lunes, 22 de septiembre de 2014

Globalización y ruptura de naciones

Jorge Faljo

Faljoritmo

La globalización se impulsó como una gran transformación económica que generaría crecimiento y bienestar para todos. Sin embargo favoreció a pocos, empobreció a las periferias y ahora empobrece incluso a la población de los países industrializados.

Una parte importante de la oferta globalizadora es que generaría procesos de igualación de las condiciones económicas entre los distintos países y de equidad dentro de cada uno de ellos. Con ello se avanzaría hacia un planeta sin conflictos y donde predominarían las sociedades en paz consigo mismas, democráticas y estables.

Sin embargo el final de los buenos tiempos de la globalización parece caracterizarse cada vez más por sociedades inestables en busca de cambios de rumbo. Lo cual puede darse de varias maneras: aprovechando vías democráticas ya existentes; mediante movilizaciones amplias que logran cambiar el encuadre institucional a un costo humano relativamente bajo, como en las primaveras árabes de Tunes y Egipto (no así la de Libia). En otros casos, infortunadamente, mediante expresiones de violencia creciente, sea organizada y con metas de cambio institucional, o mera descomposición criminal, desorganizada y brutalmente antisocial.

Llaman la atención las presiones en favor de la ruptura de varios estados nación; que puede hacernos sospechar de un problema de fondo y una tendencia en crecimiento.

Este pasado jueves se llevó a cabo un referéndum en Escocia donde la población habría de contestar a la pregunta ¿Debe Escocia ser un país independiente? No se trataba de una pregunta retórica sino de profundas consecuencias. En caso de que ganara el “si” se habría roto de manera efectiva la unión de 307 años con Inglaterra.

Un 55 por ciento de la población votó en contra de la independencia y 45 por ciento a favor. Este resultado final fue de película, no por lo estrecho del margen sino porque un par de semanas antes las encuestas señalaban una ligera mayoría para los independentistas. Si no ganaron fue porque a final de cuentas el sector de los que se declaraban indecisos terminó inclinándose por el “no”.

Hay que señalar que en el último minuto el primer ministro británico ofreció a Escocia “amplios poderes nuevos” entre los que destacan el decidir de forma autónoma sobre sus gastos de salud. Este era un asunto fundamental debido al temor de la población a la privatización y deterioro del sistema de salud con el que cuentan actualmente. Lo que ocurre es que el gobierno británico ha seguido políticas de austeridad, reducción del gasto público y privatizaciones bastante impopulares y los escoceses se distinguen por un voto político más hacia la izquierda que el de los ingleses.

Ahora sigue España. El gobierno catalán planea llevar a cabo un referéndum sobre la posible independencia de Cataluña el próximo 9 de noviembre. El gobierno español declara que es ilegal e intenta suspenderlo pero el parlamento regional acaba de aprobar de manera abrumadora una ley que autoriza realizar consultas populares no vinculantes. Es decir que incluso si la población vota a favor de la independencia no se procede de inmediato a la separación, pero si sería un paso enorme en esa dirección.

No solo España vio con alivio la decisión de los escoceses. También Bélgica, que se creó como un “país colchón” entre Francia y Holanda se encuentra desde hace años al borde de la ruptura entre los valones, los que hablan francés y los flamencos, los que hablan neerlandés. Son casos en los que la posible escisión se procesa de manera pacífica. Ucrania tal vez podría procesar algo similar sino fuera porque es un campo de lucha de las grandes potencias.

Las presiones separatistas en el Reino Unido (Escocia), España (Cataluña), Bélgica (Flandes) y Ucrania (las regiones de habla rusa) se originan en consideraciones económicas y de bienestar en un contexto en el que se han deteriorado los servicios públicos y los niveles de vida. En Escocia es relevante el sistema de salud y la riqueza petrolera; en Cataluña y Flandes el reparto de los costos de la crisis; en el sur de Ucrania la preservación de la estructura industrial asociada a la economía rusa.

Más allá de lo particular existe una tendencia generalizada que es determinante. La globalización ha implicado una creciente integración a la economía mundial que opera a contraflujo de la integración interna. Dentro de cada país las distintas regiones comercian cada vez más con el exterior y menos entre ellas mismas. La disminución del intercambio interno hace menos necesario y atractivo permanecer dentro del mismo país. Sobre todo en el caso europeo donde Escocia, Cataluña y Flandes esperarían seguir siendo parte de Europa.

Esto lleva a la situación históricamente paradójica de que ya no sean los países colonizados, pobres, explotados y oprimidos los que luchan por su independencia. Ahora les conviene separarse a los más globalizados, los más prósperos o menos pobres y que consideran que el resto de su país es un lastre para ellos. Caricaturizando podríamos decir que ahora son los exitosos los que buscan su independencia rompiendo los anteriores lazos de solidaridad nacional que, seamos prácticos, estaba asociada a una economía nacional que rápidamente deja de existir.

Triunfó el movimiento contra la independencia en Escocia. Pero podemos suponer que los procesos de desintegración nacional que induce la globalización permanecerán. Si dentro de cada país los ricos ya no les compran a los pobres y prefieren vender y comprar en el exterior; si los pobres no tienen donde vender y si el empobrecimiento de los excluidos de la globalización hace incomoda la convivencia o requiere fuertes gastos asistencialistas; entonces lo que empezamos a ver es la fuga de los exitosos.

La ruptura de un país es una etapa final de un proceso con múltiples pasos previos pero lo que resulta evidente es que integrarse al mundo y cohesión nacional son cada vez menos compatibles.

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