Huevo y reconstrucción
nacional
Jorge Faljo
La escalada de aumento de precio
del huevo es escandalosa y la reacción oficial se ha quedado, como de
costumbre, muy corta ante la magnitud del problema. Se le trata como algo
meramente coyuntural y se simulan capacidades de control que no se tienen. La
eliminación de aranceles y altas importaciones no corrigen el problema de fondo
que es la destrucción de buena parte del aparato productivo. Debemos ver este
problema como una señal de alerta y de cambio de rumbo. Hay que plantearnos la
reconstrucción productiva del país.
El huevo es un alimento de alta
densidad nutricional que aporta proteínas y grasas de muy buena calidad.
Recientes estudios lo han rehabilitado como un alimento sano, sobre todo en la
perspectiva de su comparación con carnes rojas y quesos. Lo que para millones
es indiferente porque a fin de cuentas su elección se sustenta en su capacidad
de compra; y el primero es la fuente más barata de proteínas animales. Esto lo
ha colocado como el alimento de alto contenido nutricional (proteínas y grasas)
más recurrente y principal para buena parte de la población. El aumento
desmedido de su precio realmente impacta la nutrición ya precaria de millones.
Algo que caracteriza a la
producción de huevo es su sencillez y el hecho de que sea posible producirlo en
múltiples niveles tecnológicos. Desde las gallinas criollas que vagabundean
buscando sus alimentos, se defienden como pueden y no reciben visitas del
veterinario hasta la producción gigantesca con centenares de miles de gallinas.
Entre ambos extremos existen, o por lo menos existían toda una gama de
posibilidades de tecnologías y escalas de producción.
Un estudio publicado en 2001
sobre la crisis avícola, de María del Carmen Hernández Moreno, es muy ilustrativo
al hablar de la quiebra de cientos de miles de productores avícolas. No se
trata de un cálculo refinado en la medida en que la mayoría de los incluidos
serían micro productores independientes, es decir con una producción secundaria
a su actividad principal y no integrados a estructuras centralizadas de
distribución de ponedoras y comercialización en gran escala.
Otras estadísticas se refieren a
productores pequeños y medianos con entre 2 mil y 50 mil gallinas ponedoras. La
Unión Nacional de Avicultores –UNA-, calcula que en 1975 existían unos 7,500
productores. Hace un año, en julio del 2011, Jaime Crivelli, el presidente de
esta unión declaraba que “las 600 pequeñas y medianas empresas avícolas del
país” estaban en crisis debido al incremento en los precios de los insumos. No
era sino una más de las señales del proceso continuado de inutilización de las
capacidades y recursos de una enorme cantidad de productores. Hoy en día tan
solo siete empresas dominan casi la mitad de la producción y del mercado.
El sector se ha modernizado de
manera acelerada pero destructiva. De un lado empresas monstruo, de escala
gigantesca y alta tecnología; del otro lado inutilización masiva de
capacidades, desempleo y reducción de niveles de vida.
Los neoliberales nos anunciaron que
“los no competitivos no sobrevivirán” como
algo inevitable y en realidad producto de un diseño económico instrumentado sin
consulta. Sometidos a la filosofía de la competitividad se abrieron las puertas
a las importaciones y tan solo en el año 2002 las pequeñas y medianas empresas
avícolas se redujeron de 3,500 a menos de mil.
Los resultados han sido catastróficos
en la perspectiva de la producción, el empleo y el consumo rurales y ahora la
sociedad entera se ve sometida al chantaje y la especulación.
Se ha intentado dar la impresión
de que este estilo de modernización destructiva es eficiente; los datos de la producción
lo ponen en duda. De 2000 a 2011 la producción de huevo creció en un 14 por
ciento; en cambio de 1972 a 1979, tres años menos, se duplicó. Hoy en día un
crecimiento anual de 1.5 por ciento nos parece bueno; en los setentas el
crecimiento anual de 18 por ciento era lo usual. La diferencia de dinámicas no
se origina en las capacidades productivas, que sobran, sino en la evolución del
bienestar de la población: en los setentas se generaba empleo formal y crecía
el salario mínimo real. Ya no.
El problema del abasto y de la
especulación con el huevo no es coyuntural; es el resultado de la concentración
de la producción y de la inutilización de las pequeñas y medianas capacidades
productivas dispersas. No es tampoco peculiar a un solo producto; es un asunto
emblemático de los resultados de una estrategia generalizada conducente a la
exclusión de las capacidades productivas pequeñas y medianas.
Nos encontramos ahora con un país
semidestruido, incapaz de generar empleo y abasto suficiente. Y sin embargo la
solución de fondo es sencilla, viable y de rápida instrumentación. Lo esencial
es entender que en manos de la población, de los ejidos, los pequeños
productores, los pueblos y comunidades, se encuentran vastas capacidades y
recursos productivos que pueden ser reactivados y movilizados rápidamente con
la estrategia apropiada.
Lo esencial es abandonar la
filosofía de muerte a los no competitivos para instrumentar una política para
“activar todos nuestros recursos y capacidades”. Necesitamos una estrategia de
producción, comercialización y consumo que promueva múltiples escalas de
producción, niveles tecnológicos, formas de propiedad (privada y social) y de
organización de la comercialización.
Producir huevo es sencillo; lo
que se requiere para reactivar y recrear literalmente decenas de miles de
pequeñas unidades productivas, con los recursos y mano de obra disponibles, es
colocarles un piso mínimo de “demanda semilla” (parafraseando aquello del
capital semilla). Esto se puede hacer con un gasto público mucho más eficiente,
no mayor. Simplemente hay que hacer que el gasto social apoye a la micro y
pequeña producción local, regional, comunitaria en lugar de promover el consumo
de las empresas monstruo y de importaciones.
El Programa Oportunidades, y
otros, apoyan con dinero en efectivo el consumo básico de seis millones de
mexicanos. Esos apoyos pueden entregarse en forma de vales de consumo sobre una
canasta alimentaria producida y comercializada por pequeños productores
organizados. Lo que debe hacer Oportunidades es emplear el recurso para
comprarles vales a esas organizaciones de productores, que ya existen, para
distribuirlos a los beneficiarios.
Vales que servirían para comprar
huevo, frijol, harinas, frutas y verduras, agua purificada y toda la canasta
alimentaria que sea posible producir en cada pueblo, municipio o región. Esta
demanda semilla levantaría rápidamente decenas de miles de unidades de
producción que en un segundo paso crearían mecanismos de intercambio local y
regional inscritas dentro del sector social y solidario de la economía
nacional.
El dinero público empleado de
esta manera revertiría, como ahora lo hace, al resto de la economía. Pero no
como demanda de huevo y de otros productos alimentarios que ahora se comprarían
a nivel local; sino como demanda de insumos productivos, muchos de ellos sobre
la industria nacional, para el fortalecimiento de las capacidades locales. Sería
un gasto que combatiría la inflación que ahora se impone sobre el huevo y la
canasta alimentaria en general.
Hagamos a un lado el gasto
asistencialista. Necesitamos gasto a la vez social y productivo que eleve los
niveles de autosuficiencia regional, el empleo y el bienestar a partir de la
movilización de capacidades productivas existentes y disponibles. Hay que
modernizar sin destruir, globalizarnos sin dejar de ser mexicanos productivos.
Ante el derrumbe mundial y
nacional de las fantasías modernizadoras hay que reconstruir el aparato
productivo nacional y reafirmarnos como sociedad organizada para la producción
y el bienestar empleando todos los recursos,
todas las capacidades y todos los niveles tecnológicos.
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