Hacia la Crisis
Jorge Faljo
La nueva administración sexenal
está recibiendo una economía con apariencia de estabilidad macroeconómica y solidez
financiera. Un peso fuerte, una bolsa de valores que rompe records de ganancias
y la aparente distancia entre lo que aquí ocurre y la tragedia europea induce
una sensación de seguridad sobre bases falsas. Tal y como la economía
norteamericana parecía boyante antes del 2007 o la de España hace apenas unos
pocos años.
Urge entender que no nos
encontramos libres de riesgos sino, simplemente, en otra fase del horrendo
ciclo de bonanza y crisis que ya es típico de la globalización. Debemos
aprender de lo que nos ha ocurrido antes y de las experiencias recientes de los
Estados Unidos y de Europa. Estamos creando las bases de otra grave crisis para
la que no resulta fácil predecir el momento en que se desatará pero si su
inevitabilidad a lo largo del siguiente sexenio.
Las crisis norteamericana,
española, griega y otras más de reciente factura tienen mucho que enseñarnos.
Cada una de ellas explotó cuando sus gobiernos y clases medias llegaron a sus límites
de endeudamiento. Habían elevado notablemente sus niveles de consumo (gasto
público o compra privada de viviendas y demás) hasta que los prestamistas
decidieron que habían llegado al límite y exigieron el pago de las deudas
acumuladas. Una de sus medidas fue elevar notablemente los costos del
refinanciamiento de las deudas bajo el argumento de que se trataba de gobiernos
y población en riesgo de insolvencia.
El crédito que había operado como
gran promotor del incremento de la demanda y que de ese modo había impulsado la
producción y el empleo, se convirtió en su gran enemigo. La pesada carga de
desendeudarse está imponiendo fuertes recortes al gasto público, impone la
elevación de impuestos y la reducción del consumo que genera lleva a la
recesión, el cierre de empresas y la pérdida de empleos.
Ahora las economías de los
Estados Unidos y de toda Europa se convulsionan ante el problema de
desendeudarse. Para los Estados Unidos sortear su precipicio fiscal implica
elevar los impuestos a los ricos o dejar de dar servicios públicos, sobre todo
médicos, a las mayorías. Es el debate político central en el que, si no se
llega a un arreglo entre los dos grandes partidos se impondrán recortes
automáticos que provocarán una recesión. En Europa la reducción del consumo
paraliza la producción y los ingresos al grado de que, paradójicamente,
dificulta recibir los impuestos suficientes para pagar la deuda pública.
¿Se parece a eso la situación de
México? Pues sí, se parece mucho a la situación de bonanza previa; cuando todos
se endeudaban alegremente y creaban las
burbujas de consumo y deuda que habrían de explotar posteriormente.
Estados Unidos y Europa están
emitiendo fuertes cantidades de dinero, de dólares y de euros, con el objetivo
expreso de crear liquidez y bajar las tasas de interés. Sin embargo, sea o no
un objetivo oficialmente admitido, sus bancos conducen parte de esos grandes capitales
hacia las periferias. Hacia América Latina, incluyendo a México. Lo hacen por
falta de oportunidades de inversión productiva o financiera seguras y
redituables en Europa y Estados Unidos. Estos flujos de capital hacia las
periferias actúan como mecanismos de generación de demanda sobre la producción
de los países desarrollados y contribuyen a fortalecer sus exportaciones. Simplificando
se diría que están decididos a prestarnos mucho para que les compremos más. Lo
que por cierto es una de sus líneas estratégicas de combate a su crisis.
Para Christine Lagarde, la
directora del Fondo Monetario Internacional –FMI-, estos flujos de capital van
a generar burbujas en las periferias, incrementarán el consumo de importaciones
y acentuarán los desequilibrios productivos y financieros. y se convertirán en
graves riesgos para la estabilidad económica mundial.
