltan las obras más delicadas porque se traducen en desalojar gentes de sus viviendas. Cuando se suman los cambios urbanos para el mundial más los de los juegos olímpicos se calcula reubicar a unas 176 mil personas de viviendas humildes. Todo para que no estorben durante unas pocas semanas. Otros dicen que de lo que se trata es de desaparecer barriospobres para más adelante construir viviendas de clase alta con enormes ganancias para empresas y políticos.
Como cereza en este batidillo está la visita del 22 al 29 de julio del Papa Francisco a Rio de Janeiro con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud católica. Medio millón de jóvenes ya tienen reservaciones para una ciudad que en este momento está convulsionada por las protestas. Un pueblo que se rebela contra el futbol está verdaderamente desatado. Así que más valdría que el Papa se salte la programada bendición de las banderas olímpicas.
Brasil nos ha dado una enorme sorpresa. Abunda la incertidumbre: ¿Pueden continuar las obras de infraestructura? ¿Habrá mundial de futbol y juegos olímpicos?
Mucho más importante que eso serán las respuestas de fondo que tendrá que diseñar e instrumentar cuidadosamente un gobierno que se considera progresista. Ojalá y no defraude a su pueblo.
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