Jorge Faljo
Faljoritmo
Nos encontramos al final de un ciclo económico que termina de la misma manera en que empezó, con el país en crisis. Se trata de un periodo cuya reseña podríamos iniciar hace unos 35 años.
Tras varias décadas de crecimiento sostenido, sin contratiempos mayores y a un buen ritmo, de alrededor de seis por ciento anual, la población había alcanzado el máximo nivel de bienestar e ingreso de nuestra historia. Esto era en 1978.
No ocurría por casualidad: existía una política de desarrollo rural que incluía al sector campesino e indígena y que era respaldada por una fuerte institucionalidad y empresas del estado que participaban en la comercialización de granos, el crédito agropecuario, la producción y distribución de insumos y la atención a sectores particulares como café, tabaco, zonas áridas.
Había también una estrategia de crecimiento industrial basada en la sustitución de importaciones y en la protección, financiamiento y apoyos a la producción interna. Se había llevado la educación básica al campo y el estado alentaba la formación masiva, prácticamente gratuita, hasta el nivel universitario.
Hacia 1970 el país tenía autosuficiencia alimentaria, en la producción de acero y en la mayor parte del consumo doméstico. Sus importaciones eran sobre todo de maquinaria y equipos para la producción interna.
Imposible decir que todo era defendible. Hacia fines de los años sesenta el modelo parecía agotarse. La conducción política era autoritaria, con duras expresiones de violencia del estado; y sobre extendido en su participación en la economía. En buena parte por la adquisición de empresas privadas en quiebra con objetivos de salvaguardar empleos. Lo cual implicaba aceptar condiciones particulares de baja productividad. La confrontación entre el estado populista y el gran empresariado cada vez más poderoso daba pie a un ambiente de tensión sociopolítica constante.
No obstante el fortalecimiento del mercado interno, es decir el incremento de los ingresos de la población, actuaba como un potente motor del crecimiento de la producción. Se había configurado una extensa clase de pequeños y medianos empresarios en vías de aprendizaje.
Luego nos ocurrió lo que terminó siendo una desgracia: se descubrieron vastas reservas petroleras en momentos en los que el petróleo se encontraba a buen precio. A fines de los años setenta el país se endeudó para explotarlas y para entrar en lo que podríamos llamar la estrategia de modernización importada.
Los altos precios del petróleo nos convirtieron en nuevos ricos convencidos de que nuestro problema era administrar la abundancia. No nos dimos cuenta de que el sistema financiero mundial y la lógica del mercado impulsaban decididamente la explotación de nuevos yacimientos, no solo en México sino en todo el mundo, hasta generar sobreproducción y, en 1981, una abrupta caída de precios.
Para ese momento era demasiado tarde. La riqueza del subsuelo, más el endeudamiento sustentado en ella, nos había traído abundancia de dólares baratos y nos metió en el camino de la dependencia de importaciones y el descuido de la producción interna. Peor aún; la nueva riqueza no era generada por todos, sino por unos pocos. Y sus beneficiarios eran también pocos, el gobierno, sus clientelas privilegiadas y sus funcionarios.
Hace 32 años la caída del petróleo nos sorprendió muy endeudados, tanto en el sector público como en el privado, y generó fuga de capitales. Así llegamos al famoso “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear” del 1 de septiembre de 1982 y a la nacionalización de la banca. López Portillo dijo que él era “el responsable del timón, no de la tormenta”; mostrando así su total incomprensión de lo ocurrido.
La crisis obligaba a una estrategia de estabilización y nuevos equilibrios interno y externo. Pero no se intentó conseguirlo mediante la reactivación de la producción interna, sino con un apretón de cinturón; se redujo el consumo de la población y del Estado. El resultado fue que de 1983 a 1988 el país creció al 0.1 por ciento anual, con altísima inflación y se redujo el ingreso de la población a un ritmo de menos 5 por ciento anual.
La destrucción del mercado interno se acompañó por la destrucción del sector social de la economía y otros segmentos productivos. Un ejemplo aislado: de acuerdo a cifras oficiales de 1982 a 1991 el país perdió 13.9 millones de reses; 7.8 millones de cerdos; 3.5 millones de cabras y 2.7 millones de borregos. La pérdida fue mucho mayor en el sector social puesto que estas cifras consideran incrementos en el sector más moderno. En 1992 se dejaron de producir estas “feas” estadísticas como parte del maquillaje modernizador.
Lo mismo ocurrió en buena parte de la manufactura y en general en toda la producción convencional. Parecía que la salida de la crisis requería destruir construido en los anteriores 40 años. Habría sido posible evitarlo pero la ideología de la modernización importada hacía despreciable la producción y el consumo mayoritarios.
