martes, 21 de enero de 2014

Explosión mundial de obesidad

Faljoritmo

Jorge Faljo

De acuerdo a un reciente estudio británico en los últimos 30 años el porcentaje de personas con obesidad o sobrepeso creció del 23 al 34 por ciento en el planeta. Uno de cada tres humanos pesamos más de lo que nos conviene. Curiosamente el incremento del sobrepeso es más acelerado en los países pobres que en los ricos. El sobrepeso se multiplicó por 3.6 en los países subdesarrollados y por 1.7 en los industrializados. Hoy en día el porcentaje de gordos en América Latina, el norte de África y el Medio Oriente es similar al de Europa.

La humanidad entera transita, desde hace varias décadas, de los alimentos tradicionales a otros de mayor densidad calórica. En lugar de las dietas tradicionales basadas en granos enteros, vegetales y agua estamos consumiendo cada vez más azúcar, grasas y carne. Con cantidades similares en peso estamos consumiendo mucha más energía.

También ocurre que vivimos en ciudades, nuestros empleos son más sedentarios y nos transportamos sin hacer ejercicio.

Vamos en una dirección que hace encender la alarma sobre el futuro de la salud de la humanidad y el costo en bienestar y en gasto en salud que va a implicar el sobrepeso. Países como México, Brasil, China y la India ven crecer aceleradamente la población propensa a sufrir de diabetes, problemas del aparato circulatorio (corazón y cerebro sobre todo), así como de varios tipos de cáncer.

No podemos seguir viendo al sobrepeso como un simple asunto de decisiones individuales. Enfrentamos un cambio de estilos de vida y de consumo asociados a la modernidad, pero también inducidos por el dominio del interés de la ganancia en la orientación de los hábitos de consumo.

En el caso específico de nuestro país podemos definirnos como un país de gordos. Siete de cada diez mexicanos tiene sobrepeso; el 32.8 por ciento es obeso. Más que en los Estados Unidos. Y el problema tiende a empeorar en la medida en que dejamos atrás la dieta basada en maíz, frijol y arroz para substituirla por alimentos industrializados ricos en grasa y azúcar.

Uno de los aspectos más graves del problema es la dudosa gloria de ser campeones mundiales en consumo de refrescos; cada mexicano bebe, en promedio, 163 litros al año. Este consumo desmedido deja de ser algo meramente anecdótico para apuntarse como uno de los mayores enemigos de la salud y del bolsillo de los mexicanos.

No se trata tanto del gasto actual en refrescos sino del costo futuro en tratamiento de enfermedades y pérdida de bienestar, sobre todo para aquellos que cargan con este sobrepeso desde la infancia. La tendencia al incremento del sobrepeso podría llevarnos en unos años a vivir menos y con más achaques.

Sin embargo existen buenas noticias en otros frentes que podrían servir de ejemplo de lo que es posible lograr con medidas de política pública. El gran ejemplo es la lucha contra el tabaquismo.

Unas cien millones de personas murieron por causas relacionadas con el consumo de tabaco durante el siglo pasado en todo el mundo. Pero las campañas de salud pública han logrado reducir el porcentaje de fumadores norteamericanos del 42 por ciento a menos de la mitad, el 18 por ciento, en cincuenta años. De acuerdo a la asociación médica americana las personas que lo evitaron totalmente o lo dejaron tempranamente añadieron casi 20 años a su vida.

Prácticamente todos los países del mundo han adoptado medidas activas de control del tabaquismo. Se protege a los no fumadores del humo en lugares públicos; se hacen campañas contra ese hábito y en muchos casos se ofrece apoyo a quienes desean dejar de fumar. Tal vez lo más impactante son las feas imágenes de sus consecuencias en las misma cajetillas. Lo determinante fue el predominio del interés público por arriba del interés comercial de las grandes empresas.

Son cada vez más los países que empiezan a tomar medidas decisivas para orientar el consumo de la población. Muchos, como México recientemente, han creado impuestos al consumo de bebidas azucaradas y alimentos de alta densidad calórica. Otros desarrollan campañas de orientación exitosas que han logrado elevar el consumo de frutas y verduras frescas entre su población.

En el caso de México habría mucho por hacer. Entre ellas campañas verdaderamente fuertes sobre nutrición y salud; los niños deben aprender a leer las etiquetas para saber que están consumiendo. Y las etiquetas deben ser claras y no engañosas como lo son ahora en la mayoría de los casos. Convendría incluso pensar en la posible prohibición de la propaganda de alimentos de alta densidad calórica y de todo tipo de refrescos. ¿Qué tal incluir fotos de sus efectos en la salud?

Pero sobre todo es urgente garantizar como un derecho ciudadano básico el acceso cómodo y gratuito a agua potable de alta calidad. No solo libre de gérmenes e impurezas, sino que tenga buen sabor. Deberá haberla no solo en las escuelas, sino en todo tipo de espacios públicos e incluso con la posibilidad de que la gente lleve contenedores de tamaño razonable (de uno a tres litros, digamos) para abastecerse.

El derecho al agua potable de calidad es un derecho humano básico; hay que instrumentarlo. La tarea exige el diseño de programas público que atiendan al abasto rural y urbano público, suficiente, de cómodo acceso y gratuito para todos.

Sobre todo hacer que en materia de agua y alimentos predomine el interés público sobre el de la ganancia.

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