domingo, 2 de junio de 2013

Trigo transgénico; un doble escalofrío.

Trigo transgénico; un doble escalofrío.
Faljoritmo
Jorge Faljo

Un fuerte escalofrío acaba de sacudir a los productores norteamericanos de trigo y, de rebote, a otros productores de granos. Japón y Corea declararon en suspensión, de momento, las compras de trigo norteamericano.
Resulta que un productor del estado norteamericano de Oregon, como parte de sus preparativos para una siguiente siembra, aplicó un herbicida que acabó con la maleza. Sin embargo no destruyó las plantas de trigo que habían crecido espontáneamente en su terreno. Tras una doble y triple aplicación del herbicida las plantas resistieron. Esto le llamó tanto la atención que llevó una muestra a la universidad del estado para que les hicieran análisis.
Las pruebas determinaron que se trataba de trigo transgénico de una variedad desarrollada por Monsanto precisamente para resistir el herbicida que comercializa la misma empresa. El desarrollo de ambos productos no es contrasentido sino lo más lógico. Un herbicida que destruye todo excepto la planta útil facilita la producción y constituye un doble negocio.
Pero el caso es que la siembra de trigo transgénico no está permitida en los Estados Unidos ni en ningún otro lugar del mundo. Similar a lo que ocurre con el arroz pero muy distinto a la ya muy difundida siembra y comercialización de maíz y soya genéticamente modificados. La justificación de este doble estándar en los Estados Unidos es clara; en su perspectiva el trigo y el arroz son alimentos de consumo humano directo. En cambio el maíz y la soya son fundamentalmente alimentos para animales. Esa es la perspectiva anglosajona; la nuestra debería ser otra.
El caso es que Estados Unidos es el principal exportador de trigo del planeta, unas 28 millones de toneladas anuales. Japón y Corea importan, los dos, unas cinco millones de toneladas al año, de modo que la suspensión, aunque temporal, es importante. Pero no son los únicos preocupados. Taiwán seguirá importando pero pide garantías de que no recibirá granos modificados. Otros países dicen que consultarán con la industria harinera y grupos de consumidores.
Europa, que prohíbe todos los transgénicos, importa un millón de toneladas de trigo norteamericano al año (casi todo va a España). De momento ha decidido revisar el trigo que ya tiene en sus bodegas así como futuras importaciones. Incluso ha solicitado a la propia Monsanto que le ayude a desarrollar mejores pruebas para identificar más fácilmente al trigo modificado que creo esa empresa. China y Filipinas declararon que están atentas a la información sobre el tema.
No se conocen aún las implicaciones de esta noticia apenas dada a conocer el pasado 29 de mayo. Puede ser un problema controlable en lo técnico (la contaminación en los campos) y mercantil (dar confianza a los compradores). O, por lo contrario, irá en crecimiento.
Algo que señalan los ambientalistas, es que lo ocurrido pone en duda los protocolos de seguridad experimentales. El trigo descubierto se desarrolló en experimentos controlados entre 1998 y 2005; no se autorizó su siembra comercial y fue abandonado supuestamente sin mayores consecuencias. Pero la polinización del trigo ocurre incluso a grandes distancias y una semilla puede desarrollarse incluso con años de retraso.
La noticia les pega a los trigueros y a los productores de alimentos orgánicos donde más duele, en el bolsillo (por la desconfianza que crea en sus consumidores). Aunque de momento es muy pronto para saber si esto llevará a demandas en contra de Monsanto.
Dos días después de la noticia ya se notaba en los mercados un incremento de la demanda de trigo de Australia, Argentina y Rusia en substitución del norteamericano. El efecto puede ser doble y contradictorio: que el trigo norteamericano baje de precio y el de otros países suba.
Otros países han reaccionado de inmediato ante la noticia y el hecho es que puede evolucionar como muy importante en el comercio mundial de alimentos. Ciertamente conviene reflexionar sobre los distintos escenarios posibles.
Uno de ellos es que si se confirman las suspensiones de importaciones de trigo de Asia y se incrementa la desconfianza de Europa puede haber montos invendibles que se derivarían al consumo animal. Lo que bajaría los precios de otros forrajes como el maíz y el sorgo.
El efecto en los mercados puede ser temporal y controlado. Por ejemplo, mediante mejores pruebas genéticas que permitan diferenciar el trigo proveniente de distintas regiones norteamericanas, incluso a nivel de cargamentos específicos. De este modo los Estados Unidos podría negociar con los importadores un impacto reducido.
Pero si las pruebas señalan que la contaminación es más amplia y difícil de controlar el problema se prolongaría al mediano y largo plazo. Esto podría llegar a tener consecuencias importantes dentro del país.
México destacó como el único importador de la leche radioactiva de Chernóbil; es decir que no somos nada melindrosos y muy probablemente los importadores impondrán su voluntad y nos conducirán a consumir lo que otros países rechazan.
La ganga de trigo barato podrá llevar parte de esta producción hacia un uso forrajero, lo que abarataría también, dentro de los Estados Unidos y en México, los precios del maíz y el sorgo. Es decir que los agricultores nacionales, ya afectados por la sobrevaluación del peso, pueden recibir un serio golpe. Ese sería el segundo escalofrío. Y ya sabemos que lo que allá es gripa aquí puede volverse pulmonía.
Son reflexiones iniciales pero la rápida reacción de otros países debería hacernos pensar a nosotros, sobre todo a los productores nacionales, que hay que ponerse las pilas, darle seguimiento al asunto y, sobre todo, demandar medidas de política que eviten impactos destructivos sobre la producción interna.

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