Faljoritmo
Jorge Faljo
El 18 de abril fue el día de acción global contra la “Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión” que es el nombre de un nuevo tratado de libre comercio que está siendo negociado entre Europa y los Estados Unidos. Se le conoce como TTIP por sus siglas en inglés.
De acuerdo a sus organizadores ese día ocurrió la mayor protesta de la historia contra un tratado de libre comercio. Fue en realidad un conjunto de más de seiscientas protestas dispersas por toda Europa. Hubo cadenas humanas, concentraciones, marchas, recolección de firmas, actos simbólicos y más. Ninguna concentración fue realmente “monstruo”; al parecer la mayor fue la de Barcelona con 50 mil participantes.
Pero 600 protestas en cerca de 500 ciudades no fueron poca cosa. La mayoría convocó a grupos de pocos miles, pero hubo por lo menos una docena con entre 15 y 25 mil personas. Se recolectaron 1.7 millones de firmas, de las cuales un millón fue en Alemania. Llamó la atención la capacidad de todo tipo de organizaciones sociales y políticas para ponerse de acuerdo y llevar estos cientos de protestas de manera simultánea.
Hubo marchas en Viena, Londres, Berlín, Frankfurt, Stuttgart, Múnich, Bruselas, Madrid, Barcelona, Sevilla y la mayor parte de las grandes y medianas ciudades de toda Europa. Destacó Alemania con cerca de 200 eventos. El 43 por ciento de la población alemana se opone al tratado y el 26 por ciento lo apoya.
El TTIP es un buen ejemplo de una nueva generación de tratados de libre comercio que exceden en mucho lo que antes se entendía por un tratado de este tipo. Sus opositores lo denuncian como un atentado a la democracia y una manera de echar abajo las leyes que protegen a los consumidores, al medio ambiente y al derecho a la salud de los europeos.
Entre Europa y los Estados Unidos ya funciona un comercio intenso y con aranceles que promedian apenas un 3 por ciento. Desde esta perspectiva no tendría sentido un tratado para reducir aún más las barreras comerciales.
Pero no es esto lo que haría el nuevo tratado. Su intención es la homogeneización normativa y la eliminación de las barreras no comerciales.
Las grandes empresas transnacionales dicen que les resulta muy costoso atender a distintos requerimientos para, por ejemplo, medir la seguridad y la calidad de todo tipo de productos. Por ejemplo de medicinas, alimentos, cosméticos, automóviles, electrodomésticos y más.
Pero lo que las empresas y el tratado llama “armonización regulatoria” apunta a reducir los estándares regulatorios al más bajo nivel posible.
Ejemplos. Europa no acepta los alimentos genéticamente modificados, ni el uso de algunos pesticidas y hormonas de crecimiento en la producción agrícola y pecuaria. Estados Unidos si, y sus grandes empresas alegan que estas normas son barreras por medio de las cuales Europa limita la libertad de comercio.
Es prácticamente imposible, no creo exagerar, que los Estados Unidos dejen de producir y consumir los granos genéticamente modificados que los europeos consideran una contaminación. Tampoco están dispuestos a dejar de usar los agroquímicos y las hormonas de crecimiento que no aceptan del otro lado del Atlántico. La gran pregunta es si, en aras de la libertad de comercio, Europa debe cambiar sus normas y aceptar la producción norteamericana.
Esta diferencia regulatoria se asocia a una diferencia filosófica. Para los norteamericanos todo producto es inocuo, hasta que no se demuestre lo contrario. Para Europa todo producto debe probar que no es dañino antes de ser aceptado. Por eso es que, por ejemplo, mientras Europa prohíbe cerca de 12 mil substancias para su uso en cosméticos, los Estados Unidos prohíben solamente 12.
Si aceptan la entrada de importaciones que hoy en día no cumplen los estándares europeos resultarían más competitivas que la producción local. Lo que obligaría a los productores del viejo continente a adoptar las mismas prácticas. A esto es que se oponen los que protestan contra el TTIP.
Es un tratado que se está negociando de manera semi secreta precisamente para no levantar ámpula antes de tiempo. No se prevé que en ningún momento vaya a ser sometido al referéndum de la población.
De acuerdo a los borradores parciales que se han filtrado, hará prácticamente imposible establecer en adelante reglas de seguridad, calidad, protección a los consumidores o al medio ambiente. Las empresas verían esas nuevas restricciones como un atentado a su libertad de comercio y a sus ganancias y tendrían el derecho de demandar al gobierno que las establezca. Ya hay antecedentes de ese tipo; Alemania suspendió las centrales nucleares en su territorio y su gobierno es ahora demandado por una gran empresa no por las pérdidas reales en que incurrió, sino por las ganancias que esperaba obtener.
De acuerdo al tratado se crearía un “organismo de cooperación regulatoria” internacional que revisaría toda nueva propuesta de ley o todo tipo de norma que pudiera incidir en el comercio internacional. No sería un cuerpo electo por los ciudadanos, sino integrado por tecnócratas internacionales. Hay todo un diseño normativo en el tratado para dificultar o impedir que el congreso de un gobierno o de un país pudiera introducir nuevas leyes y normas que afectaran la armonía regulatoria y los intereses transnacionales.
Con este tratado las presiones transnacionales a favor del libre comercio dan un salto cualitativo muy preocupante para invadir lo que hasta ahora eran espacios reservados a los procedimientos democráticos. Los europeos se movilizan para defender el derecho a contar con reglas nacionales diferenciadas de acuerdo a sus propias prioridades. Pero la prioridad transnacional es contar con mercados idénticos, gobiernos dóciles y consumidores poco exigentes.
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