La administración de Salinas de Gortari se decidió por una estrategia favorable al capital privado y a la inversión externa. Sus ejes fueron el remate de activos del aparato productivo de la nación a los amigos, la atracción de inversión externa y la substitución de la regulación económica por la operación sin cortapisas del mercado.
Se remataron las empresas públicas, telefonía, mineras, bodegas rurales, empresas de fertilizantes, petroquímica y de todo tipo. Peor, se cambió el sentido de la función pública; CONASUPO haciendo importaciones, por medio de agentes privados, altamente destructivas de la producción interna. Por ejemplo llevando arroz filipino de segunda clase para competir con el excelente arroz del estado de Morelos.
Incluso se cambió la legislación agraria para impulsar la privatización de la propiedad social. Solo que el 95 por ciento de ejidatarios y comuneros se opusieron.
Se aprovechó el abaratamiento brutal de la mano de obra ocurrido en los años anteriores como sustento de la competitividad exportadora al mismo tiempo que se abría la puerta a las importaciones indiscriminadas.
Si sabemos sumar dos más dos lo que eso significa es que se configuró una vía de crecimiento maquilador. No me refiero a las maquiladoras formales; sino a que todo el aparato productivo exportador se orientó al re-empacamiento de importaciones.
El resultado es que el indudable auge exportador inaugurado con el tratado de libre comercio no se convirtió en impulsor de la producción interna. Es por ello que, a pesar de la imagen exportadora, en los hechos la economía nacional ha sido por décadas fundamentalmente importadora.
La venta del aparato productivo y financiero, tanto el del estado como el privado, atrajo grandes inversiones externas (y desinversiones internas) en un proceso que más tarde el Plan Nacional de Desarrollo de Zedillo definió como de substitución de la producción convencional.
La venta país asociada a la atracción de capital especulativo volvió a crear abundancia de dólares y reafirmó nuestra condición de importadores. Lo cual se tradujo en adicción a los dólares para cubrir, o provocar, una avalancha de importaciones. Esto se convirtió en política permanente del modelo y llevó a la desnacionalización del sector bancario, la producción de acero, las cerveceras y tequileras, la minería, las cadenas comerciales, la petroquímica, electrodomésticos. De 1988 en adelante casi como regla general solo hubo tres opciones: desnacionalizar, monopolizar o quebrar.
Regreso a la secuencia histórica: 1994 se caracterizó por la inquietud política, social y financiera que llevó a una nueva fuga masiva de capitales financieros hacia finales de ese año y a una fuerte devaluación del peso.
No obstante y de manera paradójica la devaluación se tradujo, a contrapelo de las intenciones de la clase dirigente, en una fuerte competitividad del aparato productivo. De 1994 a 1996, en solo dos años, las exportaciones manufactureras se incrementaron en un 80 por ciento. Algo absolutamente sorprendente si no se entiende que el aparato productivo convencional aprovechó con gran agilidad y eficacia el encarecimiento de las importaciones para substituirlas. Y lo hizo en condiciones muy adversas: ausencia de financiamiento externo e interno; sin inversiones nuevas y en un contexto de dislocamiento masivo de cadenas productivas. Pero pudo, gracias a la debilidad de la moneda, emplear las capacidades instaladas existentes.
Lamentablemente este crecimiento no fue aprovechado para el fortalecimiento del mercado interno. Por lo contrario, se redujo el gasto público y los ingresos salariales. Se pudo crecer hacia afuera pero la política pública impidió hacerlo hacia adentro.
Zedillo faltó a una promesa fundamental de su Plan Nacional de Desarrollo: mantener una paridad competitiva. A resultas de la crisis se siguió una estrategia de salvamento corrupto de grandes deudas privadas, pero no de defensa del patrimonio familiar. Por ello las empresas orientadas al mercado interno no tuvieron un comportamiento similar a las exportadoras.
Prevaleció el interés financiero, el de la bolsa de valores, y como parte de la estrategia de recuperación se mantuvo la apertura indiscriminada al financiamiento externo: el especulativo y el de inversión substitutiva del capital nacional. A estas entradas se sumaron las remesas de trabajadores en crecimiento y el dinero criminal. El país volvió a inundarse de dólares baratos.
Pero en la medida en que el peso se fortalecía se perdía la ventaja competitiva y se reducía el ritmo de crecimiento. Es decir que la recuperación de la crisis se dio como regreso al modelo de modernización importada.
Se perdió la oportunidad de sostener la competitividad ganada en 1995 y 1996 al no proteger el mercado interno y la producción convencional.
A cambio de ello Fox pudo presumir que la bolsa de valores de México era la que daba mayores ganancias en el mundo; era la beneficiaria de las entradas de capital especulativo internacional que tanto daño hacían al aparato productivo. En contraste continuaba la inutilización de la producción histórica: el sector social del campo y la ciudad; la industria textil, de electrodomésticos, muebles y de hecho todo lo demás.
