domingo, 2 de septiembre de 2012

Economía Solidaria


Economía Solidaria
Jorge Faljo
La Organización de las Naciones Unidas ha declarado a este 2012 como el año mundial de las cooperativas. Esto según su declaración, para recordar al mundo que es posible proponerse en paralelo la viabilidad económica y la responsabilidad social. También como reconocimiento a su papel económico, su adecuación a las transformaciones sociales, su resistencia a la crisis económica global y al hecho de que se trata de empresas serias, creadoras de empleo y con presencia en todos los sectores.
Cierto que la historia del cooperativismo en México no es precisamente de éxito. Como tampoco lo augura la nueva Ley de Economía Solidaria recién publicada el pasado 23 de mayo de 2012. Pero no quiero detenerme en las formas que tiene el poder político nacional para desvirtuar y obstruir las iniciativas populares dando la apariencia contraria. Prefiero centrarme en lo que requiere la gente.
El fondo del asunto es que el cooperativismo y otras formas de organización social productiva inciden en el interés y en la práctica de una parte creciente de la población del planeta y de nuestro país. La razón es evidente; se trata de buscar alternativas a la creciente exclusión que impone la globalización, ahora en crisis pero por ello mismo más agresiva.
Oficialmente hay unos 200 millones de desempleados en el mundo y 50 millones en los 32 países más industrializados del planeta. Las cifras son artificiosamente bajas por las metodologías empleadas. En México, de acuerdo a datos del IMSS, en este sexenio se habrán creado menos de dos millones de empleos formales, un 30 por ciento de ellos eventuales. Los tres últimos sexenios acumulan un déficit de 14 millones de empleos formales.
Lo peor del asunto es que, a un lado de los millones de desempleados que quieren y no pueden trabajar, se encuentran recursos productivos paralizados (talleres, tierras, equipos y herramientas) y hay decenas de millones con demandas insatisfechas en alimentos básicos, ropa, calzado, vivienda digna y acceso a servicios públicos.
El problema es mundial y muy profundo. Se origina en el modelo económico prevaleciente en el que gigantescas empresas sustentadas en grandes y maravillosos avances tecnológicos, se han adueñado de los mercados del planeta para imponer su producción y eliminar la competencia. La nueva producción tecnológicamente avanzada ha desplazado del mercado a la producción tradicional o convencional generando un enorme desempleo.
Dado que las empresas monstruo no pagan a sus trabajadores, proveedores y al gobierno los salarios, precios de insumos e impuestos que generen demanda suficiente para vender lo que producen, han propiciado un enorme desequilibrio en el mercado.
Hasta ahora lograban vender su producción mediante préstamos a consumidores, proveedores y gobierno. Hicieron del endeudamiento generalizado el nuevo gran mecanismo de generación de demanda hasta llegar a sus límites y empujar al planeta a una gran crisis. No será fácil construir una alternativa viable a la globalización vía endeudamiento.
Entretanto la población busca alternativas. Durante un tiempo parecieron funcionar las unidades de producción tipo cooperativas, empresas comunitarias y todo tipo de pequeñas organizaciones sustentadas en el trabajo familiar y la confianza mutua. El sacrificio de la ganancia y de prestaciones formales les permitió en muchos casos (nunca los suficientes) participar de pequeñas tajadas del mercado y seguir vendiendo en situaciones progresivamente más difíciles.
Sin embargo la organización social a nivel de unidad productiva es ya insuficiente. Incluso con los sacrificios señalados no pueden seguir siendo competitivas en un mercado dominado por la gran empresa y las grandes cadenas comerciales.
En adelante el sustento de una economía solidaria, incluyente de los expulsados de la globalización, tendrá que superar el estrecho marco de la unidad de producción para plantearse una nueva forma de organización del mercado. Justamente lo que muchos están haciendo en todo el mundo.
