Jorge Faljo
La reforma hacendaria recién enviada por el presidente Peña Nieto a la Cámara de Diputados ha sido un paso en la dirección correcta. El gusto que nos ha dado a muchos se origina en buena medida en que esperábamos algo bastante malo y en lugar de eso se presentó algo bueno. No tanto como para echar las campanas al vuelo pero si con correcciones importantes en la inercia de una política económica hasta el momento bastante retrograda.
Para empezar no se propone elevar el IVA a los alimentos y medicinas. Esto habría sido brutal y sin embargo era lo esperado: incrementar la carga fiscal de los consumidores mayoritarios para compensar la caída de los ingresos del gobierno. Afortunadamente el gobierno reconoce que la caída del 6.9 por ciento en la recaudación del IVA durante el primer semestre refleja una fuerte crisis de la economía familiar cuya disminución de la demanda impacta negativamente a las empresas y a la creación de empleos. Así que el fortalecimiento de las finanzas públicas debía sustentarse en otros lados.
Una segunda cosa buena es que se ofrece reactivar moderadamente el gasto público. Este se redujo en un 4.5 por ciento durante el primer semestre derivado de una visión dogmática insistente en conseguir un déficit cero para este año fiscal. Lo que no entraba en sus cálculos optimistas es que esta política nos conduciría a la recesión. Ahora se dice que habrá un déficit de transición equivalente al 0.4 por ciento del PIB en 2013 y se planea un déficit público de 1.5 por ciento para el 2014. Con ello se supone que el gobierno pagará lo que adeuda a 40 mil proveedores privados; muchos de ellos al punto de la quiebra y despidiendo empleados.
Se plantea en contrapartida elevar el impuesto sobre la renta de 30 a 32 por ciento para los ingresos superiores a los 500 mil pesos al año. Por un lado es positivo que la carga fiscal vaya hacia los más altos ingresos. Sin embargo es una medida tibia en cuanto a que no va más allá y prácticamente no toca a los ingresos verdaderamente fuertes. ¿Por qué va a pagar el mismo porcentaje el que gana 600 mil al año que el que gana 6 millones o el que gana 60?
Es un notable avance que por fin las ganancias en la bolsa de valores paguen impuestos. Revela lo absurdo de que hasta ahora la principal fuente de ganancias del país, la especulación bursátil, fuera un paraíso fiscal para un grupo de la población muy pequeño y muy rico. Sin embargo imponerles un impuesto del 10 por ciento es ciertamente poco. ¿Por qué no el 32 por ciento que van a pagar los que ganan más de 500 mil al año? ¿Por qué el salario paga mucho más que la ganancia improductiva?
Una medida que llama la atención es el impuesto de un peso por litro a las bebidas azucaradas. Si consideramos que el 30 por ciento de nuestros adultos son obesos, el fuerte gasto público destinado a tratar las enfermedades asociadas y los problemas de bienestar que origina en individuos y familias habrá que considerarla una medida atinada. Es pronto para decir si el monto de ese impuesto es el adecuado; habrá que ver sus efectos. Lo que es cierto es que debe inducir una baja substancial del consumo de azúcar, del porcentaje de obesidad y de enfermedades como diabetes y problemas cardiacos.
Algunos impuestos serán vistos con particular desagrado por las clases medias. Supongo que será el caso de la venta y renta de casas habitación; el pago de educación privada y el transporte terrestre de pasajeros foráneos. En lo personal no los veo con simpatía. Aquí espero que haya criterios adecuados de progresividad en cuanto al monto de las rentas y el precio de las casas, de la educación y del transporte.
Se modifica la condición fiscal de PEMEX con un discurso que pregona que se fortalecerá la empresa que es y seguirá siendo de todos los mexicanos. El cambio apunta a que esta empresa recibirá un trato fiscal de empresa privada. Un cambio que se plantea como gradual y vinculado a “nuevos desarrollos” y a partir del 2015.
Del lado de los egresos se ofrece seguro de desempleo, pensión universal a los mayores de 65 años y reforzamiento del gasto social. Habrá que ver como se instrumenta.
Visto de conjunto insisto en lo dicho al principio: es la dirección correcta pero son pasitos muy cortitos. Basta ver los datos que proporciona Videgaray, el secretario de Hacienda: El gasto público de México equivale al 19.5 por ciento del PIB mientras que en el resto de América Latina alcanza en promedio 27.1 por ciento y en los países de la OCDE es de 46.5 por ciento. Partiendo de esta base elevar la recaudación en un 1.4 por ciento nos sigue dejando con un sector público muy pequeño, económicamente débil y a fin de cuentas incapaz de liderar la recuperación económica que necesitamos y cumplir con sus responsabilidades sociales y económicas.
Se trata de cualquier modo de un viraje que no satisface al PAN ni al gran capital financiero y que solo puede explicarse por alguna dosis de sensibilidad política ante los reclamos del pequeño y mediano empresariado productivo e incluso de las voces de la calle. Hay que incrementar esa sensibilidad.
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