domingo, 2 de septiembre de 2012

Huevo y reconstrucción nacional


Huevo y reconstrucción nacional
Jorge Faljo
La escalada de aumento de precio del huevo es escandalosa y la reacción oficial se ha quedado, como de costumbre, muy corta ante la magnitud del problema. Se le trata como algo meramente coyuntural y se simulan capacidades de control que no se tienen. La eliminación de aranceles y altas importaciones no corrigen el problema de fondo que es la destrucción de buena parte del aparato productivo. Debemos ver este problema como una señal de alerta y de cambio de rumbo. Hay que plantearnos la reconstrucción productiva del país.
El huevo es un alimento de alta densidad nutricional que aporta proteínas y grasas de muy buena calidad. Recientes estudios lo han rehabilitado como un alimento sano, sobre todo en la perspectiva de su comparación con carnes rojas y quesos. Lo que para millones es indiferente porque a fin de cuentas su elección se sustenta en su capacidad de compra; y el primero es la fuente más barata de proteínas animales. Esto lo ha colocado como el alimento de alto contenido nutricional (proteínas y grasas) más recurrente y principal para buena parte de la población. El aumento desmedido de su precio realmente impacta la nutrición ya precaria de millones.
Algo que caracteriza a la producción de huevo es su sencillez y el hecho de que sea posible producirlo en múltiples niveles tecnológicos. Desde las gallinas criollas que vagabundean buscando sus alimentos, se defienden como pueden y no reciben visitas del veterinario hasta la producción gigantesca con centenares de miles de gallinas. Entre ambos extremos existen, o por lo menos existían toda una gama de posibilidades de tecnologías y escalas de producción.
Un estudio publicado en 2001 sobre la crisis avícola, de María del Carmen Hernández Moreno, es muy ilustrativo al hablar de la quiebra de cientos de miles de productores avícolas. No se trata de un cálculo refinado en la medida en que la mayoría de los incluidos serían micro productores independientes, es decir con una producción secundaria a su actividad principal y no integrados a estructuras centralizadas de distribución de ponedoras y comercialización en gran escala.
Otras estadísticas se refieren a productores pequeños y medianos con entre 2 mil y 50 mil gallinas ponedoras. La Unión Nacional de Avicultores –UNA-, calcula que en 1975 existían unos 7,500 productores. Hace un año, en julio del 2011, Jaime Crivelli, el presidente de esta unión declaraba que “las 600 pequeñas y medianas empresas avícolas del país” estaban en crisis debido al incremento en los precios de los insumos. No era sino una más de las señales del proceso continuado de inutilización de las capacidades y recursos de una enorme cantidad de productores. Hoy en día tan solo siete empresas dominan casi la mitad de la producción y del mercado.
El sector se ha modernizado de manera acelerada pero destructiva. De un lado empresas monstruo, de escala gigantesca y alta tecnología; del otro lado inutilización masiva de capacidades, desempleo y reducción de niveles de vida.
Los neoliberales nos anunciaron que  “los no competitivos no sobrevivirán” como algo inevitable y en realidad producto de un diseño económico instrumentado sin consulta. Sometidos a la filosofía de la competitividad se abrieron las puertas a las importaciones y tan solo en el año 2002 las pequeñas y medianas empresas avícolas se redujeron de 3,500 a menos de mil.
Los resultados han sido catastróficos en la perspectiva de la producción, el empleo y el consumo rurales y ahora la sociedad entera se ve sometida al chantaje y la especulación.
Se ha intentado dar la impresión de que este estilo de modernización destructiva es eficiente; los datos de la producción lo ponen en duda. De 2000 a 2011 la producción de huevo creció en un 14 por ciento; en cambio de 1972 a 1979, tres años menos, se duplicó. Hoy en día un crecimiento anual de 1.5 por ciento nos parece bueno; en los setentas el crecimiento anual de 18 por ciento era lo usual. La diferencia de dinámicas no se origina en las capacidades productivas, que sobran, sino en la evolución del bienestar de la población: en los setentas se generaba empleo formal y crecía el salario mínimo real. Ya no.
El problema del abasto y de la especulación con el huevo no es coyuntural; es el resultado de la concentración de la producción y de la inutilización de las pequeñas y medianas capacidades productivas dispersas. No es tampoco peculiar a un solo producto; es un asunto emblemático de los resultados de una estrategia generalizada conducente a la exclusión de las capacidades productivas pequeñas y medianas.
Nos encontramos ahora con un país semidestruido, incapaz de generar empleo y abasto suficiente. Y sin embargo la solución de fondo es sencilla, viable y de rápida instrumentación. Lo esencial es entender que en manos de la población, de los ejidos, los pequeños productores, los pueblos y comunidades, se encuentran vastas capacidades y recursos productivos que pueden ser reactivados y movilizados rápidamente con la estrategia apropiada.
Lo esencial es abandonar la filosofía de muerte a los no competitivos para instrumentar una política para “activar todos nuestros recursos y capacidades”. Necesitamos una estrategia de producción, comercialización y consumo que promueva múltiples escalas de producción, niveles tecnológicos, formas de propiedad (privada y social) y de organización de la comercialización.
Producir huevo es sencillo; lo que se requiere para reactivar y recrear literalmente decenas de miles de pequeñas unidades productivas, con los recursos y mano de obra disponibles, es colocarles un piso mínimo de “demanda semilla” (parafraseando aquello del capital semilla). Esto se puede hacer con un gasto público mucho más eficiente, no mayor. Simplemente hay que hacer que el gasto social apoye a la micro y pequeña producción local, regional, comunitaria en lugar de promover el consumo de las empresas monstruo y de importaciones.
El Programa Oportunidades, y otros, apoyan con dinero en efectivo el consumo básico de seis millones de mexicanos. Esos apoyos pueden entregarse en forma de vales de consumo sobre una canasta alimentaria producida y comercializada por pequeños productores organizados. Lo que debe hacer Oportunidades es emplear el recurso para comprarles vales a esas organizaciones de productores, que ya existen, para distribuirlos a los beneficiarios.
Vales que servirían para comprar huevo, frijol, harinas, frutas y verduras, agua purificada y toda la canasta alimentaria que sea posible producir en cada pueblo, municipio o región. Esta demanda semilla levantaría rápidamente decenas de miles de unidades de producción que en un segundo paso crearían mecanismos de intercambio local y regional inscritas dentro del sector social y solidario de la economía nacional.
El dinero público empleado de esta manera revertiría, como ahora lo hace, al resto de la economía. Pero no como demanda de huevo y de otros productos alimentarios que ahora se comprarían a nivel local; sino como demanda de insumos productivos, muchos de ellos sobre la industria nacional, para el fortalecimiento de las capacidades locales. Sería un gasto que combatiría la inflación que ahora se impone sobre el huevo y la canasta alimentaria en general.
Hagamos a un lado el gasto asistencialista. Necesitamos gasto a la vez social y productivo que eleve los niveles de autosuficiencia regional, el empleo y el bienestar a partir de la movilización de capacidades productivas existentes y disponibles. Hay que modernizar sin destruir, globalizarnos sin dejar de ser mexicanos productivos.
Ante el derrumbe mundial y nacional de las fantasías modernizadoras hay que reconstruir el aparato productivo nacional y reafirmarnos como sociedad organizada para la producción y el bienestar  empleando todos los recursos, todas las capacidades y todos los niveles tecnológicos. 

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