Jorge Faljo
Durante el primer semestre de este 2013 el sector público mexicano redujo su gasto en un 4.5 por ciento lo que le permitió disminuir notablemente su déficit en ese periodo. De continuar esta tendencia este año el gobierno podría registrar un déficit cero. Es decir que el monto total de sus ingresos sería equivalente al de sus gastos.
Si el sector público fuera una empresa privada esto sería de celebrarse. Toda empresa busca gastar por debajo de sus ingresos; lo que implica que tiene ganancias. Por lo contrario, gastar más de lo que recibe le significa pérdidas y deudas.
Pero el sector público no es una empresa privada y su nivel de gasto impacta fuertemente al conjunto de la economía. No hay mejor evidencia que lo ocurrido este año. El equilibrio de las finanzas públicas nos está costando muy caro. Se desplomó el ritmo de crecimiento, baja la producción de manufacturas, quiebran empresas y se pierden empleos. Tras décadas de estancamiento, baja generación de empleos y deterioro del ingreso mayoritario una recesión inducida es demasiado.
La experiencia europea y ahora la nuestra nos señalan que la reducción del gasto público, a la que podemos llamar austeridad, resulta contraproducente. Al gastar menos el gobierno, en generación de salarios y en obras de infraestructura, reduce el ritmo de crecimiento y eso rebota en menor pago de algunos impuestos. Así que el gobierno reduce sus gastos pero también ve reducidos sus ingresos.
En nuestro caso la reducción del gasto público fue determinante en la disminución de los ingresos del IVA en 6.9 por ciento. Así que la austeridad del gobierno se convirtió en un apretón de cinturón generalizado.
Ante tal situación se alza la inconformidad de muchos. Sobre todo proveedores a los que no se les paga lo que se les adeuda; el empresariado productivo que ve su mercado disminuido; diputados del PRI que reclaman que no se cumplen sus promesas de campaña en cuanto a construcción de infraestructura. Otros con menos voz también sufren las consecuencias: usuarios de servicios públicos, decenas de miles de despedidos, aquellos que ven alejarse aún más sus posibilidades de encontrar un empleo y la mayoría que termina siempre pagando en su nivel de vida los costos de las recesiones.
Se encuentra a punto de salir la propuesta del ejecutivo para el presupuesto del 2014 y la solicitud empresarial es que contemple un déficit moderado del 3 por ciento del PIB, incluso algo más. El temor es que otro presupuesto equilibrado profundice el estancamiento, incluso la recesión en la que estamos cayendo.
Debemos entender que en este modelo económico el endeudamiento público es imprescindible. La deuda se ha convertido en un mecanismo clave de generación de demanda sin el cual no marcha la producción, el empleo y el poco bienestar que es capaz de generar esta estrategia. Para explicarlo hay que ir al fondo del asunto.
Las empresas de mayor tamaño y tecnología de punta, competitivas en el mercado globalizado, se distinguen por dos cosas: muy alta productividad y muy baja generación de demanda. Por un lado hacen el mejor aprovechamiento posible de materias primas, energía y mano de obra. Por el otro pagan muy bajos salarios y muy bajos impuestos.
Estas empresas, a las que podemos agrupar en el gran sector globalizado del planeta, colocan mucha producción en el mercado pero generan muy baja capacidad de demanda. Simple y llanamente no podrían vender su producción con los salarios y los impuestos que pagan; se quedarían con las mercancías en las bodegas.
Para poder vender los globalizados tienen que apoderarse de la demanda que generan los no globalizados; pero en este proceso los destruyen. Así que recurren a un segundo mecanismo: prestar sus ganancias al gobierno y a los consumidores de clase media.
Cuando el gobierno se endeuda cumple una doble función: por una parte consume más allá de sus ingresos con lo cual crea una “demanda extra” fundamental al buen funcionamiento de una economía globalizada. Por otro lado al pagar intereses por el financiamiento apoya una importante fuente de ganancias de los sectores globalizados, lo que ganan por prestar.
Hemos visto, sobre todo en Europa, que este esquema se aplica hasta que el gobierno no se puede endeudar más porque excede su capacidad de pago. Entonces se adoptan políticas de austeridad que sumen a la economía en el estancamiento y empobrecen a la población.
En México el reclamo empresarial se origina en la convicción de que este año sufrimos una austeridad prematura: todavía hay espacio para mayor endeudamiento público y este es necesario para que las empresas globalizadas sigan vendiendo sin generar más demanda. Es decir, sin que tengan que pagar más salarios o más impuestos.
El gobierno se encuentra acorralado. Hay un fuerte rezago en infraestructura (hospitalaria, educativa, de transporte, de servicios urbanos y más), el crecimiento económico requiere que gaste y la estabilidad social y política también lo aconsejan. Pero tiene a la vista lo ocurrido por endeudamiento excesivo en muchos países y se decidió por una austeridad temprana que nos hunde en una recesión también prematura.
Claro que hay otra salida compatible con un gobierno con finanzas sanas y con una economía en crecimiento vigoroso: hacer que las grandes empresas, el sector globalizado, genere suficiente demanda para que pueda por sí mismo vender su producción. Eso significaría promover una rápida recuperación de los salarios reales, empezando por el mínimo, y pasarle la factura gubernamental, vía impuestos, a los sectores globalizados de altas ganancias.
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