Impera, desde la época de Salinas y hasta la fecha, una visión de que la economía está compuesta por pedazos disfuncionales en los que una parte puede crecer y ser saludable mientras otras se deterioran sin mayor problema. Algo así como celebrar el tener bien los pies aunque se este pudriendo el hígado.
La estrategia de economía maquiladora solo podía avanzar mediante la continuación del empobrecimiento de la mano de obra para compensar el fortalecimiento del peso. Se apostó a construir una modernidad importada substitutiva, y no aliada, a la producción histórica. Así que nos modernizamos, pero crecer, lo que se dice crecer, no lo logramos. Una modernidad de pocos basada en el empobrecimiento mayoritario.
La crisis norteamericana del 2008 y las crisis europeas de deuda soberana mostraron la fragilidad del modelo y empezó, a fines del 2008, a gestarse una nueva fuga de capitales. Sin embargo se le pudo atajar con éxito mediante la firme promesa de que Banxico estaba dispuesto no solo a emplear las reservas internacionales, sino a endeudar al país (el famoso blindaje), para cubrir cualquier demanda eventual de dólares. Para ello teníamos el apoyo total del Fondo Monetario Internacional y el Tesoro Norteamericano.
La estrategia funcionó, se calmó el desasosiego de los grandes inversionistas. Visto en otra óptica, en 2009 se desaprovechó la oportunidad para establecer una paridad competitiva que permitiera reactivar la producción interna y elevar los ingresos de la población.
Insisto en lo fundamental: se puede competir con una moneda débil (como China) y elevar los salarios porque en ese caso el incremento de la demanda se asocia a la producción interna. Pero si se tiene una moneda fuerte la elevación salarial se traduce en consumo importado y no en reactivación interna, lo que eleva la fragilidad financiera del modelo. En China, por ejemplo, no puede devaluarse la moneda porque crece aceleradamente gracias a una moneda que ya está permanentemente devaluada.
El blindaje y una buena internacional de promoción del país nos volvieron a dar a partir del 2009 varios años de fuerte atracción de capital especulativo, de grandes ganancias en la bolsa de valores y de venta país. Al reverso de esta moneda continuó la destrucción del aparato productivo convencional, el desempleo y el empobrecimiento.
A principios del 2013 publiqué (Faljo, “El error de diciembre”, en internet) que la nueva administración desaprovechó la oportunidad de cambiar de rumbo económico restableciendo una paridad competitiva. Afirmaba que en lugar de una devaluación administrada, lo más probable es que a lo largo de este sexenio ocurriera una devaluación sin control.Sostener la paridad sobrevaluada requiere ingresos crecientes de capital especulativo y de venta de empresas; lo cual por varios años ha sido posible debido a que los Estados Unidos han seguido una estrategia de abundante creación de dólares.
Al momento de entrar la nueva administración del Presidente Peña la perspectiva de un desequilibrio financiero se justificaba por la caída de la producción petrolera, estancamiento de las remesas, una posible reducción de las exportaciones ilegales y bajo crecimiento mundial.
Contrario a aquella predicción la estrategia de reformas estructurales, un nuevo empuje a la desnacionalización del aparato productivo, le dio un aire al modelo mediante la atracción de grandes volúmenes de capital especulativo en 2013 y 2014. Solo que estos capitales han llegado bajo la promesa implícita de que más adelante se haría efectivas las grandes inversiones para extraer la gran riqueza energética y recuperar altos niveles de exportación de petróleo.
Sin embargo, en otra vuelta de tornillo, esta administración no previó que los altos precios de los energéticos sumados al desarrollo de nuevas tecnologías, habrían de impulsar el aprovechamiento de nuevos yacimientos.
Los Estados Unidos en los últimos años elevaron su producción en más de cuatro millones de barriles de petróleo al día gracias a las nuevas tecnologías. Solo que esta carrera desbocada para producir más resultó suicida; numerosas empresas se endeudaron para extraer el petróleo y la reducción de precios ahora pone en riesgo su capacidad para pagarle al sistema bancario.
Así que a las debilidades existentes hace un par de años se suman ahora la reducción de la creación de dólares en los Estados Unidos, una nueva imagen internacional de inseguridad, de debilidad del estado de derecho y el derrumbe de la ilusión energética. Se agota el petróleo convencional en México y no resultan tan convenientes la extracción en mares profundos o las técnicas de fracturación del subsuelo.
La situación obliga a un replanteamiento de la estrategia de país; no porque lo pidan en las calles los chavos que exigen ser incluidos en vez de asesinados, sino porque lo imponen los intereses geoestratégicos de Arabia Saudita y los Estados Unidos.
Enfrentamos una disyuntiva en la que ninguna opción es buena para todos.
