Indigencia en México, Argentina y Ecuador
Faljoritmo
Jorge Faljo
Me parece de gran interés comparar la evolución de la indigencia y el crecimiento económico en tres países, sobre todo porque han instrumentado estrategias muy diferente en lo que va del presente siglo. México, mi país, dominado por los intereses del capital financiero se ha distinguido por una estrategia neoliberal; Argentina y Ecuador por su enfrentamiento a las recomendaciones ortodoxas de las grandes instituciones financieras internacionales.
Aprovecho dos estudios recientes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL- para comparar los resultados obtenidos. Se trata del “Panorama Social de América Latina” y del “Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe”, ambos publicados a finales de 2012 y disponibles en internet.
Los estudios de la CEPAL nos proporcionan la mejor visión de conjunto de la evolución económica y social de la región. Que gusto da saber que esta institución de las Naciones Unidas es dirigida por una brillante mexicana.
Si bien los estudios son de una gran riqueza en información aquí solo expondré datos muy seleccionados. Adelanto que lo importante no es el dato estático sino la evolución a lo largo de varios años. Eso, más allá de un resultado coyuntural es lo que permite observar el impacto de las distintas estrategias de política económica y social.
En septiembre del 2000, México y otros 190 países miembros de las Naciones Unidas acordaron concentrar esfuerzos en la lucha contra la pobreza, el hambre, la enfermedad, el analfabetismo y otros. El eje de este esfuerzo habría de ser la reducción de la población en pobreza extrema.
Para la CEPAL la indigencia o pobreza extrema se refiere al grupo de la población que no dispone de los recursos que le permitan satisfacer al menos sus necesidades básicas de alimentación. Y es sobre este sector social que me parece interesante una comparación internacional.
Entre 2004 y 2011 Argentina redujo su población en condiciones de indigencia de 14.9 a 1.9 por ciento. De 2002 al 2011 Ecuador la redujo casi a la mitad, de 19.4 a 10.1 por ciento y México la incrementó de 12.6 a 13.3 por ciento. En este último periodo América Latina redujo su promedio de indigencia de 19.3 a 11.5 por ciento.
México marcha claramente a contracorriente del conjunto de América Latina y destaca como el mayor fracaso en materia de reducción de la indigencia. No es un resultado coyuntural, ni el reflejo de una catástrofe particular, como lo sería una sequía, un huracán o algo así. Es la consecuencia de una estrategia económica y social que a diferencia de otros países, de hecho de todo el continente, sume a una importante porción de su población en el extremo inhumano del hambre crónica.
Un factor relevante que podemos asociar a esta incapacidad mexicana para reducir la indigencia es el de su ritmo de crecimiento. Aquí también las comparaciones son brutales.
En los ocho años que van del 2004 al 2011 Argentina tuvo un crecimiento del producto per cápita del 67 por ciento; Ecuador de un 29 por ciento; América Latina de 27 por ciento en promedio. De nuevo llama la atención México con un crecimiento per cápita de tan solo 11 por ciento en ocho años. Asociado al deterioro salarial de la gran mayoría.
No es mala suerte; ha sido, simplemente, mal gobierno. Mala comprensión del funcionamiento de la economía, sumisión a la ortodoxia neoliberal y predominio de los intereses fácticos.
Añado, como un elemento que debe hacernos reflexionar un dato más. En el lapso de alto crecimiento argentino, de 2004 a 2010, redujo su deuda externa en un 69 por ciento; Ecuador la redujo en un 60 por ciento. México la incrementó levemente a pesar de grandes ingresos petroleros, remesas de trabajadores, dólares de procedencia ilícita y la venta de lo mejor de su aparato productivo (bancos, siderurgia, cerveceras y más). Argentina y Ecuador tienen problemas para abastecerse de dólares, aceleran el pago de su deuda histórica y así crecen y elevan el bienestar de su población.
Todo parece indicar que contar con dólares en abundancia es en realidad un obstáculo al crecimiento económico y un factor de riesgo creciente. Podríamos crecer mucho más rápidamente y mejorar nuestro bienestar empleando mejor nuestros propios recursos, protegiendo a nuestros productores y no destruyéndolos.
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