Jorge Faljo
Tras las fiestas y regalos viene la resaca; aunque nadie nos quita lo bailado ahora hay que apretarse el cinturón y, sobre todo si nos pasamos de gastos, habrá que arreglárnoslas para pagar.
No estamos solos. El Fondo Monetario Internacional acaba de publicar nuevos datos sobre la deuda mundial y lo que revela es que el monto de las deudas es el mayor en la historia del mundo; alcanza los 184 billones de dólares. Una cantidad difícil de comprender. Es más que toda la producción del planeta en dos años y un trimestre. Puesto de otro modo: las deudas suman 86 mil dólares por cada ser humano.
Tal nivel de deuda no es un producto del descuido de los individuos o los gobiernos. Responde a una estrategia que debemos entender.
La “gran recesión” iniciada en 2008 se originó en que millones de familias norteamericanas no pudieron pagar sus deudas hipotecarias. El sistema financiero les prestó sin ton ni son para la compra de viviendas. En su lógica si un deudor dejaba de pagar siempre podrían cobrarse recuperando la casa y revendiéndola; era un negocio seguro. Así que le prestaron a empleados temporales y de bajos salarios; incluso a desempleados.
Nunca tantas familias norteamericanas habían tenido una casa propia como en 2007. Nunca había funcionado tan bien la industria de la construcción y de accesorios como cocinas, salas, electrónicos y demás. Las ganancias eran substanciales.
Pero algo falló. Una elevación de las tasas de interés hizo que cientos de miles dejaran de pagar. Y cuando se recuperaron esas casas para revenderlas no había compradores porque ya se les había prestado a todos los candidatos posibles.
La situación llevó a una caída brutal en el precio de las viviendas y a la parálisis de la industria de la construcción. Millones debían más de lo que valía su casa y ni vendiéndola saldaban su deuda. Al caer la construcción cayó la venta accesorios, se perdieron muchos empleos y bajaron los salarios.
Se generaron otras oleadas de deudores insolventes hasta que millones de familias perdieron sus casas en los Estados Unidos.
Las repercusiones de esta recesión fueron mundiales. En México en 2009 la producción se redujo entre 6 y 4 por ciento según uno lea las cifras oficiales iniciales o las corregidas posteriormente.
Prestar a los consumidores no es novedoso; pero el neoliberalismo lo ha llevado a niveles nunca vistos. Se explica porque en las últimas décadas la producción se elevó notablemente, los salarios se estancaron y las ganancias subieron a los cielos. Creció la inequidad y con ello la amenaza de no poder vender gran parte de lo producido. El neoliberalismo crea un desencuentro creciente entre mucha oferta de un lado y bajos salarios del otro.
Hubo una solución, hacer que la ganancia empresarial sirviera para financiar el consumo. Algo que fortaleció, temporalmente, a la demanda y a las empresas les permitió seguir vendiendo. Con otra gran ventaja. En un mercado de baja demanda las oportunidades de inversión escasean, y al destinar la riqueza acumulada a prestarle a los consumidores se fortaleció también la ganancia financiera.
Visto así el endeudamiento excesivo de los consumidores no es sino un substituto de los salarios que debieron haberse incrementado.
Endeudar a las familias, lo que ocurre sobre todo en los países y grupos económicos más globalizados, no solo es un mal substituto de una mayor equidad en la distribución del ingreso. Tiende a fallar y a generar crisis cada varios años. Eso pasó en 2008 y llevó a la quiebra a muchas empresas. Lo que nos lleva a un segundo gran factor del endeudamiento.
Se trata de los grandes rescates a los que se prestan los gobiernos neoliberales. Ocurrieron en casi todas partes. En México tenemos el recuerdo amargo, y la deuda casi eterna del Fobaproa, la del rescate carretero y la de las grandes constructoras de vivienda. Rescates cargados de penumbra y corrupción.
Otro factor de deuda es que el gobierno construya, preste servicios públicos o transfiera recursos a grupos vulnerables, todo ello indispensable a la convivencia social y el desarrollo económico. Debemos verlo además como una forma de generación de demanda indispensable para que el sector privado pueda vender.
México en particular destaca como paraíso fiscal en el que las grandes empresas y fortunas pagan impuestos muy por debajo de lo que prevalece en el resto del mundo.
Con la deuda externa la situación es peor. Promueve un desequilibrio en el que compramos más al exterior de lo que vendemos en claro detrimento de la producción interna. Aquí también destaca México, sobre todo en su relación con China, en un intercambio que de aquel lado genera industrialización y empleo, y de nuestro lado lo contrario.
Las deudas más devastadoras se originan en las substituciones artificiosas que crea el neoliberalismo: prestar a los consumidores en lugar de elevar salarios; prestar a los gobiernos en lugar de pagar impuestos; prestar a los países periféricos en lugar de un comercio equilibrado favorable al desarrollo de ambas partes.
Cuando estos esquemas truenan, y lo hacen cada pocos años, no lo pagan todos por igual. La crisis destruye a los productores más débiles y permite a los más fuertes avanzar en su mayor dominio del mercado global.
Escapar de esta cuesta de enero permanente no será fácil pero ahora en México podemos dar pasos en esa dirección. No fallemos.
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