domingo, 12 de abril de 2015

El discurso de Lagarde

Faljoritmo

Jorge Faljo

Christine Lagarde, la directora del Fondo Monetario Internacional advirtió, en un reciente discurso, sobre la posibilidad de que el crecimiento mediocre de la economía mundial se convierta en una “nueva realidad” permanente. No es tanto que el crecimiento sea bajo, sobre todo porque existen diferencias entre regiones y países. El asunto es que la Gran Recesión (2007 – 2011) produjo un alto nivel de desempleo y reducción de los niveles de vida que no se consigue solucionar. Hay países en los que el desempleo juvenil es del orden del 50 por ciento.

Señaló que la recuperación económica global continua, pero es moderada y desigual. En muchos lugares del mundo no es suficiente y la población no la siente. Además, los riesgos financieros y geopolíticos se han elevado.

Lagarde ubicó la mención de los riesgos financieros y geopolíticos en el mismo párrafo y a renglón seguido el hecho de que la población no siente los beneficios de la insuficiente recuperación. Lo cual es interpretado como un señalamiento de que el deterioro del bienestar es la causa del incremento de los conflictos sociales en buena parte del planeta. Y por conflictos sociales habría que considerar, pienso, a las nuevas guerras ideológicas, religiosas y étnicas que devastan países enteros del medio oriente y África, y que asoman la cabeza en Europa.

Sin duda alguna lo más atinado del discurso de la señora directora del FMI es que el eje de la solución del bajo crecimiento económico es el fortalecimiento de la demanda. Efectivamente, la economía mundial enfrenta un problema creciente de sobreproducción, es decir de mercancías invendibles, como petróleo, acero, alimentos, textiles y ropa, manufacturas; es decir prácticamente todo. Por otra parte la población reduce sus niveles de vida porque sencillamente no tiene dinero en los bolsillos para comprar parte de lo que los productores no pueden vender. Ambos lados se encuentran en problemas.

En nuestras economías el mecanismo que se supone conecta de manera eficiente a productores y compradores, es decir oferta y demanda, es el mercado. Pero el hecho es que esa tal eficiencia se deteriora y las empresas productoras cierran por que no venden mientras que la insuficiencia del empleo y los salarios hacen que la población no pueda consumir.

Así que el diagnóstico de Lagarde es correcto; pero sus propuestas de solución son de lo más convencionales y no van a fondo. Básicamente señala la conveniencia de seguir imprimiendo dinero y de incrementar el gasto de los gobiernos en infraestructura tipo comunicaciones físicas (caminos, puentes) y digitales (internet), servicios públicos (educación, salud, electricidad).

Sin embargo el discurso de la señora lleva implícito el fracaso de estos mecanismos. Imprimir dinero ha beneficiado con abundante liquidez al sector financiero y ha elevado los precios de las acciones en las bolsas de valores; también beneficia con menores tasas de interés a los que tienen acceso al crédito. Beneficia a pocos y no da ingresos a la mayoría.

El gasto en infraestructura para alcanzar una magnitud que realmente beneficie a la población requeriría, primero, que se incrementarán los impuestos a las ganancias financieras, grandes empresas y al uno por ciento más rico; todo lo cual es tabú en el neoliberalismo; segundo, mucho mayor endeudamiento de los gobiernos, pero esa alternativa ya se ha aprovechado al límite y ahora hay que desendeudarse (recordemos a Grecia); y por último, la tercera opción, usar la impresión de dinero para financiar al gobierno, otro tabú neoliberal.

Lagarde no propone mecanismos que eleven directamente los ingresos de la población como sería, digamos, establecer un ingreso mínimo ciudadano o reducir impuestos a los trabajadores y al consumo mayoritario.

El riesgo de que, en sus palabras, el crecimiento mediocre se convierta en la nueva realidad permanente tendría como consecuencia que cientos de millones se queden estancados en el desempleo en todo el planeta y no exista espacio para que se integren al trabajo las nuevas generaciones. Tal amenaza debiera llevar a las instituciones financieras internacionales a repensar sus conceptos básicos.

Lo que conocemos y todavía celebramos como competitividad es precisamente la habilidad de las empresas para crear menos empleos, pagar bajos salarios y reducir el precio de sus materias primas y pagar menos (o no pagar) impuestos. Lo peor es que su competitividad y baja producción de demanda lo que hace es destruir a sus competidores y a largo plazo a ellos mismos.

Aplaudimos una competitividad que ahora se empieza a ver como un comportamiento que afecta a la sociedad porque genera sobreproducción y un estancamiento de la economía que amenaza ser permanente. Lo que a su vez se asocia a conflictos cada vez peores que van del descontento, la emigración desesperada, la criminalidad o incluso guerras.

Tenemos que abandonar la idea de que la productividad y la competitividad son buenas a rajatabla. Para que la productividad sea realmente positiva tiene que generar beneficios sociales y asociarse al pago de buenos salarios y de impuestos que permitan a los gobiernos hacer fuertes inversiones en infraestructura productiva, de salud y educación sin endeudarse. También que el gobierno pueda actuar como agente de una efectiva redistribución de ingresos que fortalezca la demanda. Eso es lo que pondría en marcha a la economía con bienestar, sin encausarnos al abismo.

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