El G-20 y el estancamiento global
Jorge Faljo
La semana pasada se llevó a cabo, en Moscú, una nueva reunión del G-20. Son eventos que reúnen a los ministros de finanzas y gobernadores de los bancos centrales de los países industrializados y también de las principales economías en desarrollo. Estos países concentran el 80 por ciento de la producción y el comercio y dos terceras partes de la población mundial. Incluye a la Unión Europea (que es en realidad un conjunto de países) y a México.
El encuentro estuvo marcado por el deterioro de la economía mundial. La zona euro presentó el año pasado una caída del producto de un 0.6 por ciento; lo que en la práctica significa el cierre de centenares de empresas y el despido de decenas de miles de trabajadores. Por su parte la producción industrial norteamericana continúa por debajo de su nivel del 2007, con tendencia a la desaceleración y con una importante subutilización de capacidad instalada. Japón entró también en franca recesión con una caída de 0.9 por ciento en el último cuatrimestre del 2012.
A la preocupación por la economía se suma crecientemente la de tipo social. Guy Ryder, director general de la Organización Internacional del Trabajo advirtió que los niveles de desempleo amenazan la estabilidad social de la zona euro y que “es necesario actuar antes de que este descontento que se está gestando degenere en episodios de tensión y sublevación que tendrán repercusiones en toda la región.” Para la OIT la crisis ha destruido, en los últimos cinco años, 28 millones de empleos y el planeta se encuentra en un nivel record de 202 millones de desempleados.
Fue Mark Carney, gobernador del banco central de Canadá, quien puso el dedo en la llaga cuando señaló que el riesgo global es de insuficiente demanda.
Este es el punto. Las empresas quiebran, la producción se paraliza, la economía retrocede, se pierden empleos y la población se empobrece. Y el problema es absurdo: sobra producción pero la gente no tiene dinero para comprar la abundancia disponible. Un problema que se agrava en la medida en que cada empresa para sobrevivir despide trabajadores, reduce salarios y prestaciones y por otra parte los gobiernos elevan impuestos al consumo y a las clases medias, no a los sectores que acumulan la riqueza.
Hemos entrado a una tenebrosa espiral negativa que solo puede ser revertida mediante la creación masiva de demanda que ponga en funcionamiento las capacidades ya disponibles (talleres, maquinaria, equipos, trabajadores capacitados).
Pero el G-20 se maneja en otra sintonía. La reunión se caracterizó por el temor a las devaluaciones competitivas por medio de las cuales algunos países podrían adquirir mayor competitividad. El temor tiene bases en la medida en que prevalece la vieja idea neoliberal de que la receta para el crecimiento se basa en conquistar mercados externos, en exportar. Al mismo tiempo se desprecia el consumo interno de la población, el fortalecimiento de los salarios y las transferencias de ingresos por la vía fiscal en favor de los de menos ingresos.
Exportar no es la salida. Comerciar es bueno; pero se cierran las posibilidades de crecer sobre la base de un fuerte superávit comercial porque los mercados del planeta ya han sido conquistados. Todo se ha globalizado. Ahora si Japón devalúa para incrementar sus exportaciones (un fuerte temor de esta cumbre) lo que hace es desplazar a los productores de Alemania, Europa, China o los Estados Unidos de su posición en África o América Latina. Así que cada uno vigila que otro no le gane en competitividad cambiaria.
Los miembros del G-20 acordaron no promover devaluaciones competitivas y se plantearon como estrategia central avanzar por la vía del incremento de las inversiones productivas para incrementar la productividad.
Pero bien mirada esta tampoco es solución de fondo. Tal vez les sirva hasta cierto punto a los países con tecnologías de punta para expandir sus exportaciones de manera aceptable. De este modo pueden conquistar mercados periféricos desplazando a las empresas y trabajadores locales. Podrán exportar su crisis, empeorando las de los demás.
Ya es hora de cambiar de paradigma. Cada país debe generar internamente la suficiente demanda que le permita poner a funcionar de manera eficiente a su propio aparato productivo. Sin embargo esto requiere regular su comercio externo de tal manera que el incremento de la demanda no se fugue a la compra de importaciones. Es decir que debemos avanzar hacia intercambios comerciales equilibrados, equitativos, que eviten la destrucción de las capacidades productivas de los países en desarrollo y que permitan avanzar a los que beneficien a su población mientras se estancan los que no lo hagan.
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