Economía
Solidaria
Jorge Faljo
La Organización de las
Naciones Unidas ha declarado a este 2012 como el año mundial de las
cooperativas. Esto según su declaración, para
recordar al mundo que es posible proponerse en paralelo la viabilidad económica
y la responsabilidad social. También como
reconocimiento a su papel económico, su adecuación a las transformaciones
sociales, su resistencia a la crisis económica global y al hecho de que se
trata de empresas serias, creadoras de empleo y con presencia en todos los
sectores.
Cierto que la historia del
cooperativismo en México no es precisamente de éxito. Como tampoco lo augura la
nueva Ley de Economía Solidaria recién publicada el pasado 23 de mayo de 2012.
Pero no quiero detenerme en las formas que tiene el poder político nacional
para desvirtuar y obstruir las iniciativas populares dando la apariencia
contraria. Prefiero centrarme en lo que requiere la gente.
El fondo del asunto es que
el cooperativismo y otras formas de organización social productiva inciden en el interés y en la práctica de una parte
creciente de la población del planeta y de nuestro país. La razón es evidente;
se trata de buscar alternativas a la creciente exclusión que impone la
globalización, ahora en crisis pero por ello mismo más agresiva.
Oficialmente hay unos 200
millones de desempleados en el mundo y 50 millones en los 32 países más
industrializados del planeta. Las cifras son artificiosamente bajas por las
metodologías empleadas. En México, de acuerdo a datos del IMSS, en este sexenio
se habrán creado menos de dos millones de empleos formales, un 30 por ciento de
ellos eventuales. Los tres últimos sexenios acumulan un déficit de 14 millones
de empleos formales.
Lo peor del
asunto es que, a un lado de los millones de desempleados que quieren
y no pueden trabajar, se encuentran recursos productivos paralizados (talleres,
tierras, equipos y herramientas) y hay decenas de millones con demandas
insatisfechas en alimentos básicos, ropa, calzado, vivienda digna y acceso a
servicios públicos.
El problema es mundial y muy
profundo. Se origina en el modelo económico prevaleciente en el que gigantescas
empresas sustentadas en grandes y maravillosos avances tecnológicos, se han
adueñado de los mercados del planeta para imponer su producción y eliminar la
competencia. La nueva producción tecnológicamente avanzada ha desplazado del
mercado a la producción tradicional o convencional generando un enorme
desempleo.
Dado que las empresas
monstruo no pagan a sus trabajadores, proveedores y al gobierno los salarios,
precios de insumos e impuestos que generen demanda
suficiente para vender lo que producen, han propiciado un enorme
desequilibrio en el mercado.
Hasta ahora lograban vender
su producción mediante préstamos a consumidores, proveedores y gobierno.
Hicieron del endeudamiento generalizado el nuevo gran mecanismo de generación
de demanda hasta llegar a sus límites y empujar al
planeta a una gran crisis. No será fácil construir una alternativa viable a la
globalización vía endeudamiento.
Entretanto la población
busca alternativas. Durante un tiempo parecieron funcionar las unidades de
producción tipo cooperativas, empresas comunitarias y todo tipo de pequeñas
organizaciones sustentadas en el trabajo familiar y la confianza mutua. El
sacrificio de la ganancia y de prestaciones formales les permitió en muchos
casos (nunca los suficientes) participar de pequeñas tajadas del mercado y
seguir vendiendo en situaciones progresivamente más difíciles.
Sin embargo la organización
social a nivel de unidad productiva es ya insuficiente. Incluso con los
sacrificios señalados no pueden seguir siendo competitivas en un mercado
dominado por la gran empresa y las grandes cadenas comerciales.
En adelante el sustento de
una economía solidaria, incluyente de los expulsados de la globalización,
tendrá que superar el estrecho marco de la unidad de producción para plantearse
una nueva forma de organización del mercado. Justamente lo que muchos están
haciendo en todo el mundo.