Enfrentamos un mercado globalizado caracterizado por la falta de reciprocidad; en el que los exitosos lo son porque no pagan lo suficiente para crear demanda efectiva sólida; pero si prestan y endeudan a todos. En el que unos países prosperan vendiendo sin comprar y endeudando a los demás.
La economía solidaria propone un cambio fundamental; el restablecimiento de relaciones de reciprocidad entre agentes económicos. Se trata de una formula sencilla: yo te compro si tú me compras. Para poder comprar necesito un ingreso que solo puedo obtener si vendo; es decir si tú me compras. Es decir en que los excluidos se comprometen a comprarles a otros excluidos.
Ocurre que en este momento los excluidos pueden producir todo tipo de mercancías con sus recursos y capacidades disponibles. Pueden cubrir el total de la canasta básica de alimentos, vestido, calzado, materiales de construcción, muebles y más. No pueden vender y no producen en el mercado globalizado; pero podrían hacerlo prácticamente de un día para otro mediante simples cambios organizativos en las compras del gobierno, el principal obligado a la solidaridad, y acuerdos entre ellos mismos.
Parece ser que la única respuesta posible para el planeta y para nuestro país en las actuales circunstancias es organizar el intercambio entre excluidos en el plano local, regional y nacional. Tal fue el sentido, por ejemplo, de los centenares de clubes de trueque que millones de argentinos organizaron y les permitieron sobrevivir en lo peor de su crisis de hace una década. Hasta que recompusieron su mercado nacional y entraron en un periodo de rápido crecimiento e inclusión social. Es lo que hacen los 15 mil LETS (Local Exchange Trading Systems) o mecanismos de intercambio local registrados en gran número de países.
Son pequeñas organizaciones en las que los productores/ consumidores, porque son las dos cosas a la vez, se ponen de acuerdo para intercambiar entre ellos. La forma más efectiva de hacerlo son operaciones de mercado mediante vales o cupones para comprarse unos a otros. Cada quien vende y compra lo que quiere dentro de los limites de ese mercado.
Intercambiar entre excluidos no significa condenarlos a continuar en la exclusión sino todo lo contrario. Un productor que logra intercambiar parte de su producción y adquirir así una porción importante de lo que requiere, sin usar los escasos pesos que consigue, adquiere mayor competitividad para seguir produciendo en el mercado abierto. Aunque ahí no logre colocar toda su producción.
Decenas de miles de pequeños productores en México operan subutilizando sus recursos y capacidades disponibles. Podrían producir mucho más, el doble o el triple, pero no encuentran como venderlo. Así que crear espacios para el intercambio entre excluidos sería la mejor política social y productiva, no asistencialista, que se podría instrumentar.
Los detonadores serían los programas asistenciales y de compra gubernamental de bienes básicos. Supongamos simplemente que Oportunidades otorga su ayuda alimentaria en cupones para el consumo de alimentos locales y no los importados. Los cupones los compraría a productores organizados para generar la canasta de consumo adecuada. Hay ya organizaciones de productores/ consumidores que pueden hacer este tipo de trato.
Supongamos que el ejército y la marina, los comedores asistenciales y la gran masa de vales de despensa que dan algunos gobiernos (incluso fuera de tiempos electorales) fuera para el consumo de bienes generados en la economía solidaría.
Con esa base tomaría vuelo el intercambio reciproco entre productores y se crearía un gran mercado organizado que resolvería problemas sociales al tiempo que generaría producción y empleo. Sería un uso mucho más eficiente del gasto público que repartir dinero para comprar bienes importados, generadores de desempleo nacional.
Eso es precisamente lo que en Estados Unidos pretende el programa “Farm to School”, que con subsidio federal trata de mejorar la educación, la economía y el empleo, al tiempo que reduce el gasto en transporte y combustibles, ayudando a las escuelas a comprar a productores locales. Comprar alimentos locales beneficia a los muchachos y a sus familias y reduce la necesidad de gastos asistenciales que podrían ser superiores. 

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