Faljoritmo
Jorge Faljo
La visita del presidente Enrique Peña Nieto a la casa blanca (la de Washington) este próximo 6 de enero, no será como su anterior viaje a los Estados Unidos.
Del 21 al 24 de septiembre pasados Peña Nieto realizó lo que parecía una gira triunfal. En esos días participó en los más destacados foros mundiales, incluyendo la asamblea general de las Naciones Unidas –NNUU-, y norteamericanos. Habló del cambio climático, los pueblos indígenas, los niños migrantes y, como muestra del nuevo papel de México en el planeta, ofreció la futura participación de nuestro país en misiones internacionales de paz de las NNUU. Habría “cascos azules” mexicanos.
La cereza en el pastel, es decir de estos discursos, fueron las transformaciones estructurales puestas en marcha por su administración. Eso, más que cualquier otra cosa, fue lo que le valió felicitaciones, aplausos de la elite mundial del poder y el dinero y varias distinciones. Entre ellas el “Premio al Estadista Internacional” y el “Premio al Ciudadano Global”.
Dos días después de su regreso a México, el 26 de septiembre ocurrió el desastre de Iguala, Guerrero, que cambió radicalmente la imagen de México y sus instituciones, ante sí mismo y ante el mundo. Después vino la brutal caída de los precios del petróleo mundial que ha cimbrado las expectativas de inversión externa e ingresos monumentales, expectativas generadas por la principal de las reformas; la energética.
Por ello, apenas poco más de tres meses después, la visita del próximo martes no es una continuación de aquella gira triunfal. El tono es otro, el país es otro y el presidente ya no es el mismo.
Esta vez viaja un presidente agobiado y profundamente debilitado por el destape de temas que con el apoyo de los medios se habían logrado barrer debajo de la alfombra: inseguridad general, violencia criminal e institucional contra la ciudadanía, colusión entre espacios de gobierno y criminalidad, corrupción impunidad, descredito de la clase política (funcionarios, partidos, congreso y suprema corte).
Lo peor es que los problemas parecen ir en crecimiento: del lado económico caída de los ingresos públicos, déficit comercial, ausencia de inversiones y salida, hasta el momento moderada, de capitales especulativos. Del lado político, incremento de las manifestaciones de hartazgo social y acciones directas de grupos sociales descontentos.
La visita a Obama es importante. Lo que ocurre en México es asunto de interés nacional para los Estados Unidos y, en sentido inverso se ha dicho que lo que para ellos es un catarrito para nosotros podría convertirse en pulmonía. Así que el cambio radical del contexto mexicano hace ineludible un encuentro en que se sintonicen estrategias o, por lo menos, cada parte sepa a qué atenerse respecto al otro.
Oficialmente la visita es para reafirmar el dialogo y la cooperación entre ambos países en temas de economía, seguridad y asuntos sociales. No sabremos el sentido específico y el detalle de esas platicas; pero podemos considerar que algunos asuntos no pueden faltar.
Peña Nieto va a requerir el apoyo norteamericano en lo que resta del sexenio para evitar o atenuar una crisis de salida de inversionistas que pudiera llevar a algo parecido a lo ocurrido a finales de 1994. A cambio de ello muy posiblemente se le recuerde, con tacto, en que esfera de influencia se mueve. Es decir que si quiere el apoyo norteamericano deberá abandonar los coqueteos con China, en particular en cuanto a inversiones energéticas y en grandes proyectos.
La seguridad se ubica ahora en el primer plano de las relaciones bilaterales; incluye temas tan graves como la infiltración del crimen en algunos niveles del funcionamiento del estado y en particular de las fuerzas públicas. Implica también definir cuál será la estrategia ante un posible incremento de las manifestaciones sociales: represión, o abrir espacios a la organización de base y al dialogo.
Este es un punto que interesa sobremanera a los norteamericanos y pienso, con optimismo, que Obama se inclinará por proponer el fortalecimiento del estado de derecho y del respeto a los derechos humanos. Las razones para pensarlo así son principalmente dos. Una se refiere a la autoimagen norteamericana como una nación democrática y moral. Aunque esta imagen se ha deteriorado por varios escándalos recientes (torturas de la CIA, brutalidad policiaca) las instituciones norteamericanas parecen capaces de la autocrítica y hay esfuerzos internos para enderezar el camino. En este contexto sería inaceptable la alianza con gobiernos francamente represores.
Dicho de otro modo; el gobierno de Obama no puede criticar algunas medidas de fuerza en Venezuela o Cuba y parecer que las acepta en México. Sobre todo si en nuestro caso ellos colocan recursos públicos que serán supervisados por su congreso.
A lo anterior se suma una segunda razón, posiblemente mucho más importante, que los dos presidentes deberán tener en cuenta. Quieran o no habrá un testigo de gran importancia en este dialogo y sus resultados; se trata de la comunidad mexicana en los Estados Unidos. Un grupo de millones de votantes muy interesado en lo que ocurre en México y cuya participación en las próximas elecciones norteamericanas será decisiva para la suerte del partido demócrata.
Peña Nieto debe tener claro no solo lo que va a plantearle a Obama; debe considerar cual será la posición de nuestros expatriados. Esos, los expulsados por un modelo económico fracasado y cruel, serán decisivos para definir la visión norteamericana sobre México. Falta ver si Peña Nieto puede convertirlos en sus aliados, o si serán sus más feroces críticos.
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