Enfrentamos un mercado
globalizado caracterizado por la falta de reciprocidad; en el que los exitosos
lo son porque no pagan lo suficiente para crear demanda efectiva sólida; pero
si prestan y endeudan a todos. En el que unos países prosperan vendiendo sin
comprar y endeudando a los demás.
La economía solidaria
propone un cambio fundamental; el restablecimiento de relaciones de
reciprocidad entre agentes económicos. Se trata de una formula sencilla: yo te
compro si tú me compras. Para poder comprar necesito un ingreso que solo puedo
obtener si vendo; es decir si tú me compras. Es decir en que los excluidos se
comprometen a comprarles a otros excluidos.
Ocurre que en este momento
los excluidos pueden producir todo tipo de mercancías con sus recursos y
capacidades disponibles. Pueden cubrir el total de la canasta básica de
alimentos, vestido, calzado, materiales de construcción, muebles y más. No
pueden vender y no producen en el mercado globalizado; pero podrían hacerlo
prácticamente de un día para otro mediante simples cambios organizativos en las
compras del gobierno, el principal obligado a la solidaridad, y acuerdos entre
ellos mismos.
Parece ser que
la única
respuesta posible para el planeta y para nuestro país en las actuales
circunstancias es organizar el intercambio entre excluidos en el plano local,
regional y nacional. Tal fue el sentido, por ejemplo, de los centenares de
clubes de trueque que millones de argentinos organizaron y les permitieron
sobrevivir en lo peor de su crisis de hace una década. Hasta que recompusieron
su mercado nacional y entraron en un periodo de rápido crecimiento e inclusión
social. Es lo que hacen los 15 mil LETS (Local Exchange Trading Systems) o
mecanismos de intercambio local registrados en gran número de países.
Son pequeñas organizaciones
en las que los productores/ consumidores, porque son las dos cosas a la vez, se
ponen de acuerdo para intercambiar entre ellos. La forma más efectiva de
hacerlo son operaciones de mercado mediante vales o cupones para comprarse unos
a otros. Cada quien vende y compra lo que quiere dentro de los limites de ese
mercado.
Intercambiar entre excluidos
no significa condenarlos a continuar en la exclusión sino todo lo contrario. Un
productor que logra intercambiar parte de su producción y adquirir así una
porción importante de lo que requiere, sin usar los escasos pesos que consigue,
adquiere mayor competitividad para seguir produciendo en el mercado abierto.
Aunque ahí no logre colocar toda su producción.
Decenas de miles de pequeños
productores en México operan subutilizando sus recursos y capacidades
disponibles. Podrían producir mucho más, el doble o el triple, pero no
encuentran como venderlo. Así que crear espacios para el intercambio entre
excluidos sería la mejor política social y productiva, no asistencialista, que
se podría instrumentar.
Los detonadores serían los
programas asistenciales y de compra gubernamental de bienes básicos. Supongamos
simplemente que Oportunidades otorga su ayuda alimentaria en cupones para el
consumo de alimentos locales y no los importados. Los cupones los compraría a
productores organizados para generar la canasta de consumo adecuada. Hay ya
organizaciones de productores/ consumidores que pueden hacer este tipo de
trato.
Supongamos que el ejército y
la marina, los comedores asistenciales y la gran masa de vales de despensa que
dan algunos gobiernos (incluso fuera de tiempos electorales) fuera para el
consumo de bienes generados en la economía solidaría.
Con esa base tomaría vuelo
el intercambio reciproco entre productores y se crearía un gran mercado organizado
que resolvería problemas sociales al tiempo que generaría producción y empleo.
Sería un uso mucho más eficiente del gasto público que repartir dinero para
comprar bienes importados, generadores de desempleo nacional.
Eso es precisamente lo que
en Estados Unidos pretende el programa “Farm to School”, que con subsidio
federal trata de mejorar la educación, la economía y el empleo, al tiempo que
reduce el gasto en transporte y combustibles, ayudando a las escuelas a comprar
a productores locales. Comprar alimentos locales beneficia a los muchachos y a
sus familias y reduce la necesidad de gastos asistenciales que podrían ser
superiores.
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