Faljoritmo
Jorge Faljo
Para la mayoría de los analistas políticos la votación para renovar el congreso norteamericano se convirtió de hecho en una consulta sobre la administración del presidente Obama. Esto haría que más que hablar de victorias de los candidatos republicanos particulares lo que ocurrió fue un rechazo al gobierno federal. Todo un desastre para el partido demócrata y un triunfo para los republicanos que ahora controlan las dos cámaras del congreso norteamericano.
Este presidente pasará a la historia como alguien tibio que, pese a su discurso social progresista, desaprovechó importantes oportunidades para hacer avanzar su programa de manera unilateral. Cuando pudo hacerlo no impulsó de manera decidida el incremento de los salarios mínimos, la reforma migratoria y un sistema de salud universal. Tampoco pudo cerrar el campo de concentración de Guantánamo ni reducir o eliminar la participación norteamericana en conflictos bélicos.
Obama quiso ser un presidente conciliador que, lejos del autoritarismo, pretendió gobernar por consenso con sus adversarios. Tal vez este fue su mayor error porque sus enemigos no se lo agradecen y en cambio perdió la fidelidad de su base social, muy desalentada por el inmovilismo.
En estas elecciones la participación ciudadana fue menor al 40 por ciento; pero fue la ausencia de los votantes hispanos, los trabajadores de bajos ingresos y los empobrecidos en general lo que lo llevo a la derrota.
No obstante estas elecciones fueron acompañadas de referéndums que muestran avances importantes para la agenda liberal, digamos progresista, de la sociedad norteamericana.
En Arkansas, Alaska, Dakota del Sur y Nebraska los votantes elevaron el salario mínimo. En el estado de Washington decidieron incrementar la información obligatoria sobre todos los que adquieren armas de fuego, incluyendo traspasos, regalos y préstamos entre particulares.
Se fortaleció la libertad para consumir, producir en casa y poseer marihuana en Alaska, Guam, Oregón y la ciudad de Washington. En California se modificaron las penas por consumo de drogas y alrededor de 10 mil presos podrán ser liberados y el ahorro será dirigido a educación y programas de desintoxicación.
En Florida no se aprobó el uso médico de la marihuana porque “solamente” un 58 por ciento votó a favor y se requería el 60 por ciento. El análisis por grupo de edad es revelador: alrededor del 83 por ciento de los jóvenes entre 18 y 24 años piden eliminar la prohibición. La tendencia es irreversible; cada día serán más los jóvenes a favor y menos lo viejos en contra.
Las contiendas más reñidas y costosas se dieron entre grupos ambientalistas y de consumidores opuestos y las grandes transnacionales en torno a los alimentos genéticamente modificados. Los primeros consiguieron victorias municipales en Mawi, Hawái y Humboldt, California, para prohibir la siembra local de transgénicos.
Sin embargo la lucha por conseguir que las etiquetas de alimentos simplemente informen sobre el contenido de transgénicos se perdió en Colorado y Oregón. Las grandes empresas Monsanto, DuPont, Pepsi y otras gastaron 15 millones de dólares en Colorado y 18 millones en Oregón en campañas contra el etiquetado.
Aún así los resultados muestran un mayor interés ciudadano por controlar o, por lo menos recibir información sobre lo que consumen. Lo cual se empieza a traducir en cambios; el cereal Cheerios, por ejemplo, dejó ya de usar ingredientes transgénicos y algunas cadenas comerciales se preparan para informar al público cuales alimentos contienen ese tipo de ingredientes.
Un impuesto a las bebidas azucaradas se aceptó en Berkeley y fue rechazado en la vecina ciudad de San Francisco. En Maine la población no aceptó prohibir la cacería de osos usando perros, trampas y carnadas (usualmente donas azucaradas). Colorado y Dakota del norte se negaron a restringir el derecho al aborto. En Oregón se negaron a darles licencias de manejo a los indocumentados y en numerosos lugares se votó, con distintos resultados, en torno al “fracking”, los juegos de azar y la existencia de casinos.
Los resultados de las elecciones intermedias norteamericanas pueden ser vistos en dos planos divergentes. Por una parte la elección de un mayor número de congresistas norteamericanos asegura que seguirá el embrollo de la clase política y la incapacidad de la administración de Obama para empujar cambios relevantes.
Sin embargo, en otro nivel, se ha fortalecido el sistema de referéndums y la posibilidad de que la población tome decisiones que se traducen en cambios legales inmediatos. Eso está creando un importante entusiasmo que hace previsible que en las siguientes elecciones la población logrará que se hagan más referéndums que les permitirán no simplemente opinar, sino francamente decidir en temas como la elevación de salarios mínimos, la despenalización de la mariguana, los matrimonios gay, el fracking y muchos otros.
En los Estados Unidos se ha fortalecido el referéndum como un efectivo mecanismo democrático. Aquí, tan necesitados como estamos de fortalecer la confianza ciudadana en nuestro sistema político, se ha negado a la población el derecho incluso a la pinche consulta. Con ello la Suprema Corte de la Nación, y toda la clase política, van rumbo a ser percibidas como accesorios irrelevantes.
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