La peor opción sería, de nueva cuenta, amarrarse el cinturón, el gobierno, las empresas, las clases medias y los trabajadores. Reducir el consumo y golpear el mercado interno y la producción histórica; como en los periodos de De la Madrid; Salinas, Zedillo, Fox, Calderón. ¿Cuando no?
Solo que hemos llegado al fondo del barril en cuanto a deterioro del ingreso de las mayorías. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social –CONEVAL- el 54 por ciento de los trabajadores asalariados no pueden pagarse una canasta básica de consumo alimentario. Y el Centro de Estudios Estratégicos del Sector Privado afirma que en los últimos siete años se han perdido un millón 800 mil empleos que pagaban más de cinco salarios mínimos.
La reforma laboral legalizó no solo la tercerización del empleo sino que en la práctica abrió paso al empleo seudo formal, sin prestaciones ni seguridad alguna, bajo una careta de modernización. A cambio de ello no cumplió lo ofrecido: crear empleo en abundancia.
Habría que preguntarse si en las actuales condiciones de deterioro del ingreso e inquietud social será posible plantearse un nuevo apretón de cinturones. Creo que no.
En caso de que en 2015 siga avanzando la devaluación, como es probable, la única salida posible para evitar una explosión social será un nuevo proyecto de nación que defienda el consumo mayoritario mediante la reactivación de las capacidades productivas que hasta ahora hemos despreciado.
Ojalá y este régimen entienda que su reciente ilusión energética y el espejismo de la modernización importada se han hecho humo. Solo queda la reintegración acelerada de la producción y el consumo bajo una formula sencilla: producir todo lo que somos capaces y consumir prioritariamente lo que nosotros producimos. Emplear los dólares escasos para importaciones estratégicas y no para garantizar la toma de utilidades financieras.
La ventaja que podemos aprovechar en tiempos difíciles será la existencia de grandes capacidades productivas instaladas que, como gran parte de la población, se encuentran subempleadas. Habría que, con mayor determinación, incrementar la producción como en el 94 – 96 incluso en condiciones de ausencia de inversión y crédito.
Ese es el camino de un posible Proyecto Nacional sustentado en un empresariado con incentivos para ser nacionalista y productivo; un sector social en reactivación y un Estado fuerte, muy fuerte. No es una revolución; es el viejo proyecto constitucional.
Por supuesto Sr. Faljo, necesitamos un Proyecto Nacional Nacionalista y productivo, ese es el camino que debemos de recorrer dadas nuestras grandes debilidades de la creciente pobreza, volteemos a ver cómo han crecido los países en desarrollo por asegurar su alimentación y generar excedentes. Los EUA cómo crecieron después de la 2da. Guerra Mundial, en crear la gran infraestructura de irrigación con que cuentan y actualmente son los amos de la producción de granos. Nada más para darse un idea de su producción de Maíz, ellos producen alrededor anual de 300 millones de toneladas, cuando México solo necesita 30 millones; y no se diga en cultivos de Trigo, Avena, Frijol, Arroz, por Dios, no aprendemos de nuestros vecinos ellos rigen los precios de los productos. La tecnología que los gringos generan nos pasan la factura a precio increíbles, pero aún así creemos sea barato mejor comprarles qué producirlos en nuestro país. Y por eso estamos como estamos.
ResponderEliminarEs increíble Sr. Faljo, que las lecciones tan cerca de nosotros (con los EUA), no las asimilemos. Es de gran importancia antes de echar andar las reformas resolver primero nuestras grandes debilidades, ya lo estamos viendo con la muchedumbres, protestando por unos cuantos y no solo es eso, contagiados por la carestía de la vida, sin oportunidades de trabajo, la mala impartición de la justicia, etc. cómo han sido los partidos del azul y del amarillo para mover a las masas y protestar, en fin.
Alguna vez platique con un experto internacional en materia de medio ambiente, y me decía, cómo era posible que México buscará la creación de la Ley Contra el Cambio Climático, si no podía resolver los problemas de desforestación para detener la tasa de 200 mil hectáreas de talas clandestinas que año con año se vienen presentando en el país teniendo pocas gentes dentro de las cárceles por ese tipo de delitos, ¿da risa no?. Pero hoy contamos con una ley que nos hace creer que bateamos ya las grandes ligas.
Si Sr. Faljo estoy muy de acuerdo, necesitamos ese gran proyecto Nacional Nacionalista para parar el gran problema que nos aqueja y, a su vez, combata la impunidad y la corrupción, aplicando las leyes, con todas las letras, a quién llámese como se llamé. Tiene que avanzar el Presidente porqué si no las cosas pueden tornarse demasiado violentas, si ahora cómo están las cosas, se ha preguntado ¿cómo será cuando se presenten los comicios de las próximas elecciones?