Brasil es un país que ha
reaccionado con firmeza ante esta situación. Hace apenas un mes su presidenta,
Dilma Roussef, en un discurso ante la asamblea general de la Organización de
las Naciones Unidas señalo que la política monetaria expansionista de los
países desarrollados desequilibra la paridad cambiaria de las monedas. La
entrada de dólares ha abaratado el dólar dentro de ese país y el consecuente
fortalecimiento del real le resta competitividad internacional. A los
brasileños, celosos de la defensa de su aparato productivo y de su empleo, no
les gusta la situación.
Para la señora Roussef son
legítimas las medidas de defensa comercial ante lo que ya antes había llamado un
“Tsunami” financiero. Ella considera que los países desarrollados deben hacer
esfuerzos por retomar el camino de un crecimiento vigoroso y no buscar la
salida de su crisis con avalanchas exportadoras hacia las periferias.
México por lo contrario se coloca
“de pechito”. Celebramos la entrada de dólares, el fortalecimiento del peso y
las ganancias record de la bolsa de valores. Todo ello no es producto de
nuestra fortaleza exportadora y del crecimiento de la economía real. Se origina
en la mera entrada de capitales financieros volátiles que en algún momento más
adelante igual podrán decidir reconvertirse a dólares e irse a otro lado.
La situación está provocando elevación
de las importaciones; son los introductores de estas mercancías los que hacen
su agosto. Por otra parte los exportadores reciben menos pesos por cada dólar
exportado y las empresas productivas enfrentan una competencia abaratada que
reduce su rentabilidad y las lleva en muchos casos a la quiebra. Es un paso más
en la desindustrialización del país y el deterioro rural.
Los anuncios de grandes
yacimientos petroleros y la intención de privatizar por lo menos parcialmente a
Pemex; las ganancias de la bolsa y la política histórica de privilegio a la
ganancia financiera hacen que México sea muy atractivo a los grandes capitales
flotantes en busca de refugios productivos. Esto va de la mano de los grandes volúmenes
de producción que no encuentran compradores en Europa, los Estados Unidos o
incluso China (que ha bajado su ritmo de crecimiento).
Así que México se alista no para
crecer pero si para consumir importaciones abaratadas artificiosamente. Estamos
creando burbujas en el valor del peso y en la bolsa de valores; nos convertimos
en refugio de enormes capitales improductivos y que cobran altas tasas de
interés. Se abarata el crédito de todo tipo, para consumidores y los gobiernos
federal, estatales y municipales.
¿Hasta cuándo? Todo tiene su
límite. Esos capitales saldrán pitando en algún momento del próximo sexenio.
Será inevitable. Pero de momento favorecen que la actual administración
entregue el país en una situación de economía aparentemente favorable; con un
peso fuerte y buen combate a la inflación, gracias al abaratamiento de las
importaciones.
La próxima administración debiera
darse cuenta de que recibe una situación insostenible. Hacerlo de manera acrítica
le crea un compromiso de defensa de la ganancia financiera, del valor del peso
y de los activos en la bolsa de valores, que la obligarán a sacrificar
objetivos de defensa de la producción interna, de crecimiento, generación de
empleos y bienestar. En el mejor de los casos serán seis años más de
estancamiento económicos. Pero lo más probable es que a medio camino, a mitad
de sexenio, se imponga la realidad de una economía débil, con finanzas
extremadamente frágiles y dependientes de las decisiones de los capitales
volátiles y en un entorno social cada vez más crítico.
Para colmo resulta que un eje de
la estabilidad financiera del sexenio, el mal llamado “blindaje financiero”
está a punto de expirar. Carstens ya anunció que ha solicitado la renovación de
la línea de crédito flexible por 71 mil millones de dólares cuyo objetivo es
dar seguridades a los capitales financieros. Falta que el FMI, cargado de
compromisos en Europa, acepte renovarlo.
La economía mexicana se
fragiliza. Nos urge aprender de nuestros hermanos de muy al sur: Argentina que
no recibe financiamiento externo y Brasil que con gran dignidad se defiende.
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